jueves, 2 de mayo de 2013

Capítulo 17: Improvisar


No hubiera podido decir el tiempo que llevaban andando. Freesia simplemente seguía a su prima a lo largo de estrechos túneles que debían encontrarse bajo el edificio. No habían intercambiado una palabra, tan sólo el gesto de cabeza que Áloe le había dirigido para indicarle que la siguiera.
A Freesia comenzaban a dolerle los pies, y cada vez se hacía más grande la distancia entre su prima y ella, debido al sorprendente ritmo que llevaba la primera. Freesia la seguía a duras penas, pues el cansancio no había desaparecido. Según sus cálculos, ya habría amanecido, aunque no podía asegurarlo. Allí no había ninguna ventana, ni siquiera un pequeño tragaluz que indicara lo avanzado del día, y había olvidado el reloj arriba.
Por fin, Áloe se detuvo y echó un rápido vistazo al techo de piedra sobre su cabeza.
-Es por aquí.-dijo, y se giró hacia Freesia.-Vamos, voy a cogerte en brazos. Quiero que empujes esa palanca de ahí.
Freesia desvió la mirada a donde indicaba el índice de su prima y pudo comprobar que, en efecto, cubierta por capas de moho y óxido, existía allí una especie de trampilla que parecía abrirse por medio de una palanca cubierta de suciedad que apenas podía ser vislumbrada debido a la oscuridad que reinaba. Nadie se hubiera percatado de aquella pequeña puerta. Freesia se dijo que Áloe, de alguna manera u otra, ya conocía aquellos pasadizos. Pero no hizo preguntas y dejó que su prima se agachara para después sentarse sobre sus hombros. Cuando Áloe se levantó, emitió un leve quejido.
-¿Seguro que puedes conmigo?-le preguntó Freesia.
-No seas tonta. Date prisa.
Freesia asintió y tiró de la pequeña palanca hacia ella.
-Así no. Te he dicho que la empujes.
Freesia suspiró e hizo lo que su prima le había indicado. Pero nada, estaba totalmente atascada.
-Es inútil, Áloe.-dijo Freesia después de unos cuantos intentos frustados.
Áloe, cuya cara comenzaba a teñirse de rojo debido al esfuerzo, exclamó, impaciente:
-¡Pues usa eso que sabes hacer!
-¿A qué te refieres?
-¡A tu energía, Freesia, pareces estúpida!
Freesia arrugó la frente.
-No sé si podré hacerlo. Normalmente, me cuesta mucho.
-¡Haz lo que te digo, maldita sea!
Freesia, temiendo que su prima fuera a dejarla caer en cualquier momento, pues cada vez notaba que se tambaleaba con más intensidad, bajó de los hombros de Áloe y volvió al suelo. Luego concentró su mirada en la trampilla.
-Date prisa.-le susurró Áloe.
-Hago lo que puedo.
Trascurrieron al menos diez minutos, pero Freesia no conseguía centrarse lo suficiente. Áloe se movía de un lado a otra, exasperada, trenzándose mechones de pelo nerviosamente y  evitando mirar a Freesia para no distraerla. De repente, la chica bajó los brazos que había alzado hacia la palanca y contempló a su prima, que se quedó parada en silencio.
A decir verdad, Áloe tenía un aspecto terrible. Estaba muy pálida, si es que eso era posible, había perdido pelo y grandes ojeras rodeaban sus ojos azules, enrojecidos y llorosos. Ella, que nunca tenía frío, que casi nunca se abrigaba demasiado, llevaba un abrigo marrón enorme de su madre, que sin embargo no llegaba a cubrirle el brazo entero, y debajo un dos jerséis, sin contar todas las camisetas interiores que debía llevar, además. Su falda le llegaba hasta los tobillos, y se cubría las piernas con unos leotardos gruesos que Freesia reconoció como suyos. Su calzado consistía en unas gruesas botas negras que parecían ser de hombre, aunque Freesia no tenía ni idea de a quién podrían pertenecer. Llevaba guantes, bufanda, orejeras y gorro.
