domingo, 25 de noviembre de 2012

Capítulo 10: Cuando brotó algo que parecía muerto.

DOS AÑOS DESPUÉS.

Aquel era el trigésimo noveno vestido que se probaba desde que había empezado la tarde.
-Azucena, este es horrible.
La chica arrugó la nariz y dio un paso atrás para contemplar de cuerpo entero la figura de Freesia, que dio una vuelta sobre sus zapatos de tacón.
-No. A mí me parece que es muy bonito. ¿A que sí, Pernetia?
-¿Eh?-la aludida asomó la cabeza entre las cortinas del probador para echarle un vistazo al vestido de la chica.-Parece… Parece un pastel gigante de limón.
Freesia se contempló en el espejo. Pernetia tenía razón. Aquel escote y el vuelo del vestido eran tan exagerados que parecía que iba disfrazada, y el color amarillo chillón aumentaba esa impresión aún más.
-No puedo ponerme esto, Azucena.-su prima bufó y, rendida, se aproximó para bajarle la cremallera de la espalda.
-Pues ya te puedes ir decidiendo, amor. Queda sólo una semana.
Freesia suspiró y contempló su cuerpo en ropa interior en el espejo. Había empezado a engordar un poco. Iba a cumplir dieciséis años y supuso que no crecería mucho más, por mucho que quisiera, y que de ahora en adelante iba a tener que mantenerse apartada de cierto tipo de comida si no quería parecerse a la chica que salía en aquel anuncio de las pastillas para adelgazar.
-A mí me parece que el vestido azul era bonito.-dijo Pernetia.
-¿Cuál? Porque me he probado como quince de color azul.
La chica se encogió de hombros. Se veía  a la legua que se aburría. Había ido con ellas al centro comercial básicamente obligada por su madre.
-Odio la ropa.-dijo.
-Ya, si no hace falta que lo jures.-le respondió Azucena, y Pernetia le sacó la lengua y su cabeza volvió a desaparecer detrás de las cortinas del cubículo.
-Sería un avance si dejara de vestirse como Cris.-le dijo Freesia a su prima mientras se abrochaba el pantalón.-Últimamente no hay quien los distinga.
Azucena asintió con la cabeza.
-Bueno… Nos queda sólo una tienda más.
-Habrá que confiar en el destino.

No encontraron nada, y era hora de volver.
-Ya veréis cuando le enseñe a Cris la foto del vestido verde.-dijo Pernetia entre risas, mientras Azucena conducía de camino a casa en su reluciente coche nuevo.
-¡No, por favor!-exclamó Freesia, volviéndose hacia los asientos traseros en los que se encontraba su prima.-Bórrala.
Pernetia negó con  la cabeza.
-¡Oh, vamos, no estabas tan mal!-dijo Azucena, con la vista puesta en la carretera.
-¡Parecía una ensalada! ¡No me faltaba ni un ingrediente!
-El cangrejo.-dijo Pernetia.
-¿Quién le pone cangrejo a la ensalada?-preguntó Freesia, irónicamente.
-La gente que cocina ensalada de cangrejo.
-Pero eso dejaría de ser una ensalada. Al menos, de las normales. De las de lechuga.
-¿La ensalada de cangrejo es una ensalada anormal? ¿Y quién dice que no puedes ponerle lechuga?
La conversación derivó a diversos temas hasta llegar a la casa, y cuando Freesia se bajó, Pernetia argumentaba que la montaña no era un buen lugar para pasar la noche a cielo abierto.

