Pernetia,
Freesia y Crisantemo estaban de rodillas sobre la alfombra del ático, haciendo
un puzle. Fuera estaba empezando a nevar. Cientos de piezas se acumulaban a su
alrededor, y sólo una veintena se agrupaban en el centro formando parte del
hocico de un perro.
-Es
inútil, no encuentro la maldita oreja.-se quejó Crisantemo, mientras se movía
de un lado para otro removiendo cada agrupación de fichas que
encontraba.-¿Hacemos otra cosa?
Freesia
suspiró. Habían pasado ya tres días desde que hubieran vedado el acceso a las
calles de la ciudad. Esos tres días habían resultado pesados, aburridos y
eternos. Iris aún no había vuelto a casa, y ella no había vuelto a saber de
Fresno. Tampoco había hablado con Áloe, ni ésta le había dirigido la palabra.
Freesia aún estaba demasiado enfadada con su prima. Lo que había hecho, todo lo
que le había ocultado…
Por
mucho que quisiera, no podía parar de darle vueltas. Para colmo, el sueño que
había tenido sobre Zache había vuelto a repetirse las noches anteriores, aunque
sin causar el mismo efecto devastador que el primero.
-Espero
que esto se pase pronto.-dijo Pernetia, apesadumbrada, y se tumbó sobre la
alfombra hasta estirarse todo lo alta que era.-No creo que pueda soportar mucho
más aquí dentro.
Freesia
se sentía igual. El sentimiento de encierro que había experimentado ya con
anterioridad referido a su vida dentro de los Cinco Jardines se había acentuado
debido a su reclusión dentro de las cuatro paredes de una casa. Ella tampoco
creía poder aguantarlo mucho más. Además, estaba el hecho de que en las
noticias diarias pasaban por alto la situación, y no tenían ni idea de lo que
realmente estaba pasando, lo que irritaba a Freesia mucho más que cualquier
otra cosa. Necesitaba hablar con Fresno, a ver si él sabía algo más.
Miró por
la ventana, hacia el jardín trasero. Sobre uno de los columpios cubiertos de
escarcha estaba Áloe, meciéndose suavemente y vestida sólo con un jersey y una
falda hasta las rodillas. Iba descalza. Tenía la vista perdida entre los altos
edificios de la ciudad. Parecía triste. Freesia se dijo que Áloe siempre
parecía triste, y que por mucho que lo intentara no conseguiría darle pena. Así
que volvió la vista para volver a concentrarse en el puzle, que seguía poco
avanzado. Crisantemo aún no había encontrado la pieza de la oreja.
-Me
rindo.-dijo su primo, después de dos minutos más de búsqueda
intensiva.-Seguramente Nar la haya perdido.
-No le
eches las culpas siempre a Nar.-le recriminó Freesia, aunque ella también
sospechaba del pequeño de la familia y de sus idas y venidas al cajón de los
juegos.-Voy un momento abajo. No os deis por vencidos.
Se puso
en pie y bajó las pequeñas escaleras hasta el pasillo de la tercera planta,
dejando a sus primos sumergidos en la búsqueda de la pieza perdida. Cuando
llegó a su habitación, fue recibida por Extraño,
que jugueteaba con uno de los cojines de la cama de Freesia. Ésta le acarició
el lomo y lo cogió en brazos.
-Vaya,
vaya, ¿me echabas de menos?- Tenerlo con ella aquella mañana fría y solitaria
no le vendría mal.-Yo a ti también.
Alcanzó
el teléfono y marcó el número de Fresno, que sin darse cuenta se había
aprendido de memoria. Cuando el aparato dio señal, Freesia aguardó. Pero no
obtuvo respuesta que deseaba, si no que la voz de Fresno le advirtió que en ese
momento no estaba en casa.
Ya
llamaría de nuevo más tarde. Entonces se le ocurrió. ¿Y si ya se había ido? No,
le hubiera dicho algo, le hubiera dejado algún tipo de mensaje. No podría… Se
acordó de pronto de aquel nombre: Maireen Shields, y un escalofrío repentino
recorrió su cuerpo de arriba abajo.
