sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 9: Algunas flores tienen espinas


Azucena tampoco bajó a desayunar. El amanecer había llegado con otra tormenta, y la nieve llevaba cayendo desde primera hora de la mañana. Después de una discusión con su madre la noche anterior, su prima había conseguido que la dejara quedarse en su habitación hasta el día siguiente. Habían cenado en un restaurante de la zona, y luego se habían ido pronto a la cama. La habitación de Freesia estaba junto a la de Áloe, era un cuarto enorme en la segunda planta, tenía un ventanal que daba al jardín trasero, una cama con dosel, un tocador con un espejo redondo decorado con cientos de flores; estanterías llenas de libros, y un armario en el que aún no había puesto la ropa. Para cualquier chica de su edad, sería la habitación de sus sueños, pero para ella aquel cuarto estaba vacío y frío, y aquella noche, antes de irse a dormir, había encendido otra bengala, deseando estar en su habitación en el Jardín de Verano.
-Esta tarde podemos salir a enseñarte Norte. Podemos ir también a comprar ropa.-Áloe y ella estaban sentadas en la mesa de la cocina, acabando sus respectivos desayunos. Los mellizos y Narciso habían comido muy rápido, para posteriormente salir corriendo a hacer cualquier cosa. Pernetia llevaba con Extraño desde por la noche, y a Freesia le reconfortaba saber que al menos había traído algo de alegría a aquella familia.  
-Sí.-la verdad es que no tenía muchas ganas de salir de la calidez de la casa. Fuera debía de hacer un frío terrible, y ella prefería prepararse mentalmente para ello. Al fin y al cabo, nunca en su vida había llevado encima algo más que una chaqueta, y el cambio tan drástico de clima estaba empezando a hacer que le doliera la cabeza.
-Pernetia vendrá con nosotras.-Áloe se llevó la taza a los labios y le pegó un sorbo pequeño.
Había dos cosas de las que Freesia se había dado cuenta sobre su prima. La primera era que no comía casi nada. La noche anterior apenas había probado una hoja de lechuga de su ensalada y una cucharada de la sopa.  Con razón estaba tan delgada.
La segunda era que aquella personalidad vivaracha y alegre que mostraba el día que la conoció había desaparecido completamente. Es como si alguien, una persona totalmente diferente, hubiese ocupado el cuerpo de su prima, y ahora ella se había convertido una chica callada, reservada, que se había pasado todo el tiempo que Freesia la había visto seria, y con la mirada perdida en alguna parte.
La pasada noche, después de volver al restaurante, fue Áloe la que acompañó a Freesia a su habitación. Ahí fue donde aprovechó para preguntárselo.
-Oye Áloe… ¿Te pasa algo?
Su prima la había mirado con aquellos gélidos ojos azules, y había hecho que Freesia se estremeciera y se arrepintiera de haberle hecho la pregunta.
-No. No sé por qué lo dices-su prima había empezado entonces a colocar no se qué en el armario, como queriendo evitar mirar a Freesia.
No había vuelta atrás, así que la chica siguió adelante.
-Me refiero a que… No sé, estás muy seria. ¿Ha pasado algo?
Su prima se había encogido de hombros.
-Puede. ¿Qué si sí?
Tampoco había sido demasiado educada.
-Nada, déjalo.
Áloe había sonreído, le había dado las buenas noches y se había ido a su habitación. Y ahí había quedado la cosa. Parecía que, cuanto más preguntara, más se enfadaría su prima, así que decidió dejarlo estar, a ver cómo evolucionaban las cosas.
Pero aquella mañana no habían cambiado ni un ápice. Durante el desayuno, Freesia había hablado sólo con los mellizos, sobre todo de Extraño, y después de que éstos se hubieran ido, un silencio incómodo se había hecho su lugar en la habitación. Freesia estuvo enormemente aliviada cuando Alhelí, al parecer bastante agobiada, entró en la cocina.
-Juro que algún  día este niño va a hacer que me de un infarto.-llevaba en brazos los restos de lo que parecía ser algún juguete hecho pedazos. Los depósito sobre la encimera y se llevó las manos a la cabeza.
Freesia apuró lo que quedaba en su vaso y se dirigió a donde estaba el ama. Le resultaba extraño pensar en aquella chica, tan joven e inexperta, como en un ama.
-¿Qué ha pasado?-le preguntó,  mientras depositaba la taza en el fregadero.
-Madre mía, este niño. Estaba jugando a no sé qué de coches, y se las ha arreglado para tirar su estantería de juguetes. Se ha roto su preciada avioneta.