Y sin embargo, temblaba.
Freesia, ataviada aún con el ridículo pijama azul que Oloffson le había dado, y con unas zapatillas de deporte sin calcetines, tenía calor, el ambiente allí abajo era muy húmedo y el sudor se le pegaba a la piel.
Su prima estaba realmente extraña. Cuando terminó de examinarla, Áloe se encogió de hombros.
-¿Y bien? Estoy hecha una mierda, lo sé.
-Áloe… ¿Qué está  pasando?-la interpelada no abrió la boca, sino que se acercó a Freesia lentamente, y la abrazó.
Se quedaron así unos instantes, y luego se separaron.
-Áloe, yo…-Freesia bajó la cabeza y miró al suelo.- Quiero saber si…-Pero ahí dejó de hablar. Su prima no estaba en condiciones de hablar de ello, se lo notaba. Así que Freesia simplemente agradeció que ambas se encontraran bien, y, sin pronunciar palabra, volvió a fijar la vista en la palanca, y, apenas sin esfuerzo, consiguió romperla.
-Muy bien.-musitó Áloe detrás suya.-¿Ves como no era tan difícil? Vamos, te auparé y luego me ayudas tú a subir.
Así lo hicieron, y en menos de un minuto, estuvieron ambas sobre el empedrado de un callejón de la ciudad. Como Freesia había adivinado, el sol ya había salido, y, por su altura, calculó que no pasarían las once. Sin embargo, el callejón permanecía en la oscuridad, cubierto por la gigantesca sombra que proyectaba el edificio que tenían a sus espaldas. Edificio que Freesia ya conocía.
-Vaya, Áloe, si apenas hemos recorrido unos metros.-la especie de internado-cárcel-hospital en el que había residido durante las últimas cuarenta y ocho horas se encontraba peligrosamente cerca.
-Hay que dar muchas vueltas.
-Te conoces bien todos los túneles de la ciudad, ¿no?-Freesia no había olvidado la aventura de hacía casi tres noches, que fue interrumpida por la llamada de Alhelí.
Áloe se encogió de hombros.
-¿Y ahora, qué?
-Hay que esperar.
-¿A qué?
-Tú espera.
Y eso hizo Freesia, dirigiendo miradas nerviosas cada dos por tres al edificio que tenía atrás, aterrada ante la posibilidad de que Oloffson o Eluchans estuvieran observándola desde alguna de las amplias ventanas.
Se moría de impaciencia y tenía millones de preguntas que hacerle a su prima, pero se mantuvo con la boca cerrada. Áloe lo estaba pasando realmente mal, y sin embargo, la ayudaba. Al menos, le debía eso.
Y así llegó el mediodía. Despejado, ni una nube cubría el cielo, y, aunque hacía frío, Freesia no lo notaba. Hacía uno de aquellos días cálidos en el Jardín en los que todo el mundo estaba contento y salía a la calle y a los parques.
-Por fin.-dijo Áloe de repente, con un suspiro.-¡Aquí!
Hizo una señal con la mano a alguien que Freesia no podía ver y en un instante el doctor Lehner, sin bata (cosa rara para Freesia) y con cara de no haber dormido en semanas o meses, estaba delante de ellas.
-Bueno, bueno bueno.-fue lo único que se le ocurrió decir a Freesia. Aquello sí que no se lo esperaba.
-Buenos días a ti también, Freesia.
-Ho-hola.-pero ella no conseguía salir de su asombro. ¿Qué hacia el doctor allí? ¿Había quedado con Áloe? ¿Qué pintaba él en todo aquello?
-Has tardado.-le dijo su prima a Lehner, con sequedad.
-Lo sé. Una paciente me ha retrasado. ¿Está bien?
Áloe asintió.
-Algo descolocada, pero físicamente perfecta.-hablaban de Freesia, otra vez como si ella no se encontrara en el lugar.
-La que no parece bien eres tú. ¿Te has tomado hoy la medicación?
