sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 8: Bienvenidas



Al principio no las vio. En la estación reinaba el caos, y la nieve no ayudaba a solucionarlo. Apretando la mochila contra su pecho, para sentir el calor de Extraño junto a ella, bajó los escalones y puso el primer pie en el andén.
Y, vaya, qué frío hacía.
Estaban de pie frente al tren, buscándola con los ojos. Sujetaban un cartel que rezaba: “Freesia Dubois”. Al principio hizo que no lo veía para retrasar el encuentro el mayor tiempo posible, pero entonces su tía la llamó (no supo muy bien cómo la había reconocido) y no tuvo más remedio que dirigirse a donde ellas se encontraban.
Su tía la recibió con un cálido abrazo y ella apartó como pudo la mochila para que Extraño no saliera mal parado. Sólo había visto a Iris en algunas fotos antiguas que su madre guardaba en el ático de su casa, pero casi no podía reconocerla. Era una mujer muy bajita, más incluso que su madre, y llevaba el pelo muy corto, al estilo del Jardín de Verano. Tenía la piel oscura como la suya, y los ojos verdes.
Pero hasta ahí llegaba el parecido con su madre.
Su tía Iris tenía las facciones redondeadas, y la nariz chata. Tenía los labios muy finos, que llevaba pintados de rojo carmín, y su cara denotaba afabilidad. ¿Pero, era tan amable como parecía o era tan sólo una fachada? Freesia no tardaría en descubrirlo.
-Vaya, cariño, cómo has crecido.-Freesia le sonrió.-Aún me acuerdo de cuando tu madre me enviaba fotos en la bañera de cuando eras un bebé.
La chica se sonrojó. Luego desvió la vista hacia la persona que se encontraba junto a su tía. Ella se dio cuenta, y apretó a la chica contra sí.
-Es verdad, qué despistada soy. Freesia, te presento a Áloe. Se empeñó en acompañarme, y dije que no hacía falta, con la que está cayendo… Los demás están en casa, supongo que ahora los conocerás.
Áloe le sonrió y le saludó con la mano. Era una chica muy alta, y muy delgada, además. Pero era muy, muy guapa. Tenía la piel blanca como la nieve, y los cabellos, lacios y de un rubio casi blanco le caían en cascada sobre los hombros y la espalda. Los ojos, muy azules, brillaban con la luz de las farolas, y sus labios, perfectamente definidos, se curvaban en una sonrisa perfecta que dirigía a Freesia. Ésta se dio cuenta de que su prima no llevaba apenas ropa para el frío que hacía, y parecía no notarlo. Llevaba un vestido que le llegaba por encima de las rodillas y unos calcetines largos con unos zapatos cerrados de color negro. Por encima llevaba sólo una gabardina, y no traía ni bufanda, ni guantes, ni gorro. Freesia, por el contrario, llevaba las tres cosas, y le castañeteaban los dientes.
-¿No tienes frío?-vale, genial. Ni hola, ni nada. ¿Se podía ser más estúpida?
Pero Áloe se limitó a negar con la cabeza, sin dejar de sonreír.
-No, para nada. Ya estoy acostumbrada.
Su tía se echó a reír.
-Sí, bueno, pero que yo llevo aquí toda mi vida y aún no me he acostumbrado, como dices tú. Es que la niña es rara.
Áloe le dio un golpecito cariñoso a su madre en el hombro, y entonces Freesia pudo comprobar que entre ellas había un lazo muy fuerte, una relación madre-hija que difícilmente se rompería.
Como la que ella tenía con su madre.
-Bueno, será mejor que vayamos a por tus maletas.-Iris se encaminó hacia la puerta que conducía al interior de la estación, y Áloe entrecruzó un brazo con el de Freesia para guiarla detrás de su tía.
El gesto la pilló un poco desprevenida, pero lo acogió con agrado. Se había imaginado que la actitud de los habitantes de aquel jardín sería más bien fría y distante, y darse cuenta de que había prejuzgado sin saber y que a lo mejor no todos eran así, la animó un poco. Sonrió y siguió apretando a Extraño contra ella.
