Freesia
observaba desde un rincón poco iluminado como la gente a su alrededor bailaba
al ritmo de una música bastante pegadiza, comía y reía y seguía bailando, y se
abrazaba, se besaba, bebía y seguía bailando. Parecían pasárselo realmente
bien. Ella lo había pasado estupendamente también, al menos en un primer
momento. Pero eran las tres de la madrugada, ya había soplado las velas y los
regalos descansaban ahora sobre la gran mesa del comedor, los bonitos
envoltorios rasgados y esparcidos por la alfombra.
Al final
habían resultado ser más de doscientas personas, como había dicho Áloe. ¿De
dónde había salido tanta gente?
Suspiró.
Estaba cansada y le dolían los pies. Ya había rechazado la propuesta de Fresno
Temple de bailar tres veces aquella noche, y ahora veía al chico muy pegadito a
una chica rubia. Freesia pensó que su amigo no había perdido el tiempo.
Áloe se
había ido a la cama pronto, después de abrir los regalos, un poco antes de
medianoche. Tenía que guardar reposo. Desde su ataque de hacía apenas unos
días, había estado en muy baja forma, y el doctor Lehner le había dado la baja
médica aquella misma mañana. Freesia aún seguía como en un estado de shock
respecto a ese tema, sin creerse aún que su prima… No, se obligó a no pensar en
ello. Era su fiesta de cumpleaños. Tenía que dejar los problemas aparte, se lo
había prometido a Áloe, a cambio de que ésta bajara con ella a la fiesta. Le
había prometido que lo pasaría bien y se divertiría, olvidándose de todo por un
rato. Y lo había hecho. Al menos, hasta que su prima se había retirado a su
habitación.
En ese
mismo momento, Freesia no era la viva imagen de la alegría y el jolgorio. Estaba
más bien apartada de todo el mundo, y ni siquiera sonreía un poco. Vio que por
lo menos Azucena estaba pasando un buen rato. La chica parecía el alma de la
fiesta. Si bailaba, todo el mundo lo hacía con ella; si cantaba, todo el mundo
le hacía los coros. Parecía que era ella la cumpleañera, en lugar de Freesia.
Miró su
vaso con cierta melancolía. Aquella extraña bebida azul que su prima Pernetia
le había servido aún estaba intacta, y se le había calentado entre las manos.
Ahora parecía aún menos apetecible que antes, así que se levantó para tirarla o
dejarla en alguna de las mesas. Cuando se dirigía hacia uno de los cubos de
basura, alguien la agarró por el brazo, lo que hizo que se sobresaltara y casi
derramara toda la bebida sobre su nuevo y despampanante vestido.
-¡Eh,
ten más cuidado!-le espetó a quien quiera que fuera el desconsiderado que había
tenido tan poco tacto. Se giró y vio que el susodicho no era otro que Fresno
Temple.
-Fresno,
no voy a bailar contigo. Creo que es la trigésima vez que te lo repito.
El chico
le sonrió, lo que hizo que Freesia se ruborizase. Fresno tenía una sonrisa muy
bonita.
-Creo
que sólo la cuarta. Además, no vengo por eso.
Freesia
se cruzó de brazos y alzó una ceja.
-¿Ah,
no? ¿Es que tu nueva novia se ha dado cuenta de lo pesado que eres y se ha
marchado con otra?
Fresno
soltó una carcajada y se giró para echarle un vistazo a la chica rubia. Luego
volvió a mirar a Freesia y negó con la cabeza.
-¿Angélica?
-Sí.
Antes estabas pegado a ella como una lapa.
-Ella es
sólo una amiga.-se acercó mucho a Freesia, y ésta se alejó un paso.- Sabes que
para mí eres la única, F.
-Anda,
déjame en paz.-dijo la chica, pero sin poder reprimir una sonrisa.
Se
suponía que entre ellos sólo había amistad. Freesia había perdido la cuenta de
cuántas veces le había rechazado ya. Azucena siempre le echaba esto en cara.