Se encontraron a Iris pegada a la pantalla de la televisión, con los ojos fijos en un presentador de traje gris.
-Hola mamá.-dijo Azucena al entrar.-¿Pasa algo?
La tía de Freesia se llevó un dedo a los labios y les hizo una señal para que se acercaran. Las tres chicas, con curiosidad, se situaron detrás del sofá.
-“…los sucesos. Ocurrió la pasada noche, frente al Edificio de Gobierno Central. Al parecer, alrededor de las diez, un individuo encapuchado intentó colarse en el edificio durante la reunión de los Cuatro Ministros. Llevaba un arma de fuego, y cuando el personal de seguridad lo interceptó, apenas unos metros después de conseguir entrar por una de las ventanas traseras, se negó a soltar el arma y disparó a uno de los policías, que, por suerte, se encuentra fuera de peligro en un hospital de la zona. El sujeto fue abatido inmediatamente después. No llevaba documento de identidad y el cuerpo no ha sido identificado. Las causas por las que podría haber intentado poner en peligro la vida de alguno de los Ministros aún está por averiguar, pero, debido a las circunstancias en las que dicho ataque se produjo, la Policía supone que puede tratarse de un individuo con problemas de salud psíquica. Otro factor a tener en cuenta es el arma. Como todos ustedes saben, la propiedad de cualquier arma de fuego está terminantemente prohibida dentro de los Jardines, y sólo alguien con una posición…”
Iris apagó el televisor.
Freesia, Pernetia y Azucena se miraron entre ellas, nerviosas. La mujer miraba al frente muy seria, y fruncía el ceño, con la vista clavada en la pantalla ya sin vida.
-Mamá…-empezó Pernetia.-¿Qué pasa?
Pero Iris no respondió.
-Tía, no es para tanto.-dijo Freesia, acercándose a la mujer.-Tan sólo un loco.
Pero siguió sin decir nada. Algo parecía perturbarla, algo que Freesia no llegaba a entender.

-Pero tienes que venir.-Áloe y Freesia estaban tumbadas sobre la cama de la primera, mirando al techo. Era pasada medianoche.
-No puedo, Freesia. Habrá demasiada gente.
En una semana, Freesia cumpliría dieciséis años, y habían organizado una fiesta por todo lo alto en su casa. Azucena había insistido, y a ella no le desagradaban las fiestas. Pero a Áloe sí.
-¿Y a dónde vas a ir? Va a ser en casa.-Freesia miró a su prima.
Habían pasado dos años. Dos años ya, desde que había llegado a aquel lugar. Entonces era apenas una niña asustada. Había superado ya aquella fase, pero aún a veces se sentía una extraña y echaba de menos todo y a todos. Las bengalas se habían apagado hacía ya tiempo. Pero Áloe, a pesar de todo, se había convertido en su mejor amiga. Era callada y seria, era difícil en todos los sentidos. Pero Freesia no se había olvidado de aquella conversación mantenida hacía ya veinticuatro meses. Y Áloe aún no le había contado nada. Así que seguían siendo amigas. Y, Azucena, era para ella la hermana mayor que nunca había tenido. Sin embargo, no había conseguido que sus dos primas terminaran de llevarse bien. Freesia había comprobado que Azucena trataba siempre bien y cordialmente a su hermana, y, por alguna razón, nunca replicaba cuando ésta le decía algo maleducado o la insultaba. Esto era lo que más crispaba a Áloe. Freesia no hacía preguntas. Su prima necesitaba tiempo.
Pero… ¿cuánto más?
-Pues… A un hotel.
Freesia se echó a reír, pero Áloe permaneció seria.
-No es una broma. Lo haré si pretendes meter a doscientas personas en mi casa.
-No vendrán doscientas. Tan sólo setenta y tres.
Áloe se incorporó, y miró a Freesia, amenazante.
-Me quedaré en mi cuarto.
-¿Toda la noche?
-Toda la noche.

Freesia se levantó de la cama literalmente de un salto. Estaba cubierta de sudor y respiraba con dificultad.
No. No podía ser.
Era incapaz de dejar de temblar. Se liberó de las tupidas mantas con las que se cubría y se puso en pie. Intentó relajar su mente, sin éxito. La misma imagen, una y otra vez, cobraba forma en su cabeza, exactamente igual que en el sueño.
Aquello no tenía por qué significar nada. Pero para ella lo significaba todo. Habían  pasado dos años, dos años ya. Y en ningún momento se había acordado de aquello. Pero en ese preciso instante lo hacía. Sus sueños habían despertado aquel recuerdo dormido muy al fondo de su cabeza.
Se mordió el puño para no gritar. Sin saber por qué, aquella pesadilla había traído consigo un dolor intenso de estómago, y tuvo que correr mucho para llegar al retrete y devolver los restos de la cena.
Freesia se quedó sentada en el suelo frío del cuarto de baño, con la cabeza gacha y encogida en posición fetal.
Tenía que olvidarlo. No el recuerdo en sí, sino la pesadilla. Pero era demasiado vívida como para simplemente dejar de pensar en ella.
No supo cuánto tiempo estuvo así, tirada en el suelo, sin mover un dedo, pero cuando por fin el sueño venció las pocas resistencias que le quedaban, unos ojos pálidos brillaron en su mente, justo antes de que la oscuridad lo engullera todo.