Freesia miró las piezas rotas. Vaya, así que aquello era una avioneta. Miró a Áloe, pero ella estaba contemplando el jardín por la ventana, ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, como si le diera igual. Freesia suspiró.
-Y ahora dice que tenemos que arreglarla. ¡Ay, madre, si yo no sé nada de arreglar nada!-Alhelí empezó a hacer girar una de las piezas entre sus dedos, como si intentara adivinar de qué se trataba tan sólo con tocarla.
-Debería arreglarla él.-dijo Freesia.
-Ay, pero es que es tan pequeño… Sólo conseguirá estropearlo más.
Freesia puso los ojos en blanco.
-¿Quieres que te ayude?
-No, no, no hace falta.
-¿Seguro?
El ama asintió con la cabeza, así que Freesia se encogió de hombros y se dispuso a salir de la cocina. Le echó una rápida mirada a Áloe, pero la chica seguía con la vista fija en la ventana, como en un trance. Su taza seguía llena y sobre su plato aún reposaban las dos galletas que su madre le había obligado a comer. Freesia se dio cuenta de que Alhelí también observaba a su prima, con una mezcla de preocupación e impotencia. Sus miradas se cruzaron, y el ama asintió con la cabeza, como queriendo decir que podía irse. Probablemente, Áloe no se movería de ahí en bastante rato.
Subió las escaleras en dirección a su cuarto, pero antes de llegar se paró ante la habitación de Narciso, que tenía la puerta entreabierta. En medio de la estancia estaba el niño, rodeado de juguetes esparcidos, y pareciendo aguantarse las ganas de llorar.  De espaldas a Freesia estaba una chica, pero sólo podía verle la brillante melena oscura. Parecía abrazar a Narciso.
-Venga, Nar, no pasa nada, ya verás como el ama Alhelí lo arregla.- la voz de la chica era suave, dulce y tranquilizadora.
Pero Narciso hizo una mueca y arrugó la nariz. Una lágrima rodó por su pómulo derecho.
-No lo creo. Seguro que no. ¡Era la avioneta de papá! ¡Me dijo que la cuidara bien! ¡Y yo la he roto!
En ese momento el niño estalló en llanto. La chica lo abrazó con fuerza y Narciso le devolvió el abrazo, pero no paró de llorar.
-Ve con el ama, Nar. Seguro que entre los dos podéis arreglarlo. Ah, y si necesitáis ayuda, me llamáis, ¿vale?
El niño parecía haberse calmado un poco, pero las lágrimas seguían surcando sus mejillas. Asintió y volvió a abrazar a la chica.
-Gracias, Azucena. Voy a bajar ahora mismo a ayudar a arreglarla.
-Claro que sí, papá estaría orgulloso de ti.
Freesia se apartó entonces de donde estaba, y a paso ligero, subió las escaleras a su habitación, justo antes de que su primo pequeño saliera por la puerta. No le apetecía que la pillaran espiando. Cuando cerró la puerta de su cuarto tras de sí, soltó un hondo suspiro.
Aquella chica que estaba abrazando a Narciso era Azucena. Según Áloe, era desagradable, y a Pernetia le daba miedo. Pero parecía portarse muy bien con su hermanito, tal y como una hermana mayor responsable debería hacer. Ella había imaginado a su prima mayor mandona, repelente y maleducada, y quizá hubiera juzgado sin saber, pero… Bueno, al fin y al cabo Áloe tampoco era lo que había parecido en un primer momento.
Se sentó en la cama y cerró los ojos. Luego se dirigió al tocador y observó su reflejo en el gran espejo. Los efectos de todo lo ocurrido los últimos días habían hecho estragos en su aspecto. Tenía unas ojeras fantasmales y bolsas bajo los ojos, y el pelo lo llevaba todo enmarañado entorno a la cara. Parecía tener diez años más de los que tenía. Además, el pijama que llevaba puesto, que le quedaba grande y le hacía parecer gorda, no ayudaba demasiado a mejorar su aspecto.
Tenía un cuarto de baño para ella sola que comunicaba únicamente con su cuarto, así que se dispuso a darse un baño caliente y a intentar hacer algo con su cuerpo.
Pero justo en ese momento alguien llamó a la puerta. No sabía quién podría ser; su tía estaba fuera haciendo unos recados, Áloe seguía abajo junto a Alhelí y Narciso, y los mellizos sólo habían entrado a su habitación una vez, para llevarse a Extraño con ellos. Podía ser que volviesen para devolverle a su gato.