Fresno Temple era el chico más guapo de su curso, quizá de toda la escuela, y
todas las chicas querrían ser su novia. Todas, excepto Freesia, que conocía
suficiente a Fresno como para saber cómo era en cuanto a relaciones.
-Pues
venía a proponerte algo que te va a parecer genial. Pero si prefieres quedarte
ahí sentada durante tu fiesta como una aburrida, allá tú.
Freesia puso los ojos en blanco.
-¿A ver,
qué es lo absolutamente maravilloso que me vas a proponer?
Fresno
aplaudió como un niño pequeño.
-No te
emociones, aún no he dicho que sí.
-Está
bien. Algunos amigos y yo hemos pensado que sería genial… Bueno, a ver, esta
fiesta está muy bien… Pero… ¿Te gustaría salir fuera? A la ciudad.
-¿Estás
loco? No podemos. Hace dos horas que se pasó el toque de queda y si alguien nos
ve…
Fresno
amplió su sonrisa.
-¡Ajá!
Te gustaría venir, pero tienes miedo de que nos pillen. Tranquila, no lo harán.
-¡Fresno!
¡Podríamos ir…! ¡Podríamos ir a la cárcel!
El chico
se rio con burla.
-¡F, no
te pongas melodramática! Si arrestaran a todos los que se saltan el toque de
queda, créeme, habría más gente en la cárcel que en la calle.
-Anda,
no seas exagerado. Y no voy a ir.
Fresno
se cruzó de brazos e hizo un puchero.
Freesia
se moría de ganas de ir con él. Bueno, con ellos. Pero sabía que era demasiado
arriesgado. Si Iris se enterara, la castigaría de por vida, y no quería ni
imaginarse lo que pasaría si alguien los viera fuera. Las reglas eran estrictas.
Nadie, a menos de que tuviera un permiso especial, podía permanecer en las
calles de la ciudad a partir de medianoche y hasta que amaneciera. Cuando la
fiesta acabara todo el mundo cogería sus coches para irse a casa, y hasta para
esto habían tenido que pedir permiso al Ayuntamiento.
-¿Quiénes
iríamos?
Fresno
volvió a aplaudir.
-¡Te
estás incluyendo, quiere decir que vendrás! ¡Genial!
-Pero…
Pero estaremos aquí en una hora, como mucho. Y sin hacer locuras.
Fresno
alzó los dos pulgares.
-¡Sí,
señora! Vete a cambiar y te esperamos en la puerta del jardín de atrás.
Freesia
asintió con la cabeza y desapareció escaleras arriba sin que nadie se diera
cuenta, debido al creciente alboroto originado por la fiesta.
No se
podía creer lo que estaba a punto de hacer. ¡Iba a saltarse las reglas! Estaba
aterrada. Pero se sentía muy bien. Por una vez en mucho tiempo, se sentía
libre.
-Eso de
las patrullas nocturnas es la mayor patraña jamás inventada.-afirmó uno de los
chicos que iba con ellos, Geranio Lindberg, cuando se dirigían a la verja del
jardín trasero.-Mi hermano ha salido muchísimas veces, y dice que nunca ha
visto una.
Eran
todos amigos de Freesia, y la mayoría iban con ella a clase. Eran sólo seis,
tres chicos y tres chicas. Estaban Fresno y ella, Geranio, Acacia Flynn, Olmo
Windflower y Zinnia Evers.
-Tu
hermano es idiota.-le espetó Acacia.-No es que nos podamos fiar demasiado de su
veredicto.
-Sí, la
verdad es que un poco idiota sí que es. –admitió Geranio.-Pero míralo por el
lado bueno: si él es un imbécil y no le han pillado, no creo que nos pillen a
nosotros, ¿no?
-Tiene
sentido.-dijo Acacia, ladeando la cabeza.
Freesia
se mantenía callada. Estaba muy nerviosa. Fresno se dio cuenta y le pasó un
brazo por los hombros a la chica.