-Tienes un aspecto horrible.-le dijo Crisantemo a Freesia, cuando se encontraron en la cocina al día siguiente, por la mañana.-¿No has dormido bien?
Freesia negó con la cabeza.
-No, creo que le voy a decir al ama Alhelí que me quedo en casa esta mañana.
-¿Qué te pasa?
-No me encuentro bien.-Crisantemo asintió, y salió de la habitación seguido de Extraño. Al final el gato había resultado ser más de los mellizos que suyo propio.

Freesia subió las escaleras en dirección a su cuarto.  El ama Alhelí había insistido en llamar al doctor, pero ella se había negado, alegando que no era tan grave como para molestarse, que ya se le pasaría en unas horas.
Pero Freesia sabía bien que aquello no ocurriría. No había conseguido olvidarlo, la pesadilla seguía tan latente en su cabeza como la noche anterior.
Cuando llegó a su habitación, se envolvió en mantas hecha un ovillo y cerró los ojos, más por intentar relajarse que por tener la necesidad de dormir. No quería dormir. No sabía lo que pasaría si aquel sueño volviera a repetirse.
Unos quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Áloe entró, pero Freesia no se movió ni un ápice, sintiéndose sin fuerzas para hacerlo.
Era débil, una niña débil. ¿Si una pesadilla la dejaba así, cómo le afectaría algo más grave? Pero en su interior sabía que no había sido sólo una simple pesadilla.
-¿Freesia, te encuentras bien?-le preguntó su prima, que se sentó en el borde de la cama.
Ella no respondió. No quería preocupar a Áloe, pero tampoco sería creíble si dijera que se encontraba como una rosa.
-Alhelí me ha dicho que estabas enferma. Los demás se han ido ya a la escuela. Yo… Me iré en hora y media. ¿Quieres algo?
-No.-musitó Freesia con voz apagada. Oyó como su prima se dirigía a la puerta y sus pasos se extinguían hasta que la habitación volvió a quedarse en silencio.
Áloe no iba a clase, pero dos horas al día, por la mañana, iba a una especie de academia en el centro, según Iris le había contado.
Freesia no entendía el motivo, pero supuso que sería algo relacionado con el halo de misterio que envolvía a Áloe. Ella misma se lo contaría, no corría prisa.
Entonces sintió un deseo incontrolable de contarle a alguien la pesadilla. Es como si llevara dentro un bulto muy pesado que, ella sola con su cuerpo diminuto, no podría sostener.  Pero si alguien la ayudara y compartiera el peso, se le haría más llevadero.
Así que, cuando Áloe entró de nuevo a su cuarto un cuarto de hora después para saber cómo se encontraba, la hizo quedarse.
Se incorporó como pudo en la cama, y su prima se sentó a su lado.
-¿Qué pasa?-le preguntó, visiblemente preocupada.
-Necesito contarte una cosa. Quizá… Te parezca una tontería pero… Esta noche tuve una pesadilla. Es… Por eso por lo que estoy así.
-¿Una pesadilla te ha dejado en este estado? Pues ha tenido que ser terrorífica.
Freesia negó con la cabeza.
-No sé. Me trajo recuerdos de hace dos años. De antes de venir aquí. Más concretamente, del viaje hacia aquí.
Áloe abrió ligeramente la boca en signo de sorpresa.
-De… ¿del tren?
-No. Bueno sí. A ver, el caso es que, en el tren conocí a alguien.
-¿A quién? ¿Qué paso?-Áloe se había inclinado hacia delante como si pretendiera escucharla mejor desde aquella posición.
-Se llamaba Zache.

