Al principio no las vio. En la estación reinaba el
caos, y la nieve no ayudaba a solucionarlo. Apretando la mochila contra su
pecho, para sentir el calor de Extraño junto
a ella, bajó los escalones y puso el primer pie en el andén.
Y, vaya, qué frío hacía.
Estaban de pie frente al tren, buscándola con los
ojos. Sujetaban un cartel que rezaba: “Freesia Dubois”. Al principio hizo que
no lo veía para retrasar el encuentro el mayor tiempo posible, pero entonces su
tía la llamó (no supo muy bien cómo la había reconocido) y no tuvo más remedio
que dirigirse a donde ellas se encontraban.
Su tía la recibió con un cálido abrazo y ella apartó
como pudo la mochila para que Extraño no
saliera mal parado. Sólo había visto a Iris en algunas fotos antiguas que su madre
guardaba en el ático de su casa, pero casi no podía reconocerla. Era una mujer
muy bajita, más incluso que su madre, y llevaba el pelo muy corto, al estilo
del Jardín de Verano. Tenía la piel oscura como la suya, y los ojos verdes.
Pero hasta ahí llegaba el parecido con su madre.
Su tía Iris tenía las facciones redondeadas, y la
nariz chata. Tenía los labios muy finos, que llevaba pintados de rojo carmín, y
su cara denotaba afabilidad. ¿Pero, era tan amable como parecía o era tan sólo
una fachada? Freesia no tardaría en descubrirlo.
-Vaya, cariño, cómo has crecido.-Freesia le
sonrió.-Aún me acuerdo de cuando tu madre me enviaba fotos en la bañera de
cuando eras un bebé.
La chica se sonrojó. Luego desvió la vista hacia la
persona que se encontraba junto a su tía. Ella se dio cuenta, y apretó a la
chica contra sí.
-Es verdad, qué despistada soy. Freesia, te presento
a Áloe. Se empeñó en acompañarme, y dije que no hacía falta, con la que está
cayendo… Los demás están en casa, supongo que ahora los conocerás.
Áloe le sonrió y le saludó con la mano. Era una
chica muy alta, y muy delgada, además. Pero era muy, muy guapa. Tenía la piel
blanca como la nieve, y los cabellos, lacios y de un rubio casi blanco le caían
en cascada sobre los hombros y la espalda. Los ojos, muy azules, brillaban con
la luz de las farolas, y sus labios, perfectamente definidos, se curvaban en
una sonrisa perfecta que dirigía a Freesia. Ésta se dio cuenta de que su prima
no llevaba apenas ropa para el frío que hacía, y parecía no notarlo. Llevaba un
vestido que le llegaba por encima de las rodillas y unos calcetines largos con
unos zapatos cerrados de color negro. Por encima llevaba sólo una gabardina, y
no traía ni bufanda, ni guantes, ni gorro. Freesia, por el contrario, llevaba
las tres cosas, y le castañeteaban los dientes.
-¿No tienes frío?-vale, genial. Ni hola, ni nada.
¿Se podía ser más estúpida?
Pero Áloe se limitó a negar con la cabeza, sin dejar
de sonreír.
-No, para nada. Ya estoy acostumbrada.
Su tía se echó a reír.
-Sí, bueno, pero que yo llevo aquí toda mi vida y
aún no me he acostumbrado, como dices tú. Es que la niña es rara.
Áloe le dio un golpecito cariñoso a su madre en el
hombro, y entonces Freesia pudo comprobar que entre ellas había un lazo muy
fuerte, una relación madre-hija que difícilmente se rompería.
Como la que ella tenía con su madre.
-Bueno, será mejor que vayamos a por tus
maletas.-Iris se encaminó hacia la puerta que conducía al interior de la
estación, y Áloe entrecruzó un brazo con el de Freesia para guiarla detrás de
su tía.
El gesto la pilló un poco desprevenida, pero lo
acogió con agrado. Se había imaginado que la actitud de los habitantes de aquel
jardín sería más bien fría y distante, y darse cuenta de que había prejuzgado
sin saber y que a lo mejor no todos eran así, la animó un poco. Sonrió y siguió
apretando a Extraño contra ella.
