sábado, 8 de diciembre de 2012

Capítulo 12: Laberintos y puertas cerradas


Freesia observaba desde un rincón poco iluminado como la gente a su alrededor bailaba al ritmo de una música bastante pegadiza, comía y reía y seguía bailando, y se abrazaba, se besaba, bebía y seguía bailando. Parecían pasárselo realmente bien. Ella lo había pasado estupendamente también, al menos en un primer momento. Pero eran las tres de la madrugada, ya había soplado las velas y los regalos descansaban ahora sobre la gran mesa del comedor, los bonitos envoltorios rasgados y esparcidos por la alfombra.
Al final habían resultado ser más de doscientas personas, como había dicho Áloe. ¿De dónde había salido tanta gente?
Suspiró. Estaba cansada y le dolían los pies. Ya había rechazado la propuesta de Fresno Temple de bailar tres veces aquella noche, y ahora veía al chico muy pegadito a una chica rubia. Freesia pensó que su amigo no había perdido el tiempo.
Áloe se había ido a la cama pronto, después de abrir los regalos, un poco antes de medianoche. Tenía que guardar reposo. Desde su ataque de hacía apenas unos días, había estado en muy baja forma, y el doctor Lehner le había dado la baja médica aquella misma mañana. Freesia aún seguía como en un estado de shock respecto a ese tema, sin creerse aún que su prima… No, se obligó a no pensar en ello. Era su fiesta de cumpleaños. Tenía que dejar los problemas aparte, se lo había prometido a Áloe, a cambio de que ésta bajara con ella a la fiesta. Le había prometido que lo pasaría bien y se divertiría, olvidándose de todo por un rato. Y lo había hecho. Al menos, hasta que su prima se había retirado a su habitación.
En ese mismo momento, Freesia no era la viva imagen de la alegría y el jolgorio. Estaba más bien apartada de todo el mundo, y ni siquiera sonreía un poco. Vio que por lo menos Azucena estaba pasando un buen rato. La chica parecía el alma de la fiesta. Si bailaba, todo el mundo lo hacía con ella; si cantaba, todo el mundo le hacía los coros. Parecía que era ella la cumpleañera, en lugar de Freesia.
Miró su vaso con cierta melancolía. Aquella extraña bebida azul que su prima Pernetia le había servido aún estaba intacta, y se le había calentado entre las manos. Ahora parecía aún menos apetecible que antes, así que se levantó para tirarla o dejarla en alguna de las mesas. Cuando se dirigía hacia uno de los cubos de basura, alguien la agarró por el brazo, lo que hizo que se sobresaltara y casi derramara toda la bebida sobre su nuevo y despampanante vestido.
-¡Eh, ten más cuidado!-le espetó a quien quiera que fuera el desconsiderado que había tenido tan poco tacto. Se giró y vio que el susodicho no era otro que Fresno Temple.
-Fresno, no voy a bailar contigo. Creo que es la trigésima vez que te lo repito.
El chico le sonrió, lo que hizo que Freesia se ruborizase. Fresno tenía una sonrisa muy bonita.
-Creo que sólo la cuarta. Además, no vengo por eso.
Freesia se cruzó de brazos y alzó una ceja.
-¿Ah, no? ¿Es que tu nueva novia se ha dado cuenta de lo pesado que eres y se ha marchado con otra?
Fresno soltó una carcajada y se giró para echarle un vistazo a la chica rubia. Luego volvió a mirar a Freesia y negó con la cabeza.
-¿Angélica?
-Sí. Antes estabas pegado a ella como una lapa.
-Ella es sólo una amiga.-se acercó mucho a Freesia, y ésta se alejó un paso.- Sabes que para mí eres la única, F.
-Anda, déjame en paz.-dijo la chica, pero sin poder reprimir una sonrisa.
Se suponía que entre ellos sólo había amistad. Freesia había perdido la cuenta de cuántas veces le había rechazado ya. Azucena siempre le echaba esto en cara. Fresno Temple era el chico más guapo de su curso, quizá de toda la escuela, y todas las chicas querrían ser su novia. Todas, excepto Freesia, que conocía suficiente a Fresno como para saber cómo era en cuanto a relaciones.
-Pues venía a proponerte algo que te va a parecer genial. Pero si prefieres quedarte ahí sentada durante tu fiesta como una aburrida, allá tú.
Freesia  puso los ojos en blanco.
-¿A ver, qué es lo absolutamente maravilloso que me vas a proponer?