-Ajá. Pero últimamente parece que no me hace efecto.
Freesia miraba alternativamente al doctor Lehner y a su prima, sin saber en qué momento intervenir. Se sentía perdida y aquello le asustaba.
-Es decir, nunca lo ha hecho.-continuó Áloe.-Pero ahora sólo parece que empeoro-se miró de arriba abajo casi con repugnancia, reparando en su abrigo. Luego se estremeció.-Tengo frío.
-Yo, calor.-Freesia no había encontrado mejor momento para hablar, pero aquellas palabras sólo la habían dejado en el lugar de una retrasada mental. Porque, a decir verdad, tampoco tenía calor.
Sin embargo, Áloe y el doctor obviaron aquella pequeña desafortunada intervención por su parte y continuaron con lo suyo.
-Tienes que volver cuanto antes al hospital.
-Sabes que no puedo hacerlo. Yo… Me lo prometiste.
El doctor se pasó una mano por el pelo y suspiró.
-Lo sé. Y lo voy a cumplir. Pero me preocupas, Áloe. No nos queda mucho tiempo…
-Oye. No me queda mucho tiempo.-Áloe puso todo el énfasis que puedo en el monosílabo “me”.-Eso a vosotros os da igual. Nosotras nos vamos, te quedas con mis hermanos, fin de la historia.
Freesia se había sentado en el suelo y se sentía cada vez más desconcertada.
-Nada de fin. Esa gente… No sé qué hacemos aquí, ya habrán salido a buscarla.
-Ya, pero no la van a encontrar, y lo sabes.
-Áloe, si sigues haciendo ese esfuerzo sólo vas a conseguir empeorar.
¡Lehner tenía razón! Oloffson ya se habría dado cuenta de que había desaparecido. Freesia miró a su alrededor, pero no vio a nadie, y se tranquilizó.
-Somos tres personas, no vas a aguantar.
-Pues vámonos ya.
-Sí.
Todos se quedaron en silencio por un instante y luego Lehner comenzó a andar hacia el principio del callejón, que se abría a la calle. Una vez bajo la luz del sol, los tres montaron en un coche de cristales tintados que debía pertenecer al doctor. Cuando éste comenzó a conducir por las calles de la ciudad, Freesia miró por la ventana y, asombrada, contempló como  éstas estaban llenas de gente que antes no había visto, como si hubieran aparecido de la nada.
Decidió no darle demasiada importancia y se acomodó en su asiento. Después se permitió el lujo de hacer una pregunta.
-¿A dónde vamos?
Fue el doctor Lehner, con la mirada puesta en la carretera, el que respondió.
-A la casa de mis padres. Está fuera de Norte, en el campo. Allí no nos encontrarán. Una vez allí, intentaremos contarte todo, porque parece que no estás enterada de mucho, ¿verdad?
-Bueno, básicamente sé que la energía…-pero Freesia no pudo continuar la frase, pues Áloe le chistó inmediatamente.
-Cuando lleguemos.
Freesia asintió y volvió a recostarse sobre el reposacabezas. Durante todo el trayecto, que duró alrededor de dos horas, Freesia simplemente cerró los ojos y durmió. Cuando Áloe la despertó, le costó un tiempo situarse. Bajó del coche, aún adormilada, y contempló con asombro la reja de una finca de gran tamaño, rodeada de imponentes cipreses como los de los cementerios. A su alrededor sólo se oía el canto de algunos pájaros y el ruido de la brisa contra las hojas de los árboles.
-Pues hemos llegado.-anunció el doctor Lehner, algo apesadumbrado.-Vamos.
La puerta de la reja se abrió casi sin rozarla, y chirrió horriblemente al hacerlo. Varios pájaros que estaban posados alrededor alzaron el vuelo ante el desagradable ruido.
