martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo 13: Y entonces será demasiado tarde


Ya había anochecido. En la calle todo estaba en silencio. Después del reciente y violento ataque acontecido la madrugada pasada, nadie se había atrevido a salir, por miedo a lo que pudiera ocurrir. Freesia tampoco lo había hecho.
-Te he traído chocolate.-Fresno había pasado la tarde con ella, y básicamente lo único que habían hecho había sido quedarse en silencio o comentar algo que les preocupaba. Para Freesia lo más importante era que estaban juntos, y que tenía un amigo en el que apoyarse, y que le entendiese. Y supuso que Fresno también lo necesitaba.- Pernetia me ha dicho que te gusta con nubes.
Le pasó la taza a la chica, que la acogió con agrado entre sus manos e inspiró profundamente el delicioso olor que desprendía.
-Están preocupados. Deberías bajar, F. Y tu tía no es que esté muy cómoda conmigo por aquí. Creo que tiene una idea equivocada de mí.
Freesia sonrió tímidamente antes de darle un sorbo a su taza.                                              
-No me extraña. ¿Has visto a Áloe?
Fresno negó con la cabeza, y Freesia suspiró.
Después de un momentáneo silencio, la chica  volvió a hablar.
-Todo el mundo tiene miedo, ¿verdad? 
-Sí, eso me temo. Nunca había pasado esto. ¿Y sabes lo peor? Que muchas de las personas arrestadas son de aquí. Del Jardín de Invierno, incluso de Norte.
A Freesia se le encogió el corazón.
-¿Por qué iba a querer alguien atentar contra su propia ciudad?
Fresno se encogió de hombros.
-Ni idea. Tengo la cabeza hecha un lío. Mi madre ahora está muy estresada, anda de aquí para allá continuamente y está muy preocupada. Actúa como si la cosa no fuera grave, Freesia, pero yo sé que lo es. Un ataque así, sin más, nunca había ocurrido. Siempre… Había habido orden. Este mediodía se ha ido a trabajar, a saber cuándo volverá.
Freesia le acarició un hombro al chico con cariño.
La madre de Fresno, Begonia Temple, era secretaria del Ministro de Invierno Helenio Blecher, que ocupaba a sí mismo el puesto de Primer Gobernador, el cargo más elevado en los Jardines. Por lo tanto Begonia era una personalidad importante en el mundo de la política, por lo que Freesia supuso que o bien Fresno tenía los oídos llenos de cera, o le estaba ocultando información.
-¿Tú madre no te ha dicho nada…? ¿Ni la has oído hablar con nadie…?
Fresno bajó la vista y se mordió el labio, para después negar con la cabeza. Claramente, estaba mintiendo.
-Dime la verdad.
Fresno suspiró profundamente.
-No sé… No sé si es apropiado que te lo diga. Esta mañana… He oído a mi madre hablar por teléfono, antes de irse al trabajo. Ha sido un  poco en plan espionaje, con la oreja pegada a la puerta de su despacho. Y, Freesia, no es nada bueno, y tampoco esclarece las cosas.
Freesia dejó la taza sobre la tarima y le sujetó los hombros con las manos a su amigo.
-Oye, casi morimos quemados en medio del bosque, cualquier información me resultaría valiosa. Y creo tú piensas igual. Y, por favor, no me ocultes cosas por querer protegerme. Lo primero, no lo harías, no te serviría de nada, estaría expuesta a sea cual sea la amenaza igualmente. Y lo segundo, no tengo seis años, y que sea una chica no quiere decir que necesito a alguien que me cuide o luche por mí. Sé valerme perfectamente por mí misma. Así que o me cuentas lo que sea que hayas oído, o te marchas, y sabré que ya no confías en mí.
Freesia se cruzó de brazos después del discurso pronunciado, y aguardó con la mirada puesta en el chico la respuesta de éste. A Fresno le temblaba el labio y había vuelto a bajar la vista.