Pero cuál fue su sorpresa cuando, al abrir la puerta, se encontró a una chica ante ella, que le sonreía abiertamente, enseñando sus blancos y brillantes dientes.
No sería tan guapa como Áloe, pero su aspecto era mucho más cuidado que el de su prima. Tenía la piel oscura, como Narciso, y su cara era redonda, como la de su tía Iris. Pero tenía los labios carnosos, pintados de un rosa chillón. A decir verdad, iba bastante maquillada, pero le quedaba bien. Además tenía mucho gusto para vestir. Se veía a la legua que era una niña rica, con aquella ropa seguramente sacada de alguna tienda de lujo. Miraba a Freesia desde arriba, pues era muy alta, y aumentaba su altura un palmo con unos tacones altos, (posiblemente más caros que el armario entero de Freesia). Por su melena negra ondulada, sedosa y perfectamente peinada, supo que era la chica que antes estaba con Narciso. Azucena. ¿Qué hacía ella ahí?
-Hola.-dijo Freesia.
-¡Hola!-saludó su prima, muy efusivamente, y le dio un abrazo cálido. Freesia se lo devolvió por pura cortesía, pero desconfiando bastante de aquella chica. Vamos a ver, ¿el día anterior se había negado a bajar, y ahora estaba ahí, abrazándola como si su llegada fuese lo mejor que le había pasado en la vida? Nada cuadraba.
Cuando se separaron, Azucena bajó la cabeza, avergonzada.
-Bueno, ya sabrás que soy Azucena. Lo siento muchísimo por no haber bajado a saludarte ayer.
“Ni por venir a cenar con nosotros, ni presentarte a desayunar... Ni que yo tuviera la peste.”, pensó Freesia, pero en vez de eso le sonrió a su prima.
-Es que me había pasado una cosa…-negó con la cabeza y se mordió el labio inferior con fuerza.-No es por ti, yo tenía muchas ganas de que vinieses, es que… Lo siento, ahora no puedo contarte lo que me ocurrió, no soy capaz de hablar de ello, y sé que esto te va a sonar falso, pero es la verdad…
Freesia sintió lástima por su prima. No parecía estar mintiendo, es más, parecía estar siendo totalmente sincera con ella, y algo le ocurría de verdad, por la manera en la que apartaba la vista y sus ojos se volvían llorosos.
-No pasa nada.-le dijo, y sintiéndolo de verdad.
Azucena alzó la vista y la miró a los ojos, y un brillo de esperanza apareció en los ojos de su prima.
-¿De verdad? ¿No estás enfadada?
Freesia negó con la cabeza, y Azucena volvió a abrazarla con más fuerza aún.
-¡Gracias! Yo… Podemos pasar el día juntas, si quieres. Mamá me dijo que te acompañáramos a comprarte ropa… Puedo ir contigo, si quieres.
-Oh, tengo suficiente ropa.-dijo, mirando a sus maletas, pero pensando en Áloe. Seguro que no le haría mucha gracia que saliera con Azucena y no con ella.
-No lo creo. Bueno, da igual. Podemos salir por ahí a enseñarte la ciudad. ¿Qué te parece? Así  compensamos que ayer me comportara como una imbécil.
La chispa en los ojos de su prima hizo que a Freesia se le ablandara el corazón y asintiera.
-Vale, me parece bien.
Azucena dio un saltito sobre sus zapatos altos, dio un traspiés y a punto estuvo de caerse, pero Freesia la sujetó por el hombro y ella mantuvo el equilibrio. Se miraron, y luego las dos se echaron a reír sin motivo.

Después de comer Azucena le dijo al ama Alhelí que saldrían por ahí hasta que anocheciera, y ella simplemente hizo un gesto de acuerdo con la cabeza, pues seguía, junto a Narciso, volcada en el puzle que era la avioneta rota. Llevaban desde antes del mediodía con ella, y de momento sólo habían logrado reconstruir parte de un ala, y Narciso había estado gritando un buen rato porque creía haber perdido una parte, que al final resultó estar debajo de la alfombra.
Freesia se miró en el espejo del recibidor y comprobó el gran trabajo que había hecho Azucena con el estado de su cara. Nunca había llevado maquillaje, pero se dio cuenta de que un poco no le venía mal, y ayudaba a tapar las ojeras tan horribles que tenía. Su pelo ahora caía suave sobre sus hombros, después del trabajo titánico que habían tenido que hacer para desenredarlo, aún con todos los potingues con olor a frutas que le había prestado su prima.