Mientras bajaban unas escaleras en dirección al vestíbulo principal Áloe la miró con curiosidad.
-¿Qué escondes en la mochila?
-¿Qué?-Freesia se sonrojó y miró a su prima.-Oh.
Ya no estaba en el tren, así que dejó a la vista el interior, donde se movía Extraño, que alzó la vista y maulló al ver a Freesia.
-¡Qué bonito!-exclamó su prima.- ¿Es tuyo?
Freesia asintió.
-Sí, pero no lo traje desde el Jardín de Verano.
-¿Entonces…? ¡Oh! ¿Lo encontraste en el pueblo en el que se quedó averiado el tren?
La chica caviló unos instantes.
-Se puede decir que sí.
-¿Y cómo…? Es decir, no sé, ¿dónde lo encontraste? ¿Por qué te lo quedaste?
A Freesia no le apetecía nada hablar de eso.
-Oye, Áloe, lo hablamos después, es que es complicado y…-temió que la chica se enfadara, pero todo lo contrario, sonrió aún más y cambió de tema.
-Pero no lo habrás tenido en esa mochila todo el rato, ¿no?
Freesia rio.
-¡No, claro que no! Pero tenía que tener mucho cuidado, se supone que no podía llevarlo conmigo.
-Madre mía, a Azucena le va a dar algo.
-¿Cómo?
Azucena era su prima mayor, esa que no se había presentado, al igual que los demás. No sabía cómo tomarse aquello. Puede que, cómo su tía había dicho, era por el tiempo, pero Freesia creía que había algo más detrás. ¿Y si ellos no querían que ella estuviese? ¿Y si era una carga? No quería pensar lo que pasaría cuando llegara a la casa.
-Pues porque odia los animales.
-¿A todos?
Áloe alzó una ceja.
-A todos. Los humanos incluidos.-luego soltó una carcajada.-Pero a Pernetia y a Crisantemo les encantará. Tendrán un compañero para Lavanda. Es nuestra gatita.
Freesia sonrió y miró a Extraño.
-¿No decías que a Azucena no le gustan los animales?
-Y no le gustan. Pero no es la reina de la casa. Se eligió a votación, y salió ganando comprar el gato.
-Pues vaya, no empezaré con muy buen pie con ella si me presento con Extraño.
-¿Extraño? ¿Le has puesto Extraño? ¿Por qué?
-Por cómo lo conseguí. Fue todo muy extraño.
-¿Me lo vas a contar o es un secreto?
-Es un secreto.
Áloe le sacó la lengua. Le caía bien aquella chica. Si todos sus primos eran como ella, a lo mejor no sería tan mala la convivencia. Y parecía que a Áloe no le gustaba mucho Azucena, por alguna razón concreta. Tampoco tenía que precipitarse. A lo mejor Azucena también era simpática, y que no se llevaran demasiado bien era algo que había entre ellas dos.
Sin darse cuenta habían llegado a la cinta trasportadora que llevaba las maletas. Allí pudo ver a algunas de las personas que habían viajado con ella en el tren, incluida la mujer del Jardín de Primavera, a la que hizo un gesto de saludo.
-¿La conoces?-le preguntó su tía.
-Se podría decir que sí, hablamos un par de veces cuando el tren se averió.
-¡Es verdad! ¡Qué cabeza la mía! ¡Ni te he preguntado! ¿Qué tal?
Freesia se encogió de hombros, como para no darle demasiada importancia.
-Bien. Sólo fue un día.
-¿Y el hotel? ¿Estuviste bien cuidada?
-En realidad no…-pero se calló. No podía soltar así sin más lo de Pensamiento e Ixia. Su tía se preocuparía, y además tampoco es que quisiera hablar de ello.-…fue mucho tiempo, así que no fue tan malo.
-Cuánto lo siento, sería un rollo…-dijo su tía, acariciándole el hombro.
-No importa, no fue culpa vuestra.
Cuando sus maletas aparecieron por la cinta, entre las tres se hicieron con ellas y salieron de la estación entre muchísima gente que entraba y salía. Era la capital.
La capital. Y qué capital.