-Tranquilízate,
F, no va a pasar nada.
-Que
esté preocupada no te da derecho a tocarme más de lo necesario, F.-le dijo
Freesia al chico en tono burlón cuando este acercó su mano a su rostro para
apartarle un cabello rebelde que le cubría parte del ojo derecho.
Fresno
rio, y se detuvieron al llegar a la verja. Freesia sacó las llaves del bolsillo
de su pantalón y salieron al exterior.
La noche
era cálida. Al menos, todo lo cálida que podía serlo en el Jardín de Invierno,
que básicamente significaba que no iba a helar. Freesia sólo llevaba una
sudadera y unos vaqueros, pero sus amigos seguían en sus trajes de fiesta, y se
preguntó si las chicas no se estarían congelando con aquellos vestidos cortos.
-Estamos
fuera.-dijo Zinnia, cuando se detuvieron los seis a contemplar las luces
silenciosas de la ciudad, al final de la calle.
-¿A
dónde vamos?-preguntó Freesia, que instintivamente se había agarrado al brazo
de Fresno con fuerza.
-Yo creo
que lo más inteligente sería alejarse un poco del centro.-dijo Olmo.-¿Queréis
que vayamos al Parque Miller? Siempre está lleno de gente y sería genial estar
nosotros solos, ¿no?
Zinnia,
Acacia y Geranio estuvieron de acuerdo. A Freesia le daba igual, y Fresno haría
lo que hiciera Freesia, así que se encaminaron hacia el parque.
El
Parque Miller le debía su nombre a un antiguo Ministro de Invierno, que había
convertido Norte en capital de los Jardines y prácticamente la había
reconstruido entera, pues dos siglos y medio atrás la ciudad era un nido de
enfermedades y pobreza.
Era uno
de los parques más bonitos que Freesia había visto en su vida, de los pocos que
había tenido ocasión de visitar. Suponía que los parques en el Jardín de
Primavera serían especialmente bonitos, pues las flores allí abundaban, de
todas las formas, tamaños, y colores. Pero ella nunca había estado en ninguna
parte de aquel jardín, así que el Parque Miller le parecía una maravilla.
Estaba a
las afueras de la ciudad, y era enorme. Estaba formado de vastas extensiones de
hierba verde oscura y bien cuidada, casi siempre cubierta por una capa de
escarcha que hacía que resplandeciera. Los árboles abundaban, y pequeñas plazas
con bancos de madera se desperdigaban por todos lados sin orden. Como todo en
la ciudad, el Parque Miller estaba cubierto de luces brillantes y blancas, que
colgaban de los árboles en cadenas serpenteantes o adornaban los postes de los
cenadores que se encontraban junto al pequeño lago que ocupaba el centro del
parque.
-¿Cómo
cruzamos la valla?-preguntó Acacia cuando llegaron a su destino. El parque
estaba rodeado de una verja negra que no llegaba a los dos metros de altura.
-Pues
saltando.-respondió Fresno, que se había adelantando al resto y ya posaba
un pie en uno de los salientes de la
verja, comprobando su estabilidad.
-Vamos,
Freesia, tú primero.-le dijo Olmo, dándole una palmada en la espalda para que
se acercara a donde estaba Fresno.
-¿Por
qué?-preguntó ella, algo asustada ante la idea de tener que escalar la valla, a
pesar de que no era muy alta.
-Pues
porque eres una enana, y hay que darte impulso.-le respondió Fresno con tono
burlón antes de alzarla por la cintura.
Freesia
ahogó un grito y se agarró a las barras metálicas, que estaban muy frías. A
duras penas, y con la ayuda de Fresno, consiguió poner los pies en el suelo de
césped del parque. Cuando todos sus amigos hubieron saltado, le dijo a Fresno:
-A ver
si te crees que no me he dado cuenta de lo que has tocado por “accidente”
cuando me ayudabas a saltar.-intentó mostrarse enfadada, pero no lo consiguió.
