viernes, 1 de febrero de 2013

Capítulo 16: Entre cuatro paredes y un techo, sin ventanas


La ciudad entera se extendía a sus pies. Cientos de edificios y rascacielos se alzaban hasta esconderse entre  las nubes. Freesia contemplaba la maravillosa vista, embelesada. Aún era muy temprano, Norte comenzaba a despertar, aunque nunca se hubiera dormido del todo. Las luces del amanecer, rosadas y anaranjadas, se reflejaban en las grandes cristaleras de algunos edificios, y en la calzada ya se distinguía el habitual rugido de los coches que realizaban sus respectivos trayectos matutinos.
Norte no parecía haber cambiado. Pero había cambiado para Freesia. Miró a su alrededor. Los grandes ventanales del rascacielos en el que se encontraba, la enorme habitación que le habían asignado, perfectamente amueblada, las estanterías de libros, la cama aún sin hacer, el armario repleto de ropa que no era la suya.
Suspiró. Había dormido de un tirón, y no había soñado. Esto le sorprendió, pues después de lo que le había ocurrido el día anterior, había pensado que sus pesadillas estarían ahora repletas de imágenes de su tía, de su prima Áloe, de ella misma y Simon cuando utilizó su energía por primera vez…
Se estremeció al recordarlo.
¿Dónde estaría Áloe? Debería de habérselo preguntado a la enfermera Oloffson la tarde anterior, cuando ésta había servido de guía turística, conduciéndola por toda la instalación. Pero estaba demasiado preocupada por sus problemas y no se acordó. Se sintió en ese momento muy egoísta. Cuando la enfermera volviera a su habitación, le preguntaría.
Como Oloffson no llegaría hasta una hora después, Freesia se tomó su tiempo para ducharse y vestirse. Las camisas que alguien había dejado ahí para ella le quedaban algo anchas, y se pisaba los bajos de los pantalones. No tuvo más remedio que conformarse, pues la enfermera se había llevado su otra ropa para lavarla.
Freesia se moría de hambre. La tarde anterior no había cenado nada, pues tenía el estómago revuelto. Al mediodía, después de que Eluchans se fuera, sólo había probado un bocado de sándwich.
Cuando estuvo completamente arreglada, se sentó en un sofá que había justo en el centro de la habitación y cogió una revista de la veintena que reposaba sobre una pequeña mesita de té acristalada.
Parecía una de aquellas publicaciones mensuales sobre ropa, cosméticos y cuidados para mujeres. Azucena siempre andaba con alguna entre manos.
Pero aquella era distinta. Era una revista del Jardín de Primavera. Freesia pensó que, dentro de un determinado Jardín, no se solía vender la prensa de los demás. Por eso ojeó las páginas con curiosidad, llenas de fotos de chicas preciosas con el cabello teñido de brillantes colores y ropa llamativa, faldas de floridos estampados y tocados imposibles. “Exuberancia” habría sido la única palabra que Freesia habría usado para describir aquella  revista.
Y de pronto, en la penúltima página, apareció una foto.
Era distinta a las demás. Una modelo muy pálida miraba cabizbaja la hierba que se extendía bajo sus pies descalzos. Estaba prácticamente desnuda salvo por un suave velo que le cubría desde la cintura hasta medio muslo, y por el pelo, largo y violeta, que le tapaba los pechos.
Freesia se sorprendió de la inusual sensualidad de aquella foto. Nunca había visto nada así. Simplemente… La chica llevaba muy poca ropa.
Pero no fue aquello lo que más le extrañó. Aquella modelo le resultaba familiar. Muy familiar. Como si la hubiera conocido en algún momento en el pasado.
Escudriñó cada recoveco de la página doble que ocupaba la foto, buscando el nombre de la chica, y sólo averiguó que era un anuncio de una marca de maquillaje con aspecto de ser bastante cara.
Resopló, y justo en ese momento alguien llamó a la puerta. Freesia fue a abrir y se encontró con la enfermera Oloffson, que le sonreía, radiante, llevando la misma ropa de enfermera que el día anterior.
-Buenos días, Freesia.-le saludó, mientras paseaba su mirada escrutadora por el cuerpo y la cara de Freesia, comprobando que todo estuviera en orden.-¿Has dormido bien?
Freesia asintió enérgicamente con la cabeza.
-Bien. ¿Hace mucho que te has despertado?
-Apenas una hora y media. Estaba leyendo una revista.-señaló con la mirada la mesita de té, donde reposaba aún la revista abierta por la página de la modelo misteriosa. –Es del Jardín de Primavera.