-Está bien. De perdidos al río, ¿no?-a Fresno se le escapó una risilla nerviosa.- No sé con quién estaba hablando, pero creo que era con el Gobernador, o si no, con alguien importante. Con el alcalde de Norte, quizá. Bueno, eso no importa demasiado. Fue fácil escucharla, hablaba a gritos. Vamos, que si quería que fuera confidencial, no lo estaba consiguiendo, teniendo en cuenta que cualquiera que se hubiera acercado un poco a la pared la hubiera oído. Creo que estaba un poco desquiciada en ese momento. Desde ayer de madrugada, cuando llegué a casa, había estado recibiendo llamadas, mensajes y notificaciones de todos los líderes de los Jardines, o simplemente de gente que exigía saber qué estaba pasando.
-Tiene que estar sometida a mucha presión, ¿verdad?-Freesia intentó mostrarse comprensiva con su amigo para que no se echara atrás con su relato.
Fresno asintió lentamente, y esperó unos instantes antes de volver a hablar.
-La verdad es que sí. Imagínate, con cualquier tontería la gente se revoluciona, como aquella vez en la que nevó tanto en la autovía 97 que se cortó el suministro de carne durante tres días, y se armó una buena. Pues figúrate ahora. Bueno, que nos desviamos. El caso es que hablaban de algo extraño, y tenían miedo. Eso estaba claro. A diferencia de la mayoría de la gente, sabían lo que estaba pasando. Y estaban asustados. No dijeron qué era, pero mencionaron un nombre… Decían que había que avisar a Maireen Shields antes de que todo se les fuera de las manos.
Freesia no había oído aquel nombre en su vida. Dentro de los Jardines, había muchos puestos políticos, pero sólo unos pocos importantes. Todo el mundo se sabía el nombre de los importantes. Si la tal Shields era tan relevante como para que el Gobernador le pidiera ayuda, tendría que ser alguien de renombre, no cualquier política de medio pelo. Y por lo tanto, como no sabía quién podía ser aquella mujer, tenía que ser de fuera de los Jardines.
A falta de una respuesta inmediata por parte de Freesia, que se había quedado muda y pensativa ante la información recibida, Fresno siguió hablando.
-Eso… Eso no es todo.
Freesia advirtió que Fresno había desviado la vista y contemplaba con tristeza la lluvia que había comenzado a golpear débilmente las ventanas.
-¿Qué pasa?-Freesia, ante la evidente preocupación de su amigo, había alargado su mano para posarla sobre la de él.
-Decían… Que había que marcharse… Freesia, me voy de los Jardines.
Aquello le cayó a Freesia como una piedra dentro del estómago. Su cerebro empezó a plantearse miles de preguntas, sin respuesta. ¿Se iba a ir? ¿De los Cinco Jardines? Pero… ¿a dónde? Nadie se iba. El Gobernador no se iba. Eso significaba que de verdad había algo más allá.
-Pero…-musitó Freesia a media voz.-¿A dónde?
Fresno se encogió de hombros.
-No lo sé. Tampoco sé cuándo. Supongo que tenemos que ir a ver a esa tal Maireen. Tengo… Tengo miedo, Freesia. Puede que pienses que soy estúpido, o… Pero es que no sé a qué me voy a enfrentar. Es como cruzar una puerta a otra dimensión. Todo está en blanco,  nadie nos ha dicho nunca qué hay, si lo hay… Y esto te lo estoy contando cuando se supone que no debería… Por favor no se lo digas a nadie. Es… Peligroso.
Freesia tragó saliva con dificultad, asimilando con increíble rapidez todo lo que su amigo le estaba revelando. Por una parte le entendía, el terror que infundía lo desconocido era algo que ella había vivido de primera mano cuando se había mudado a Norte, y aquello era aún peor, pues Fresno no podía saber qué se encontraría cuando cruzara los altos muros de los Jardines.
Pero, por otra parte, aunque no podría admitirlo, le envidiaba. Iba a irse, a abandonar la monotonía de los Jardines, a conocer mundo, y ella se quedaría en Norte, para siempre, viviría y moriría entre edificios altos y copos de nieve espesos.