Fresno se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros.
-Esa
cara que tienes de no haber roto un plato en tu vida no te va a servir de
mucho.- Freesia entonces soltó una carcajada y le tendió una mano a su amigo.
Fresno
le cogió la mano y los dos juntos echaron a correr por la hierba detrás de sus
amigos, que ya se habían puesto en marcha.
-¡Mirad!-exclamó
Zinnia, y se tiró al suelo y empezó a rodar por una pequeña colina, sus rizos
castaño claro llenos de briznas verdes y riéndose a carcajadas.
Acacia
se apresuró a seguirla y en un momento estaban las dos al pie de la colina,
agarrándose el estómago de tanto reír.
-Yo
quiero probar eso.-le dijo Fresno a Freesia.-¿Te apuntas?
Freesia
negó con la cabeza, pero de repente estaba rodando colina abajo, riendo como
una estúpida y mojándose la ropa.
Y de
repente estaba saltando, alegre, por los montículos de hierba, entre los
árboles, al lado del lago, subida en los bancos. Y de repente era feliz.
Cantaban y saltaban, y reían, y volvían a saltar. Hacían ruido, sin preocuparse
que alguien pudiera verlos u oírlos. Freesia estaba viviendo por y para el
momento, y se sentía libre.
La noche
estaba despejada, y la luna brillaba, redonda, en el cielo oscuro, iluminando
todo el parque.
Se
sentaron en un círculo y Fresno le susurró al oído:
-¿A que
ha sido una buena idea?
Freesia
asintió con una sonrisa tonta.
-¡Bueno!-exclamó
Acacia, golpeando el suelo con las palmas de las manos.-Es el cumpleaños de
Freesia. Vamos a cantarle algo, ¿no?
-¡Teníamos
que haber comprado una tarta!-exclamó Geranio.
-Sí, claro,
otra.-dijo Zinnia con sarcasmo.-Creo que he tenido suficiente con la de la
fiesta. Un poco más y el estómago me estalla.
-¡Nos
estamos desviando!-gritó Acacia.-¡Vamos a cantar, venga!
Y todos
cantaron una de esas canciones infantiles de cumpleaños, incluso Freesia,
aunque fuera dirigida a ella. Y luego se aplaudieron a sí mismos, y volvieron a
quedarse en silencio. Tan sólo se escuchaba el ulular de algún búho y el
murmullo del agua del lago.
-Me
pregunto…-dijo Freesia.-Me pregunto qué tiene de malo que hagamos esto. ¿Por
qué está prohibido?
-Supongo
que así se aseguran que no pasen cosas raras por las noches. Robos, atracos, y
eso. Al menos, eso es lo que me ha dicho siempre mi madre.-dijo Olmo.
-Yo creo
que más bien, lo que quieren es tenernos a todos controlados.-argumentó Fresno.
-¿Y por
qué iban a querer tenernos controlados? Ni que fuéramos animales o algo
así.-dijo Geranio, pero Fresno se encogió de hombros.
El
silencio volvió a reinar. Todos estaban pensando en lo que acababa de decir
Fresno. ¿Controlados? ¿Para qué?
-Eh.-dijo
Acacia, para romper un poco la tensión que se había creado en el ambiente.-Yo
quiero una de esas.
La chica
señaló a uno de los farolillos redondos que colgaba de los árboles, que en ese
momento estaba apagado.
-¡Acacia,
es alumbrado público!-exclamó Geranio, cuando vio a su amiga levantarse y
dirigirse hacia el abeto más cercano.
-¿Y
qué?-Acacia empezó a juguetear con los cables hasta que consiguió su
objetivo.-Ajá. Tener un papá electricista siempre viene bien.
