sábado, 29 de septiembre de 2012

Capítulo 5: La magia acaba de llegar a la ciudad


Nadie les abrió la puerta. Habían cruzado el espeso jardín rodeado de matojos mal podados y malas hierbas, y se encontraban delante de la gran puerta negra, aguardando a que alguien viniera. De nuevo Freesia volvió a dudar de Pensamiento.
-¿Seguro que esta es tu casa?-el edificio rezumaba abandono por todos los muros y paredes, alguien había escrito con pintura alguna frase ilegible en la pared frontal, y muchas ventanas estaban rotas, con cristales tirados por los suelos, además de la basura que se esparcía a su alrededor.
-Seguro.-el niño asintió varias veces con la cabeza.
Freesia suspiró y volvió a golpear la puerta con los nudillos, esta vez con más insistencia, haciendo que tiras de pintura desconchada se desprendieran de la madera. Al ver que no obtenían respuesta, la chica se cruzó de brazos y se apoyó contra el muro.
-¿Con quién vives?-le preguntó a Pensamiento, que estaba enredando uno de sus piececitos en una flor mustia.
-Con mi mamá, y con Pétalos.
-¿Quién es pétalos?
-Mi gatita. Acaba de tener gatitos, ¿sabes? Son cuatro, aunque aún no les he puesto nombre a todos, y hay dos marrones uno gris y uno muy blanco muy blanco, como la nieve y… ¡Oh! ¿Me compras un helado?
El niño señaló a un camión pintado de rosa que se acercaba calle abajo haciendo sonar una musiquilla infantil.
-Pero si hace mucho frío.-dijo Freesia.
-¿Frío? ¡Qué va! Venga, venga, ¡cómprame un helado, por favor! ¡Venga, venga, Fezia un helado, sólo uno!
La chica suspiró y asintió con la cabeza.
-Está bien, pero sólo uno, y pequeño, no quiero que te pongas malo ni nada de eso.- “Ya tengo bastante con aguantarte para que ahora enfermes”, pensó, pero no lo dijo. No quería herir los sentimientos del pequeño.
Se acercaron al camión, que había aparcado al lado de la acera, para atender a un par de niños que agitaban sus manitas al aire con las pocas monedas que les habían dado.
Se pusieron a la cola, y Freesia rebuscó en su mochila hasta dar con el pequeño bolsito en el que llevaba las monedas.
Estuvieron esperando unos cinco minutos hasta que Pensamiento pudo pedir su cono de fresa.
-¿Tienen de merengue?-le preguntó la chica al heladero, un hombre de aproximadamente unos cincuenta años con un bigote espeso y canoso y con cara afable.
El hombre asintió.
-Pues póngame uno. Pequeño.-el heladero volvió con su pedido y Freesia lo pagó todo. El helado de merengue siempre había sido su favorito. En realidad, el helado era lo que más le gustaba de todo. Pero en ese momento, cuando le dio el primer lametón, se sintió mal. De repente se entristeció, su cabeza se llenó de recuerdos. Recuerdos de tiempos mejores, de tardes de helado, de mañanas de helado. De días de helado, con sus padres. El de merengue también era el favorito de su madre. Y sin que pudiera evitarlo, una lágrima salada rodó por su mejilla hasta aterrizar en su jersey. Pensamiento se dio cuenta y se giró para mirarla, preocupada.
-¿Te pasa algo?-estaban sentados de nuevo en la verja junto a la casa del niño, a la espera de que alguien viniese. El chiquillo tenía la cara cubierta de helado rosa y pegajoso.
Freesia negó con la cabeza.
-No es nada, tranquilo.
Se quedaron en silencio unos instantes, los dos sumidos en sus pensamientos, hasta que Pensamiento volvió a hablar.
-Tú no eres de aquí. ¿A qué no?
Ella negó con la cabeza.
-No, soy del Jardín de Verano.
El niño abrió mucho la boca y esbozó una sonrisa amplia.
-¡Ahí va! ¿Y por qué estás aquí?
Freesia esbozó una mueca y se quedó callada. No le apetecía nada hablar del tema, y menos con aquel crío que acababa de conocer. El niño rápidamente se dio cuenta de que no iba a responderle.
-¿Es un secreto?
La chica sonrió tristemente.
-Sí, se puede decir que sí.
Pensamiento volvió a sonreír.
-¿Y me lo vas a contar?
-Algún día.
-¿Vas a quedarte en el Jardín de Otoño? ¿Con nosotros? ¿En este pueblo?-Freesia le acarició los rizos cariñosamente y negó con la cabeza.
-Me parece que no. Mi tren se ha averiado y tendré que pasar aquí una o dos noches. En realidad voy al Jardín de Invierno.
Al oír esto, el niño volvió a abrir la boca y señaló con el dedo índice hacia el cielo, moviéndolo de un lado a otro, como dándose razón a sí mismo.
-Sí, ya me acuerdo. Violeta… No, fue la otra, la que no sé cómo se llama. Me dijo que un tren de otro jardín se había parado enfrente del pueblo y… ¡oh!
-¿Qué pasa, Pensamiento?-le preguntó la chica, pasándole un brazo por los hombros.
-¡Es allí a dónde iban!-siguió agitando el índice en el aire.-Cuando se fueron. Te engañaron, no iban a casa, por eso tardan tanto.
-¿Ah, sí?-Freesia ya se imaginaba algo así. Pero no lo entendía demasiado bien.-Pero, ¿quieres decir que han ido al tren? ¿A qué?
Pensamiento agitó la cabeza de un lado a otro, y miró a la chica como su fuese rematadamente tonta.
-No, no. Al tren no. Al mago.
Fressia cada vez entendía menos. ¿Mago? ¿Qué mago?
-No sé a lo que te refieres. ¿Un mago?
El niño resopló, exasperado. Daba por hecho que todo el mundo sabía de aquel extraño mago.
-Sí, venía en el tren. Me lo dijo Violeta, y esta vez sí fue ella.-se rascó la cabeza.- ¿Oh no…? Bueno, da lo mismo.
-¿Y cómo lo sabían?-¿es que había alguien por ahí pregonando a los cuatro vientos la identidad de cada pasajero?
Pensamiento se encogió de hombros y le dio un lametón a su helado. El de Freesia estaba prácticamente derretido y ella apenas lo había probado.
-¿Y cómo se llama el mago?
-No lo sé. No me acuerdo-“Este niño no brilla por su buena memoria”, pensó Freesia.-Empezaba por zeta. Algo como Zusk, o Zisk, o Zas. ¡Zacharias! No, no era Zacharias. ¿Cómo era? Jopé. A ver, tengo que pensar.
El niño se acarició el mentón unos instantes. Entonces a la chica se le vino a la cabeza, de repente, y sus palabras salieron de su boca antes incluso de haberlas pensado.
-¿Zache?-el niño abrió mucho los ojos y sonrió, y esta vez su dedo en movimiento la señalaba a ella.
-¡Era eso! ¡Zache! Claro… ¿Lo conoces?
Freesia negó con la cabeza.
-No.
-¿Y cómo es que sabías su nombre?
-Casualidad. Zache es un nombre muy común, todo el mundo lo sabe.
-No, no lo es.-puede que no tuviera una memoria de elefante,  pero Pensamiento era espabilado.-Lo conoces. Venía contigo en el tren.
-Pues será por eso, lo habré escuchado por los pasillos o algo así.
El niño asintió, pero Freesia advirtió que no se daría por vencido tan fácilmente.
Tenía que pensar, su mente estaba hecha un lío. ¿Zache, un mago? ¿De esos de los trucos de hacer desaparecer palomas y cortar a la guapa ayudante por la mitad? A Freesia no le había parecido ese tipo de persona. Si se paraba a pensar, tampoco es que Zache le recordara a ningún tipo de persona en concreto. Pero desde luego, a un mago, a un feriante, no. ¿Y cómo es que aquellas niñas sabían que estaba en el pueblo, apenas dos horas después de la avería del tren? Aquello se ponía cada vez más extraño.
-Pensamiento…-iba a preguntarle algo más, pero en ese momento vio que alguien se dirigía hacia ellos.
Era una mujer alta y esbelta, con una cabellera rizada y cobriza al viento, y unos rasgos finos y delicados. Si fuese vestida como tal, parecería una princesa. Pero llevaba unos pantalones raídos y manchados y una camiseta demasiado grande para ella llena de lo que parecían manchas  de aceite.