Mientras bajaban unas escaleras en dirección al
vestíbulo principal Áloe la miró con curiosidad.
-¿Qué escondes en la mochila?
-¿Qué?-Freesia se sonrojó y miró a su prima.-Oh.
Ya no estaba en el tren, así que dejó a la vista el
interior, donde se movía Extraño, que
alzó la vista y maulló al ver a Freesia.
-¡Qué bonito!-exclamó su prima.- ¿Es tuyo?
Freesia asintió.
-Sí, pero no lo traje desde el Jardín de Verano.
-¿Entonces…? ¡Oh! ¿Lo encontraste en el pueblo en el
que se quedó averiado el tren?
La chica caviló unos instantes.
-Se puede decir que sí.
-¿Y cómo…? Es decir, no sé, ¿dónde lo encontraste?
¿Por qué te lo quedaste?
A Freesia no le apetecía nada hablar de eso.
-Oye, Áloe, lo hablamos después, es que es
complicado y…-temió que la chica se enfadara, pero todo lo contrario, sonrió
aún más y cambió de tema.
-Pero no lo habrás tenido en esa mochila todo el
rato, ¿no?
Freesia rio.
-¡No, claro que no! Pero tenía que tener mucho
cuidado, se supone que no podía llevarlo conmigo.
-Madre mía, a Azucena le va a dar algo.
-¿Cómo?
Azucena era su prima mayor, esa que no se había
presentado, al igual que los demás. No sabía cómo tomarse aquello. Puede que,
cómo su tía había dicho, era por el tiempo, pero Freesia creía que había algo
más detrás. ¿Y si ellos no querían que ella estuviese? ¿Y si era una carga? No
quería pensar lo que pasaría cuando llegara a la casa.
-Pues porque odia los animales.
-¿A todos?
Áloe alzó una ceja.
-A todos. Los humanos incluidos.-luego soltó una
carcajada.-Pero a Pernetia y a Crisantemo les encantará. Tendrán un compañero
para Lavanda. Es nuestra gatita.
Freesia sonrió y miró a Extraño.
-¿No decías que a Azucena no le gustan los animales?
-Y no le gustan. Pero no es la reina de la casa. Se
eligió a votación, y salió ganando comprar el gato.
-Pues vaya, no empezaré con muy buen pie con ella si
me presento con Extraño.
-¿Extraño?
¿Le has puesto Extraño? ¿Por qué?
-Por cómo lo conseguí. Fue todo muy extraño.
-¿Me lo vas a contar o es un secreto?
-Es un secreto.
Áloe le sacó la lengua. Le caía bien aquella chica.
Si todos sus primos eran como ella, a lo mejor no sería tan mala la
convivencia. Y parecía que a Áloe no le gustaba mucho Azucena, por alguna razón
concreta. Tampoco tenía que precipitarse. A lo mejor Azucena también era
simpática, y que no se llevaran demasiado bien era algo que había entre ellas
dos.
Sin darse cuenta habían llegado a la cinta
trasportadora que llevaba las maletas. Allí pudo ver a algunas de las personas
que habían viajado con ella en el tren, incluida la mujer del Jardín de
Primavera, a la que hizo un gesto de saludo.
-¿La conoces?-le preguntó su tía.
-Se podría decir que sí, hablamos un par de veces
cuando el tren se averió.
-¡Es verdad! ¡Qué cabeza la mía! ¡Ni te he
preguntado! ¿Qué tal?
Freesia se encogió de hombros, como para no darle
demasiada importancia.
-Bien. Sólo fue un día.
-¿Y el hotel? ¿Estuviste bien cuidada?
-En realidad no…-pero se calló. No podía soltar así
sin más lo de Pensamiento e Ixia. Su tía se preocuparía, y además tampoco es
que quisiera hablar de ello.-…fue mucho tiempo, así que no fue tan malo.
-Cuánto lo siento, sería un rollo…-dijo su tía,
acariciándole el hombro.
-No importa, no fue culpa vuestra.
Cuando sus maletas aparecieron por la cinta, entre
las tres se hicieron con ellas y salieron de la estación entre muchísima gente
que entraba y salía. Era la capital.
La capital. Y qué capital.
-Bienvenida a Norte.-dijo Áloe.