Los dos se habían quedado en silencio, sumidos cada uno en sus pensamientos y dudas, cuando alguien llamó a la puerta.
-¡Freesia!-la voz de Narciso se hizo audible al otro lado de la pared.
-Entra.-susurró Freesia, sin preocuparse por si el niño le había oído o no. Pero al parecer lo había hecho, porque asomó su cabeza por una rendija de la puerta.
-Es hora de cenar.
-No tengo hambre.-respondió con sequedad.
-Si es por él,-Narciso señaló a Fresno con la barbilla.-puede quedarse a cenar, si quiere.
Pero Fresno negó con la cabeza y se dispuso a levantarse.
-No, si yo me voy ya.- Freesia suspiró y miró a su primo.
-Ya bajo, Nar.-el niño asintió y volvió a cerrar la puerta, dejándolos solos.
-Bueno, pues me voy.-dijo Fresno, y Freesia se levantó y se situó junto a la puerta para despedir a su amigo.
-Llámame si pasa algo, ¿vale? Cualquier cosa.
-Está bien. ¿Nos vemos mañana?
Freesia asintió y se quedaron en silencio, mirándose.
-Pues hasta mañana.-dijo Fresno.
-Hasta mañana.

Casi de madrugada, Freesia oyó pasos en el recibidor. Después advirtió que alguien bajaba las escaleras con sigilo, y pudo escuchar unas voces apagadas en la planta de abajo. Aún algo somnolienta pero con los cinco sentidos alerta, se levantó de la cama y se apresuró a asomarse por la puerta de su habitación. El corredor estaba en silencio y sumido en la oscuridad, y la chica no tuvo más remedio que salir de la habitación y acercarse prudencialmente a las escaleras. Una vez en el borde del primer escalón, pudo distinguir a las dos siluetas que hablaban entre susurros en el vestíbulo. Ni siquiera habían encendido la luz, pero aún así Freesia no podría bajar mucho más o la verían, y desde su posición no podía distinguir las palabras. Podría presentarse así sin más, pero sabía que nadie le contaría nada, y además, olía a secreto aquello de hablar bajito a oscuras pasada la medianoche. Y ella más que nadie, estaba harta de secretos.
 Ideó un plan improvisado y decidió que utilizaría uno de aquellos túneles que antiguamente usaba el servicio para atender todo rincón de la casa, y así llegar a la cocina. Desde ahí, con suma precaución, podría escuchar algo, si para cuando hubiera realizado la operación  las personas no hubieran abandonado ya sus puestos.
Con la mayor rapidez posible y poniendo especial cuidado en cada paso que daba sobre la moqueta, Freesia se deslizó hasta una pequeña puerta junto a la de su habitación, y maldijo en silencio cuando comprobó que estaba cerrada con llave. Recordó entonces la tarde en la que su tía Iris había decidido prohibirles utilizar aquellos pasadizos por miedo a que hubiera algún derrumbamiento o se cortaran con algo, debido a su antigüedad y mal mantenimiento.
Sin pararse a recapacitarlo por mucho más que un segundo, Freesia se deshizo de una de las horquillas que le sujetaban el pelo, la abrió y la introdujo en la cerradura. Su padre, hacía ya ocho años, le había enseñado a abrir puertas de aquella manera, pero en aquel momento no lograba concentrarse y le sudaban las manos. Estaba nerviosa, y a cada segundo que pasaba sentía que quien quiera que fuese que estaba en el recibidor se iría, dejándola sin nada en claro que sacar.
Pero las voces seguían llegando, suaves y atenuadas en murmullos apenas audibles, por lo que Freesia dejó la mente en blanco, se tranquilizó y se dispuso a realizar la maniobra antes de que fuera demasiado tarde.
Por fin consiguió lo que se proponía, pero temió ser descubierta cuando la portezuela se abrió con un horrible crujido de los goznes. Por suerte, las personas seguían absortas en su conversación, por lo que nadie advirtió la presencia de la chica.