Oloffson asintió y se acercó a la mesita. Observó la foto con interés.
-Es extraño.-explicó Freesia.-Ya sabe, leer cosas de otros Jardines.-luego, señalando con el índice a la modelo de cabello violáceo, le preguntó a la enfermera si sabía de quien se trataba.-Es que es muy raro. Que lleve tan poca ropa. ¿No está eso prohibido?
Oloffson sonrió y negó con la cabeza.
-Prohibido, desde luego, no. Pero nunca hasta ahora había hecho alguien algo así. Este fotógrafo está dando mucho de qué hablar en Este.
Este era la capital del Jardín de Primavera.
-¿A la gente le gusta?
-Bueno, hay de todo. A mí me parece que es muy guapa, ¿no crees?
Freesia asintió, sin poder apartar la vista de la modelo y su rostro neutral.
-¿Sabe cómo se llama?
-¿El fotógrafo? Martins, algo así…
-No. La modelo.
-Pues claro. Esta chica es toda una revelación en el Jardín de Primavera. Es Melisa Alapin.
Aquel nombre no le sonaba de nada.
-Bueno.-Oloffson apartó a un lado la revista.-¿Bajamos a desayunar?
Freesia asintió, y siguió a su enfermera hasta el pasillo al otro lado de la puerta, dejando a la hermosa Melisa con la vista aún clavada en las briznas de hierba grisáceas.

Estaban sentadas en una terraza de interior, cubierta por un techo acristalado que dejaba entrar la pálida luz del sol de Norte que se colaba entre las nubes. El aire era especialmente cálido, y veintenas de flores y plantas de todos los tamaños y colores diferentes, muchas de las cuales eran nuevas para Freesia, decoraban el espacio.
Freesia y Oloffson tomaban el desayundo en una mesita que se encontraba en el centro de la terraza, junto a una pequeña palmera.
La enfermera daba pequeños sorbos a su taza de café caliente, mientras Freesia comía con avidez todo lo que le habían servido.
-Enfermera Oloffson.-ésta dejó por primera vez la taza sobre la mesa para coger un bizcocho de limón y miró a Freesia con interés, animando a la chica para que hablara.-¿Qué ha pasado…? ¿Qué ha pasado con mi familia?
-De momento, nada. Como tu prima Azucena cumplirá la mayoría de edad a principios de año, podrá hacerse cargo de sus hermanos.
Freesia dudó de las habilidades de su prima para hacer de madre.
Pensó en su tía Iris, y en que no había llorado su pérdida, aunque la sintiera en lo más profundo de su ser, como un monstruo negro que amenazaba con despertarse en cualquier momento y que la destruiría por dentro.
Tenía que ver a Áloe. Tenía que hablar con ella. Tenía que apoyarla, pues sabía que lo debía de estar pasando fatal.
Tenía que ver a Azucena y a los demás. Tenía que hablar con Fresno.
En definitiva, no podía quedarse allí mucho más tiempo.
-¿Cuándo podré marcharme?
Freesia advirtió que la enfermera se  ponía nerviosa y se estiraba el cuello de la camisa mientras volvía a sorber de su taza. No contestó, y Freesia volvió a preguntar.
-¿Cuándo?
Oloffson carraspeó y asintió con la cabeza, aparentando no haber estado prestando atención.
-Verás, cielo, no es tan sencillo. Tenemos que hacerte las pruebas, y luego…
-¿Luego, qué?-Freesia se mordió el labio al darse cuenta de lo maleducado que había sonado aquello.-Lo siento. Quiero decir... ¿Podré volver a ver a mi familia después?
La mirada que en aquel momento la enfermera dirigió a Freesia se lo hizo saber al instante: no.
-Freesia… No puedo decirte nada seguro, no antes de empezar con las pruebas. Espero que lo entiendas.
“Y yo espero que usted entienda, señorita, que si no me va a dejar volver, no puede esperar que colabore con usted.”
-Sí.
Oloffson asintió, con cierto orgullo, y cogió otro bizcocho de limón.

La sala de pruebas, que se encontraba en la planta nueve del edificio, le recordó a Freesia al gimnasio nuevo que habían construido en su escuela cuando ella entró.
Una sala muy grande, prácticamente vacía, pintada de blanco y recubierta por unas colchonetas que se extendían por todo el parqué. A los lados se alineaban unos bancos y un escritorio con una silla de ruedas,  en la que en ese momento se encontraba sentada, con las piernas cruzadas y la mirada puesta en Freesia, la doctora Abelia Eluchans.
-Pruebas físicas.-le dijo, pasando las hojas de una carpeta sin interés.-Hoy vamos a ver qué es lo que eres capaz de hacer.