Lo primero que pensó Freesia de Norte fue que era
una ciudad estrella. Por todos lados sólo veía luces: farolas, farolillos,
pequeñas bombillas colgadas de los árboles; todo resplandecía, brillaba con
fuerza, y la nieve acumulada en las calles resplandecía. Le recordó un poco a
cómo ellos decoraban su pueblo para las Ferias.
Norte era muy distinta de Sur, la capital del Jardín
de Verano. Porque, además de ser la capital del jardín, era la capital central,
de los Cinco Jardines. Antes la capital se situaba en el Quinto Jardín, como
ponía en los libros de historia, pero después de lo que pasó con éste se
trasladó al norte.
La calle en la que estaban era amplia, los coches se
cruzaban ante ellas a toda velocidad por la calzada, la gente a su alrededor
andaba con prisa, como si no pudieran detenerse por nada del mundo. Freesia,
por el contrario, se detuvo en mitad de la calle y se quedó mirando a su
alrededor unos instantes, y aspiró hondo el aire frío, la nieve que caía con
fuerza y que le cubría ahora los mechones de pelo y los pómulos, pero por un
momento no tuvo frío.
Aunque posiblemente se encontrase en el lugar más
frío de los jardines, aquella ciudad transmitía calidez. La gente apresurada,
las luces brillantes, los altos rascacielos que parecían rasgar la negrura que
les cubría… Era todo tan… Mágico. Simplemente, no había estado nunca en ningún
lugar así.
-¿Te gusta?-le preguntó su tía.
-Mucho.-respondió ella, sin apartar la vista de un
punto concreto en la lejanía. A lo mejor, después de todo, de todo el drama,
aquello no estaba tan mal.
-Bueno, pues vamos a por el coche.-le dijo Iris.-Lo
he tenido que dejar un poco lejos, parece que de repente todo el mundo tuviera
que venir a la estación.
-¡Hemos estado una hora en un maldito
atasco!-exclamó a Áloe, que no había dejado de sujetar el brazo de Freesia.-¡La
condenada cinta de canciones tradicionales ha sonado al menos diez veces! Una,
y otra, vez.
-Vamos, hija, no ha sido para tanto. Cómo mucho, se
habrá repetido una vez, y ya está.
-Pues si no quieres que Freesia huya de aquí, será
mejor olvidarse de esa cinta de camino a casa. Ah, y si te importo lo más
mínimo, cuida mi salud auditiva. El doctor Lehner dice que me estoy quedando sorda.
La tía
Iris soltó una carcajada y Freesia sonrió por lo bajo.
-Ai,
Áloe, cariño, ojalá fueras así siempre.
Su prima
bajó la vista y no dijo nada. ¿Siempre? ¿A qué se referían? ¿Es que Áloe no se
comportaba así habitualmente? Freesia no
preguntó nada y siguió andando por las anchas calles de la ciudad. Sentía frío
cada vez más intenso, y parecía que nevaba más conforme se acercaban al coche.
Los edificios a su alrededor eran altísimos, casi no podía ver los tejados. Por
fin, después de pasear por infinidad de calles bajo las inclemencias del
tiempo, con sólo un paraguas rojo medio roto para refugiarse, llegaron al coche
de su tía Iris. Más que un coche parecía una camioneta, como las que se
utilizaban para transporte, pero mucho más bonita y cómoda en el interior.
-Te
presento al viejo Chucky.-le dijo Áloe, dándole una palmada al coche en el capó
que hizo que el hielo adherido a éste saliera volando por los aires.-Con
capacidad para ocho personas, calefacción, reposa bebidas y reproductor de
cintas. Te encantará.
-Por
supuesto que lo hará.-dijo su tía, y le hizo una señal para que subiera al coche
mientras ella subía las maletas a la parte trasera. Freesia en otros momentos
habría replicado y la habría ayudado con el equipaje, pero se sentía muy
cansada y no creía que fuese capaz de levantar ni una sola bolsa más.
Áloe se
sentó a su lado y le arrebató la mochila de las manos. Dejó al descubierto a Extraño, que se desperezó, estiró el
lomo y maulló, contento de haber sido por fin liberado de la prisión que
suponía estar dentro encerrado.
Su prima
le acarició entre las orejas, riendo.