Nunca había estado en los pasadizos, básicamente sólo los habían utilizado los mellizos y Narciso cuando Iris los clausuró. En ese momento agradeció ser bajita, pues el techo del túnel era muy estrecho y bajo, y aún así tenía que agachar la cabeza. Supuso que se debería a algún tipo de derrumbamiento durante las obras de renovación, pues no se explicaba cómo antiguamente alguien hubiera podido moverse con comodidad por ahí.
No había luz en el pasadizo, así que se orientó  palpando las paredes, y siguió moviéndose por instinto, hacia donde ella creía que podría estar la cocina. Los túneles no eran enrevesados, y en pocos minutos estuvo frente a una puerta parecida a por la que había entrado. Volvió a utilizar la pequeña horquilla y repitió el proceso hasta que se encontró de nuevo en otra habitación.
Salvo que no era la cocina. Sin saber cómo, había llegado a parar al cuarto de Áloe. Freesia no sabía que los túneles conectaran con aquella estancia, pero nadie nunca le había dicho que no lo hicieran. Se paró a pensar, y se dio cuenta de que el nivel no había descendido. Si hubiera bajado a la cocina, tendría que haberse topado con una cuesta o algo por el estilo, pero no lo había hecho. Simplemente había estado dando vueltas como una tonta, pues la habitación de su prima estaba justo al lado de la suya. Al final, iba a resultar que los túneles sí que eran enrevesados.
Estaba a punto de volverse para intentar encontrar por fin el camino a la cocina, cuando algo la detuvo. La puerta de la habitación se había abierto, y ahora alguien entraba. Freesia, apresuradamente, cerró la pequeña puerta del pasadizo dejándola entreabierta para poder atisbar por una pequeña ranura lo que acontecía en el interior.
La primera persona a la que vio fue a Áloe. Estaba despeinada y tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando.  No había bajado a cenar, Azucena le había dicho a Freesia que no se encontraba muy bien, y Freesia hacia un día que no la veía. Ni siquiera había tenido tiempo para contarle lo sucedido en el bosque.
Detrás de ella entró un chico. Era bajito y llevaba una sudadera con capucha que le cubría la frente y los ojos, y Freesia no pudo verle la cara. ¿Quién podía ser?
-Ya te lo he dicho, no voy a ir.-Áloe se tumbó en la cama y apretó un almohadón entre sus brazos. El chico se sentó junto a ella y se quedó mirándola revolverse entre la ya muy deshecha ropa de cama de color rosa pálido.
-Y yo también te lo he dicho, tienes que ir.-le respondió el chico a su prima, con voz ronca.-Está hecho, sabes lo que ha pasado.
Áloe apartó el cojín con el que se cubría la cara y miró fijamente a su acompañante.
-Estáis todos locos. Desearía no haberme metido nunca en esto.
-No habrías podido evitarlo.-el chico sonrío pícaramente.-Lo sabes.
-Si estoy con vosotros es por ti, Simon. Esto no me gusta…
-Vamos, ahora no busques excusas estúpidas. ¿Vendrás o no?
Áloe se había quedado quieta, con la vista fija en el suelo, los rubios cabellos desperdigados en torno a su cabeza, cayendo en cascada hasta tocar la alfombra.
-No lo sé…
Freesia en ese momento deseó no haber salido de la cama, ni haber oído todo aquello. Ahora, más y más dudas se le aparecían, mezclándose con las que ya existían y haciendo que se sintiera impotente. ¿Quién podía ser aquel tal Simon? Era un nombre muy raro, pero por su acento, se diría que había vivido toda su vida en Norte, probablemente en el barrio rico, y no parecía extranjero. Freesia nunca le había visto, pero hablaba con Áloe como si fueran amigos de toda la vida. La chica advirtió también que entre ellos había una complicidad que superaba la amistad.
Justo cuando esta idea cruzaba su mente, Simon alzó la barbilla de Áloe y la besó apasionadamente en los labios. El corazón  de Freesia dio un salto y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en su posición y evitar que la descubrieran.