Pernetia y Crisantemo se quedarían en casa a terminar un trabajo de Historia de los Jardines que tenían que terminar antes de que empezaran las clases, en dos días. ´
-Ni lo han empezado. Al final, tendré que hacérselo yo.-le había comentado Azucena a Freesia en la comida, después de que Crisantemo anunciase que se pasarían la tarde en casa.
Áloe se había mostrado impasible cuando Azucena dijo que ella y Freesia irían juntas al centro por la tarde. No había despegado la vista del plato de pasta, y luego había subido a su habitación sin decir nada, y no se le había vuelto a ver el pelo desde entonces.
Freesia no podía evitar sentirse culpable. Pero Áloe había cambiado tanto que… Parecía en ese momento una persona inaccesible. Era mucho más sencillo estar con Azucena, que hablaba sin parar, tenía buen sentido del humor y trataba a Freesia como si la conociera de toda la vida.
Antes de abandonar la casa se dijo que hablaría con Áloe esa misma noche, no quería que se enfadara con ella. 
-¿A dónde quieres ir?-le preguntó Azucena a Freesia cuando estuvieron en el jardín.
Había parado de nevar, pero la tormenta que había caído sobre la ciudad había sido tan fuerte que la nieve ahora tenía varios centímetros de espesor, y se acumulaba en todas las plantas y árboles.
-No lo sé, donde tú quieras.
Azucena soltó una carcajada.
-Es verdad, si tú no conoces esto.-salieron a la calle, y echaron a andar hacia la derecha. Freesia simplemente siguió a su prima, sin saber a dónde se dirigían, y sin tener mucha prisa por averiguarlo. Freesia soltó una bocanada de aire y se quedó contemplando el vaho que se formaba ante sus ojos.
-¿Hace frío, eh?
Freesia asintió con la cabeza, hacía más frío que el que ella habías esperado, pero tampoco se quejó. Estaba en el Jardín de Invierno, ¿qué si no?
Mientras caminaban a lo largo de una avenida muy parecida a un par que ya habían atravesado, Azucena habló.
-¿Tienes nervios por empezar las clases?
Freesia había intentado apartar eso de su mente desde que se enteró de que se mudaría con su tía. Antes había pensado que el encuentro con la familia, y toda la novedad que supondría dejarlo todo y vivir en un sitio distinto, sería lo más duro. Pero ahora que todo eso había pasado, al pensar en que en un par de días tendría que presentarse en una escuela nueva, con gente nueva y sin ningún amigo a su lado, hizo que la chica se sintiera muy nerviosa y se llevase una mano a la boca para morderse las uñas. Había dejado aquella maldita manía a los siete años, cuando su madre le compró aquel gel con sabor asqueroso que le pringaba los dedos. Pero últimamente, con todo lo que estaba ocurriendo, Freesia había retomado viejas costumbres.
-No.-mintió, pero esbozó una sonrisa tan fingida que luego se retractó.-Bueno, la verdad es que sí.
-No te preocupes, yo estaré contigo.
-Pero, Azucena… Iremos a cursos diferentes y cuando yo esté en mi clase, estaré sola y…
Al pensar en ello habló atropelladamente y se le trabaron las palabras en la lengua. Tragó saliva y respiró hondo.
-Tranquila, cariño.-le dijo su prima.-Es sólo el cole. Vamos, no te va a pasar nada. Ya verás, harás amigos. Y si nadie te cae bien… Bueno, puedes simplemente ir, escuchar lo que tenga que decir el maestro, tomar tus notas y largarte. Nadie está obligado a hacer amigos, si no a ir a aprender. Y durante el descanso para la comida, vente conmigo y con mi grupo.
-Azucena yo… No quiero llegar y que tus amigos se tengan que ver obligados a ser amables conmigo. Prefiero ir por mi cuenta, si no te importa.
Azucena torció la boca un instante, pero volvió a sonreír de nuevo en un abrir y cerrar de ojos.
-Bueno, como quieras. Tampoco creo que sea conveniente que te veas presionada.
-Y Áloe… Va a mi curso, ¿verdad?
Azucena se paró en seco en medio de la avenida, y Freesia, con sorpresa, se detuvo a su vez, y miró a su prima, que contemplaba con aire ausente el escaparate de lo que parecía una pastelería.
-¿Quieres un dulce, Freesia?-le preguntó, como si tal cosa.