Los tres echaron a andar por un camino de grava, atravesando un jardín bastante descuidado, cubierto de malas hierbas. Parecía que nadie había pisado aquella tierra desde hacía años. Las enredaderas habían hecho suya una pequeña fuente de la que ya no brotaba agua, los columpios y el tobogán de un pequeño parque infantil se encontraban en un grado avanzado de oxidación, y en algunos tramos del camino desaparecían bajo la maleza o bajo grandes charcos de barro.
Pero lo peor, sin duda, era la casa. Era impresionantemente grande. Al verla, Freesia se quedó sin aliento. El ala este del edificio estaba totalmente derruida, y montañas de escombros se esparcían alrededor. El porche había cedido prácticamente bajo el peso del hormigón, la pintura azul del ladrillo estaba desconchada, partes del techo se habían derrumbado y la gran mayoría de las ventanas estaban rotas. La mansión estaba en completo estado de abandono. Y, sin embargo, el doctor anunció:
-Quedaos aquí. Voy a avisar a mi madre.
Freesia casi se cayó de espaldas al ver a Lehner desaparecer entre la espesura de las hierbas hacia la casa. Sin embargo, no entró, si no que rodeó el ala oeste y se dirigió a la parte trasera del edificio.
-¿Sus padres viven ahí?-exclamó Freesia, y Áloe se encogió de hombros, apenas sorprendida.
Durante todo el tiempo que pasó hasta que volvió el doctor, ninguna de las chicas pronunció palabra. Después de apenas cinco minutos, Lehner reapareció, pero seguido de alguien. Ese alguien eran dos personas de edad avanzada, un hombre y una mujer, y que se parecían sorprendentemente entre sí. La mujer era menuda, llevaba un vestido marrón de tela gruesa que seguramente habría pasado de moda haría ya veinte años, y se recogía el pelo, totalmente blanco, en un moño alto. El hombre era fornido, y se vestía con un traje de chaqueta. Se apoyaba en un bastón y andaba con claras dificultades. Cuando los tres estuvieron a su altura, Freesia reparó en que la mujer, que debía ser la madre de Lehner, era verdaderamente anciana.
-Freesia, te presento a mi abuela, Diefenbachia.-aquello lo aclaraba todo. Freesia le estrechó la mano a la anciana y ésta le sonrió con afabilidad.
-Oh, llámame simplemente Bachia.-le dijo a la chica con una voz dulce y melódica.
-Y éste-prosiguió el doctor Lehner dirigiéndose esta vez al hombre del bastón.- Es Coriandro, mi tío.
Freesia le estrechó la mano y le saludó, pero él no pronunció palabra.
-Bueno, y  a Áloe ya la conocéis.-terminó el doctor.
Freesia se quedó anonadada. ¿Cómo podía ser eso? Freesia había llegado a la conclusión de que Áloe debía tener una doble personalidad o algo por el estilo. ¿Cómo es que conocía tanto? ¿De dónde sacaba el tiempo, si se pasaba las tardes en casa? Sin embargo, no dijo nada.
-Siento que mi hija no haya venido a recibiros.-intervino Bachia.- Últimamente no se encuentra muy bien.
-¿Entonces vamos dentro?-apremió el doctor, y todos asintieron.
Mientras caminaban hacia la parte trasera de la mansión, Freesia no podía de dejarle vueltas a lo raro que era todo. Desde el principio, todo había sido muy extraño, pero no se había cuestionado hasta ese momento que todo aquello rozaba lo absurdo. Las cosas para ella ya carecían de sentido, sus días consistían en ir a trompicones sin saber qué aguardaría tras las esquinas, sumida en reflexiones que no la llevaban a ninguna parte.
Y la casa, el jardín estropeado, las personas que acababa de conocer, la presencia de su prima y el doctor Lehner, ¿era algo bueno o malo, o tan sólo otro suceso irreal? Hacía veinticuatro horas estaba en aquel edificio, con la enfermera Oloffson, a la que odiaba. ¿Pero realmente era aquella la parte mala?

Freesia tomó una resolución: dejar de pensar. Seguir el ritmo de los acontecimientos. Y ayudar a Áloe. Ayudar a Áloe por encima de todo.