Freesia asintió. Después de desayunar con la enfermera Oloffson, le había preguntado si sabía dónde estaba su prima Áloe, y ella le había respondido que no.
Freesia estaba muy enfadada porque la enfermera mentía horriblemente mal.
Sin muchos esfuerzos, aquellas dos mujeres habían hecho que Freesia las detestara amargamente. Supuestamente, eran del Gobierno, ayudaban a la sociedad de los Jardines con aquellas investigaciones secretas.
Pues si aquel era el Gobierno, que se dedicaba a raptar adolescentes “especiales” para experimentar con ellas con fines poco claros, a Freesia no le gustaba.
Pensó de nuevo en sus padres, y en la idea de que se los hubieran llevado a la guerra precisamente por aquella energía.
Todo se había complicado demasiado. Muchas preguntas y preocupaciones, demasiadas para su pequeño cuerpo de dieciséis años.
Y para colmo, tendría que aguantar las sonrisas de falsa cordialidad de la enfermera y la doctora, y su despreciable y supuesta preocupación por su persona, cuando sabía perfectamente que en aquellos instantes hacía el papel de ratón de laboratorio.
Tenía que encontrar a Áloe, de alguna manera.
Seguramente, si se lo montaba bien, podría sonsacarle la información a la inocente Oloffson, en la que en un primer momento Freesia había confiado, hasta darse cuenta de aquella mujer no era sino una marioneta que repetía y hacía todo lo que alguien le había dicho con anterioridad, como si llevara un pinganillo las veinticuatro horas del día.
Si consiguiera sacarla de aquellos límites… Quizá ella confesara.  No pasaba nada por probar.
Decidió que no colaboraría en aquellas pruebas. No pondría ni un poco de su lado. Podría aparentar ser incluso un poco corta de luces.
-Bien, Freesia.-anunció Eluchans, después de revisar sus papeles y comprobar que todo estaba en orden.- Comenzaremos por probar las habilidades que ya has mostrado antes.
Freesia asintió.
-El escudo.-iba diciendo Eluchans.
-Y el espejo roto.-añadió Oloffson por detrás.
La doctora asintió.
Y, de repente,  sin previo aviso, una de las paredes junto a Freesia tembló ligeramente, y un segundo después algunas grietas finas comenzaron a aparecer, surcando la blanca pintura, hasta dejar al descubierto el cañón de algún arma muy grande.
Freesia gimió al ver que una estela de algo anaranjado salía disparada de aquel cañón en su dirección. Tal y como le había ocurrido la vez anterior, lo contempló todo a cámara lenta, y un instinto le hizo alzar las manos hacia la bola iridiscente, pero las bajó enseguida.
Había prometido que no pondría de su parte. Y así, mientras aquella esfera dorada se encaminaba peligrosamente, pero también muy lenta, ella simplemente dio un paso hacia la derecha, y la bola fue a estrellarse contra la pared que había a su espalda, sin dejar marca, pues aquello no era sino una pelota de goma.
-Diablos.-farfulló Freesia para sí.
La doctora Eluchans se había puesto en pie y miraba a Freesia con el ceño fruncido.
-¿Cómo has conseguido apartarte tan deprisa?
-¿Eh?-para ella todo había transcurrido a cámara lenta.
Sonrió al darse cuenta de que eso la doctora no lo sabía. Sin embargo, ésta ya estaba apuntando algo frenéticamente en un cuaderno.
-Puede ser otra habilidad… Sí, probablemente…
Freesia se encogió de hombros. Por lo menos, había conseguido desconcertarlas, pues, como la enfermera Oloffson le había dicho, nadie nunca había tenido energía para manifestar más de una habilidad.
Punto para Dubois.

Cuando llegó la hora de la comida, no habían progresado nada, y Freesia estaba muy orgullosa de sí misma. Había conseguido pasar todas aquellas estúpidas pruebas físicas (más objetos voladores contra su cabeza, muñecos fijos a los que disparar, carreras…) y había logrado que su energía se quedara a buen recaudo dentro de ella.
Tampoco le había costado demasiado, pues si hubiera intentado que sus “poderes” salieran al exterior, no habría tenido ni idea de cómo hacerlo.
Por eso, cuando salió detrás de Oloffson hacia el comedor (la doctora no iba con ellas, se había quedado sentada en su escritorio analizando sus anotaciones, bastante mosqueada), le dijo a ésta que se encontraba muy cansada y prefería comer en su habitación. La enfermera aceptó, y así Freesia pudo subirse la bandeja con el almuerzo a su cuarto.