Nadie
dijo nada. Freesia no pudo evitar empezar a reírse, y todos la siguieron,
contagiados. La chica respiró el aire nocturno. Pocas veces se había sentido
tan bien como en aquel momento. No estaban haciendo nada especial. Simplemente,
hablaban, y se divertían. Pero, en mayor o menor medida, aquella noche habían
desobedecido, habían hecho lo que habían querido, y eran, por así decirlo,
libres. Y esto era lo que más satisfacía a Freesia.
A su
lado, Fresno se había puesto en pie.
-¿Vienes
a dar un paseo, F?-estaba claro que los demás no estaban invitados. Freesia se
detuvo a pensárselo. Estaba claro lo que tenía planeado su amigo, pero ella no
quería nada extraño. Aún así, asintió con la cabeza y se levantó.
Se
alejaron del grupo y tomaron un camino que bordeaba el lago. Todo a su
alrededor estaba oscuro y en silencio, y los rayos de la brillante luna se
reflejaban en la superficie cristalina del agua, dándole un resplandor
blanquecino al rostro de Fresno. Vaya, verdaderamente era guapo. ¿Por qué razón
estaría interesado en Freesia? Ella era guapa, sí, pero tampoco era toda una belleza,
y menos con aquel corte de pelo improvisado que Azucena había intentado
arreglar con horquillas y gomina. El problema era que Freesia no estaba segura
de sus sentimientos hacia su amigo. Sabía que si salía con él la cosa acabaría
mal. Fresno se encapricharía enseguida con otra y la dejaría tirada. Pero no
podía evitar sentirse algo atraída hacia la idea.
-Bonito,
¿eh?-le dijo el chico, para romper el hielo.
Freesia
asintió, desviando la mirada hacia el horizonte.
-Ha sido
buena idea venir.-dijo Freesia.-Gracias.
Fresno
le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella no se apartó.
Caminaron
en silencio a lo largo del camino, hasta llegar a una bifurcación que
continuaba hasta la salida del parque o se internaba en un pequeño bosque de
abetos. Fueron por el bosque.
-Yo
antes venía aquí con mi abuela.-dijo Fresno melancólico, cuando atravesaban el
laberíntico sendero que serpenteaba alrededor de los árboles.-Por las tardes.
Siempre me contaba historias, me decía que entre las ramas de los árboles se
escondían duendes. Y yo venía luego solo, por las mañanas, a buscarlos. Pero
nunca los encontraba, obviamente. Pero aún así me iba a casa feliz, porque me
sentía poseedor de un secreto especial.
Freesia
no pudo hacer otra cosa que sonreír ante la anécdota.
-Vaya,
no sé porque te estoy contando esto. Parezco imbécil. Nunca… Le he contado esto
a ninguna chica.
-A mí no
me engañas con eso, guapo. El cuento de siempre, de que soy especial. Eso
resérvatelo para Angélica.
-¿Estás
celosa? ¡Estás celosa!
Freesia
negó con la cabeza con vehemencia.
-Vamos,
F. Sólo te quiero a ti. Incluso con eso que te has hecho en el pelo.
Freesia
miró a Fresno y alzó una ceja.
-¿Y así
pretendes gustarme? Vaya cosas más bonitas que me dices.
-Sólo
estoy siendo sincero.
-Ya,
bueno, pues si ahora todos vamos de sinceros, te ha salido un grano en la
frente que parece que vas a mutar a unicornio.
Fresno
se rio, pero luego se cruzó de brazos, fingiendo estar enfadado.
-¿Quieres
que nos saquemos defectos?-le preguntó.
-¿Por
qué no?-dijo ella.- Te toca.
Fresno
se acarició la barbilla.
-Vale.
No eres graciosa. Tus chistes dan pena.
Freesia
le golpeó un hombro.
-¡Eh! ¡A
mis amigos del Jardín de Verano les gustaban!
-Eso decían,
porque te querían mucho como para decirte la verdad. No eres graciosa, lo tuyo
no es hacer reír. Pero cantas muy bien.
-¿Ah,
sí? ¿Y cuándo me has oído tú a mí cantar? No suelo hacerlo en público.