-¡Mira
mamá!-exclamó.-¡Mira el gatito de Freesia!
Iris
alza la vista de su tarea apilando maletas y contempla con una sonrisa a Extraño, que ahora está subido en los
muslos de Áloe.
-Vaya,
qué pequeño es.-dijo Iris.-Y qué blanco. ¿Lo tienes desde hace mucho tiempo?
Freesia
negó con la cabeza y miró luego a su prima.
-Se lo
compraron de regalo de despedida-dijo ella.
Freesia
la miró, agradecida. Posiblemente, si le hubiera dicho a su tía que el gato lo
traía sólo desde aquel pueblo en el Jardín de Otoño, ella habría hecho
preguntas, y tendría que haber contado lo de Pensamiento, y… Bueno, era mejor
así. Sonrió a Áloe, que le devolvió el gesto y le acarició el hombro con
cariño.
Iris se
subió al asiento de delante y arrancó el
coche. Freesia apoyó la cabeza contra la ventanilla y contempló el paisaje
urbano que pasaba ante sus ojos. Contempló fascinada la nieve, y los copos que
caía, blancos, cristalinos, y se posaban en las aceras. Con todo el ajetreo, no
se había fijado en lo hermosa que era. Ella nunca había visto la nieve, tan
solo en la televisión.
-Me
encanta la nieve.-le dijo a Áloe.
-Ya
verás cuando nieve tanto que no podamos salir de casa y se vaya la
electricidad.
-Vamos,
Áloe-le dijo Iris.-Eso no pasa casi nunca. Lo de la electricidad, digo.
Áloe alzó
una ceja y miró a Freesia, que esbozó una sonrisa tímida.
La
ciudad y sus luces seguían desfilando a su paso, y parecían ser infinitas, no se acabarían nunca.
En el
aparato reproductor de cintas de su tía comenzó a sonar una melodía que Freesia
reconoció al instante como una de aquellas canciones que le enseñaban a cantar
en las clases de música del jardín de infancia. Se acordó entonces de la
señorita Webster, su profesora por aquel entonces, y de su clase, llena siempre
de luz, donde destacaban los brillantes dibujos que los niños colgaban con
orgullo en la pared, y donde siempre sonaban risas, algún que otro llanto y canciones.
Sus recuerdos de aquella etapa de su vida eran escasos, pero con aquella vieja
melodía afloraban como un manantial.
-Oh, no,
otra vez no-se quejó Áloe.-Te lo dije mamá. Para aquí. Me vuelvo andando.
Iris se
rió, pero no apagó la música, si no que le subió el volumen.
-Freesia,
¿es que no vas a decir nada?
Freesia
negó con la cabeza.
-A mí me
gusta.
Iris se
giró para mirarlas.
-Menos
mal, vamos a tener una persona en casa con buen gusto para la música.
-Dos-dice
Áloe.-Mirad a Extraño. O le relaja, o
le aburre.
El
gatito se había quedado dormido sobre los muslos de la chica. Freesia
sonrió y le acarició el lomo.
Pasaron
como unos diez minutos, y la ciudad no parecía cambiar. Se habían alejado un
poco del centro, pero las avenidas seguían siendo amplias, las luces,
brillantes, y los edificios, altos.
En un
momento concreto se internaron en una calle ancha, flanqueada por abetos de
gran tamaño. A los lados de la calle se veían casas enormes, y Freesia supuso
que sería el barrio rico de la ciudad. Fue allí donde su tía Iris paró el
coche.
Áloe
despertó a extraño con unos golpecitos suaves y lo puso en manos de Freesia,
que se apresuró a meterlo en la mochila antes de salir a la intemperie. La
nieve caía entonces con más fuerza, y el frío era insoportable. Freesia no
podía parar de tiritar mientras ayudaba a su tía a bajar las maletas.
La casa
era muy, muy grande. Se encontraba al final de la calle, y era un edificio
antiguo pero muy bien conservado, de tres plantas, que tenía un jardín
delantero y otro trasero. Las plantas del jardín delantero, que en ese momento
atravesaban, estaban muy bien cuidadas y podadas. Pero no parecía haber ninguna
flor.
Subieron
tres escalones que llevaban a la puerta principal, enorme y de madera de roble.