Rodearon la casa, y Freesia abrió mucho la boca en señal de sorpresa cuando pudo ver una casita de madera pintada de blanco, en muy buen estado, con un porche donde colgaba un columpio y rodeada de un jardín que poseía hasta un pequeño huerto. La casita, que en realidad debía ser de grande como el hogar de Freesia en el Jardín de Verano, pero que al lado de la enorme mansión derruida parecía una miniatura, se encontraba al final de la finca. Más allá, sólo bosque.
El sol estaba alto en el cielo cuando todos entraron. El interior era cálido y acogedor, le recordaba a Freesia a la casa de su tía abuela: los sofás cubiertos con plásticos, los encajes de las cortinas, los cuadros que mostraban alegres paisajes campestres, la sala de estar con chimenea de leña, la cocina tradicional y la vajilla de porcelana…
Freesia suspiró y siguió al grupo a lo largo del corredor, hasta internarse en el comedor, que era amplio y estaba bien iluminado.
-Bueno, pues vamos arriba.-dijo el doctor Lehner, y Freesia le iba a seguir ya hacia las escaleras, cuando Bachia le puso una mano sobre el hombro y la retuvo en la habitación. Lo mismo hizo con Áloe.
-Quedaos vosotras dos aquí.-les dijo.-Dejad que los mayores se ocupen, volverán pronto.
Las chicas no pudieron replicar, y miraron con tristeza como los dos hombres subían las escaleras hacia la planta superior. La abuela del doctor les hizo sentarse sobre uno de los sillones, y se dirigió a la cocina para empezar a hervir té.
Áloe y Freesia se miraron en silencio, con cierta incomodidad. Una vez que hubo puesto la tetera, Bachia se sentó junto a ambas en un sillón de orejas.
-Bueno, no sé cuánto puede llevarles esto, así que…-la anciana pasó las manos por la falda del vestido para quitarle las arrugas y luego miró a su alrededor.-Antes, esta casa era del servicio, ¿sabéis? Cuando yo era pequeña, aún recuerdo jugar en la casa principal. Todo era enorme, las habitaciones, la sala de estar, incluso los cuartos de baño.
-¿Y qué pasó?-preguntó Freesia, a la que aquello  no interesaba demasiado, pero que prefería que Bachia siguiera hablando a que volviera el silencio incómodo de antes.
-Esta finca ha pertenecido a nuestra familia desde hace muchos años. Teníamos un negocio, lo fundó uno de mis antepasados. Teníamos una fábrica en Norte. Allí trabajaban cientos de personas. Simplemente, se hacía ropa. Vestidos, sombreros, faldas. De todo. Teníamos tiendas en todo el Jardín de Invierno. Pero… Cuando yo apenas llegaba a los diez años, el Gobierno comenzó a hacerse cargo de todas las empresas, de todo el comercio, y se apropiaron de la fábrica. No nos dejaron sin dinero, claro que no, nos llegaba una cuantiosa suma cada mes, pero no la suficiente para costearnos la vida que habíamos llevado hasta entonces. Intentamos vender la finca, pero nadie quiso comprarla. Era una inversión sin futuro. Así que tuvimos que despedir al servicio y mudarnos aquí. Las inclemencias del tiempo le han pasado factura a nuestro viejo castillo. Es una verdadera pena.
La anciana suspiró una vez terminado su relato. Se quedaron las tres en silencio,  meditando. Luego Bachia volvió a hablar:
-Pero aquí somos felices. Es una casa pequeña, comparado con lo que teníamos antes, pero es un hogar.-luego se giró hacia Freesia, que en ese momento contemplaba fijamente la estantería llena de libros que tenía delante de ella.-¿De dónde dices que venías, niña?
Freesia carraspeó, algo sorprendida, pero se apresuró a responder:
-Del Jardín de Verano.
-¿De Sur?
-Oh, no. De un pueblo pequeño en el campo.