Cuando pasaba ante las puertas de las habitaciones que se alineaban junto a la suya se preguntó si habría alguien más allí, interno como ella, que también estuviera asustado y que no tuviera ni idea de lo que estaba ocurriendo.
De momento, no había visto a nadie aparte de a la enfermera, la doctora, los del comedor y las de la limpieza.
Todo aquello era muy extraño. ¿Seguiría Áloe en el Ayuntamiento? ¿Se habría ido ya a casa? ¿Estaba en aquella misma planta, o quizá en la habitación de al lado?
Se sintió tentada de llamar a alguna de aquellas puertas de madera azul, pero la enfermera Oloffson andaba siempre pegada a ella, y sólo se separaron cuando Freesia abrió la puerta de su habitación con la tarjeta magnética que le habían dado el día anterior.
Una vez dentro, no podía salir hasta que Oloffson volviera con otra tarjeta distinta.
Aquello era casi una cárcel.
Se sentó en la mesa centro de nuevo a comerse aquel plato preparado de verduras y ternera. Alguien había quitado todas las revistas.

El vaso estalló en mil pedazos, que se esparcieron por toda la habitación, sin llegar a rozar a Freesia, pues se había apartado lo suficiente como para no salir perjudicada.
No había sido sencillo. Le dolía la cabeza. Cuando había roto el espejo de su habitación, simplemente estaba demasiado enfadada y así descargo su ira.
Así que así lo hizo, pensó en su familia y se dejó llevar también por la autocompasión, y el vaso, después de varios intentos, acabó por estallar.
Lo había hecho en el cuarto de baño, pues sabía que en la habitación principal había cámaras que la vigilaban (lo había averiguado la noche anterior, pues había sido tan torpes de dejar que la pequeña cámara proyectara un rayo rojo diminuto en la oscuridad) y no allí, pues alguien había tenido la idea de que verla mientras se duchaba no sería muy apropiado.
Orgullosa de su éxito, se apresuró a recoger los diminutos fragmentos de vidrio antes de que volviera la enfermera Oloffson.

Ya era de noche. La ciudad bullía de animación, las luces de muchos colores brillaban en la oscuridad de aquel cielo sin luna y sin estrellas, y Freesia se sentía mal consigo misma.
¡Le habían disparado! ¡Con un arma de verdad! Claro, ella había tenido que usar el escudo, pues esta vez su habilidad “verlo-todo-a-cámara-lenta-en-situaciones-potencialmente-peligrosas” no se había activado, y casi no había tenido tiempo ni a reaccionar. Un segundo más, y la bala habría atravesado su cuerpo.
Le había pedido explicaciones a la doctora, pero ésta se había salido por la tangente, y había apuntado cosas en su bloc de notas con una sonrisilla de suficiencia en los labios.
Freesia la detestaba. Quería salir ya de allí.
Y fue entones cuando tuvo la maravillosa idea de hacer estallar la puerta. Al menos, había conseguido reservarse aquella habilidad y la doctora o la enfermera casi habían olvidado que la tenía, y no había ningún refuerzo especial.
No sabía si podía llegar a tanto, pues un vaso frágil distaba mucho de una puerta de madera de roble con cerradura de seguridad. Pero no pasaba nada por intentarlo.
Después de haber intentado mantener una conversación con Oloffson durante la cena para sonsacarle información sobre el paradero de su prima, vio que la enfermera era más fuerte de lo que aparentaba, y de que iba a necesitar algo más radical para salirse con la suya.
Así que esperó hasta que pasó la medianoche, y luego, con mucho cuidado, tapó la cámara con la funda de su almohada.
Había decidido que sería más sensato romper sólo la cerradura, pues rompiendo la puerta entera sólo conseguiría hacer mucho ruido y descubrirse ella sola.
Así que, sin encender la luz, se detuvo de rodillas frente al picaporte y se concentró mucho.
Mucho. Aún así, no oyó siquiera un crujido. Freesia soltó un suspiro y tiró del manillar hacia abajo, pero nada de nada.
Maldijo por lo bajó y se planteó si no sería mejor idea golpearlo a la fuerza con algo pesado, pero se dijo que no al instante, y siguió probando.
Después de muchos intentos fallidos y con las sienes doloridas, se tumbó sobre el sofá para tratar de aclarar sus ideas. Y luego, después de diez minutos con las rodillas pegadas al pecho y los ojos fuertemente cerrados, se volvió a levantar.
Con la vista de nuevo fija en el cerrojo, se concentró.