Fresno
se encogió de hombros, sin querer darle demasiada importancia al asunto.
-Vale.-dijo
Freesia.-Me toca. Eres… Un mujeriego.
Ante el
comentario, Fresno se echó a reír con fuerza.
-A mí no
me hace tanta gracia. Es la verdad.
-¿Y cómo
sabes eso?
-Te
conozco desde que llegué. Has tenido incontables novias. En dos años. Y no eras
capaz de querer a ninguna, las engañabas. Simplemente… Te aprovechabas de
ellas.
Fresno
paró de reírse y miró a Freesia con severidad.
-¿Eso
piensas?
Freesia
asintió, muy despacio.
-Entonces,
puede que sea verdad. Puede que lo que tenga contigo se me pase pronto.
Un
pinchazo atravesó a Freesia cuando el chico pronunció aquella frase. Sabía que
era así, pero oírselo decir, con esa seguridad… Había guardado la tonta
esperanza de ser ella la excepción, que gracias a ella, él cambiaría. Freesia
estaba a punto de irse de allí corriendo cuando Fresno volvió a hablar.
-Sin
embargo, F… Seguramente no me creas. He de admitir que he usado este discurso
con otras chicas antes. Pero esta vez es distinto. Sé que no me creerás. Y lo
que te voy a decir ahora, no se lo he dicho a ninguna otra chica antes.
Freesia
era un matojo de sentimientos contradictorios en su interior. Se le estaba
declarando, y ella quería creerle, quería creer que ella era distinta.
-Freesia.-pronunció
su nombre completo por primera vez.-Yo… Te…
A
Freesia le latía el corazón desbocado en el pecho. Pero, de pronto, escucharon
unos gritos. Fresno se sobresaltó y rodeó a la chica con los brazos casi por
instinto.
-¿Qué ha
sido eso?-preguntó Freesia, asustada. Los habían visto. Estaban perdidos. Pero,
los gritos… Parecían de muchas personas más, y no provenían del lugar donde
habían dejado a sus amigos.
-Vamos,
F, tenemos que irnos.-dijo Fresno, agarrándola de la mano, y tirando de ella
hacia la salida del bosquecillo.
Los
gritos se habían hecho más audibles, y junto a ellos, se empezaban a oír
pequeñas explosiones. Freesia estaba paralizada y miró a Fresno, que se había
quedado parado con la boca abierta y la mirada fija en las luces que se
divisaban en la distancia. Parecían antorchas.
-¡Vamos,
F!-casi con brusquedad, Fresno tiró del brazo de la chica.
-¡No!-exclamó
Freesia.-¡Lo que sea que viene, viene hacia aquí! ¡Tenemos que ir en dirección contraria!
Fresno
no se paró siquiera a recapacitar, cambió de dirección y se internaron en el
bosque. Corrieron y corrieron, y se empezaron a oír las voces y los gritos más
cercanos, acompañados de disparos. ¡Disparos! Freesia no había tenido más miedo
en toda su vida.
Los
árboles se arremolinaban a su alrededor, infinitos. Tropezaron y las ramas le
cortaban los brazos y las piernas. El bosque parecía no acabarse nunca. La
frenética carrera parecía no tener fin. A Freesia le daba vueltas la cabeza, y
se creía en una pesadilla.
Y
entonces fue cuando llegaron las llamas. Al principio, en la distancia, y
luego, devorando rápidamente las hojas y acercándose a ellos con peligrosa
rapidez.
-¿¡Qué
está pasando?!-exclamó Fresno.-¡Están quemando el bosque!
El humo
había empezado a llegar y los ojos de Freesia comenzaron a llenarse de
lágrimas. Tosió con fuerza. No podía correr tan rápido como quisiera, y Fresno
casi la llevaba a rastras.
-¡Vamos!
¡Tenemos que salir!