-¡Mamá!-gritó Pensamiento, y fue corriendo a abrazarla. La mujer le devolvió el abrazo. Luego se fijó en Freesia, que aguardaba tras la verja del jardín.
-¿Es tu amiga?-preguntó la mujer. Tenía una voz alegre y argentina, y unos labios carnosos y rojizos. Era verdaderamente hermosa.
-Sí.-Pensamiento sonrió.-Se llama Fezia. Es del Jardín de Verano, pero no sé por qué está aquí, es un secreto.
La mujer sonrió,  se acercó a la chica y le dio un beso en la mejilla.
-Hola, yo soy Ixia. Perdona por ir así vestida, es que acabo de volver de trabajar.
-No importa, encantada.
Ixia le sonrió dulcemente, y luego miró a su alrededor. Después, dirigió la vista a Pensamiento con preocupación.
-¿Dónde están tus primas?
-¿Eh?-el niño parecía estar en otro mundo, y miró a su madre con extrañeza.
-Violeta y Erica.
-¡Ah, con que se llamaba así!
La madre puso los brazos en jarras y miró severamente a su hijo.
-Sí, son tus primas, estaban aquí contigo, ¿recuerdas? Te cuidaban mientras hacía las horas extra.
El niño se rio.
-¡Pero si ya se lo he dicho a Fezia!-exclamó, como si con contárselo a ella todo el pueblo estuviese ya enterado.- Se han marchado, por eso estoy con ella. Se ha quedado cuidándome, y me ha comprado un helado. ¿Quieres?
Freesia pudo comprobar que Ixia estaba perdiendo la paciencia. Daba golpecitos al asfalto con la punta del pie, nerviosa.
-No, no quiero. Ahora dime, ¿a dónde se han ido tus primas?
-¡A ver al mago, ya lo he dicho! Al mago que vino en el tren, a Zacharias.
-Zache.-le corrigió Freesia automáticamente.
-Eso.-murmuró Pensamiento.
La mirada de Ixia se ensombreció al instante, y bajó la vista. La chica la miró preocupada, y se acercó prudencialmente a la mujer.
-¿Está bien?
La mujer volvió a alzar la vista, y pudo comprobar que de sus ojos avellana caían gruesas lágrimas que se  deslizaban por sus sonrosadas mejillas. Se las limpió al instante con el dorso de la mano, y asintió.
-No se preocupe, Pensamiento ha estado bien. Yo le he cuidado.
-No es por eso.-la voz de la mujer era lúgubre.
Esbozó una media sonrisa y abrazó a Freesia, lo que pilló a la chica un poco por sorpresa.
-Gracias, en serio. No tenías por qué haber cuidado de mi hijo, y siendo como es él… Te lo agradezco enormemente.-le susurró al oído.
Cuando su abrazo de deshizo, el rostro de Ixia volvía a ser vivaracho y alegre, como si nada hubiese pasado.
-Venga, te invito a entrar. Ya sé que tengo la casa un poco descuidada, pero últimamente no tengo tiempo para nada.
Atravesó el jardín en dirección a la puerta mientras sacaba un juego de llaves de una riñonera de plástico.
Freesia la siguió, acompañada de Pensamiento, que le cogió de la mano. Aún tenía tiempo antes de la cita con Zache, y tenía que prepararse mentalmente antes. Lo primero, el extraño joven le debía una explicación, o más de una. Y lo segundo… Freesia no sabía muy bien cómo expresarlo, pero era una sensación extraña que sentía cuando estaba con él, y que hacía que le sudasen las manos y se pusiera nerviosa. Zache tenía un aura extraña y… Bueno, no era que le gustara ni nada parecido, era algo distinto, más profundo.
Se pararon ante la puerta negra mientras Ixia giraba las distintas llaves dentro de los distintos cerrojos que había colocado. Cuando terminó, la puerta se abrió con un chirrido y Freesia aguardó a que Ixia pasase antes de entrar ella con Pensamiento de la mano. Estaba todo oscuro, y la mujer apretó con un interruptor que lo iluminó todo al instante.
La casa no era grande, para nada. No tenía habitaciones, estaba todo en la misma planta, salvo por una puerta que conducía a lo que Freesia supuso que sería un cuarto de baño. Pero aún así, todo era hermoso. En el ambiente se respiraba calidez y comodidad, y el mobiliario parecía estar exactamente en el sitio adecuado. A su derecha se encontraba un pequeño sofá de aspecto mullido, con gran cantidad de cojines de todos los diseños y colores esparcidos sobre él. Había también una mesita central de cristal. Una lámpara de pie dorada con flecos iluminaba desde un rincón el pequeño espacio, y las paredes estaban cubiertas de cuadros y estanterías llenas de libros y extraños amuletos de madera.
Más al fondo estaba la cocina, equipada con una encimera, un horno, unos fogones y una mini-nevera.
Al fondo a la izquierda había un ventanal enorme que Freesia no había visto desde el exterior. Al lado de éste había una cama redonda y que parecía muy cómoda, a su vez cubierta de cojines y de peluches de distintos animales. La cubría desde el techo un atrapa mosquitos translúcido de color amarillento decorado con flores, y a su alrededor iluminaban farolillos que brillaban intensamente.
En el centro de la sala estaba lo que podía ser el comedor, con una mesa grande de madera, en la que reposaba un florero de cerámica.
Freesia contempló todo con admiración, y se dijo a sí misma que no le importaría vivir en aquella pequeña vivienda, que parecía conducir a otro mundo totalmente distinto del que estaba tras la puerta negra.
Ixia les hizo una señal para que se sentaran en el sofá, y la chica se sentó con Pensamiento a su lado.
-Si me disculpas, voy a cambiarme.-le dijo la mujer a Freesia, y ella asintió con la cabeza.-Pensie, cuida bien a nuestra invitada.
Ixia le guiñó un ojo a la chica y se dirigió a la puerta de  la habitación que Freesia había pensado que era un baño, pero supo que estaba equivocada al entrever, cuando Ixia la abrió, un pequeño canapé burdeos y una lámpara antigua sobre una cómoda.
-Es la habitación de mamá.-le dijo Pensamiento cuando su madre hubo cerrado la puerta tras de sí.-Yo sólo puedo pasar cuando voy a bañarme.
El niño se quedó mirando al infinito unos instantes, meditabundo, pero luego se levantó de improvisto y le sonrió ampliamente a Freesia.
-Es verdad, eres nuestra invitada.-luego corrió hacia donde estaba la cocina y abrió un armarito de pared que parecía la despensa.
Rebuscó unos instantes hasta dar con una especie de paquete rosa, y se lo llevó a la chica mientras lo abría.
-Son galletas, son mis favoritas.-le dijo el niño mientras se llevaba una galleta circular cubierta de azúcar glas a la boca.-Mamá casi nunca las compra, pero  dentro de dos días es mi cumple y me dijo que por una vez no importaba.
Luego bajó la vista y miró a Freesia, como avergonzado.
-Es que… No tenemos mucho dinero… Y… Pues bueno, mamá no se puede permitir comprarme nada muy caro así que… Durante una semana como y ceno lo que yo quiero. Algo es algo, ¿verdad?
El niño miró a Freesia, sus ojos brillaban con la luz de la  lámpara. La chica se sintió mal por Ixia. No parecía estar casada, y sacar adelante a un hijo sin ayuda, y además tener que trabajar todos los días hasta tarde no debía de ser muy fácil. Pero tampoco quería entristecer a Pensamiento, así que le sonrío y cambió de tema.
-Así que tu cumpleaños, ¿eh? ¿Y cuántos cumples?
-Cinco, el año que viene empiezo el colegio, como mis primas. ¿No es genial?
Freesia asintió y cogió una galleta de color azul. Con suerte, le daría tiempo a comprarle algo por su cumpleaños antes de irse. En apenas dos horas le había tomado cariño a aquel niño de las pecas.
En ese momento Ixia volvió a aparecer por la puerta por la que había entrado. Esta vez llevaba un jersey fino de color rojo y unos pantalones ajustados de color blanco. Al ver a Pensamiento, sonrió alzando una ceja.
-¿Con que ya has abierto la caja, eh?