Fresno aplaudió como un niño pequeño.
-No te emociones, aún no he dicho que sí.
-Está bien. Algunos amigos y yo hemos pensado que sería genial… Bueno, a ver, esta fiesta está muy bien… Pero… ¿Te gustaría salir fuera? A la ciudad.
-¿Estás loco? No podemos. Hace dos horas que se pasó el toque de queda y si alguien nos ve…
Fresno amplió su sonrisa.
-¡Ajá! Te gustaría venir, pero tienes miedo de que nos pillen. Tranquila, no lo harán.
-¡Fresno! ¡Podríamos ir…! ¡Podríamos ir a la cárcel!
El chico se rio con burla.
-¡F, no te pongas melodramática! Si arrestaran a todos los que se saltan el toque de queda, créeme, habría más gente en la cárcel que en la calle.
-Anda, no seas exagerado. Y no voy a ir.
Fresno se cruzó de brazos e hizo un puchero.
Freesia se moría de ganas de ir con él. Bueno, con ellos. Pero sabía que era demasiado arriesgado. Si Iris se enterara, la castigaría de por vida, y no quería ni imaginarse lo que pasaría si alguien los viera fuera. Las reglas eran estrictas. Nadie, a menos de que tuviera un permiso especial, podía permanecer en las calles de la ciudad a partir de medianoche y hasta que amaneciera. Cuando la fiesta acabara todo el mundo cogería sus coches para irse a casa, y hasta para esto habían tenido que pedir permiso al Ayuntamiento.
-¿Quiénes iríamos?
Fresno volvió a aplaudir.
-¡Te estás incluyendo, quiere decir que vendrás! ¡Genial!
-Pero… Pero estaremos aquí en una hora, como mucho. Y sin hacer locuras.
Fresno alzó los dos pulgares.
-¡Sí, señora! Vete a cambiar y te esperamos en la puerta del jardín de atrás.
Freesia asintió con la cabeza y desapareció escaleras arriba sin que nadie se diera cuenta, debido al creciente alboroto originado por la fiesta.
No se podía creer lo que estaba a punto de hacer. ¡Iba a saltarse las reglas! Estaba aterrada. Pero se sentía muy bien. Por una vez en mucho tiempo, se sentía libre.

-Eso de las patrullas nocturnas es la mayor patraña jamás inventada.-afirmó uno de los chicos que iba con ellos, Geranio Lindberg, cuando se dirigían a la verja del jardín trasero.-Mi hermano ha salido muchísimas veces, y dice que nunca ha visto una.
Eran todos amigos de Freesia, y la mayoría iban con ella a clase. Eran sólo seis, tres chicos y tres chicas. Estaban Fresno y ella, Geranio, Acacia Flynn, Olmo Windflower y Zinnia Evers.
-Tu hermano es idiota.-le espetó Acacia.-No es que nos podamos fiar demasiado de su veredicto.
-Sí, la verdad es que un poco idiota sí que es. –admitió Geranio.-Pero míralo por el lado bueno: si él es un imbécil y no le han pillado, no creo que nos pillen a nosotros, ¿no?
-Tiene sentido.-dijo Acacia, ladeando la cabeza.
Freesia se mantenía callada. Estaba muy nerviosa. Fresno se dio cuenta y le pasó un brazo por los hombros a la chica.
-Tranquilízate, F, no va a pasar nada.
-Que esté preocupada no te da derecho a tocarme más de lo necesario, F.-le dijo Freesia al chico en tono burlón cuando este acercó su mano a su rostro para apartarle un cabello rebelde que le cubría parte del ojo derecho.
Fresno rio, y se detuvieron al llegar a la verja. Freesia sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y salieron al exterior.
La noche era cálida. Al menos, todo lo cálida que podía serlo en el Jardín de Invierno, que básicamente significaba que no iba a helar. Freesia sólo llevaba una sudadera y unos vaqueros, pero sus amigos seguían en sus trajes de fiesta, y se preguntó si las chicas no se estarían congelando con aquellos vestidos cortos.
-Estamos fuera.-dijo Zinnia, cuando se detuvieron los seis a contemplar las luces silenciosas de la ciudad, al final de la calle.
-¿A dónde vamos?-preguntó Freesia, que instintivamente se había agarrado al brazo de Fresno con fuerza.
-Yo creo que lo más inteligente sería alejarse un poco del centro.-dijo Olmo.-¿Queréis que vayamos al Parque Miller? Siempre está lleno de gente y sería genial estar nosotros solos, ¿no?