-Bueno… Vale.-Algo había pasado, en apenas dos segundos. ¿Habría sido al mencionar lo de Áloe? ¿Pero por qué iba a comportarse así sólo por una pregunta? Nada tenía sentido. Sin embargo, ahora se encontraban las dos sentadas una frente a la otra, en una apartada mesa en la cafetería. Se les acercó un camarero y Azucena pidió un dulce de hojaldre y fresa y un chocolate caliente. Freesia tan sólo café.
-¿No quieres nada más?
Ella negó con la cabeza. Últimamente nunca tenía apetito.
-Pero me dijiste que querías un dulce.
-Ya no me apetece.
Se quedaron en silencio. Claramente, algo había pasado. Freesia no sabía si atreverse a preguntar, desde lo que había ocurrido la noche anterior con Áloe. Pero no tuvo que planteárselo mucho más tiempo, pues su prima se le adelantó.
-Áloe no va a la escuela.
Vaya. En un primer momento, Freesia no supo que pensar, y simplemente se quedó mirando las formas hexagonales que componían el diseño de la mesa en la que estaban sentadas. Luego alzó la vista, y como si no hubiera oído bien, dijo:
-¿Cómo?
-Vamos… ¿Mi madre no te lo ha contado?
Freesia negó con la cabeza, bastante impresionada aún. ¿No iba a la escuela? Entonces, ¿estudiaba en casa? ¿Por qué?
Azucena se mordió el labio, como si estuviera arrepentida.
-¿Por qué no?-preguntó Freesia.
Su prima no respondió.
-Azucena… ¿qué le pasa a Áloe?
-Nada.
-No es verdad.
-Se supone que no puedo contártelo.
Freesia abrió mucho los ojos y agarró la muñeca de su prima.
-¿El qué? ¿Qué no puedes contarme?
-Nada.
Azucena se deshizo de la mano de Freesia y se puso en pie, tambaleándose.
-Deberíamos irnos ya, Freesia, se está haciendo tarde.
-Azucena… ¡Acabamos de entrar! Ni siquiera nos han servido nada.
-Tenemos que irnos. Ahora. No me apetece estar aquí.
Freesia se había levantado también y había vuelto a agarrar a su prima por el brazo, para impedir que saliera corriendo por la puerta.
-¿Qué te pasa con Áloe? Es que parece que…
-¡Freesia! ¡No quiero hablar!-su prima se había puesto muy seria y la miraba con aquellos ojos oscuros. Se dio cuenta de que los tenía anegados en lágrimas, que se esforzaba por contener.
-¿Te…? ¿Te pasa algo? ¿Estás bien?
Azucena asintió con la cabeza y se giró hacia la puerta.
-Sólo… Quiero que me dé el aire. No ha sido buena idea entrar.
Freesia, a sabiendas de que no sacaría nada en claro de aquella situación, suspiró y siguió a su prima hacia el exterior.
Había empezado a nevar de nuevo.

Cuando, por la noche, Freesia subió a su habitación para ponerse el pijama e irse a la cama, seguía nevando. Había disminuido la intensidad, pero una fina capa de copos aguados caía aún sobre la ciudad, haciendo que el paisaje que se veía desde la ventana de su habitación se volviera difuso y borroso.
El dolor de cabeza había aumentado. Se tumbó sobre la cama, sin deshacerla, y cerró los ojos. Después de lo ocurrido con Azucena en la cafetería, el tema de Áloe seguía dando vueltas en su cabeza, y no conseguía apartarlo. Tenía que hablar con ella. Azucena no le iba a decir más. Habían pasado la tarde callejeando y comprando en tiendas carísimas, cuyas bolsas reposaban ahora junto al armario, aún intactas. Pero durante la tarde no se había vuelto a sacar el tema, y durante la cena charlaron de temas intrascendentes. No había vuelto a intercambiar una palabra con Áloe desde la mañana, y temía que la chica se hubiera molestado con ella porque hubiera salido con Azucena.
Estaba decidido. Iba a hablar con Áloe, tanto como si averiguaba algo como si no. No podía simplemente dejarlo estar.
Y sólo llevaba allí un día.
Salió al pasillo y se dirigió a la puerta de la habitación de su prima. Estaba cerrada, y no se oía nada al otro lado. Freesia llamó un par de veces con los nudillos.
-¿Áloe? Soy Freesia.
Pero nada. Volvió a intentarlo.
-¿Áloe? ¿Estás ahí?
Por fin oyó pasos al otro lado de la pared, y se abrió la puerta. Áloe estaba ya en pijama, y tenía el pelo revuelto y la cara muy pálida. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, como si hubiera estado llorando. No dijo nada, simplemente le hizo un gesto con la mano para que pasara.