El niño rio y asintió con la cabeza, la madre le revolvió el pelo.
-Voy a hacer té, ¿te gusta, Freesia?
La chica asintió mientras masticaba. La galleta estaba realmente buena, y muy, muy, dulce. Normal que fueran las favoritas del niño.
Ixia sacó una tetera de uno de los cajones de la encimera y puso a hervir agua. Luego se sentó junto a Freesia.
-Así que, ¿eres del Jardín de Verano?
Ella volvió a asentir, tragó el último trozo de galleta y habló.
-Sí, aunque mi tren se averiado. Iba al Jardín de Invierno.
Ixia sacudió la cabeza, y asintió.
-¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
-Aún no lo sé, puede que hasta mañana, o hasta el otro. –Freesia se encogió de hombros y alcanzó una segunda galleta.-Nos hospedamos en el Cherrywood, está cerca de la carretera, creo.
Ixia arrugó la nariz e hizo un gesto de negación con la cabeza.
-Un antro espantoso.-le dijo, agitando el dedo en el aire, tal y como había hecho Pensamiento antes.-La comida que dan es bazofia y los muebles de las habitaciones se los han comido las termitas. Además, hay ratas. Deberías quedarte con nosotros.
Pensamiento sonrió y mostró su boca llena de migas de galleta.
-¡Sí, venga, quédate! Puedes dormir en mi cama, yo dormiré con mamá.-le agitó el brazo con insistencia, y Freesia sonrió.
Confiaba en aquella pequeña familia, y no le importaría quedarse una noche o dos en aquella casita mágica. Asintió.
-Muchas gracias.-le dijo a Ixia.-Será un placer quedarme aquí. Si quiere, puedo cuidar mañana por la mañana de Pensamiento si tiene que ir a trabajar.
-¿Harías eso? Gracias, muchas gracias.-luego se giró hacia su hijo.-Así no tendré que dejarte a cargo de las irresponsables de tus primas. Voy a tener que hablar con mi hermana…
La tetera comenzó a silbar, e Ixia se acercó rápidamente a la cocina para apagar el fuego. Sirvió el té en dos pequeñas tazas de porcelana azul y sacó un zumo de melocotón de la nevera para Pensamiento. Acercó todo en una pequeña bandeja y lo colocó en la mesa central.
Mientras bebían té hablaron sobre temas intrascendentes, como el tiempo, el pueblo, los Jardines, y todo lo demás. La mujer no le preguntó a Freesia nada sobre su viaje ni su procedencia, cosa que ella agradeció.
El tiempo pasó muy rápido, y cuando se dio cuenta eran las siete menos cuarto. Sonrío a sus acompañantes, y se apresuró a levantarse.
-¿Tienes que irte?-le preguntó Pensamiento, triste.
-Sí, tengo una cita.
-¿Con quién?-le preguntó Ixia con una sonrisa.
-Con un amigo que hice en el tren.-no le pareció oportuno nombrar a Zache, y no lo hizo.
-Una cita, ¿eh?-la mujer esbozó una sonrisa pícara.-¿Es guapo?
Freesia sonrió a su vez y se encogió de hombros.
-Puede.-las dos rieron, pero parecía que a Pensamiento no le hacía mucha gracia.
-Jopé, yo no quiero que te vayas. Iba a presentarte a Pétalos y a sus hijitos.-el niño hizo un puchero y se cruzó de brazos. Ixia se agachó a su lado y le pasó un brazo por los hombros.
-Venga, Pensie, Freesia volverá después y ya le presentarás a Pétalos. Recuerda que hoy eliges qué quieres cenar.
Aquello pareció levantar el humor del niño rápidamente.
-¡Sí! ¡Hoy vamos a cenar tortitas!-dio un salto y giró en el aire. Freesia e Ixia rieron a la vez.
-Bueno.-dijo la chica.-Creo que me tengo que ir. No volveré muy tarde.
Madre e hijo la acompañaron a la puerta, y aprovechó para mirarse en el espejo. Se peinó un poco el pelo con las manos.
-¿Puedo dejar mi mochila aquí?-Ixia asintió. Iba a ser mucho más cómodo no tener que llevar nada a la espalda, y se echó unas cuantas monedas en el bolsillo del pantalón.
-Bueno, me voy.
Se despidieron y la chica salió al frío aire de la tarde. Al fondo, en el parque, se podía entrever una silueta alta sentada en un banco, de cara al sol.
Parecía resplandecer.




sábado, 15 de septiembre de 2012

4. La velocidad de la lluvia.


La estación de trenes estaba en el centro mismo del pueblo. No era un edificio demasiado grande, debido a la escasez de los viajes que se realizaban entre distintos puntos del Jardín, o a los casi inexistentes viajes entre Jardines distintos, en los que apenas viajaban un puñado de gente relacionada con el comercio u otras cosas importantes que Freesia no llegaba a comprender del todo bien. Sin embargo, era un edificio imponente, de dos pisos, que se reconocía por la gran torre de ladrillo que sostenía un gran reloj de aguja con las manecillas apuntando, en ese momento, la pequeña al número once y la grande al número tres. Cruzaron las puertas de metal y se adentraron en el vestíbulo.
El suelo era de mármol, y había numerosas columnas sólidas de color tierra, que a Freesia le resultaban amenazantes. En el centro de la sala habían instalado una fuente de piedra y granito de la que brotaban chorros de agua cristalina por la pequeña abertura de la boca en la figura de un pez. En el techo de la sala estaba la gran lámpara, formada por cristales diminutos que reflejaban la luz por toda la habitación, lo que hacía que ésta tuviera un aura extraña. A un lado del vestíbulo estaban las taquillas, donde un hombre con aspecto aburrido miraba la hora con ansiedad esperando el fin de su turno. Un poco más allá, una rampa subía al segundo piso,  donde se hallaban los andenes.
Aquel lugar sólo le traía  a Freesia malos recuerdos, muy malos. Sólo había estado allí una vez, cuando sus padres se marcharon, y no era algo que se olvidaba con facilidad. Tan sólo la visión de aquel impoluto suelo de mármol y de las columnas construidas en perfecta armonía la hacían querer vomitar.
El ama Dalia se había dado cuenta de su inquietud, y la miró con preocupación al tiempo que le acariciaba un hombro con cariño.
-¿Te encuentras bien?-ella asintió y movió después la cabeza con vehemencia, como para despejarse de los malos recuerdos que en ese momento acudían a su mente como proyectiles.
En ese momento sus amigos entraron por la puerta de la estación, con el semblante triste. Se acercaron a ellas con precaución, y por un momento se quedaron todos así, parados, sin saber bien qué decir en una situación como ésa. Por fin, el ama Dalia rompió el hielo.
-Primero tendremos que ir a que facturen tu equipaje.-luego miró a todos los chicos que había a su alrededor.-Gracias por haber venido.  Vamos, es por aquí.
Siguieron al ama Dalia por un pasillo estrecho que descendía hasta una sala amplia que parecía estar bajo tierra. Nadie dijo nada por el camino. Simplemente, no había nadie que decir.
No había  nadie en la cola para facturar. La habitación estaba vacía, salvo por la resuelta jovencita que atendía el mostrador hasta el que Freesia y el ama se acercaron. La chica rebuscó en su mochila hasta dar con el billete de tren que habían comprado hacía ya dos semanas. Se lo entregó a la joven, que lo observó con detenimiento e introdujo algunos datos en la computadora.
-¿Documento de identificación?-le preguntó con voz cantarina.
Ella asintió y le tendió la pequeña tarjeta en la que una Freesia de apenas diez años sonreía a la cámara mostrando las mellas de los dientes delanteros.
La joven la miró primero a ella y luego a la pequeña foto, y asintió. Le entregó de nuevo la tarjeta y el billete y preguntó por el equipaje. Con ayuda del ama, Freesia depositó sus maletas sobre la cinta trasportadora que conducía a un pasillo que desaparecía tras una pared.
-Bien, pues ya está todo.-le dijo la encargada.-Andén treinta y tres, puerta B. Su tren saldrá en cuarenta minutos, puede ir pasando a la planta superior.-la muchacha miró a todos los acompañantes de Freesia, que esperaban detrás de ella.-Pero a partir de ahí tendrá  que seguir sola, sólo los pasajeros pueden circular por ese área de la estación.