Áloe se había quedado literalmente de piedra. Ya lo había contado, todo. Pero, por alguna razón, había omitido el detalle del beso, aún no se sentía preparada para contarle eso a nadie, ni siquiera a su mejor amiga.
-Y dices… ¿dices que era un mago?
-Si se le puede llamar así.
-Pero… Pero lo del tren…
-Ya, es muy raro, ¿verdad? Lo más extraño de todo es que, hasta esta noche, no me había acordado de él. Ni de él, ni de nada. Como si el recuerdo se hubiera borrado de mi cabeza.
Áloe asintió, muy lentamente.
-Pero aún no me has contado lo de tu pesadilla.
Freesia tomó aire. Aquello sería lo más difícil.
-Verás… Me veía a mí misma, sentada en el salón de  mi casa. Pero de mi antigua casa, en el Jardín de Verano. Al principio todo parecía perfectamente normal. Entonces sentí algo, una presencia en la habitación. Pero, al parecer, mi otro yo, la Freesia sentada en el sillón, no lo percibía. Y empecé a sentir una angustia muy grande. Aquello que yo sentía junto a nosotras era malvado. No me preguntes cómo lo sabía, pero lo era. Y la Freesia del sillón no se daba cuenta. En cualquier momento algo le pasaría si no la avisaba. Lo malo era que yo, como observadora externa, no podía hacer nada, si no mirar. Era verdaderamente horrible.
Freesia hizo una pausa y Áloe le hizo un gesto para que continuara.
-Pues bien. De pronto, toda la habitación empezó a oscurecerse, así, porque sí. Pero mi otro yo no se percataba de nada. Y lo peor vino después, cuando, de las sombras salió una figura.
-¿Era…?-preguntó Áloe.-¿Era Zache?
Freesia negó con la cabeza.
-No. Era una chica. No la había visto antes en mi vida. Bueno, la verdad es que no lo puedo asegurar, porque no le vi la cara. Tenía el pelo negro. Y llevaba un vestido rojo, y largo. Y no sé, puede que parece algo estúpido, pero por alguna razón, aquella chica me aterraba. Y me iba a hacer algo malo. Se iba acercando al sofá por detrás, y como mi otro yo estaba de espaldas, no la veía. Y ahí es cuando entró Zache.-Freesia tomó aire y continuó.-No sé, estaba cambiado. Diferente a como creía recordarlo. Serán cosas del mundo de los sueños, no sé. El caso es que parecía más amenazante, era más alto y la sombra que proyectaba su figura era colosal. No entró por ninguna puerta, ni ventana, ni nada. Simplemente, de repente, estaba ahí. Luego la escena cambió completamente. Ahora estaba en un tren. Y esta vez era yo, no ningún observador ajeno a la escena. A mi lado estaban Zache y la chica, y cada uno me agarraba de un brazo. Los dos estaban helados, como si me sostuvieran carámbanos de hielo, y no personas. Hablaban de algo, más bien, gritaban.
-¿Qué decían?-quiso saber Áloe.
-No lo sé. No era capaz de entenderlo. Lo importante era es que me conducían a rastras por los corredores del tren, que eran infinitos. Me llevaban a algún sitio. Yo no sabía a dónde. Sólo sabía que no quería ir. Y comencé a gritar, pero no salían palabras de mi boca. Y pataleé y lancé puñetazos, pero mis músculos se quedaron quietos. No podía hacer nada. Estaba presa en mi propio cuerpo. Y llegamos al agujero.
-¿Al agujero?
Freesia asintió.
-Sí, no sé de qué otra manera describirlo. Era como, no sé, una masa de algo negro. Pero tenía profundidad. Era muy extraño. Y ella y Zache querían empujarme. Yo no quería, pero no podía moverme, así que no tenía opción. Y entonces la chica habló, y esta vez la entendí.
-¿Y qué…?-preguntó Áloe.-¿Qué te dijo?
-Freesia, recuerda.-la chica hizo una pausa muy larga, como intentando asimilar lo que ella misma acababa de contar.-Luego, me empujó y caí al vacío. Entonces me desperté.
Después de lo relatado por Freesia, las dos se quedaron en silencio un buen rato, hasta que Áloe habló.
-¿Qué quería que recordaras?
Freesia se encogió de hombros.
-No lo sé. Quizá, sólo sea un sueño estúpido, pero, no sé, era demasiado vívido. Y luego me sentía tan mal...
Áloe suspiró, y puso una mano en el hombro de Freesia.
-No tengo ni idea de lo que todo esto puede significar, pero sólo puedo decirte una cosa. Gracias.
Freesia miró a su prima con cierto asombro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Por contármelo. Por confiar en mí. Ya sabes, no es la clase de cosas que uno va contando por ahí. Es algo, no sé, muy personal. Gracias.