La habitación  de su prima estaba muy poco iluminada. Tan sólo daba luz una pequeña lámpara de noche que se encontraba junto a la cama. Excepto por eso, era una habitación normal. Se parecía mucho a la suya, salvo por alguna pintura o foto colgadas de la pared.
“¿Y qué esperabas?”, se preguntó Freesia.
Áloe cerró la puerta tras de sí y se quedaron en silencio, mirándose.
-¿Qué ha pasado, Áloe?-le preguntó, acercándose a ella prudencialmente.
-Te…-dijo su prima, con voz temblorosa.-Te fuiste con Azucena. Creía que vendrías conmigo.
Freesia suspiró y miró al suelo, avergonzada.
-Lo siento mucho. Yo… Quería ir contigo pero… No sé…
-Soy rara. Es eso, ¿verdad? Siempre es eso.
-¡No, qué va! Es que te comportas de un modo tan extraño que yo… Áloe, has cambiado un montón desde ayer. Azucena me ha contado que no vas a la escuela.
Áloe pareció soltar una maldición por lo bajo. Cerró los puños con fuerza y apretó los dientes.
-¡No debería haberte contado nada!-exclamó, casi gritando.-Es… Es… ¡Una mentirosa y una mala persona! No… Freesia, yo…
Áloe se echó de rodillas al suelo y rompió en sollozos. Se cubrió la cabeza con las manos y de repente parecía tan frágil como las alas de una mariposa. Cualquier movimiento brusco la rompería.
Freesia no sabía dónde meterse ni qué hacer. Simplemente se acercó a Áloe y reposó las manos sobre sus hombros, en un gesto conciliador.
-Lo siento.-repitió, pero el motivo era otro.-Soy una entrometida. No… Debería haber hecho tantas preguntas… Si… Si no quieres contarme algo, estás en tu derecho de no hacerlo.
Áloe levantó la vista y clavó en ella su mirada pálida y llorosa.
-Gracias.-sorbió por la nariz y se limpió las lágrimas con la manga del pijama. Luego se puso de pie de nuevo y abrazó a Freesia. Ella, al principio un poco desconcertada, le devolvió el abrazo, y se quedaron así un buen rato.
-Gracias.-repitió Áloe.
Cuando, después de un tiempo para Freesia indefinido, se separaron, Áloe volvió a hablar.
-Te prometo que quiero contártelo. Pero necesito tiempo.
-No hace falta que…
-Quiero hacerlo. Tan sólo dame tiempo. Y… Quiero ser yo la que te cuente. Ni mi madre ni mis hermanos… Ni Azucena. Por favor.
Freesia asintió y le cogió la mano a su prima.
-Yo… Nunca… Nunca he tenido una amiga.-le dijo Áloe.-Sé que soy callada y tímida pero…
Negó con la cabeza.
-Áloe…-dijo Freesia.-Si… Quizá, si te comportaras como lo hiciste ayer en el camino aquí… ¿Por qué…? ¿Por qué cambiaste tanto?
Áloe no respondió, se limitó a morderse el labio inferior, que había comenzado a temblar.
-Lo, lo siento. Dije que no haría preguntas.
-Da igual.-Áloe le soltó la mano.-Tú no lo comprenderías… Al final te acabarás enterando y… ¡Y no querrás ser mi amiga!
-¿Por qué, Áloe? ¡Es muy difícil saber cómo actuar si no sé qué es lo que te ocurre!
-Te dije que necesitaba tiempo.
-Pues entonces, durante este tiempo.-Freesia volvió a cogerle la mano.-Quiero ser tu amiga.
-Pero… Azucena…
-¿Puedo ser amiga de las dos, no?
Áloe negó con la cabeza.
-Es más complicado que eso.
-Me gusta complicarme.
Las dos sonrieron y volvieron a abrazarse.

Aquél era el comienzo de una nueva vida. Desde aquel día nevado, Freesia supo que sería una vida más difícil que la anterior. Ya no era una niña, debía empezar a tomar decisiones y a valerse por sí misma.
Las cosas habían cambiado. Ella había cambiado, aunque hubiera pasado apenas una semana. Freesia estaba creciendo, como el ama Dalia había dicho que haría. Y crecer era complicado y requería esfuerzo. Pero no iba a echarse atrás.
No había decidido cómo comenzar aquella nueva vida, pero elegiría cómo continuarla.




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