Freesia asintió.
-Gracias, muy amable.-aferró con  fuerza su cartera y se dirigió hasta donde se encontraban sus cuatro amigos.-Ya lo habéis oído.
Ellos asintieron. Juntos se pusieron de nuevo en marcha hasta la planta baja, donde se quedaron expectantes, mirando a las puertas de cristal que daban acceso a la planta alta.
-Pues aquí estamos.-dijo Clavel.-Tienes que irte ya.
Pero Freesia no quería irse. Hubiese preferido quedarse en aquella triste estación con sus amigos para siempre que cruzar las altas puertas que la conducirían a aquel tren solitario. Pero sabía que no podía. Tenía que marcharse, y eso significaba también despedirse.
Miró a todos sus amigos con tristeza, y por último miró al ama Dalia a los ojos.
-Es la hora-susurró.

La luna había empezado a cubrirse de nubes, pero sus rayos aún eran fuertes e iluminaban el pequeño andén y las vías de hierro. También iluminaba a la pequeña niña que, abrazada a una mochila de viaje, se acurrucaba en un banco mirando al suelo.
Freesia aún lloraba, incluso pasada la triste despedida con sus amigos y con el ama. Agarraba con fuerza el pequeño colgante de la paloma que ésta le había regalado, intentando no pensar en lo que le esperaba más allá de aquel andén, más allá de la estación, más allá de todo lo que un día había conocido y amado.
Aún quedaban quince minutos para que el tren hiciese su entrada. Después de cruzar las puertas y subir a la planta superior, había estado dando vueltas sin sentido por todo el lugar, como aturdida y sin saber dónde ir, simplemente con el recuerdo de la escena en la que todos lloraban y se abrazaban, y con el sentimiento de desolación que ésta había dejado en su interior. Apenas se había cruzado con una o dos personas en su recorrido, y se había comprado un paquete de caramelos de colores que en ese momento estaban en el fondo de su mochila. Ni siquiera sabía por qué los había comprado.
Estaba muy cansada, e intentó que el sueño no la venciera incorporándose como pudo en el banco. Justo en ese momento alguien se sentó a su lado.
Era un hombre alto y joven, no aparentaba más de veinte años. Sus facciones eran pronunciadas y tenía una barbilla y una nariz afiladas y puntiagudas. Era muy blanco de piel, y tenía los cabellos rubios casi blancos, peinados hacia atrás con una raya al lado. Vestía un elegante abrigo marrón oscuro y unos mocasines negros, haciendo juego con el maletín que reposaba a su lado.
Lo primero que le inspiró este extraño hombre a Freesia fue respeto. No sabía por qué, pero aquel joven espigado y de mirada pálida le hacía estremecerse por dentro, así que lo único que hizo fue apartar la mirada de él.
Lo segundo, fue desconfianza. Al mirar a su alrededor, pudo observar que todos los bancos restantes del andén estaban desocupados. ¿Por qué había ido precisamente a sentarse con ella? Además, era el banco más alejado de la puerta B, por la que se entraba, y no entendía por qué razones habría querido precisamente a aquél. Se alejó prudencialmente al lado izquierdo, poniendo por medio la mayor distancia que pudo entre ella y aquel extraño individuo.
Se quedaron en silencio hasta que el joven sacó un periódico de su maletín. Freesia, curiosa, se acercó un poco para observarlo. No era el periódico que ella conocía, el que se publicaba a diario en el Jardín de Verano, si no uno amarillento que parecía ser bastante antiguo.  No se atrevió a acercarse lo suficiente como para alcanzar a leer el nombre o el titular del diario, pero el hombre advirtió su presencia y desvió su mirada hacia ella.
-¿Quieres algo, niña?-le preguntó con voz ronca y áspera, como si Freesia fuera alguna molesta piedra en el zapato.
Ella, algo sorprendida por el tono molesto de su voz, replicó:
-¿No sería al revés? ¿Quiere usted algo de mí?
Freesia le dirigió a su acompañante  una mirada desafiante. En una situación normal, la chica había bajado la cabeza y habría contestado con un simple “no”, pero en aquel momento se atrevió a encarar al desagradable personaje, y lo hizo sorprendida de ello.
-¿Qué has dicho?-el hombre había cerrado el periódico y se había vuelto completamente hacia ella. En ese momento pudo comprobar que tenía la oreja izquierda totalmente quemada, y una gran calva cubría aquella parte de su cabeza. Un escalofrío recorrió a la chica de arriba abajo, y quiso disculparse y no hablar más con aquél extraño, pero, sin saber por qué, continuó con su desafío.
-Se ha sentado conmigo cuando había muchos sitios más libres. ¿No será que usted quiere algo de mí?-no había podido evitar quedarse mirando la parte izquierda de la cara del hombre, y éste se había percatado.
-Es horrible, ¿verdad?-se llevó la mano a donde debería estar su oreja, y la dejó ahí unos instantes, antes de bajarla de nuevo.-Es una historia larga.
Se quedaron en silencio durante unos minutos, luego el hombre habló de nuevo.
-Me parecía que necesitabas a alguien a tu lado.
Freesia se quedó sin palabras ante la sorprendente respuesta. Si era así, ¿por qué había sido tan brusco con ella?
Un nuevo sentimiento hacia aquel joven se abrió paso en la mente de Freesia: curiosidad. Deseaba preguntarle sobre su procedencia, sobre lo extraño de comportamiento y sobre la quemadura en su piel. Pero esta vez no se atrevió, y un silencio volvió a reinar entre los dos.
Aproximadamente un grupo de diez personas entraron en ese momento en el andén. Todas iban ataviadas con trajes de negocios, y parecían proceder de una empresa en alguno de los Jardines. Por los cabellos teñidos de colores de aquellas personas, supo que venían del Jardín de Primavera. Se quedó observándolos unos instantes hasta que el hombre sentado a su derecha volvió a hablar.
-¿Cómo te llamas?-la pregunta pilló desprevenida a Freesia, que tardó un poco antes de responder.
-Freesia.-se aclaró la voz.- Freesia Dubois.
Sin darle tiempo a la chica a preguntar a su vez, el hombre habló.
-Yo me llamo Zache. –la chica esperó a que dijese su apellido, pero no lo hizo. Ella no preguntó.
No era un nombre de los Jardines, eso lo supo al instante. El nombre le sonó a extranjero, y se imaginó que aquel hombre debía de proceder de algún lugar fuera de los Cinco Jardines, lo que hizo que la chica sintiese una curiosidad aún mayor, pero se quedó en silencio y decidió esperar a ver si Zache le decía algo más, pero no hubo mucho tiempo, pues el sonido del tren acercándose inundó el andén. Los dos se levantaron justo para verlo entrar en la estación. Se acercaron prudencialmente a la vía, y el tren se detuvo frente a ellos con un ruido sordo.
Las puertas se abrieron y unos dorados escalones se desplegaron a sus pies. Justo antes de entrar, Zache le agarró la mano a Freesia de improvisto. La chica sintió como se le aceleraba el corazón un instante ante el tacto frío del joven. Él le agarró la mano unos segundos más, antes de susurrarle.
-Encantado de conocerte, Freesia Dubois.-Zache le soltó la mano y se adentró en el vagón. Cuando Freesia subió los escalones y subió a su vez, el hombre ya había desaparecido entre los corredores.
Un hombre gordo de mirada astuta le picó el billete, le indicó que su compartimento era el sesenta y dos y le dio una llave de bronce con el número grabado. Ella se lo agradeció y se internó en el vagón. Cuando llegó a la puerta de su compartimento, sacó la pequeña llave y la abrió.
La habitación no era demasiado grande. Tenía una cama ancha de blancas sábanas, una mesilla de noche, una cómoda con una lamparita al lado y un escritorio de caoba. El suelo estaba cubierto de una mullida moqueta, y el papel de pared era marrón con detalles en beige. Por una puerta de metal se accedía al baño, que se componía de un lavabo, un retrete y una ducha. Era bastante estrecho y no había ventanas. En la habitación principal sí que las había, pero estaban cubiertas por unas tupidas cortinas. Freesia se acercó y las apartó para contemplar el paisaje nocturno que se extendía ante ella.