Sintió que no podía soportarlo más, y antes de que la pareja se separara, Freesia dio media vuelta y se internó en los pasadizos. No quería oír más, lo único que conseguiría sería saber más cosas que no entendía, y que sólo le conseguirían dar dolor de cabeza. Antes de perder de vista el interior de la habitación, pudo ver claramente como Simon comenzaba a bajarle a Áloe la cremallera del vestido.
 Tenía que aclarar todo aquello, si no se volvería loca. Si alguien en ese momento le dijera que su tío abuelo Hortensio había vuelto a la vida y hacía espectáculos ambulantes con un mono que montaba en monociclo, ni se habría extrañado. Pensándolo bien, hubiera sido la cosa menos extraña que le hubiese pasado en los últimos días.
Tenía que hablar con Áloe. Si no, no dormiría tranquila. Tenía que hablar con ella en cuanto llegara la mañana.
Freesia se movía por los túneles sin pensar hacia dónde se dirigía. Halló entonces una puerta, y la abrió sin pararse a recapacitar dónde podría acabar.
Había llegado a la cocina.

La presentadora era menuda y rechoncha, y daba las noticias con un tono de voz vivaracho y agudo.
-¿No podemos salir a la calle? ¡Pues menuda mierda!-exclamó Crisantemo con enfado, encarándose con el televisor.
-¡Cris!-le regañó Azucena.-Lo hacen por seguridad. No creo que te apetezca ir por ahí con una panda de locos sueltos, ¿no?
Freesia removió con impaciencia sus cereales de colores y pensó en Fresno. Tenía que llamarle, antes de que se fuera. Seguro que sabía más cosas que la tarde anterior. Algo gordo estaba pasando, y pensó en la noche anterior y en Áloe. Hablaba con aquel Simon de ir a algún sitio con alguien. ¿Tendría algo que ver con todo aquello?
Sin respuesta.
-¿Dónde está mamá?-preguntó Narciso.
Azucena se encogió de hombros. Iris había salido muy temprano, a pesar de la restricción, sin decirles a donde se dirigía. Era habitual que su tía hiciera cosas como aquella, así que Freesia no estaba demasiado preocupada.
-Durmiendo.-respondió automáticamente Azucena. Iris les había dicho a las dos que no les dijeran nada a los pequeños.
Narciso arrugó la nariz ante la respuesta, no era estúpido, sabía perfectamente que su madre siempre se despertaba antes que todos, antes casi incluso que el sol. Sin embargo, no hizo preguntas, lo que causó cierto alivio en Freesia, a la que no le apetecía tener que lidiar con el niño e inventarse cualquier cosa para que se mantuviese callado.
Era muy temprano, y sin embargo, allí estaban todos, desayunando y mirando la televisión. Pero faltaba Áloe. Freesia decidió ir a despertarla en cuanto se terminara los cereales.
-¿Y ahora qué vamos a hacer todo el día? ¿O toda la semana? ¿O todo el mes? ¡En casa metidos! Me voy a suicidar.-dijo Pernetia.
-¡Anda, no seas exagerada!-le recriminó Alhelí mientras recogía los platos, con la vista fija en el televisor. La presentadora gordita seguía hablando de cosas irrelevantes que quizá informaran a alguien, pero no a Freesia. Así que la chica dejó el bol sobre la mesa a medio acabar y salió de la cocina, despidiéndose de su familia con un gesto de cabeza.
Subió corriendo los escalones, hasta llegar a la puerta de la habitación de su prima. Sin llamar, entró. Los rayos de sol entraban débilmente por una de las ventanas, colándose entre las cortinas e iluminando el cuerpo de Áloe, que dormía plácidamente entre pequeños ronquidos.
Freesia se acercó y zarandeó a su prima. Ésta emitió un quejido, entreabrió los ojos y volvió a cerrarlos enseguida ante el contacto con la luz. Freesia estiró del edredón para destapar a su prima, lo que surgió efecto pues estaba en ropa interior y se levantó enseguida para recuperarlo.
-Freesia…-dijo, entre bostezos.- Tengo frío.
Freesia suspiró y le devolvió el edredón a su prima, que se tapó con él y volvió a hacerse un ovillo sobre la cama.