Iris sacó unas llaves de su bolso y las introdujo en la cerradura, y las hizo
girar tres veces antes de empujar la puerta.
Freesia
tragó saliva.
Lo
primero que vio cuando su tía la animó a entrar fue un recibidor enorme y
alargado, y sentado en un sillón de color crema, a un niño que saltó en cuanto
los vio entrar.
Salió a
abrazar a su madre, y luego miró a Freesia con curiosidad.
El niño
era pequeño, bastante bajito y con el pelo muy negro. Tenía los ojos
redondeados y de color azul, y su piel era morena, pero no como la de Freesia o
la de Iris, sino más bien como si hubiera estado demasiado tiempo al sol.
Llevaba un jersey fino de color azul y unos pantalones largos.
-Hola-dijo,
con una voz infantil, y le tendió una mano a Freesia, que ella estrechó con una
sonrisa.-Me llamo Narciso. Tú eres Freesia, ¿verdad?
Ella
asintió.
Áloe le
pellizcó la nariz al niño con cariño.
-Nar,
¿dónde están tus hermanos? Anda, corre a decirles que la prima ha llegado.
El niño
asintió, miró a Freesia y sonrió, y luego desapareció por una puerta a su
derecha.
-Vamos,
ponte cómoda, ahora subiremos tus maletas y te enseñaremos tu habitación.
La
condujeron por una puerta que daba a un salón muy bien decorado, con sillones y
sofás de aspecto muy cómodo y una gran alfombra que le recordó un poco a
aquella que ella tenía en su habitación. Había una chimenea en la que crepitaba
un fuego. Freesia supuso que tendrían calefacción, pero el hogar daba un
ambiente cálido a la estancia. Iris le dijo que se quitara el abrigo y los
zapatos, y ella así lo hizo, y se sentó junto a Áloe en un canapé frente a la
ventana, donde se veía la nieve aún caer con fuerza. Su prima se había puesto
seria de repente, y miraba las llamas en silencio.
Freesia
se dedicó a mirar a su alrededor, hipnotizada por todo lo que aquella casa
tenía. Se sentía un poco como una princesa, rodeada de todos aquellos lujos.
Cuadros y adornos que parecían ser carísimos, techos altos y una gran araña
colgada del techo, en la que brillaban cientos de cristales. Unos pasos en el
recibidor llamaron su atención y entonces la cabecita de Narciso volvió a
asomarse por la puerta, y esta vez iba seguido de otras dos personas más.
Eran un
chico y una chica, y los dos se parecían muchísimo. Eran muy bajitos y estaban
delgados. Tenían la piel más oscura que Narciso, pero el pelo de un negro
tirando a castaño. La chica llevaba el pelo corto, como su hermano, y ambos
vestían parecido, con unos pantalones grises y un suéter azul marino. El chico
sostenía entre sus brazos una gata bastante grande, de color pardo, con los
ojos grandes y amarillos.
Los
mellizos se acercaron con prudencia a donde Freesia se encontraba. Ella mecía a
Extraño entre sus brazos, que había
vuelto a quedarse dormido.
-¡Mira,
Cris! ¡Tiene un gatito!-la chica se arrodilló junto a ella.-¡Madre mía, qué
bonito es! ¡Y qué pequeño! ¡Es precioso!
El chico
sonrió al ver a Extraño, y la gata se revolvió en sus brazos, nerviosa.
-¡Crisantemo,
Pernetia!-exclamó Iris.-¿Es que no os he enseñado modales? ¡Ni os presentáis!
Crisantemo
se rascó la nuca y miró al suelo avergonzado, pero Pernetia seguía con la vista
fija en Extraño, que se había
despertado ante todo el alboroto a su alrededor y miraba receloso a la gata que
Crisantemo sostenía en sus brazos.
-Perdón-dijo
el chico.-Soy Crisantemo. Ya lo sé, es un nombre horrible. Llámame Cris.
-¡No es
horrible! ¡Es el nombre de tu abuelo!-dijo Iris.
Crisantemo
puso los ojos en blanco.
-Yo soy
Pernetia.-dijo la chica, pero siguió jugando, como hipnotizada con el gatito de
Freesia.