Estaba muy cansada, así que abrió su mochila de viaje y sacó con cuidado un pijama fino que le había preparado el ama. Se desnudó lentamente y se lo puso. Sin deshacer las sábanas, se tumbó en la cama y apagó la luz del techo pero, sin saber muy bien por qué lo hacía, dejó encendida la pequeña lámpara de la cómoda. Cerró los ojos.
A pesar de todo el cansancio que había acumulado durante aquel largo día, Freesia era incapaz de conciliar el sueño. Dio vueltas y vueltas sobre la cama, pero lo único que conseguía era seguir pensando en todo lo que había ocurrido y en lo que estaba a punto de ocurrir. Se le vinieron a la mente los momentos vividos en el lago con sus amigos, la fiesta en la colina, la extraña anciana de las bengalas y sobre todo, Zache. Sin saber de qué manera, aquel joven de nombre extraño le había dejado una sensación dentro del cuerpo como si la hubieran removido con una batidora, y se había quedado bastante descolocada.
De madrugada le entró hambre, así que abrió el paquete de caramelos que había comprado en la estación. Se habían puesto algo blandos debido a que habían sido aplastados por el peso de la mochila, pero seguían estando bien de sabor.
Justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, unos repiqueteos en la ventana llamaron su atención. Había empezado a llover, y debido a la velocidad a la que el tren viajaba, golpeaban con fuerza los cristales, produciendo un ruido desagradable. Fuera el tiempo era espantoso, soplaba un viento feroz y Freesia escuchó algún que otro trueno y vio la línea brillante que surcaba el cielo de un relámpago.
Se cubrió la cabeza con una almohada y cerró los ojos. Cuando por fin se quedó dormida, casi amanecía, pero la tormenta no había parado, ni siquiera había disminuido su fuerza.

Al día siguiente por la tarde salió el sol. Quedaba apenas un día para llegar a su destino, y la chica andaba con los nervios  a flor de piel. Después de comer un estofado de ternera con verduras bastante insulso, se dirigió a su habitación dispuesta a seguir leyendo un libro que había encontrado en su mochila y que la tenía enganchada, así se olvidaría de sus problemas por un rato. Pero justo cuando se encaminaba hacia su compartimento, el tren dio una sacudida violenta que hizo que Freesia tuviera que agarrarse a una barandilla cercana, mientras el suelo a sus pies se sacudía con fuerza, y se agarró con más firmeza para evitar caerse. De pronto, el tren se paró en seco, lo que hizo que la chica diera un traspiés hacia delante y se golpeara contra la puerta del compartimento que tenía en frente. Se llevó la mano hacia la parte golpeada, un poco más abajo de su ojo derecho, y comprobó que sangraba. A su alrededor empezaron a salir personas de sus compartimentos, y preguntaban angustiados qué era lo que podía haber pasado. Se miraron entre ellos unos segundos y luego apareció un hombre alto vestido con un uniforme azul que empezó a dar gritos para que todos los vagones le oyeran.
-¡Salgan de sus compartimentos, necesitamos que desalojen el tren!-las palabras del hombre causaron conmoción entre los viajeros, que empezaron a alborotarse aún más. Freesia no se movió, y siguió tocándose la herida con la mano.
-¿Ha pasado algo grave, señor?-una mujer de mediana edad con el aspecto de haber sido levantada de su siesta miró preocupada al uniformado.
-Nada por lo que deba preocuparse, señora. Simplemente ha habido una avería repentina. Tendrán que alojarse en el pueblo mientras la reparamos, esto nos puede llevar un día, quizá más.
Todo el mundo suspiró de alivio, pero al instante comenzaron las quejas contra el pobre empleado, como si él tuviera toda la culpa.
-Lo sentimos-empezó a protegerse contra la avalancha de personas enfadadas que se le venía encima-Sabemos que esto les retrasa bastante, pero les compensaremos. Hay un hotel aquí, el Cherrywood, tendrán alojamiento y pensión completa gratis, no es gran cosa pero…
-¿Cree que nos compensa quedarnos a dormir en un hotel cutre en mitad de la nada?-La gente comenzó a gritar de nuevo y ella se escabulló hasta la puerta más cercana para salir. Si había que hacerlo, mejor cuanto antes y no esperar dentro con los viajeros de esos ánimos. Justo cuando iba a bajarse del tren, alguien le tocó el hombro.
Era Zache. No le había visto desde hacía dos noches, cuando se conocieron en el andén, ni siquiera cuando iba a comer o a cenar, él no estaba en el comedor.
-Será mejor que te cambies de ropa.-le dijo con brusquedad. Ella miró como iba vestida: unos pantalones vaqueros, una blusa fina de raso y unas parisinas rosa palo. No iba nada mal.
-¿Qué?
-Estamos muy al norte en el Jardín de Otoño. Hace bastante frío, aunque haya salido el sol.-tenía razón. Freesia ni siquiera había pensado dónde podría estar en aquel momento, y miró a Zache, que llevaba el mismo abrigo de la primera noche y una bufanda marrón.
-Gracias.-murmulló la chica, mientras se dirigía a su compartimento.
-Supongo que ya nos veremos-el joven salió del vagón apresuradamente.
Freesia se puso un jersey de color blanco y de lana muy suave, se cambió los zapatos, se calzó unos botines marrones de cuña y se anudó una bufanda rosa al cuello. Aquel día llevaba el pelo suelto, que le llegaba hasta media espalda, y le cubría las orejas. Pensó entonces en el ama Dalia y en su manía por que se cortara el pelo, y se imaginó que sin su melena oscura en ese momento las orejas se le congelarían sin unas de esas incómodas orejeras de pelo. Sonrío, pero luego pensó en el ama, y su semblante se endureció. Decidió dejarlo estar y metió unas cuantas cosas en su mochila de viaje, se la puso a la espalda y abandonó el tren mientras la mayoría de pasajeros seguía discutiendo con el hombre del uniforme, que estaba desesperado.
Al salir del tren notó un aire frío, y agradeció a Zache su consejo. El viento soplaba con fuerza, y ella escondió la barbilla y la boca bajo la gruesa bufanda. El tren se había quedado parado en medio de lo que parecía un campo sin cultivar, salvaje. En la lejanía se distinguía la figura de un pequeño pueblo entre unas montañas altas y escarpadas. A su alrededor se extendía una vasta explanada grisácea, sin vida. Se encaminó al pueblo.
Llegó en apenas diez minutos. Era un pueblecito rural, compuesto por casas de madera pintadas de muchos colores. El ambiente era acogedor, a pesar del frío seco que llenaba el aire. Las calles estaban cubiertas de hojas de los árboles desnudos que se alineaban a lo largo de todo el bulevar principal. Las farolas estaban ya encendidas, a pesar de lo temprano que era, debido a que el nublado cielo lo oscurecía todo sin dejar atravesar ni un solo rayo de luz. Había escasas tiendas y algún que otro restaurante, pero ella no se detuvo y anduvo todo el paseo hasta llegar a un pequeño parque rodeado de sauces que balanceaban sus ramas al compás del viento. Se acomodó en un banco y observó a unas niñas que jugaban en un columpio, sus trenzas rojas propias del Jardín de Otoño ondeaban a su espalda, como una bandera carmesí. A su lado un niño rollizo de sonrosadas mejillas y con la cara cubierta de pecas amontonaba un puñado de hojas amarillentas mientras reía con fuerza.
-Bonita vista, ¿verdad?-Freesia se sobresaltó. Zache se había colocado detrás de ella y miraba pensativo al infinito.
La chica asintió, sin saber qué hacer o decir. Estuvieron así, mirando al trío de niños jugar hasta que él se sentó a su lado.
-¿Te apetece cenar conmigo esta noche?-Freesia miró con extrañeza al joven, que la observaba cuidadosamente con sus profundos ojos claros.
¿Qué respondía? Era un extraño, lo había conocido una noche en el andén de la estación y apenas habían intercambiado dos frases. Pero por otra parte, sus ojos le transmitían calidez, y sentía que podía confiar en él. Al ver que la chica dudaba, Zache dijo:
-No te preocupes, invito yo.-luego bajó la vista.-Es para disculparme por lo de la otra noche, por tratarte así. No se me da demasiado bien hablar con la gente.
Freesia miró a su acompañante de nuevo, pero por fin asintió.