Freesia no supo que contestar. Si lo pensaba un poco, tal vez fuera verdad. Si aquello le hubiera pasado en el Jardín de Verano, dudaba si se lo hubiera contado siquiera al ama.
Quizá a su madre…
-Yo…-dijo Áloe.-También te tengo que contar algo, ¿recuerdas?
Freesia negó con la cabeza. ¿Cómo para olvidarlo?
Sin poder evitarlo, se le escapó una pequeña sonrisa.
-Pues claro que no, Áloe.
-Te lo voy a contar. Esta tarde, cuando vuelva de la academia.
-¿Por qué no me lo cuentas ahora?
Áloe se encogió de hombros, y, muy extraño en ella, esbozó una  pequeña sonrisa.
-Por mantener un poco el misterio. Si no, ¿qué gracia tiene?
Freesia rio y asintió con la cabeza.
-Está bien.
Áloe abrazó a Freesia y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
-Nos vemos luego, ¿vale?
Freesia asintió y contempló como su prima abandonaba la habitación dejándola de nuevo sola con sus pensamientos. Volvió a tumbarse y cerró los ojos. Sincerarse con Áloe había sido, definitivamente, una buena idea. Sin embargo, seguía dándole vueltas, irremediablemente, al asunto del sueño y de lo que podía significar, sin llegar a ninguna conclusión coherente.
Aproximadamente media hora después, sonó el teléfono de su habitación. Soltó un gruñido y se levantó de la cama para cogerlo. Tan sólo era Camelia, una amiga de clase, para preguntar por su estado. Freesia agradeció su llamada, se sintió reconfortada al saber que alguien se preocupaba por ella.
Hacía un mes que no recibía ninguna carta del Jardín de Verano. Era normal, habían pasado dos años y la relación con sus amigos de allí estaba menguando poco a poco, cosa que le entristecía. Lo último que había sabido de ellos era que Clavel y Jazmín llevaban ya tres meses juntos, Agérato había repetido curso y Begonia estaba haciendo unas prácticas como comerciante después de la escuela.
Freesia suspiró. Tenía casi dieciséis años, era hora de que eligiera su futuro. Cuando el curso acabara, acabaría también la Enseñanza Media, y tendría que elegir uno de los centros de Enseñanza Avanzada de entre los muchos que había. Cada uno se especializaba en una profesión. Un mes antes del final del curso, les harían un test para darles unos resultados que les ayudarían en su elección. Básicamente, según las aptitudes de cada uno, podrían elegir entre diez cursos determinados. Freesia había aspirado a unos buenos resultados en el test y a poder estudiar para convertirse en doctora. Pero últimamente sus sueños habían crecido, desde una pequeña semilla hasta convertirse en un árbol enorme cargado con cientos de ramas y miles de hojas, que la envolvían y la atrapaban. Sus sueños le daban miedo.
Quería salir.
Lo tenía claro. Pero no salir a otro Jardín, ni a la Granja o el Embarcadero, como harían los comerciantes.
No. Más allá, ver el mundo exterior, si existía algo más que los Jardines en los que había vivido durante toda su vida. Este sentimiento de libertad había aparecido hacía apenas unos meses, y, al intentar extinguirlo, sólo había conseguido acrecentarlo aún más.
No se lo había contado a nadie. ¿Qué pensarían de ella? A todo el mundo le daba igual lo que pudiera haber o dejar de haber más allá de los altos muros de los Cinco Jardines. Allí vivían bien, tenían lo que necesitaban y nadie les molestaba.
Pero sus padres habían salido. A la guerra. Hacía tiempo que no reclutaban a nadie, pero tampoco nadie había vuelto. ¿Qué estaba ocurriendo? Ese sentimiento de ignorancia era lo que más repugnaba a Freesia.
Quería salir para ver. Pero también para saber, para descubrir. Quería saber dónde estaban sus padres. Quería…
Pero la ignorancia muchas veces se veía sustituida por la impotencia. Quería, pero, de ninguna manera, podía. ¿Cómo iba a salir? Estaba prohibido. Y, aunque decidiera infringir la ley, la seguridad era demasiado grande, demasiado… Segura. Freesia no sabía de nadie que hubiera intentado salir antes, pero seguramente no lo hubiera conseguido. Y, si a pesar de todo, por las circunstancias que fuera, conseguía salir, ¿a dónde iría? No conocía a nadie de fuera, ni siquiera sabía lo que podría ser ese “fuera”. Estaría sola y perdida…
Pero estaría fuera, habría salido. Sería libre.
Freesia se estremeció cuando todos estos pensamientos acudieron a su cabeza. Era una locura, cuanto antes dejara de pensar en ello, mejor. Tenía que distraerse con algo. Se levantó de la cama y se sentó frente al tocador para mirarse en el espejo.