-¡Vamos, Áloe, levántate!-exclamó la chica, tirando del tobillo de su prima, que no estaba dando de sí.
Por fin, después de dos o tres intento más, Áloe se dignó a salir de la cama, se puso un camisón y se encaró con Freesia.
-Estarás contenta. ¿Qué tienes en mi contra?
-Nada. Tenemos que hablar.
Áloe suspiró y se sentó de nuevo sobre el colchón, aún algo aturdida después de brusco despertar.
-¿No podías haber esperado hasta que me despertara, como hacen las personas normales?-luego se quedó en silencio durante unos segundos.- ¿Qué pasa?
Freesia no sabía por dónde empezar. No podía decirle que había estado espiándola y había visto como hablaba con un chico extraño por la noche, pues no volvería a confiar en ella. Así que simplemente, lo dejó caer.
-¿Me has estado ocultando algo?-Áloe frunció el ceño y ladeó la cabeza.
-Freesia, ya sabes lo de mi enfermedad.
-Ya, bueno.-dijo Freesia, poniendo los ojos en blanco.-Me refiero a otra cosa.
Áloe hizo como que reflexionaba, pero luego negó con la cabeza.
-No… ¿Qué te iba a ocultar? Siempre te lo cuento todo.
Freesia sintió un pinchazo en el estómago. Estaba mintiendo. Y aquello no le gustaba. ¿Es que ya no confiaba en ella? Freesia sintió como su labio empezaba a temblar y se esforzó para mantenerse impasible.
-Áloe… No te creo.-lo soltó así, sin más, y vio como el rostro de su prima se tornaba pálido.
-Pues no me creas.-intentaba mantenerse neutral, pero se veía a la legua que estaba nerviosa.
Y de repente, se le ocurrió.
-¿Te has enterado de lo del parque Miller?.-había dado en el blanco, pues en cuanto pronunció esta frase Áloe comenzó a tirarse de las mangas del camisón y apartó la vista hacia otro lado.
-Sí.-respondió, a media voz.-¿Cómo iba a no enterarme? Estamos recluidos en casa por eso. ¿Por qué lo dices?
-Porque estaba allí.
Áloe giró la vista rápidamente, con los ojos llenos de terror.
-¿Cómo? ¿Allí, en el parque?
Freesia asintió, muy lentamente. Se supone que no podía contarle aquello a nadie, pero era Áloe, era distinto. Y además, si la llevaba por donde ella quería, su prima acabaría confesando.
Y estaba funcionando. Áloe estaba al borde de un ataque de nervios. Freesia tenía conciencia de que estaba siendo cruel, pero no podía pretender conseguir todo por las buenas.
-Habíamos salido. Era tarde, estábamos con unos amigos. Fresno me llevó al bosque y allí… Fue donde empezó el fuego, ya lo sabes.
-¿Estabas allí?-Los ojos de su prima se habían llenado de lágrimas.
Freesia volvió a asentir.
-Justo al lado.-Áloe no pudo soportarlo más, se echó a llorar y abrazó a Freesia con fuerza, casi haciéndole daño, y empezó a hablar en voz muy baja, entre sollozos.
-Lo siento tanto… Yo… No debería… Ahora me siento fatal…
Freesia se separó de ellas y le limpió las lágrimas con el pulgar.
-No tienes por qué sentirlo, Áloe, no fue culpa suya.
Se lo iba a decir, lo iba a hacer, no cabía duda.
-¡Sí, sí que lo es!-Áloe estaba tratando de tranquilizarse, sin éxito. Las lágrimas habían cesado, pero respiraba agitadamente y comenzaba a hiperventilar.-Mira… No te lo puedo decir, pero…
Freesia aguardó. Se lo diría, por mucho que ahora intentara mantener el secreto. Por fin, Áloe consiguió reponerse.