Volvió a
marcar las teclas, pero seguía sin tener respuesta.
-¿Fresno,
dónde estás?-dijo Freesia, hablando consigo misma.
Extraño maulló.
Al día
siguiente Iris tampoco había vuelto, y Fresno seguía sin responder a sus
incontables llamadas. Freesia apenas había dormido, si no que había estado más
de dos horas hablando con Acacia por teléfono. No había contactado con ella
desde el día del ataque, y ambas se pusieron al día sobre sus respectivas
situaciones. Acacia no parecía estar demasiado molesta con la prohibición, todo
lo contrario. La chica le había contado a Freesia todos sus planes y proyectos
para aprovechar las horas muertas dentro de casa, y no le faltaban. Freesia
envidió su entusiasmo, y pensó que lo único que había hecho ella había sido
lamentarse y pasarse el tiempo tumbada sobre la cama o viendo las repeticiones
de los programas de televisión de semanas atrás.
Freesia
le había preguntado a Acacia si tenía alguna idea de dónde podría estar Fresno,
pero la chica decía no haberle visto desde la mañana después de la fiesta.
Tampoco Zinnia, Olmo o Geranio tenían noticias recientes del chico.
Todos en
la casa estaban muy nerviosos. Narciso empezaba ya a dudar de la excusa dada
por Azucena, y ya no creía que su madre estuviera de viaje de negocios. Los
demás tenían la misma idea que él, nadie sabía dónde podría haber ido Iris, ni
cuando tenía pensado volver. Freesia, que en un primer momento no se había
preocupado, empezaba a hacerlo. Aquel mismo día por la tarde, desapareció la
señal de la televisión y la pantalla se quedó gris haciendo un molesto ruido
continuo.
-¡Venga
ya!-gritó Azucena, que al principio había intentado calmar a sus hermanos, pero
estaba ya tan estresada como ellos.-¿Y qué más ahora? ¿El agua?
Nadie
dijo nada. Los mellizos, que normalmente solían mostrar su indignación a gritos
y maldiciones, parecían haberse rendido y ya ni se molestaban en abrir la boca,
si no que arrugaban la frente, haciéndoles parecer más enfadados aún.
-Bueno,
era un documental de animales.-dijo Alhelí, intentando relajar la tensión que
se había formado en el ambiente.-No creo que nos muramos si nos perdemos la
interesantísima vida diaria de los coyotes.
Intentó
sonar sarcástica o darle un tono de humor a la situación, pero quedó ridículo,
pues nadie rio o hizo ningún comentario.
-Ya,
pero tampoco tenemos noticias. Nada. Ahora estamos incomunicados.-fue Narciso
quien habló, y todo el mundo se sorprendió con la intervención del niño, que
últimamente estaba más taciturno y ausente que de costumbre.-No me miréis así.
Tendré diez años, pero también entiendo las cosas. Y, sí, sé que no tenéis ni
puta idea de dónde está mamá.
-¡Narciso
Venturi, te voy a lavar la boca con estropajo!-exclamó Alhelí, enfadada, y se
acercó al niño para darle una pequeña colleja.-Estás castigado, esas cosas no
se dicen.
-Oh,
vamos, no tengo cinco años.-Narciso, que parecía más enfado con el ama que ella
con él, se levantó y desapareció por la puerta de la sala de estar. Alhelí puso
los ojos en blanco y salió detrás de él.
Freesia
se quedó dándole vueltas a lo que su primo pequeño acababa de decir. No iba muy
desencaminado. Habían decidido prescindir de la televisión. ¿Qué sería lo
próximo? Ahora podía pasar cualquier cosa, que ellos, encerrados, no se
enterarían. Entonces, Pernetia habló:
-El
problema es que todos somos sólo ovejas. Ganado. Somos idiotas, sin cerebro,
hacemos todo lo que nos dicen, no hacemos todo lo que ellos prohíben. ¿Y por
qué?