-Bienvenida a Norte.-dijo Áloe.
Lo primero que pensó Freesia de Norte fue que era una ciudad estrella. Por todos lados sólo veía luces: farolas, farolillos, pequeñas bombillas colgadas de los árboles; todo resplandecía, brillaba con fuerza, y la nieve acumulada en las calles resplandecía. Le recordó un poco a cómo ellos decoraban su pueblo para las Ferias.
Norte era muy distinta de Sur, la capital del Jardín de Verano. Porque, además de ser la capital del jardín, era la capital central, de los Cinco Jardines. Antes la capital se situaba en el Quinto Jardín, como ponía en los libros de historia, pero después de lo que pasó con éste se trasladó al norte.
La calle en la que estaban era amplia, los coches se cruzaban ante ellas a toda velocidad por la calzada, la gente a su alrededor andaba con prisa, como si no pudieran detenerse por nada del mundo. Freesia, por el contrario, se detuvo en mitad de la calle y se quedó mirando a su alrededor unos instantes, y aspiró hondo el aire frío, la nieve que caía con fuerza y que le cubría ahora los mechones de pelo y los pómulos, pero por un momento no tuvo frío.
Aunque posiblemente se encontrase en el lugar más frío de los jardines, aquella ciudad transmitía calidez. La gente apresurada, las luces brillantes, los altos rascacielos que parecían rasgar la negrura que les cubría… Era todo tan… Mágico. Simplemente, no había estado nunca en ningún lugar así.
-¿Te gusta?-le preguntó su tía.
-Mucho.-respondió ella, sin apartar la vista de un punto concreto en la lejanía. A lo mejor, después de todo, de todo el drama, aquello no estaba tan mal.
-Bueno, pues vamos a por el coche.-le dijo Iris.-Lo he tenido que dejar un poco lejos, parece que de repente todo el mundo tuviera que venir a la estación.
-¡Hemos estado una hora en un maldito atasco!-exclamó a Áloe, que no había dejado de sujetar el brazo de Freesia.-¡La condenada cinta de canciones tradicionales ha sonado al menos diez veces! Una, y otra, vez.
-Vamos, hija, no ha sido para tanto. Cómo mucho, se habrá repetido una vez, y ya está.
-Pues si no quieres que Freesia huya de aquí, será mejor olvidarse de esa cinta de camino a casa. Ah, y si te importo lo más mínimo, cuida mi salud auditiva. El doctor   Lehner dice que me estoy quedando sorda.
La tía Iris soltó una carcajada y Freesia sonrió por lo bajo.
-Ai, Áloe, cariño, ojalá fueras así siempre.
Su prima bajó la vista y no dijo nada. ¿Siempre? ¿A qué se referían? ¿Es que Áloe no se comportaba así habitualmente? Freesia  no preguntó nada y siguió andando por las anchas calles de la ciudad. Sentía frío cada vez más intenso, y parecía que nevaba más conforme se acercaban al coche. Los edificios a su alrededor eran altísimos, casi no podía ver los tejados. Por fin, después de pasear por infinidad de calles bajo las inclemencias del tiempo, con sólo un paraguas rojo medio roto para refugiarse, llegaron al coche de su tía Iris. Más que un coche parecía una camioneta, como las que se utilizaban para transporte, pero mucho más bonita y cómoda en el interior.
-Te presento al viejo Chucky.-le dijo Áloe, dándole una palmada al coche en el capó que hizo que el hielo adherido a éste saliera volando por los aires.-Con capacidad para ocho personas, calefacción, reposa bebidas y reproductor de cintas. Te encantará.
-Por supuesto que lo hará.-dijo su tía, y le hizo una señal para que subiera al coche mientras ella subía las maletas a la parte trasera. Freesia en otros momentos habría replicado y la habría ayudado con el equipaje, pero se sentía muy cansada y no creía que fuese capaz de levantar ni una sola bolsa más.
Áloe se sentó a su lado y le arrebató la mochila de las manos. Dejó al descubierto a Extraño, que se desperezó, estiró el lomo y maulló, contento de haber sido por fin liberado de la prisión que suponía estar dentro encerrado.