Iris
suspiró y negó con la cabeza.
En ese
momento alguien más entró en la habitación. Freesia pensó que sería Azucena, la
hermana mayor, pero cambió de idea cuando vio a una chica joven, de unos veinte
años, de piel muy blanca y melena castaño claro, dirigirse hacia donde estaban
ellos. Era muy alta y tenía la cara cubierta de pecas. Al principio no pareció ver a Freesia, pues
se encaminó hacia Narciso como una exhalación.
-¡Nar!
¡Te has dejado la habitación echa un asco! ¡Te dije que si sacabas la pintura
luego…!
Miró
avergonzada a Freesia, y se acercó a ella.
-Vaya,
tú debes de ser la nueva. Espero que te portes bien, que con estos cinco me
tiro de los pelos.
La frase
podría parecer descortés, pero el tono cordial y la sonrisa que le dirigió
después a la chica lo arreglaron.
-Esta
chica tan simpática,-dijo Iris.-es Alhelí. Es nuestra ama.
Freesia
se extrañó. ¡Era muy joven! Supuso que sería nueva, pues no podría llevar toda
la vida con esa familia. Pero no hizo preguntas. Le sonrió a la chica y luego
se dio cuenta de que Extraño no
estaba en sus brazos, sino que ahora Pernetia lo tenía en sus hombros y se reía
cuando el gato le clavaba las pequeñas garras en el suéter.
-¿Dónde
está Azucena?-le preguntó Iris a Alhelí.
-En su
habitación. Lleva ahí toda la tarde.
-¿Y por
qué no baja?
-No
quiere bajar.- Pernetia apartó la vista un instante de Extraño para comunicárselo a su madre.
Freesia
sintió una sensación extraña en su estómago. “No quiere bajar.” Seguro que era
por ella. De momento todos habían sido muy amables; los mellizos parecían querer más a su gato
que a ella, pero algo era algo. Pero que su prima no quisiera bajar… Le dirigió
una mirada de preocupación a Áloe, pero ella se encogió de hombros y susurró:
-Ella es
así.
No. Era
así por ella. Seguro que no quería que Freesia viviera con ella.
-¡Que no
quiere bajar! ¡Pues oblígala!
Alhelí
se mordió el labio.
-Se ha
encerrado en el baño. Ha echado el pestillo.
-¡Se va
a enterar!-exclamó Iris, y desapareció por la puerta, seguida de Alhelí.
Freesia soltó un suspiro. Los nervios que se habían aplacado después de conocer
a sus primos empezaron a aflorar de nuevo. Áloe lo intuyó, y le apretó la mano.
-Pernetia.-le
dijo Áloe a su hermana.-¿Por qué no la has obligado a bajar?
La chica
no despegó la vista de Extraño, pero
respondió. Parecía bastante tímida.
-Es
Azucena, Áloe. Sabes que me da miedo. Sobre todo cuando está de mal humor.
-Ella
siempre está de mal humor.-le susurró Áloe a Freesia, por alguna razón no
quería que sus hermanos oyeran el comentario.
-Además-dijo
Crisantemo, distraído.-Que haga lo que quiera. Si no quiere bajar, pues que no
baje. Nosotros hemos bajado porque queríamos verla.
La
sequedad con la que el niño dijo: “verla”, hizo que Freesia bajase la vista y
que los nervios y la angustia crecieran en su interior. De pronto tuvo ganas de
llorar, pero se reprimió y volvió a alzar la cabeza.
-Menudo
mentiroso eres.-le dijo Pernetia a su hermano.-Si llevabas como un mes desando
que llegase. Ahora no hagas como si te diera igual.
Luego
miró a Freesia por primera vez.
-Él es
así, en el fondo es buen chico.-luego le dio un beso a su hermano en la frente,
y éste arrugó la nariz, pero no lo impidió.-No por nada le quiero tanto. Pero
le cuesta ser amable con la gente.
Crisantemo
le sacó la lengua a su hermana, pero luego sonrió a Freesia.
-Lo
siento. Me alegro de que estés aquí.
La
presión que Freesia sentía en el pecho disminuyó en gran medida, y le apretó el
hombro a su primo.
-Yo
también me alegro de estar aquí.
Menuda
mentirosa era.
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