Antes de
responder, todos se quedaron mirando fijamente a Pernetia con los ojos muy
abiertos, casi sin creerse lo que acababa de decir. Fue Crisantemo quien tomó
la palabra.
-Porque
no sabemos vivir de otra manera. Nunca nos ha pasado nada, creemos firmemente
en nuestro gobierno y en el orden y las leyes que ellos nos imponen. Y ahora,
que finalmente algo gordo ocurre, no sabemos qué hacer, corremos como pollos
sin cabeza, confiando en lo que harán los políticos, porque es lo que hemos
hecho siempre. No podemos valernos por nosotros mismos.
Aquello
causó el mismo efecto en la habitación que una bomba. Todos comenzaron a hablar
a la vez. Freesia no sabía qué pensar. Por un lado, opinaba lo mismo que los
mellizos, pero por otro lado, sabía que ella sólo era una oveja más del rebaño,
y que tampoco sabría valerse por sí misma. Eran sus Jardines, los amaba, eran
lo único que había conocido, no podría traicionar a sus líderes, personas en
los que su familia y ella habían confiado ciegamente, así porque sí. Sin
embargo, allí estaba la Freesia soñadora y rebelde, que ansiaba libertad. Y con
todo lo que había pasado, supuso que el lado soñador y rebelde de los mellizos
se había rebelado.
-Esto es
una mierda.-fue lo único que supo decir, y así se zanjó el asunto.
Nadie
volvió a mencionar la conversación de aquella tarde. Por la noche, una vez
hubieron cenado, se sentaron alrededor de la mesa centro del salón y
conversaron de cosas del día a día. Nadie dijo nada sobre la ausencia de
televisión, o sobre la propia ausencia de su madre, que era lo que más les
dolía.
Áloe
estaba presente, aunque sólo físicamente. No participaba en la conversación y
mantenía la vista fija en el televisor apagado, como si sólo ella pudiera ver
alguna película muy interesante de la que no podía quitar ojo. En algún
momento debió de hartarse, porque se
levantó sin decir nada y desapareció por la puerta hacia las escaleras. Todo el
mundo se quedo mirando como Áloe se marchaba, y luego un silencio reinó en la
sala.
-¿Y
ahora qué mosca le ha picado?-preguntó Pernetia.
-Ni
idea. Ya sabes cómo es Áloe.-dijo Azucena.
-Sí,
pero lleva unos días que parece que está muerta.-replicó Crisantemo.-¿Tú sabes
que le pasa, Freesia?
Freesia
se puso muy nerviosa y se apresuró a negar con la cabeza.
-No… Es
decir, lo que a todos. Lo del encierro y todo eso.
Pero
Azucena negó con la cabeza y se cruzó de brazos.
-No. A
ella estas cosas no le afectan tanto como a los demás. Tiene razón Crisantemo,
algo le ha ocurrido.
Mientras
decía esto, no había apartado su mirada escrutadora de Freesia, y la chica
intentó hacer como que no se daba cuenta, pero empezaban a sudarle las manos.
Como no hiciera algo, acabarían por sonsacarle la información, y no podría
traicionar a Áloe de esa manera. Así que se puso en pie como activada por un
resorte.
-¿Sabéis
qué? Voy a ir a hablar con ella.-dicho esto, sin esperar a ver las reacciones
de sus primos, salió de la habitación siguiendo los pasos de Áloe.
Genial.
Ahora tendría que hablar con su prima; si no, sería muy sospechoso. Se paró
momentáneamente ante la puerta de Áloe y oyó su voz en el interior. ¿Estaba
Áloe hablando sola? No. Freesia se paró a escuchar un poco más y advirtió que
su prima hacía pausas entre frase y frase, por lo que supuso que estaría
hablando por teléfono.
Freesia
no debía… No debía escuchar. No era asunto suyo. Lo mejor sería que bajara de
nuevo al salón y luego volviera a subir para intentar hablar con Áloe entonces.
Pero no pudo evitarlo.
“¡Eres
una maldita, maldita cotilla!” se dijo, pero ya estaba con la oreja pegada a la
pared.