Su prima le acarició entre las orejas, riendo.
-¡Mira mamá!-exclamó.-¡Mira el gatito de Freesia!
Iris alza la vista de su tarea apilando maletas y contempla con una sonrisa a Extraño, que ahora está subido en los muslos de Áloe.
-Vaya, qué pequeño es.-dijo Iris.-Y qué blanco. ¿Lo tienes desde hace mucho tiempo?
Freesia negó con la cabeza y miró luego a su prima.
-Se lo compraron de regalo de despedida-dijo ella.
Freesia la miró, agradecida. Posiblemente, si le hubiera dicho a su tía que el gato lo traía sólo desde aquel pueblo en el Jardín de Otoño, ella habría hecho preguntas, y tendría que haber contado lo de Pensamiento, y… Bueno, era mejor así. Sonrió a Áloe, que le devolvió el gesto y le acarició el hombro con cariño.
Iris se subió al asiento de delante  y arrancó el coche. Freesia apoyó la cabeza contra la ventanilla y contempló el paisaje urbano que pasaba ante sus ojos. Contempló fascinada la nieve, y los copos que caía, blancos, cristalinos, y se posaban en las aceras. Con todo el ajetreo, no se había fijado en lo hermosa que era. Ella nunca había visto la nieve, tan solo en la televisión.
-Me encanta la nieve.-le dijo a Áloe.
-Ya verás cuando nieve tanto que no podamos salir de casa y se vaya la electricidad.
-Vamos, Áloe-le dijo Iris.-Eso no pasa casi nunca. Lo de la electricidad, digo.
Áloe alzó una ceja y miró a Freesia, que esbozó una sonrisa tímida.
La ciudad y sus luces seguían desfilando a su paso, y parecían ser infinitas,  no se acabarían nunca.
En el aparato reproductor de cintas de su tía comenzó a sonar una melodía que Freesia reconoció al instante como una de aquellas canciones que le enseñaban a cantar en las clases de música del jardín de infancia. Se acordó entonces de la señorita Webster, su profesora por aquel entonces, y de su clase, llena siempre de luz, donde destacaban los brillantes dibujos que los niños colgaban con orgullo en la pared, y donde siempre sonaban risas, algún que otro llanto y canciones. Sus recuerdos de aquella etapa de su vida eran escasos, pero con aquella vieja melodía afloraban como un manantial.
-Oh, no, otra vez no-se quejó Áloe.-Te lo dije mamá. Para aquí. Me vuelvo andando.
Iris se rió, pero no apagó la música, si no que le subió el volumen.
-Freesia, ¿es que no vas a decir nada?
Freesia negó con la cabeza.
-A mí me gusta.
Iris se giró para mirarlas.
-Menos mal, vamos a tener una persona en casa con buen gusto para la música.
-Dos-dice Áloe.-Mirad a Extraño. O le relaja, o le aburre.
El gatito se había quedado dormido sobre los muslos de la chica. Freesia sonrió  y le acarició el lomo.
Pasaron como unos diez minutos, y la ciudad no parecía cambiar. Se habían alejado un poco del centro, pero las avenidas seguían siendo amplias, las luces, brillantes, y los edificios, altos.
En un momento concreto se internaron en una calle ancha, flanqueada por abetos de gran tamaño. A los lados de la calle se veían casas enormes, y Freesia supuso que sería el barrio rico de la ciudad. Fue allí donde su tía Iris paró el coche.
Áloe despertó a extraño con unos golpecitos suaves y lo puso en manos de Freesia, que se apresuró a meterlo en la mochila antes de salir a la intemperie. La nieve caía entonces con más fuerza, y el frío era insoportable. Freesia no podía parar de tiritar mientras ayudaba a su tía a bajar las maletas.
La casa era muy, muy grande. Se encontraba al final de la calle, y era un edificio antiguo pero muy bien conservado, de tres plantas, que tenía un jardín delantero y otro trasero. Las plantas del jardín delantero, que en ese momento atravesaban, estaban muy bien cuidadas y podadas. Pero no parecía haber ninguna flor.