-¿Y echas de menos aquello?-la pregunta pilló desprevenida a Freesia. Pero no porque fuera descortés ni porque le doliera contestar. Habían pasado ya dos años. Freesia se extrañó porque nadie, absolutamente nadie, durante todo lo que había durado su estancia en el Jardín de Invierno, le había preguntado aquello. Nadie, y eso la abrumaba. Así que respondió:
-Sí, la verdad es que lo hecho todo muchísimo de menos. No es que no esté bien aquí, todo lo contrario. Es sólo que a veces tengo ganas de volver a bañarme en el lago, y de que no se me hielen los mocos de la nariz cuando salgo a la calle.-añadió aquella pequeña broma para aliviar tensiones, pues había visto a su prima ponerse muy seria y en actitud desafiante cuando Bachia había formulado la pregunta.
Áloe rió, y Freesia prosiguió:
-Sí, así es. Pero mis amigos me escriben, así que…-sintió una puñalada en el pecho al darse cuenta de que había enviado la última carta hacía ya varias semanas y no había habido respuesta. Se mordió el labio inferior con nerviosismo y los ojos se le llenaron de la lágrima.
-¿Estás bien?-Áloe le pasó un brazo por encima de los hombros.
-Lo siento, no debería de haber preguntado, soy una entrometida.-se disculpó Bachia.
Freesia tomó aire y se serenó.
-No es culpa suya. Ya han pasado dos años. No… No es como antes.
La anciana asintió, comprensiva, y Áloe le frotó el hombro en señal de apoyo. Bachia se levantó a servir el té, y sacó unas pastas de un cajón en el mueble de la televisión.
-Tardan mucho, ¿no?-preguntó Áloe, con la vista fija en las escaleras.
-Dales su tiempo, esto es muy importante.
Áloe asintió y dejó la taza que tenía entre las manos sobre la mesita. No había dado ni un pequeño trago.

El sol se estaba poniendo.  Freesia, Áloe y Diefenbachia habían decidido encender el televisor para combatir el aburrimiento. Una película sobre los renos o algo por el estilo. Aún no había vuelto a haber señal. Nada de telediario. Nada de programas de tertulia, nada.
Y, por fin, unos pasos en las escaleras. Áloe se levantó como un resorte y corrió hacia la puerta del comedor, expectante. Cuando ésta se abrió, al primero al que vieron fue al doctor Lehner, que volvía a llevar su bata blanca, seguido por Coriandro. Detrás de ellos entró una mujer mayor, de pelo cano, bajita y rechoncha, que guardaba un parecido asombroso con el doctor, por lo que Freesia adivinó que aquella sí que debería ser su madre. Y por último, una persona más entró en la sala.
Las oportunidades de que Áloe volviera a dar un sorbo a su taza de té se anularon cuando ésta se le resbaló de las manos y se resquebrajó contra el suelo de parqué, derramando todo su contenido.
-¡Tú!-exclamó, indignada.-¡Te atreves siquiera a volver, después de lo que nos hiciste! ¡Eres un traidor!
Escupió las palabras con desprecio. Verdaderamente odiaba a aquel hombre, el rencor estaba reflejado en sus ojos.
-¡Confiábamos en ti! ¡Eras un líder!-luego se giró hacia el doctor.-¡No me puedo creer que lo hayas traído…!
Áloe siguió gritando, pero Freesia se había quedado en el sitio. Miraba al recién llegado como quien mira a una criatura sobrenatural recién descubierta en los confines de un bosque encantado.
-Te he echado de menos.-unos ojos pálidos se clavaron en los suyos, y el hombre avanzó hacia ella.
Se abrazaron, y Freesia suspiró contra su pelo, aspirando aquel aroma tan familiar.
-Zache…
Y se fundieron en un beso.  Un beso profundo. Y largo.
Áloe aprovechó para derribar la mesita sobre la que se depositaba la merienda de una patada, pegó un grito y salió de la habitación.
-¡Le voy a matar! ¡Y a ella también!-se oyó un portazo y luego sólo silencio.