La voz
de su prima sonaba en un volumen muy bajo, y Freesia apenas pudo oír alguna que
otra frase.
-…hables
con ella. No, no voy a volver… seguir con esto. Me supera…dejar de verte.-Áloe
hizo una pausa muy larga.-Espera un momento.
Freesia
oyó pasos al otro lado de la puerta, y supo que Áloe se dirigía a la puerta.
Antes siquiera de que le diera tiempo a reponerse, se encontró con la mirada
enfadada de su prima. Muy enfadada.
“Mierda.”
-Te
llamo luego.-colgó el teléfono que aún llevaba en la mano y se cruzó de brazos.
Luego volvió a mirar a Freesia aún más enfadada que antes y frunciendo el ceño
con fuerza.
“La
curiosidad mató al gato”.
-Haces
más ruido del que tú crees, ¿sabes? ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
Freesia
se mordió el labio.
-Poco.
Venía a hablar contigo.
-Ya. Y
no se te ocurre otra cosa que pararte a escuchar, ¿no?
-Áloe,
yo…
-¡No!-exclamó
la chica, al borde de las lágrimas.-¡Nada te parece bastante, ¿verdad?! ¡No! ¡Tuviste
que meterte en el hospital para que te contara que me estoy muriendo! ¡Luego me
hiciste chantaje emocional para saber lo de Simon! ¡Y ahora esto! ¡Si quieres,
ya de paso lee mi diario, da igual! ¡O mis cartas! ¡Soy tu prima, pero también
tengo mi intimidad!
Dicho
esto empezó a sollozar violentamente, se tapó los ojos con las manos y Freesia
no pudo hacer otra cosa que quedarse ahí parada, mirando a su prima llorar
hasta que ésta, paulatinamente, se fue relajando hasta que paró.
-Dios,
soy una llorica.-dijo Áloe, mientras se limpiaba las lágrimas que quedaban en
sus mejillas con las palmas de las manos.
Freesia
no sabía cómo reaccionar. Su prima era un volcán en erupción, un paso en falta
y acabaría calcinada.
-Tienes
razón.-empezó, midiendo sus palabras milímetro a milímetro.- En todo. Y te debo
una disculpa. No puedo evitar ser tan entrometida. Pero tú también deberías
entenderme. Me importas. Y… No me gusta mucho que andes por ahí con gente…
Freesia alzó
la vista y vio a Áloe, con su mirada inquisidora clavada en ella.
-¿Qué
gente?-preguntó.-¿Qué gente, Freesia?
Freesia
estaba contra la espada y la pared. Puso su cerebro a trabajar a máxima
velocidad intentando encontrar las palabras adecuadas. Áloe empezó a golpear el
suelo con la punta de su zapato, nerviosa.
-¿Qué
gente?-volvió a preguntar.
-Pues ya
sabes… Gente que no es buena para ti.
Áloe
abrió mucho la boca y los ojos.
-Creo
que no tienes derecho a decidir quién es o no es bueno para mí.
-Tienes
razón.-admitió Freesia, intentando retractarse antes de que las cosas se le
fueran de las manos.-Pero creo que la gente que va por ahí prendiendo fuego a
los árboles no es muy buena compañía.
Áloe
puso los brazos en jarras y avanzó un paso más hasta Freesia, hasta quedar cara
a cara.
-No los
conoces. Tu sólo… Conoces un lado de la historia.
-Porque
es lo único que me has contado. Me veo obligada a creer que estarías mejor si
te alejaras de ese tal Simon.
Freesia
advirtió que le había tocado la fibra sensible, porque cualquier atisbo de ira
que hubiera aparecido en sus ojos se había desvanecido cuando terminó de
pronunciar aquella frase.
-No es
tan sencillo como lo pintas. No puedo simplemente… Alejarme. Yo le quiero. No
creo que me entiendas. Lo sé, Simon y su familia tienen unas ideas un tanto…
Revolucionarias. Pero yo le quiero.