Subieron tres escalones que llevaban a la puerta principal, enorme y de madera de roble. Iris sacó unas llaves de su bolso y las introdujo en la cerradura, y las hizo girar tres veces antes de empujar la puerta.
Freesia tragó saliva.
Lo primero que vio cuando su tía la animó a entrar fue un recibidor enorme y alargado, y sentado en un sillón de color crema, a un niño que saltó en cuanto los vio entrar.
Salió a abrazar a su madre, y luego miró a Freesia con curiosidad.
El niño era pequeño, bastante bajito y con el pelo muy negro. Tenía los ojos redondeados y de color azul, y su piel era morena, pero no como la de Freesia o la de Iris, sino más bien como si hubiera estado demasiado tiempo al sol. Llevaba un jersey fino de color azul y unos pantalones largos.
-Hola-dijo, con una voz infantil, y le tendió una mano a Freesia, que ella estrechó con una sonrisa.-Me llamo Narciso. Tú eres Freesia, ¿verdad?
Ella asintió.
Áloe le pellizcó la nariz al niño con cariño.
-Nar, ¿dónde están tus hermanos? Anda, corre a decirles que la prima ha llegado.
El niño asintió, miró a Freesia y sonrió, y luego desapareció por una puerta a su derecha.
-Vamos, ponte cómoda, ahora subiremos tus maletas y te enseñaremos tu habitación.
La condujeron por una puerta que daba a un salón muy bien decorado, con sillones y sofás de aspecto muy cómodo y una gran alfombra que le recordó un poco a aquella que ella tenía en su habitación. Había una chimenea en la que crepitaba un fuego. Freesia supuso que tendrían calefacción, pero el hogar daba un ambiente cálido a la estancia. Iris le dijo que se quitara el abrigo y los zapatos, y ella así lo hizo, y se sentó junto a Áloe en un canapé frente a la ventana, donde se veía la nieve aún caer con fuerza. Su prima se había puesto seria de repente, y miraba las llamas en silencio.
Freesia se dedicó a mirar a su alrededor, hipnotizada por todo lo que aquella casa tenía. Se sentía un poco como una princesa, rodeada de todos aquellos lujos. Cuadros y adornos que parecían ser carísimos, techos altos y una gran araña colgada del techo, en la que brillaban cientos de cristales. Unos pasos en el recibidor llamaron su atención y entonces la cabecita de Narciso volvió a asomarse por la puerta, y esta vez iba seguido de otras dos personas más.
Eran un chico y una chica, y los dos se parecían muchísimo. Eran muy bajitos y estaban delgados. Tenían la piel más oscura que Narciso, pero el pelo de un negro tirando a castaño. La chica llevaba el pelo corto, como su hermano, y ambos vestían parecido, con unos pantalones grises y un suéter azul marino. El chico sostenía entre sus brazos una gata bastante grande, de color pardo, con los ojos grandes y amarillos.
Los mellizos se acercaron con prudencia a donde Freesia se encontraba. Ella mecía a Extraño entre sus brazos, que había vuelto a quedarse dormido.
-¡Mira, Cris! ¡Tiene un gatito!-la chica se arrodilló junto a ella.-¡Madre mía, qué bonito es! ¡Y qué pequeño! ¡Es precioso!
El chico  sonrió al ver a Extraño, y la gata se revolvió en sus brazos, nerviosa.
-¡Crisantemo, Pernetia!-exclamó Iris.-¿Es que no os he enseñado modales? ¡Ni os presentáis!
Crisantemo se rascó la nuca y miró al suelo avergonzado, pero Pernetia seguía con la vista fija en Extraño, que se había despertado ante todo el alboroto a su alrededor y miraba receloso a la gata que Crisantemo sostenía en sus brazos.
-Perdón-dijo el chico.-Soy Crisantemo. Ya lo sé, es un nombre horrible. Llámame Cris.
-¡No es horrible! ¡Es el nombre de tu abuelo!-dijo Iris.
Crisantemo puso los ojos en blanco.
-Yo soy Pernetia.-dijo la chica, pero siguió jugando, como hipnotizada con el gatito de Freesia.