-Está bien.
El semblante del hombre se iluminó y esbozó una sonrisa radiante, y lo único que pudo hacer Freesia fue sonreír a su vez.
-¡Pues perfecto!-Zache asintió varias veces con la cabeza-Quedamos aquí a las siete y media.
La chica iba a responder, pero cuando se dio cuenta el joven había desaparecido calle abajo. Empezó a preguntarse si había hecho bien en aceptar la propuesta. Pero verdaderamente parecía que Zache tenía ganas de cenar con ella, por alguna razón concreta que ella no entendía. Se encogió de hombros e hizo un ademán para levantarse, pero de pronto algo le agarró el jersey y tiró de él hacia abajo.
La niña que había visto antes jugando con lo que parecían sus dos hermanos le sonreía.
-Hola-le dijo Freesia, amable.-¿Te ocurre algo?
La pequeña negó con la cabeza, pero luego asintió, cambiando de opinión.
-Mi hermana y yo tenemos que ir a casa a por una cosa. Y necesitamos que alguien se ocupe de Pensamiento mientras no estamos. Es nuestro primo.-señaló al niño de las pecas que seguía jugando con su montón de hojas.
-Lo siento, pero no puedo.-le dijo a la niña.-No sería apropiado…
Las niñas echaron a correr mientras le decían adiós con la mano.
-¡Volveremos en un rato!-le gritó una de ellas.
Freesia resopló. Miró al bebé que jugaba en la arena y se sentó en frente de él. El niño alzó la vista, curioso, y le dirigió una sonrisa de diminutos dientes.
-Bueno, pues parece que nos hemos quedado solos.-Freesia maldijo el atrevimiento de aquellas niñas y la bronca que les iba a echar su madre cuando se enterase. Pero como no sabía quiénes eran ni quién era su madre, tampoco podía hacer mucho. Así que decidió interrogar al niño, pero él se adelantó.
-¿Cómo te llamas?-le preguntó con una voz infantil.
-Freesia.
-Fezia. Me gusta.
-Gracias.-la chica sonrió.-Pensamiento también es muy bonito. ¿Cómo se llaman tus primas?
-Una se llama Violeta.
-¿Y la otra?
El niño se encogió de hombros y siguió con su tarea de apilar hojas. Freesia suspiró y se dijo que no había remedio. Se quedó observando al niño de rizados bucles caoba un rato, hasta que decidió que ya deberían de haber vuelto las niñas si de verdad hubieran ido a por una cosa a su casa.
-Pensamiento, ¿dónde vives?-le preguntó al pequeño, mientras éste le soplaba a una hoja amarillenta de su montón.
-Allí.-señaló a una fila de casas apiñadas de dos pisos, pintadas todas de amarillo con grandes parterres de flores decorando la entrada principal.
-¿En la casa amarilla?-Pensamiento negó con la cabeza, y su dedito señaló un poco más a la derecha.
Era un edificio muy distinto a los que se encontraban a su alrededor. Era de una sola planta, y las paredes estaban pintadas completamente de morado oscuro y las persianas estaban bajadas. No parecía una casa, pero tampoco parecía una tienda ni se asemejaba a nada que Freesia hubiese visto antes.
-¿Estás seguro?-el niño asintió.-¿Están tus padres en casa hoy?
Pensamiento volvió a encogerse de hombros. La chica apartó las hojas con las que estaba jugando el niño y lo levantó del suelo.
-Pues vamos a averiguarlo.


viernes, 7 de septiembre de 2012

3. Sopla las velas y pide un deseo.


El cielo estaba teñido de naranja y rosa cuando Freesia salió a la calle. El aire se respiraba cálido, y unas cuantas nubes dispersas cubrían el cielo del crepúsculo. De camino a casa de Clavel, algo le llamó la atención.
 Se detuvo frente a un puesto callejero que vendía artículos de todas las clases. Examinó el curioso inventario y lo estrafalario del puesto en sí. Estaba todo pintado de rosa y verde de tonos muy brillantes. En letras de neón se anunciaban los precios y por todos lados había farolillos que flotaban en el aire. De los postes colgaban guirnaldas, espirales infinitas y atrapa-sueños decorados con plumas y abalorios de todos los colores. La dueña era una mujer anciana, muy anciana. Tenía la piel curtida por el sol y unas arrugas pronunciadas en torno a la comisura de los labios. Era muy menuda y tenía el pelo trenzado hasta la cintura y cubierto de accesorios de lo más estrambóticos, como unos pendientes de perla o flores silvestres. Vestía una sencilla túnica marrón que le cubría todo el cuerpo.
Lo más extraño de todo era que Freesia no recordaba haber visto a esa anciana ni a ese puesto con anterioridad.
-¿Vienes por algo en concreto, niña?-la tendera tenía una voz suave y melódica, como si al hablar, cantara.
-En realidad, no.-Freesia miró su reloj y advirtió que todavía le quedaban quince minutos hasta la hora en la que había quedado, y decidió quedarse un poco más en aquel extraño puesto.-¿Esto son bengalas, verdad?
Señaló a unos palitos delgados decorados con dibujos de estrellas y flores.
-Exacto. Pero no son bengalas cualquieras.-la mujer cogió una, sacó un paquete de cerillas y prendió el palito. Al instante comenzaron a verse chispas de color violeta, muy brillantes y potentes. Las chispas, en lugar de apagarse, siguieron brillando. Y se quedaron así por mucho tiempo, brillando. Freesia estaba hipnotizada con aquellas chispas bailarinas. Las veía saltar, desvanecerse, volver a aparecer para seguir brillando, pero nunca las veía apagarse. No podía apartar su mirada de ellas. Hasta que la anciana cubrió la bengala con la mano y las chispas cesaron al instante.
-¿Cuánto duran?-le preguntó Freesia.
-Todo lo que quieras. No se apagarán si tú no quieres.
-¿En serio?-la chica estaba impresionada.- ¿El palito no se consumirá con las llamas?
-¿Consumirse?-la anciana soltó una carcajada.-No puede. ¿Las quieres?
Ella se lo cuestionó. Siendo bengalas tan especiales, seguramente costarían bastante dinero y  no llevaba mucho encima.
-¿Cuánto?
La anciana cogió un puñado de bengalas, asió la muñeca de Freesia y las depositó en la palma de su mano.
-Son tuyas, te las regalo.
-¿Cómo?-Freesia estaba sorprendida. ¿Una extraña haciéndole un regalo así, por las buenas?-¿Por qué?
-Para que te acuerdes de todos cuando te marches.
-¿Cómo sabe…?
-Cuando te sientas sola o te pongas triste y sientas nostalgia, tan sólo enciende una de estas. Al hacerlo te sentirás de nuevo en casa, te llegará el aroma del verano, de tu hogar, de tu familia. Brillarán todo el tiempo que quieras. Para siempre, si es tu deseo. Pero debes recordar que cuando ya no estés triste, tienes que apagarla. Luego tira la bengala. Ya no servirá más, pues está llena de miedos e inseguridades, los que ha atrapado mientras estaba encendida. Así éstos se irán para siempre.
Freesia no supo que decir. Se quedó mirando las bengalas que tenía en la mano sin abrir la boca. Levantó la vista para decirle algo a la anciana.
El puesto y la mujer de las trenzas habían desaparecido. En su lugar quedaba  un rastro de polvo brillante y una caja de cerillas. La chica se acercó a recogerla. Era una cajita muy bonita de color rosa palo con grabados de rosas que se enredaban unas con otras a lo largo de los bordes de la tapa. Pero lo que más le sorprendió fue que, en letras plateadas, estaba escrito su nombre. Freesia.
Abrió la cajita y descubrió que dentro sólo había una cerilla. La cogió y la observó al milímetro. Intentó rasparla contra la caja para que prendiera, pero no sirvió de nada. Intentó prenderla contra el asfalto y contra la suela de sus sandalias, pero no dio resultado.
-¡Préndete!-gritó, desesperada. En cuanto habló, la cerilla se encendió. Sorprendida, Freesia se acercó y susurró.-Apágate.
La cerilla así lo hizo. La chica sonrió, complacida, y volvió a dar la orden a la cerilla de que se encendiese.