Freesia
supo que Áloe tenía razón. No podía entenderla, no sentía nada parecido por
nadie. Pensó momentáneamente en Fresno, pero desechó la idea enseguida. Ni por
asomo estaba enamorada de Fresno.
-Ah.-siguió
Áloe.-Lo que dijiste… Sobre Simon. Él y yo no…-Áloe se sonrojó y juntó los
dedos índices tímidamente. Freesia lo comprendió enseguida, y alzó una ceja.
-Sí, ya
claro. Y yo soy rubia y tengo los ojos azules.-replicó, con un tono cargado de
ironía.
Áloe
suspiró.
-Vale,
pero no se lo digas a nadie. Mi madre me mataría.-habló muy bajito, temiendo
que alguien pudiera escuchar su conversación.
-Tranquila.-Freesia
sonrió, era la primera vez que lo hacía desde que había empezado a hablar con
su prima.-No se lo voy a decir a nadie que tú no quieras que lo sepa. Además,
no es tan grave.
-Sí lo
es. O sea, me tratan como si tuviera tres años. Sí se enteran, se me cae el
pelo, y ya sí que no salgo de aquí. Bueno, si es que nos dejan salir alguna
vez.
Freesia
asintió. Se quedaron en silencio, mirando cada una a otra parte, hasta que Áloe
volvió a hablar.
-Vale,
está bien. A la mierda. Te voy a llevar allí.
-¿Qué?-Freesia
no tenía ni idea de a lo que su prima se refería.- ¿Allí?
-Sí. Con
Simon. A la reunión.
-¿Reunión?-las
piezas encajaron en la mente de Freesia.-Oh. Pero decías que no ibas a ir.
-He
cambiado de opinión. Bueno, cambiaré de opinión, si tú vienes conmigo.
Freesia
dudó. Un mundo de posibilidades se abría delante de ella. La verdad era que la
idea de embarcarse en una aventura fuera de los estrechos límites de la ley le
resultaba tentadora y emocionante. Pero, ¿de verdad quería hacerlo? Sabía que
era peligroso. Todo aquello apestaba a peligro.
-Bueno…
¿Cuándo es la reunión?-le preguntó a Áloe, intentando ganar tiempo.
-Esta noche.
En una hora.
-Pero…Se
supone que no podemos salir…-Freesia se mordió el labio inferior. Aquello había sonado bastante ridículo.
Áloe no
pudo reprimir una carcajada.
-Venga
ya, ¡no lo dirás en serio! Si de verdad te preocupa lo de la prohibición, sé
cómo escabullirnos.
Freesia
se quedó momentáneamente callada, pensando. Pero pensando y dándole vueltas a
todo sólo conseguiría liar su mente aún más. Así que decidió.
-Vale.
¿Por dónde?
Hacía
mucho frío. Las calles estaban desiertas. Los pasos silenciosos de Áloe y
Freesia resonaban en las paredes de la galería que recorrían en ese momento.
Habían salido a la superficie después de veinte minutos recorriendo decenas de
túneles subterráneos que Áloe parecía conocer a la perfección.
Estaban
saliendo de la ciudad.
-¿Cuántas
veces has venido por aquí?-susurró Freesia.
-Bastantes.-Áloe
parecía no tener ganas de hablar, si no que andaba con paso firme por la galería,
siempre hacia delante y sin detenerse.
-Vaya.-pero
Freesia no estaba demasiado sorprendida. Dos años había vivido con ella, y su
prima parecía vivir tres vidas a la vez.-Entonces… ¿Estás enterada de todo?
Áloe se
encogió de hombros.
-Algo
sé, claro. Pero no todo, qué va.
-Pues
cuéntamelo.
-No. Es
mejor que te lo cuenten ellos.
Freesia
no hizo ninguna pregunta más. Las galerías desembocaban en una vieja plaza que
daba paso al barrio industrial. Bordearon las vallas que rodeaban las altas
fábricas y en un abrir y cerrar de ojos se hallaban fuera de Norte, en los
largos campos medio helados que se extendían más allá de su vista.