Zinnia, Acacia y Geranio estuvieron de acuerdo. A Freesia le daba igual, y Fresno haría lo que hiciera Freesia, así que se encaminaron hacia el parque.

El Parque Miller le debía su nombre a un antiguo Ministro de Invierno, que había convertido Norte en capital de los Jardines y prácticamente la había reconstruido entera, pues dos siglos y medio atrás la ciudad era un nido de enfermedades y pobreza.
Era uno de los parques más bonitos que Freesia había visto en su vida, de los pocos que había tenido ocasión de visitar. Suponía que los parques en el Jardín de Primavera serían especialmente bonitos, pues las flores allí abundaban, de todas las formas, tamaños, y colores. Pero ella nunca había estado en ninguna parte de aquel jardín, así que el Parque Miller le parecía una maravilla.
Estaba a las afueras de la ciudad, y era enorme. Estaba formado de vastas extensiones de hierba verde oscura y bien cuidada, casi siempre cubierta por una capa de escarcha que hacía que resplandeciera. Los árboles abundaban, y pequeñas plazas con bancos de madera se desperdigaban por todos lados sin orden. Como todo en la ciudad, el Parque Miller estaba cubierto de luces brillantes y blancas, que colgaban de los árboles en cadenas serpenteantes o adornaban los postes de los cenadores que se encontraban junto al pequeño lago que ocupaba el centro del parque.
-¿Cómo cruzamos la valla?-preguntó Acacia cuando llegaron a su destino. El parque estaba rodeado de una verja negra que no llegaba a los dos metros de altura.
-Pues saltando.-respondió Fresno, que se había adelantando al resto y ya posaba un  pie en uno de los salientes de la verja, comprobando su estabilidad.
-Vamos, Freesia, tú primero.-le dijo Olmo, dándole una palmada en la espalda para que se acercara a donde estaba Fresno.
-¿Por qué?-preguntó ella, algo asustada ante la idea de tener que escalar la valla, a pesar de que no era muy alta.
-Pues porque eres una enana, y hay que darte impulso.-le respondió Fresno con tono burlón antes de alzarla por la cintura.
Freesia ahogó un grito y se agarró a las barras metálicas, que estaban muy frías. A duras penas, y con la ayuda de Fresno, consiguió poner los pies en el suelo de césped del parque. Cuando todos sus amigos hubieron saltado, le dijo a Fresno:
-A ver si te crees que no me he dado cuenta de lo que has tocado por “accidente” cuando me ayudabas a saltar.-intentó mostrarse enfadada, pero no lo consiguió. Fresno se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros.
-Esa cara que tienes de no haber roto un plato en tu vida no te va a servir de mucho.- Freesia entonces soltó una carcajada y le tendió una mano a su amigo.
Fresno le cogió la mano y los dos juntos echaron a correr por la hierba detrás de sus amigos, que ya se habían puesto en marcha.
-¡Mirad!-exclamó Zinnia, y se tiró al suelo y empezó a rodar por una pequeña colina, sus rizos castaño claro llenos de briznas verdes y riéndose a carcajadas.
Acacia se apresuró a seguirla y en un momento estaban las dos al pie de la colina, agarrándose el estómago de tanto reír.
-Yo quiero probar eso.-le dijo Fresno a Freesia.-¿Te apuntas?
Freesia negó con la cabeza, pero de repente estaba rodando colina abajo, riendo como una estúpida y mojándose la ropa.
Y de repente estaba saltando, alegre, por los montículos de hierba, entre los árboles, al lado del lago, subida en los bancos. Y de repente era feliz. Cantaban y saltaban, y reían, y volvían a saltar. Hacían ruido, sin preocuparse que alguien pudiera verlos u oírlos. Freesia estaba viviendo por y para el momento, y se sentía libre.
La noche estaba despejada, y la luna brillaba, redonda, en el cielo oscuro, iluminando todo el parque.
Se sentaron en un círculo y Fresno le susurró al oído:
-¿A que ha sido una buena idea?
Freesia asintió con una sonrisa tonta.
-¡Bueno!-exclamó Acacia, golpeando el suelo con las palmas de las manos.-Es el cumpleaños de Freesia. Vamos a cantarle algo, ¿no?
-¡Teníamos que haber comprado una tarta!-exclamó Geranio.