“Si rompes esto, sales. Si rompes esto, te alejas de Oloffson. Si rompes esto, no tendrás que volver a ver a Eluchans. Si rompes esto, serás libre. Si rompes esto, nada de pruebas. Si rompes esto, podrás volver a ver a Áloe.”
Un ligero “clic”, y luego un fuerte crujido, y el manillar salió disparado hacia el otro lado de la habitación. Freesia se apartó como pudo, y luego, después de recomponerse, empujó la puerta.
Se abrió. Se asomó al pasillo con precaución. Todo estaba en silencio, y las luces estaban apagadas. Salió casi de puntillas y se detuvo en medio del corredor.
¿Qué podía hacer ahora?
Buscar a Áloe. Pero no sabía dónde podría estar Áloe. Por un momento se sintió estúpida por haber escapado, pues no le había servido de nada. Sin embargo, en seguida cambió de opinión.
“Mucho mejor aquí que encerrada en esa horrible habitación.”
Y encaminó sus pasos a lo largo del ancho pasillo.

Sin saber cómo, a través de unas escaleras, Freesia había llegado a lo que parecía la azotea del edificio. La puerta no estaba cerrada, y de repente se encontraba en el exterior, rodeada de un aire cortante que azotaba sus cabellos y que le congelaba el aliento.
Se situó en el borde del edificio, y miró hacia abajo. Como ya había pasado la medianoche, no se veía ni un alma por las calles de la ciudad.
Todo estaba en silencio. Y Freesia se sintió entonces más sola que nunca, en un mundo ajeno al suyo, donde no encajaba, entre tantos edificios enormes, sintiéndose tan pequeña.
Le gustaría haber tenido la habilidad de volar, para así poder abandonar el rascacielos, poder abandonar Norte, y volver al Jardín de Verano, donde el ama Dalia la abrazaría y le haría algo rico para cenar, donde podría irse al lago con sus amigos, donde podría volver a ver a sus padres.
Pero no, estaba con las plantas de los pies pegadas a aquel imponente edificio, perdida, y sin saber hacia dónde dirigirse.
Áloe. Tenía que encontrar a Áloe,  a Áloe. Por eso había salido. Tenía que buscarla, y cuando diera con ella… Cuando diera con ella, ya se les ocurriría algo. Y tenía que hacerlo antes de que la arpía de Eluchans o Oloffson se dieran cuenta.
Así que volvió a la puerta por la que había entrado, y bajó las escaleras casi corriendo. Penetró de nuevo en el oscuro corredor, y, casi sin pararse a pensarlo, entró en la primera puerta abierta que encontró. Dentro no había nada, estaba totalmente exenta de cualquier tipo de mobiliario, tan sólo había un colchón en medio de la sala, sucio y roído.
Freesia suspiró y volvió al pasillo. Tenía apenas seis horas para que amaneciera. Supuso que sería suficiente para registrar el edificio, aunque fuera con pies de plomo.
Sin embargo, si Áloe estaba en una habitación cerrada… No podía pararse a romper las cerraduras de todas las puertas, si no, no acabaría nunca.
Estaba empezando a exasperarse, así que se puso en marcha para no pensar mucho más en ello.
Pasó el tiempo, y nada. Habitación tras habitación, todas vacías, como si nadie hubiera reparado en que estaban allí.
No se atrevió a bajar a la planta de recepción, o a cualquier otra planta, pues sabía que había un guardia junto a los ascensores, así que eludió la zona como pudo.
Cuando llevaba aproximadamente una hora de búsqueda, entro en una habitación al azar y se tumbó sobre un sofá algo desvencijado.
No iba a encontrar a su prima. Quizá ni estuviera en el edificio. Lo mejor sería intentar encontrar la manera de escapar. Podía ir con su familia, con sus primas, y explicarles lo que había pasado, a lo mejor incluso Áloe estaba con ellos.
Golpeó el sofá con el puño, y se hizo incluso daño. Gimió, y se volvió a poner en pie con brusquedad.
Tenía mucho sueño. Los entrenamientos, más las horas sin dormir que llevaba, la habían dejado agotada, y le hubiera gustado tumbarse en aquel sofá y esperar a que llegara la mañana, que lo solucionaría todo.
“No.”, se dijo, “Te encontrarían aquí y te pedirían explicaciones, y entonces sí que estarías metida en un buen lío.”
Iba salir de la habitación, cuando la puerta se abrió antes de que ella pudiera alcanzarla.
La habían pillado. Oloffson o Eluchans, o el guardia. Estaba perdida.
Sin embargo, casi lloró de alivio cuando vio aparecer la cabeza rubia de su prima por la abertura.