Prendió una bengala de color amarillo y chispas anaranjadas salieron disparadas de ésta. Caminó con la bengala encendida hasta casa de Clavel, y cuando vio a sus amigos, se sintió bien. Cubrió la bengala con la mano para que se apagase, y la tiró al suelo. Ésta se desvaneció al instante.
-¡Freesia!-la llamó Clavel.
Todos estaban sentados en una valla del parque infantil, y en cuanto se juntó con ellos las chicas la agarraron por detrás y le ataron un pañuelo de tela negra sobre los ojos, para que no pudiese ver nada. Jazmín la agarró de una mano y Begonia de la otra y tiraron de ella para que empezase a andar.
-¿Adónde me lleváis?-la sensación de sentirse ciega la hacía tropezar cada dos por tres, aún a sabiendas de que sus dos amigas la tenían agarrada de los brazos para que no se cayera.
-Ya lo verás.-le dijo Jazmín.-Si no, no sería una sorpresa, ¿verdad?
Freesia intuyó que no tenían intención de decirle nada, así que optó por no malgastar saliva y dejarse llevar por sus amigas. En cierto punto notó que el suelo se reblandecía y lo que había sido baldosas y asfalto pasó a ser césped, así que asumió que la guiaban a un jardín o parque del barrio.
Pero el camino se hizo más largo, y empezó a ponerse más empinado, como si subieran el sendero de alguna colina o montaña. Estuvieron ascendiendo un buen rato, y sus pies tropezaban con ramitas y piedras que había desperdigadas por el suelo. Por fin, el terreno que pisaba volvió a allanarse y se detuvieron en un punto concreto. Parecía un lugar alto, ya que la brisa soplaba más fuerte, lo que hizo que se le pusieran los pelos de punta. Además, sonaba música y gente hablando. ¿Dónde estaba?
Alguien se situó a su espalda para empezar a desatarle el nudo de la tela, y de pronto se encontró en medio de un montón de gente que empezó a gritar y a hablar todos al mismo tiempo. Empezaron a venir hacia ella y a abrazarla, ella les respondía mecánicamente porque aún no lo había asimilado todo bien. Estaba en medio de una fiesta, eso estaba claro. Una fiesta que estaba en la misma colina donde se celebraba la velada de la Celeste. Estaba lleno de mesas de picnic, farolillos y vasos y platos de comida. El ambiente olía a verano, mucho más que nunca, y empezó a hablar y a saludar y a abrazar a gente que conocía, amigos, y hasta a algunos de sus familiares.  Aquello era increíble. Sus amigos habían hecho todo aquello por ella, nunca se lo podría agradecer lo suficiente.
La música sonó más alta y la gente comenzó a bailar alegremente. Begonia le tendió una mano.
-¿Bailas?-Freesia sonrió. Aunque siempre había odiado bailar, aquella noche se sentía capaz de hacer todo, y le cogió la mano a su amiga. Al otro lado de la colina observó a Jazmín, que había empezado a bailar en el hombro de Clavel, y se alegró enormemente por ella.
Mientras se movían al ritmo de la alegre melodía, Freesia le habló a Begonia.
-Sois increíbles, ¿lo sabíais? Es decir, todo esto es genial. Muchas gracias, no hacía falta que os tomaseis tantas molestias.
-¿Molestias, dices? Esta fiesta es lo más divertido que he organizado en mi vida. Todo el mundo quiso venir a despedirte, ¡te adoran!
Freesia rio y giró sobre sí misma.
-Sí claro, ¡qué más! Sólo querían comida gratis.
Las chicas volvieron a reír. Aquella noche bailó con un montón de gente y se lo pasó en grande, y estaba sin resuello cuando llegó la hora de que todos se sentasen en las mesas para cenar.
La comida consistía en platos sueltos, fríos y calientes, que habían preparado entre todos. Cada uno había aportado su granito de arena, y Freesia pudo degustar los deliciosos sándwiches de aguacate y atún del señor Milburn, los emparedados de tomate de la madre de Jazmín y la crema de puerros de Lilac Osbie. Cuando pensó que el estómago le iba a estallar si probaba un solo pedazo más de algo, sus cuatro amigos aparecieron portando una tarta enorme de cuatro pisos, cubierta por velas de muchos colores, como si aquel fuera el día de su cumpleaños. Colocaron la tarta en una mesa central cubierta por un mantel a cuadros y luego Begonia fue encendiendo todas las velas con ayuda de un fósforo. Después, todo se quedó en silencio y sus cuatro amigos se colocaron delante de la tarta.
-Freesia.-Agérato empezó a hablar.-Puede que suene un poco moñas, pero te hemos preparado un discurso. Bueno, como el que tú nos has dado esta tarde.
Ella sonrió.
-Bueno, pues parece que yo empiezo.-Begonia se situó un paso más adelante que los demás, y se irguió para dar una actitud de más importancia.-Para empezar, todos hemos venido hoy aquí para despedirte, y para que te vayas con un buen sabor de boca. ¡Han venido todos! Porque ninguno queremos que te vayas. Sé que es duro, bueno, en realidad no lo sé, porque yo nunca lo he vivido. Pero me lo puedo imaginar, y sólo intentamos hacerte un poquito más feliz, y que cuando estés en el Jardín de Invierno y te sientas mal, te acuerdes de nosotros y de toda la gente que aquí te quiere.
Se retiró un poco más atrás, para dar paso a Agérato, que se puso muy firme.
-Bueno, sí. Te vamos a echar de menos, florecilla.-Freesia sonrió, aquel era el mote con el que todos sus amigos la llamaban, cariñosamente.- Puede que me veas como el más bruto y simple del grupo, pero no es así. Yo tengo también mi corazoncito, y no quiere que te marches.
Le tocó el turno a Clavel.
-Cuando te vayas, será como si al grupo le faltase un pedazo esencial, y nunca lo podremos reemplazar. Somos como esta tarta. Si alguien partiera un trozo y se lo llevase, podríamos intentar poner otro trozo de otra tarta, o incluso uno idéntico al anterior, pero siempre sabríamos que algo falla, que no encaja a la perfección como lo hacía el otro.
Jazmín fue la última en hablar.
-Y para terminar, te hemos preparado algo. Sabemos que la Feria de las Estrellas de este año te la vas a perder, al igual que tu cumpleaños.-Su amiga recapacitó.-Bueno tu cumpleaños no, pero me refiero que no vas a estar aquí cuando sea. Así que ven aquí, levántate.
Ella así lo hizo, y se encaminó hacia la tarta como si flotara en una nube. Aquél era el sueño perfecto del que uno nunca quiere despertarse. Pero sabía que de un momento a otro la burbuja se rompería y ella volvería a la helada y gélida realidad.
Mientras caminaba y se colocaba junto a sus amigos, se dio cuenta de que habían puesto su canción favorita, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Sopla las velas y pide un deseo.-le dijo Begonia.
Ella así lo hizo, y, llorando, apagó las catorce velas que cubrían el pastel mientras pensaba con fuerza: “No abandonaros jamás”.
Cuando las catorces velas estuvieron apagadas, todo el mundo aplaudió y entonces comenzaron.
Fuegos artificiales empezaron a aparecer en el cielo, brillantes y cegadores; rosas, verdes, amarillos, violetas.
-Sabemos que no es la Celeste.-le dijo Jazmín.-Pero algo es algo, ¿no?
No era solamente algo, lo era todo. Para ella significaba mucho más que cualquier lluvia de estrellas, aunque fuese la más brillante y bonita del universo. Porque aquella era su lluvia de estrellas particular.
Todo el mundo se sentó en la hierba y, en silencio, observaron los fuegos que surcaban el firmamento junto a las estrellas que empezaban a aparecer. En el centro de todo estaba la redonda luna, que emitía un brillo mágico y que hizo que aquel momento se quedase grabado como una fotografía en la mente de Freesia.
Cuando los fuegos cesaron, la música volvió a sonar y la gente se levantó y siguió bailando y comiendo, pero ella no tenía hambre ya ni para aquel pequeño trozo lleno de nata que le habían servido. El grupo entero se sentó en uno de los manteles sobre el césped.
-Aún hay más.-le dijo Begonia, sonriente.
-¿Más?-Freesia no se lo podía creer.
-Sí, te hemos comprado esto, para que te acuerdes siempre de nosotros.-Clavel sacó un paquetito envuelto en papel de regalo rojo con un lazo blanco.