-Sí, claro, otra.-dijo Zinnia con sarcasmo.-Creo que he tenido suficiente con la de la fiesta. Un poco más y el estómago me estalla.
-¡Nos estamos desviando!-gritó Acacia.-¡Vamos a cantar, venga!
Y todos cantaron una de esas canciones infantiles de cumpleaños, incluso Freesia, aunque fuera dirigida a ella. Y luego se aplaudieron a sí mismos, y volvieron a quedarse en silencio. Tan sólo se escuchaba el ulular de algún búho y el murmullo del agua del lago.
-Me pregunto…-dijo Freesia.-Me pregunto qué tiene de malo que hagamos esto. ¿Por qué está prohibido?
-Supongo que así se aseguran que no pasen cosas raras por las noches. Robos, atracos, y eso. Al menos, eso es lo que me ha dicho siempre mi madre.-dijo Olmo.
-Yo creo que más bien, lo que quieren es tenernos a todos controlados.-argumentó Fresno.
-¿Y por qué iban a querer tenernos controlados? Ni que fuéramos animales o algo así.-dijo Geranio, pero Fresno se encogió de hombros.
El silencio volvió a reinar. Todos estaban pensando en lo que acababa de decir Fresno. ¿Controlados? ¿Para qué?
-Eh.-dijo Acacia, para romper un poco la tensión que se había creado en el ambiente.-Yo quiero una de esas.
La chica señaló a uno de los farolillos redondos que colgaba de los árboles, que en ese momento estaba apagado.
-¡Acacia, es alumbrado público!-exclamó Geranio, cuando vio a su amiga levantarse y dirigirse hacia el abeto más cercano.
-¿Y qué?-Acacia empezó a juguetear con los cables hasta que consiguió su objetivo.-Ajá. Tener un papá electricista siempre viene bien.
Nadie dijo nada. Freesia no pudo evitar empezar a reírse, y todos la siguieron, contagiados. La chica respiró el aire nocturno. Pocas veces se había sentido tan bien como en aquel momento. No estaban haciendo nada especial. Simplemente, hablaban, y se divertían. Pero, en mayor o menor medida, aquella noche habían desobedecido, habían hecho lo que habían querido, y eran, por así decirlo, libres. Y esto era lo que más satisfacía a Freesia.
A su lado, Fresno se había puesto en pie.
-¿Vienes a dar un paseo, F?-estaba claro que los demás no estaban invitados. Freesia se detuvo a pensárselo. Estaba claro lo que tenía planeado su amigo, pero ella no quería nada extraño. Aún así, asintió con la cabeza y se levantó.
Se alejaron del grupo y tomaron un camino que bordeaba el lago. Todo a su alrededor estaba oscuro y en silencio, y los rayos de la brillante luna se reflejaban en la superficie cristalina del agua, dándole un resplandor blanquecino al rostro de Fresno. Vaya, verdaderamente era guapo. ¿Por qué razón estaría interesado en Freesia? Ella era guapa, sí, pero tampoco era toda una belleza, y menos con aquel corte de pelo improvisado que Azucena había intentado arreglar con horquillas y gomina. El problema era que Freesia no estaba segura de sus sentimientos hacia su amigo. Sabía que si salía con él la cosa acabaría mal. Fresno se encapricharía enseguida con otra y la dejaría tirada. Pero no podía evitar sentirse algo atraída hacia la idea.
-Bonito, ¿eh?-le dijo el chico, para romper el hielo.
Freesia asintió, desviando la mirada hacia el horizonte.
-Ha sido buena idea venir.-dijo Freesia.-Gracias.
Fresno le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella no se apartó.
Caminaron en silencio a lo largo del camino, hasta llegar a una bifurcación que continuaba hasta la salida del parque o se internaba en un pequeño bosque de abetos.  Fueron por el bosque.
-Yo antes venía aquí con mi abuela.-dijo Fresno melancólico, cuando atravesaban el laberíntico sendero que serpenteaba alrededor de los árboles.-Por las tardes. Siempre me contaba historias, me decía que entre las ramas de los árboles se escondían duendes. Y yo venía luego solo, por las mañanas, a buscarlos. Pero nunca los encontraba, obviamente. Pero aún así me iba a casa feliz, porque me sentía poseedor de un secreto especial.
Freesia no pudo hacer otra cosa que sonreír ante la anécdota.
-Vaya, no sé porque te estoy contando esto. Parezco imbécil. Nunca… Le he contado esto a ninguna chica.