¿Por qué narices lo había hecho? Sus mechones negros muertos se desperdigaban ahora por el suelo. Se miró al espejo. Su pelo era ahora muy corto y crespo. Sin razón alguna, se echó a llorar.
Porque su aspecto le recordó demasiado al Jardín de Verano. Demasiado a su madre. Ahora podría pasar perfectamente por una versión joven de ella.
Pero no lo era. Era Freesia Dubois. Y su madre ya no estaba. Se había ido, y ella había dejado que se la llevaran. Había sufrido tanto sin sus padres, que quería estrangular a la persona que había mandador reclutarlos, hacer que sufriera tanto como ella lo había hecho. Encontraría a esa persona. Lo haría. Y también encontraría a sus padres.
Un poder interno, que le transmitía seguridad, fue creciendo en su interior, haciéndola sentirse fuerte. Apretó los puños.
Los encontraría. Y si estaban muertos… Entonces sería ella quien acabaría con los responsables. Lo haría… Costara lo que costara.
Y esta seguridad la hacía sentirse viva, mucho más que nunca. Y algo surgió en su interior. Se miró por última vez al espejo, que estalló en miles de pedazos.

Alhelí respiraba con dificultad dentro del pequeño espacio que era la ambulancia.
-Tranquila, estoy bien.-le dijo Freesia.
-No, no lo estás. Te has cortado.
Freesia se miró y vio que era verdad, sangraba mucho. Pero no le importaba. Ni siquiera dolía. Porque había encontrado lo que hacer. Su destino. Iba a salir.
Sin embargo, no podía parar de pensar en lo del espejo. ¿Lo había roto ella? Aparentemente, el espejo se había roto solo. Pero una voz interior le susurraba que ella había tenido algo que ver.
Cuando llegaron al hospital, se dejó tumbar en una camilla, que unos enfermeros deslizaron por los pasillos hasta una habitación donde supuso que algún doctor le cosería las heridas. Pero, en su pequeño trayecto hospitalario, vio algo que la dejó helada.
Fue algo fugaz, pues la habitación pasó ante sus ojos con una velocidad pasmosa. Pero dentro, por la ventana de la puerta, había visto algo. Era una paciente, estaba profundamente sedada y  mucha gente se arremolinaba a su alrededor. Al parecer, estaba causando un gran revuelo.
Y la paciente era, sin la menor duda, Áloe.
Freesia se desmayó.




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