Así que,
a duras penas, siguió moviendo sus piernas casi automáticamente. Y, por fin, el
bosque se acabó, y salieron a cielo abierto. Sin pararse a mirar atrás,
recorrieron los veinte metros que quedaban hasta la valla del parque y la
treparon torpemente hasta aterrizar al otro lado. Sin aún tener tiempo a recuperar
el aliento, se incorporaron como pudieron y echaron a correr hasta poner por
medio la mayor distancia entre ellos y el parque, y el bosque en llamas. Ya en
una pequeña colina junto a los suburbios de la ciudad, pararon y se giraron.
Todo
ardía. El pequeño bosque centelleaba frente a ella. Y más allá pudo ver a
gente, gente con antorchas quemándolo todo, gritando, maldiciendo y haciendo
ruido. Freesia, sin poder aguantarlo más, se tiró de rodillas al suelo y
comenzó a llorar. Fresno se puso a su lado y la abrazó con fuerza.
-Tenemos
que volver a casa.-dijo Freesia, después de calmarse. La gente empezaba a
arremolinarse en las ventanas de la casas, alertados por el caos que reinaba en
el parque.
-Sí.-le
dijo Fresno.
Y así,
abrazados, se alejaron.
-¡Vete,
Azucena, déjame en paz!-Freesia tiró un cojín con enfado a la puerta de su habitación,
detrás de la cual su prima mayor golpeaba con insistencia la madera y gritaba
que abriera y la dejara pasar.
-¡Vamos,
Freesia! ¿Qué pasó ayer en la fiesta? ¿Estás bien?
-¡Vete!-gritó
la chica, y escondió la cara entre las sábanas de la cama.
Después
de unos gritos más, Azucena se dio por vencida y dejó sola a Freesia.
Sonó el
teléfono. No tenía ganas de cogerlo, pero cambió de idea cuando vio que el que
llamaba era Fresno.
-¿Cómo
estás?-le preguntó el chico al otro lado de la línea.
-Mal. ¿Y
tú?
-Pues
igual. ¿Has visto las noticias de este mediodía?
-No.-Desde
que había llegado de madrugada a su casa, no había abandonado su habitación todavía,
sin querer enfrentarse al mundo real.-¿Qué han dicho?
-Han
quemado todo el parque, F. El parque entero.
Freesia
ahogó un sollozo al recordar la situación de la noche anterior.
-¿Cómo
están los demás?
-Bien.
Al parecer, nosotros éramos los que más cerca estábamos cuando los atacantes
llegaron. Se fueron a casa en cuanto oyeron gritos, por si alguien los había visto.
Silencio.
Freesia estaba sin palabras.
-Todo
esto es una mierda, F.-dijo Fresno con amargura. Se notaba que había estado
llorando, aunque su naturaleza de hombre le obligara a ocultarlo.-En las
noticias han dicho… Que eran terroristas… Gente que quiere atentar contra los
Jardines. Y arrestaron a bastantes pero… Muchos están aún sueltos. ¿Y si…? ¿Y si
vuelven a atacarnos? Nadie se esperaba esto. Nunca. Nunca. Nunca. Ha ocurrido nada
de esto. El mundo se ha vuelto loco. Y tú has tenido que vivirlo. Y todo es mi culpa.
Mi culpa. Si no… Si no hubiéramos salido… Lo siento, F… Si…
-Basta.-le
interrumpió Freesia, a la que tanta verborrea estaba empezando a causarle dolor
de cabeza.-Tan sólo… Quiero verte. ¿Puedes venir a verme?
-¿Ahora?
-Ahora.
Silencio.
-Está bien.
Llego en cinco minutos. Sobrevive hasta entonces.
Freesia colgó
el teléfono y se llevó las manos a la cabeza. Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa.
Primero, lo de Áloe, y ahora, aquello. Sin pensar en lo de Zache. Se preguntó si
Fresno no andaría tan desencaminado y el mundo se había vuelto loco. Quizá se estaba
desmoronando y se iba acabar, de una vez por todas.
Bien, pensado,
estaría bien que lo hiciera.
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