Iris suspiró y negó con la cabeza.
En ese momento alguien más entró en la habitación. Freesia pensó que sería Azucena, la hermana mayor, pero cambió de idea cuando vio a una chica joven, de unos veinte años, de piel muy blanca y melena castaño claro, dirigirse hacia donde estaban ellos. Era muy alta y tenía la cara cubierta de pecas.  Al principio no pareció ver a Freesia, pues se encaminó hacia Narciso como una exhalación.
-¡Nar! ¡Te has dejado la habitación echa un asco! ¡Te dije que si sacabas la pintura luego…!
Miró avergonzada a Freesia, y se acercó a ella.
-Vaya, tú debes de ser la nueva. Espero que te portes bien, que con estos cinco me tiro de los pelos.
La frase podría parecer descortés, pero el tono cordial y la sonrisa que le dirigió después a la chica lo arreglaron.
-Esta chica tan simpática,-dijo Iris.-es Alhelí. Es nuestra ama.
Freesia se extrañó. ¡Era muy joven! Supuso que sería nueva, pues no podría llevar toda la vida con esa familia. Pero no hizo preguntas. Le sonrió a la chica y luego se dio cuenta de que Extraño no estaba en sus brazos, sino que ahora Pernetia lo tenía en sus hombros y se reía cuando el gato le clavaba las pequeñas garras en el suéter.
-¿Dónde está Azucena?-le preguntó Iris a Alhelí.
-En su habitación. Lleva ahí toda la tarde.
-¿Y por qué no baja?
-No quiere bajar.- Pernetia apartó la vista un instante de Extraño para comunicárselo a su madre.
Freesia sintió una sensación extraña en su estómago. “No quiere bajar.” Seguro que era por ella. De momento todos habían sido muy amables;  los mellizos parecían querer más a su gato que a ella, pero algo era algo. Pero que su prima no quisiera bajar… Le dirigió una mirada de preocupación a Áloe, pero ella se encogió de hombros y susurró:
-Ella es así.
No. Era así por ella. Seguro que no quería que Freesia viviera con ella.
-¡Que no quiere bajar! ¡Pues oblígala!
Alhelí se mordió el labio.
-Se ha encerrado en el baño. Ha echado el pestillo.
-¡Se va a enterar!-exclamó Iris, y desapareció por la puerta, seguida de Alhelí. Freesia soltó un suspiro. Los nervios que se habían aplacado después de conocer a sus primos empezaron a aflorar de nuevo. Áloe lo intuyó, y le apretó la mano.
-Pernetia.-le dijo Áloe a su hermana.-¿Por qué no la has obligado a bajar?
La chica no despegó la vista de Extraño, pero respondió. Parecía bastante tímida.
-Es Azucena, Áloe. Sabes que me da miedo. Sobre todo cuando está de mal humor.
-Ella siempre está de mal humor.-le susurró Áloe a Freesia, por alguna razón no quería que sus hermanos oyeran el comentario.
-Además-dijo Crisantemo, distraído.-Que haga lo que quiera. Si no quiere bajar, pues que no baje. Nosotros hemos bajado porque queríamos verla.
La sequedad con la que el niño dijo: “verla”, hizo que Freesia bajase la vista y que los nervios y la angustia crecieran en su interior. De pronto tuvo ganas de llorar, pero se reprimió y volvió a alzar la cabeza.
-Menudo mentiroso eres.-le dijo Pernetia a su hermano.-Si llevabas como un mes desando que llegase. Ahora no hagas como si te diera igual.
Luego miró a Freesia por primera vez.
-Él es así, en el fondo es buen chico.-luego le dio un beso a su hermano en la frente, y éste arrugó la nariz, pero no lo impidió.-No por nada le quiero tanto. Pero le cuesta ser amable con la gente.
Crisantemo le sacó la lengua a su hermana, pero luego sonrió a Freesia.
-Lo siento. Me alegro de que estés aquí.
La presión que Freesia sentía en el pecho disminuyó en gran medida, y le apretó el hombro a su primo.
-Yo también me alegro de estar aquí.
Menuda mentirosa era.




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