-Está bien. Hace un año conocí a un chico. –Simon.-Se llamaba Simon. Él no era… Como todos los demás. Lo conocí en el hospital. Su madre estaba ingresada. Pero luego, unas semanas después de conocerle, ella murió. Como podrás imaginarte, Simon lo paso fatal. Éramos muy amigos, venía a visitarme siempre, y cuando su madre falleció, siguió haciéndolo. Yo le apoyé. Fue algo muy duro, pero salió adelante. Y, bueno, pues eso. Me gustaba, ¿vale? Y yo a él, y… Dios, me da mucho corte contarte esto.
Freesia, que sabía a lo que se refería después de lo visto la noche anterior, negó con la cabeza y le dio la mano a su prima.
-No hace falta que lo hagas, no nací ayer.
Áloe sonrió, aliviada, y prosiguió con lo que le estaba contando.
-Simon no es un nombre normal, lo sé. Ya te lo he dicho, él era diferente. Su familia también.
-Diferente… ¿en qué sentido?
-Verás… Pertenecían a una especie de, por así decirlo, organización.
Freesia arrugó la frente.
-¿Una organización? ¿De qué?
Áloe suspiró.
-Esto es lo que no te puedo contar. Por favor, no me pidas que lo haga. Por favor, es muy peligroso. Podría acabar muerta.
Freesia sabía de sobra que su prima estaba exagerando, pero tampoco quiso decir nada. A ella le hubiera gustado conocer toda la historia, pero no quería presionar más a su prima, consideraba que ya la había hecho sufrir suficiente.
-Está bien, sigue.
-El caso es que yo acabé metida en la organización en cuestión.
-¿Por Simon?
Áloe asintió.
-La cosa es que… A ver… No sé como decírtelo. Bueno, qué narices, allá voy.-Áloe tragó saliva.-Tuvieron… Tuvimos, algo que ver con el ataque al parque.
A Freesia casi se le salen los ojos de las órbitas.
-¡Áloe! ¿Me estás diciendo que eres una terrorista?-no podía ser. Aquello, no. Freesia tenía ganas de gritar y de pegar a alguien, pero simplemente apretó los puños y miró a Áloe con severidad, esperando una excusa por su parte.
-¡No! Yo ni siquiera estaba allí esa noche…
Freesia quería abofetear a su prima, y estuvo a punto de hacerlo de no ser porque supo controlarse.
-¡Pero sabías que lo iban a hacer!-en ese momento Freesia debía de dar mucho miedo. Estaba verdaderamente enfadada, la rabia le salía por todos los poros de la piel, y se había inclinado peligrosamente sobre su prima. Ésta, temerosa, se había apartado e intentaba poner paz dando explicaciones.
-¡Pero yo no sabía que tú estarías allí!
Freesia no lo aguantó más, así que descargó toda su ira y le dio una bofetada a Áloe en su blanco pómulo derecho. Ella soltó un gritito y se llevó la palma de la mano a la zona afectada por el golpe. Pero no se enfadó con Freesia, tan sólo se quedó callada, sujetándose la cara.
-¡Da igual! ¿A quién se le ocurre? ¡Esa gente está loca! ¡Loca! Áloe, ¡es Norte! ¡Tú ciudad! ¿En qué estabas pensando?
Áloe estaba llorando de nuevo. Freesia estaba empezando a hartarse de tanto lloriqueo. Quería mucho a Áloe, pero se había pasado de la raya. Se había pasado mucho. Por eso no se arrepentía de lo que había hecho.
-No están locos. Si tú supieras…
Freesia volvió a alzar la mano, pero la bajó enseguida.
-¡Pues ese es el problema! Tú no me cuentas nada. Y por eso, sólo puedes pensar que eres una terrorista.
-Freesia, yo… No te enfades conmigo, por favor. Yo te lo contaría, pero Simon…
Freesia sintió que explotaría en cualquier momento si pasaba un momento más en aquella habitación, así que exclamó:
-¡Simon no tiene toda la razón! ¡Que te lo estés follando no quiere decir que la tenga!-dicho esto, con los puños aún apretados, se alejó a zancadas y cerró de un portazo.









No hay comentarios:

Publicar un comentario