-A mí no me engañas con eso, guapo. El cuento de siempre, de que soy especial. Eso resérvatelo para Angélica.
-¿Estás celosa? ¡Estás celosa!
Freesia negó con la cabeza con vehemencia.
-Vamos, F. Sólo te quiero a ti. Incluso con eso que te has hecho en el pelo.
Freesia miró a Fresno y alzó una ceja.
-¿Y así pretendes gustarme? Vaya cosas más bonitas que me dices.
-Sólo estoy siendo sincero.
-Ya, bueno, pues si ahora todos vamos de sinceros, te ha salido un grano en la frente que parece que vas a mutar a unicornio.
Fresno se rio, pero luego se cruzó de brazos, fingiendo estar enfadado.
-¿Quieres que nos saquemos defectos?-le preguntó.
-¿Por qué no?-dijo ella.- Te toca.
Fresno se acarició la barbilla.
-Vale. No eres graciosa. Tus chistes dan pena.
Freesia le golpeó un hombro.
-¡Eh! ¡A mis amigos del Jardín de Verano les gustaban!
-Eso decían, porque te querían mucho como para decirte la verdad. No eres graciosa, lo tuyo no es hacer reír. Pero cantas muy bien.
-¿Ah, sí? ¿Y cuándo me has oído tú a mí cantar? No suelo hacerlo en público.
Fresno se encogió de hombros, sin querer darle demasiada importancia al asunto.
-Vale.-dijo Freesia.-Me toca. Eres… Un mujeriego.
Ante el comentario, Fresno se echó a reír con fuerza.
-A mí no me hace tanta gracia. Es la verdad.
-¿Y cómo sabes eso?
-Te conozco desde que llegué. Has tenido incontables novias. En dos años. Y no eras capaz de querer a ninguna, las engañabas. Simplemente… Te aprovechabas de ellas.
Fresno paró de reírse y miró a Freesia con severidad.
-¿Eso piensas?
Freesia asintió, muy despacio.
-Entonces, puede que sea verdad. Puede que lo que tenga contigo se me pase pronto.
Un pinchazo atravesó a Freesia cuando el chico pronunció aquella frase. Sabía que era así, pero oírselo decir, con esa seguridad… Había guardado la tonta esperanza de ser ella la excepción, que gracias a ella, él cambiaría. Freesia estaba a punto de irse de allí corriendo cuando Fresno volvió a hablar.
-Sin embargo, F… Seguramente no me creas. He de admitir que he usado este discurso con otras chicas antes. Pero esta vez es distinto. Sé que no me creerás. Y lo que te voy a decir ahora, no se lo he dicho a ninguna otra chica antes.
Freesia era un matojo de sentimientos contradictorios en su interior. Se le estaba declarando, y ella quería creerle, quería creer que ella era distinta.
-Freesia.-pronunció su nombre completo por primera vez.-Yo… Te…
A Freesia le latía el corazón desbocado en el pecho. Pero, de pronto, escucharon unos gritos. Fresno se sobresaltó y rodeó a la chica con los brazos casi por instinto.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó Freesia, asustada. Los habían visto. Estaban perdidos. Pero, los gritos… Parecían de muchas personas más, y no provenían del lugar donde habían dejado a sus amigos.
-Vamos, F, tenemos que irnos.-dijo Fresno, agarrándola de la mano, y tirando de ella hacia la salida del bosquecillo.
Los gritos se habían hecho más audibles, y junto a ellos, se empezaban a oír pequeñas explosiones. Freesia estaba paralizada y miró a Fresno, que se había quedado parado con la boca abierta y la mirada fija en las luces que se divisaban en la distancia. Parecían antorchas.
-¡Vamos, F!-casi con brusquedad, Fresno tiró del brazo de la chica.
-¡No!-exclamó Freesia.-¡Lo que sea que viene, viene hacia aquí!  ¡Tenemos que ir en dirección contraria!
Fresno no se paró siquiera a recapacitar, cambió de dirección y se internaron en el bosque. Corrieron y corrieron, y se empezaron a oír las voces y los gritos más cercanos, acompañados de disparos. ¡Disparos! Freesia no había tenido más miedo en toda su vida.
Los árboles se arremolinaban a su alrededor, infinitos. Tropezaron y las ramas le cortaban los brazos y las piernas. El bosque parecía no acabarse nunca. La frenética carrera parecía no tener fin. A Freesia le daba vueltas la cabeza, y se creía en una pesadilla.