La chica sostuvo el paquete entre sus manos unos instantes como para tratar de adivinar qué era sin abrirlo, pero al final desistió y desgarró el papel escarlata, que dejó al descubierto una caja del tamaño de un puño. La abrió con cuidado y observó con admiración su regalo.
Era una pequeña sortija plateada que se enroscaba como una serpiente entorno a su dedo anular. Llevaba grabados los nombres de todos sus amigos. Les debía de haber costado una fortuna.
-¡Muchísimas gracias!-todos se abrazaron.-No sabéis lo que esto significa para mí. Que hayáis organizado todo esto… No sé, es demasiado.
-Nunca es demasiado cuando se trata de una amiga que se marcha.-le dijo Begonia.
-Chicos… Sois los mejores. Pero creo que me voy a tener que ir pronto.
-No tan rápido.-le dijo Jazmín, agarrándola del brazo.-Antes tienes que bailar un poco más, venga.
Aceptó. Demonios, ¡si a ella no le gustaba bailar!

Cuando llegó la hora de irse el ambiente se volvió triste. Todos sus familiares y conocidos la despidieron con cariño, y hubo alguna que otra lágrima.
-¿Cuándo recogeréis esto?-le preguntó Freesia a Clavel.
-Eso no es problema, no te preocupes.
Freesia suspiró. En una hora estaría en un tren camino a otra parte totalmente distinta del mundo para ella. Al pensar en ello le daba vueltas la cabeza.
-Nos reuniremos contigo en la estación, ¿de acuerdo?-le dijo Jazmín.-Para despedirte.
Despedirte. Vaya palabra más triste. Pero no dijo nada y simplemente asintió con la cabeza. ¿Qué otra cosa iba a hacer?
Caminó con sus amigos hasta casa de Clavel y volvió a casa sola. La euforia causada por la fiesta sorpresa se iba disipando poco a poco, dejando un sentimiento agridulce que Freesia no sabía si calificar como bueno o malo. Cuando pasó al lado del sitio donde horas atrás había estado el puesto de las bengalas, aún quedaban restos brillantes en el asfalto. La chica sonrió y siguió caminando hasta llegar de nuevo a la valla de su jardín, y la abrió con un empujón  desganado. Luego sacó su juego de llaves y abrió la puerta, que emitió un quejido al abrirse.
El ama Dalia había bajado las maletas a la sala de estar, y esperaban solemnes el momento de irse. El ama estaba en la cocina, moviéndose de aquí para allá con nerviosismo. Había empezado a sacar cosas y a empaquetarlas en cajas marrones que se apilaban en un rincón de la habitación. En ese momento sostenía un colador grisáceo, dudando entre meterlo en una caja u en otra.
-¿Qué haces?-le preguntó Freesia cuando entró en la cocina.-Sabes que no tienes que irte hasta dentro de un mes.
Cuando ella se fuera, ya no quedaría nadie para cuidar de la casa. Así que el ama Dalia se mudaría a una casita que tenía al sur de los Jardines, en medio del campo. Freesia le había dicho que podría llevarse lo que quisiera de casa, ya que, al fin y al cabo, también era la suya. El ama había rehusado en principio, pero la chica había insistido hasta que ella aceptó en coger algunas cosas sueltas, pero alegó que se las llevaba como recuerdo y que en su casita no le faltaba de nada.
-No quiero esperar tanto.-le dijo.-No podré soportar estar en este lugar sin ti, se verá muy vacío.-sus ojos reflejaban tristeza, y Freesia corrió a abrazarla en un arrebato de ternura. El ama le devolvió el abrazo.
-Te voy a echar mucho de menos.-le dijo.
-Y yo a ti, florecilla.
El abrazo se deshizo rápido.
-He preparado ya todo tu equipaje y la bolsa de viaje donde llevarás lo que puedas necesitar en el tren, o fuera de él. Súbete a cambiar, para ponerte algo más cómodo, y nos vamos en cuanto quieras.
A Freesia se le hizo un nudo en el estómago. Si por ella fuera, no se irían nunca. Pero subió las escaleras como el ama le había dicho, y ya en su habitación, se deshizo del vestido para ponerse unos pantalones suaves de algodón y una sudadera gris. Se calzó unas zapatillas de deporte blancas y se hizo una coleta en el pelo. Guardó la ropa que se había quitado en un cajón al fondo del armario. A donde iba, no la necesitaría. Entonces miró a su habitación. Las cosas más importantes para ella, como fotos o accesorios se las llevaría consigo, pero sobre su escritorio quedaban aún algunos cuadernos  y bolígrafos. Sobre las paredes aún colgaba sus cuadros y sus pósters, y todos sus antiguos peluches reposaban sobre la cama, inmóviles, cogiendo polvo. El único que se llevaría era a Oquito, su oso de peluche que su madre le había regalado cuando tenía dos años, y lo guardaba desde entonces. Le había puesto ese nombre ya que a esa edad no pronunciaba bien la palabra “osito”, y en vez de eso decía “oquito”. El ama lo había guardado en la bolsa de viaje porque consideraba que era algo que podría necesitar en el transcurso de éste.
Decidió no pasar mucho tiempo más en su habitación. Lo único que conseguiría era entristecerse más aún. En vez de eso, miró a su alrededor una sola vez. Inspiró hondo y se dio la vuelta, de camino a la puerta. No miró atrás ni una sola vez, ni cuando cerró suavemente al salir.

Antes de irse necesitaba hacer una cosa. Era algo que llevaba retrasando semanas, meses, años, pero algo que necesitaba hacer antes de irse. Dio unos pasos hasta colocarse frente a la puerta, de ébano y oscura, y casi da unos toques antes de entrar, como en los viejos tiempos. Pero luego recordó que allí no quedaba nadie que le impidiese el paso, así que cerró los ojos y empujó suavemente el dorado picaporte, que crujió ante el movimiento.
La habitación estaba sumida en la oscuridad. Lo único que la iluminaba eran los suaves rayos de la luna que se colaban entres las tupidas cortinas. Dentro olía a cerrado y a polvo. Pero también olía a recuerdos. Olía espantosamente a recuerdos, a sueños, a cuentos antes de dormir, a pesadillas en mitad de la noche, a chocolate caliente. Y sobre todo, olía a sus padres.
Freesia hizo de tripas corazón y apretó el interruptor de la pared. La lámpara del techo tardó unos segundos en encenderse, ya que llevaba casi dos años sin usarse. Lo primero que vio la chica fue la gran cama de dosel que cubría la pared de la habitación, con sus características sábanas verdes y los muchos cojines dorados de su madres esparcidos sobre ella. Giró la vista hacia la cómoda, y encima de ésta se observaban fotos enmarcadas. Freesia se acercó. Eran fotografías suyas, en gran mayoría, pero había también una especial en la que salían los tres juntos frente a un parque lleno de flores. Se le hizo un nudo en la garganta y apartó la vista, para centrarse en otra cosa. Cruzó la habitación hasta el gran armario empotrado. Lo abrió con sumo cuidado, como si algo hubiese que se pudiera escapar.
Allí estaban todos los trajes de su padre y los vestidos de su madre. Los mocasines marrones y los tacones altos. Los pendientes y las corbatas, los abalorios, las pajaritas, los pañuelos, los calcetines, e incluso la ropa interior. Sintió un cuchillo helado atravesarle el corazón de un extremo a otro. Parecía que el fantasma de sus padres aún rondaba la habitación, entre las cortinas amarillas y debajo de la moqueta, en la repisa de la ventana y entres los dorados cojines.
Freesia se hizo con un pañuelo de su madre. Era uno blanco, sin ningún dibujo. Olía a su perfume. Lo respiró profundamente y seguidamente se ató el pañuelo al cuello, aún a sabiendas de que hacía mucho calor. Pero no se lo quitó.
Miró a su alrededor, pensativa. Ya no podía retrasar el momento más. Era la hora.
-¿Estás lista?-le preguntó el ama Dalia cuando bajaba las escaleras rumbo a la cocina.
Ella asintió.
Entre las dos asieron las maletas y se dirigieron a la puerta de la casa. Freesia salió la primera. El ama salió después.
La puerta se cerró para siempre, y las flores del jardín parecían más mustias que de costumbre.