Y nadie
las había detenido. Ningún problema. Nada. Nada de vigilancia, ni patrullas…
Nada. A Freesia todo aquello le olía muy mal.
-No
hemos tenido ningún problema.-le dijo a Áloe, que ya había empezado a andar
delante de ella, internándose en los caminos de grava que atravesaban los
campos.
-No.-dijo
ella, dándolo por hecho. Al parecer, aquello no le parecía raro. Pero a Freesia
sí.
-Pero
debería haber… Policías. No sé. Algo. No por nada estamos encerrados en casa.-la
chica lo dijo muy seriamente, pero Áloe se giró, miró a Freesia y sonrió
ampliamente, como se le sonríe a un niño pequeño cuando es demasiado inocente
para comprender algo.
-Si
puedes esperar un poco, te enterarás. Dios, ¡parece que no puedes estar sin
hacer preguntas!
Freesia
bajó la vista, avergonzada. Sabía que era verdad, pero no podía controlarse.
Iba a preguntar cuánto faltaba para llegar, pero se mordió la lengua y siguió
andando detrás de su prima.
Dejaron
las luces brillantes de Norte muy lejos. Anduvieron y anduvieron, entre
vegetación que desaparecía por momentos cuanto más avanzaban.
Ya no
aguantaba más.
-Oye
Áloe, ¿falta mucho?
Áloe
soltó una carcajada.
-¿Lo
haces aposta?-luego se puso seria de nuevo.-No, no mucho.
-Pero ya
llegamos tarde.
-Esperarán.
-¿Sí?
-Sí.
Volvieron
a quedarse en silencio y continuaron su camino. El frío se acentuaba a cada
paso que daban y soplaba un viento gélido que hacía castañetear los dientes de
Freesia. Tenía los dedos ateridos, y lamentó no haberse acordado de traer los
guantes.
-Áloe…
-Oye,
¿cuándo piensas parar?
Freesia
se encogió de hombros, pero no se echó atrás.
-Ahora
vamos a reunirnos con… Con ellos. Pero, ¿piensas volver después?
Áloe se
detuvo por primera vez desde que habían iniciado el camino, y se giró para mirar
directamente a Freesia.
-No lo
he pensado. Es verdad. Oh, mierda. Qué mal, ¿no? Imagínate: les digo que paso
de ellos y me presento de repente con mi prima. Y luego no pretenderé volverme
a ir. No.-Áloe se rio nerviosamente.
Freesia
no sabía que responder, y algo tendría que decirle a su prima, que la observaba
impaciente, aguardando a que Freesia le solucionara la vida.
Y de
repente, el móvil de Freesia comenzó a sonar, con aquel horrible tono de
llamada que había puesto que imitaba el timbre de los teléfonos tradicionales.
-¿Te has
traído el móvil?-exclamó Áloe, atónita. Freesia asintió, sacó el aparato y vio
que era Azucena quien llamaba.
Maldición.
Se dio cuenta de que se había marchado con Áloe así sin más. Obviamente ya las
echaban de menos. Freesia pensó que había sido muy estúpida al no pararse a
pensar en ello. Sin embargo, descolgó la llamada.
-¿Hola?
-¡Freesia!-la
voz de su prima al otro lado de la línea sonaba estridente y muy
alterada.-¿¡Dónde cojones te has metido?!
Freesia
tardó un momento antes de responder.
-Esto… Yo…
Estoy con Áloe.
-No, si hasta
ahí llego.-Freesia se dio cuenta de que Azucena estaba llorando.
-Azucena,
¿ha ocurrido algo?
Silencio.
Áloe miró interrogante a Freesia. Por fin, después de unos segundos que se hicieron
interminables, Azucena volvió a hablar.
-Dios.-iba
a decir algo, pero de pronto algo cayó sus palabras y se oyó un grito ahogado, luego
sólo silencio otra vez. Fue entonces Alhelí la que se puso al teléfono, con voz
temblorosa y entre sollozos.-Freesia. Es… Iris. Ha muerto.
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