Y entonces fue cuando llegaron las llamas. Al principio, en la distancia, y luego, devorando rápidamente las hojas y acercándose a ellos con peligrosa rapidez.
-¿¡Qué está pasando?!-exclamó Fresno.-¡Están quemando el bosque!
El humo había empezado a llegar y los ojos de Freesia comenzaron a llenarse de lágrimas. Tosió con fuerza. No podía correr tan rápido como quisiera, y Fresno casi la llevaba a rastras.
-¡Vamos! ¡Tenemos que salir!
Así que, a duras penas, siguió moviendo sus piernas casi automáticamente. Y, por fin, el bosque se acabó, y salieron a cielo abierto. Sin pararse a mirar atrás, recorrieron los veinte metros que quedaban hasta la valla del parque y la treparon torpemente hasta aterrizar al otro lado. Sin aún tener tiempo a recuperar el aliento, se incorporaron como pudieron y echaron a correr hasta poner por medio la mayor distancia entre ellos y el parque, y el bosque en llamas. Ya en una pequeña colina junto a los suburbios de la ciudad, pararon y se giraron.
Todo ardía. El pequeño bosque centelleaba frente a ella. Y más allá pudo ver a gente, gente con antorchas quemándolo todo, gritando, maldiciendo y haciendo ruido. Freesia, sin poder aguantarlo más, se tiró de rodillas al suelo y comenzó a llorar. Fresno se puso a su lado y la abrazó con fuerza.
-Tenemos que volver a casa.-dijo Freesia, después de calmarse. La gente empezaba a arremolinarse en las ventanas de la casas, alertados por el caos que reinaba en el parque.
-Sí.-le dijo Fresno.
Y así, abrazados, se alejaron.

-¡Vete, Azucena, déjame en paz!-Freesia tiró un cojín con enfado a la puerta de su habitación, detrás de la cual su prima mayor golpeaba con insistencia la madera y gritaba que abriera y la dejara pasar.
-¡Vamos, Freesia! ¿Qué pasó ayer en la fiesta? ¿Estás bien?
-¡Vete!-gritó la chica, y escondió la cara entre las sábanas de la cama.
Después de unos gritos más, Azucena se dio por vencida y dejó sola a Freesia.
Sonó el teléfono. No tenía ganas de cogerlo, pero cambió de idea cuando vio que el que llamaba era Fresno.
-¿Cómo estás?-le preguntó el chico al otro lado de la línea.
-Mal. ¿Y tú?
-Pues igual. ¿Has visto las noticias de este mediodía?
-No.-Desde que había llegado de madrugada a su casa, no había abandonado su habitación todavía, sin querer enfrentarse al mundo real.-¿Qué han dicho?
-Han quemado todo el parque, F. El parque entero.
Freesia ahogó un sollozo al recordar la situación de la noche anterior.
-¿Cómo están los demás?
-Bien. Al parecer, nosotros éramos los que más cerca estábamos cuando los atacantes llegaron. Se fueron a casa en cuanto oyeron gritos, por si alguien los había visto.
Silencio. Freesia estaba sin palabras.
-Todo esto es una mierda, F.-dijo Fresno con amargura. Se notaba que había estado llorando, aunque su naturaleza de hombre le obligara a ocultarlo.-En las noticias han dicho… Que eran terroristas… Gente que quiere atentar contra los Jardines. Y arrestaron a bastantes pero… Muchos están aún sueltos. ¿Y si…? ¿Y si vuelven a atacarnos? Nadie se esperaba esto. Nunca. Nunca. Nunca. Ha ocurrido nada de esto. El mundo se ha vuelto loco. Y tú has tenido que vivirlo. Y todo es mi culpa. Mi culpa. Si no… Si no hubiéramos salido… Lo siento, F… Si…
-Basta.-le interrumpió Freesia, a la que tanta verborrea estaba empezando a causarle dolor de cabeza.-Tan sólo… Quiero verte. ¿Puedes venir a verme?
-¿Ahora?
-Ahora.
Silencio.
-Está bien. Llego en cinco minutos. Sobrevive hasta entonces.
Freesia colgó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza. Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Primero, lo de Áloe, y ahora, aquello. Sin pensar en lo de Zache. Se preguntó si Fresno no andaría tan desencaminado y el mundo se había vuelto loco. Quizá se estaba desmoronando y se iba acabar, de una vez por todas.
Bien, pensado, estaría bien que lo hiciera.




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