sábado, 27 de octubre de 2012

Capítulo 7: Cielos de nieve.


Aquella mañana, después de desayunar una tostada y una taza de café juntas, Ixia se fue al trabajo y dejó a Freesia a cargo de Pensamiento, que dormía como un lirón en la habitación de al lado.
El gatito del niño, el que había estado con ella la noche anterior, la seguía ahora a todas partes, y parecía que quería llevarla a alguna parte, pero ella no le prestaba atención y mucho menos le dejaba salir de la casa.
Decidió que era hora de despertar al niño, que se mostró reacio a ello cuando Freesia le acarició el pelo con cariño.
-Venga, Pensie, que se va a hacer tarde.-le dijo, quitándole la sábana de encima.-El colegio empieza en una hora.
Le sorprendía lo tarde que empezaban las clases en el aquel jardín. Ixia le había  explicado que era debido a que antes no podían, pues era de noche a la hora que normalmente empezaba Freesia, y no era muy apropiado que los niños pequeños fueran solos por la calle sin haber salido aún el sol.
Por fin, el niño se rindió y se levantó de la cama con torpeza. Freesia corrió las cortinas y el niño arrugó la frente y cerró los ojos con fuerza.
-¡Ah!-exclamó.-No, por favor.
Freesia se rió y condujo al niño a la cocina, dónde Ixia había dejado una taza de leche y cuatro galletas de colores azucaradas de las que le gustaban a Pensamiento.
Se sentó frente a él mientras comía y el niño la miró, preocupado.
-Te pasa algo.
“¿Cómo puede ser tan listo?” Pero ella negó con la cabeza.
-Estoy bien, pero un poco cansada.
-No es verdad. ¿El chico de ayer no fue bueno contigo?
Se le encogió el estómago. No, no podía recordarlo. “Lo quemaste, lo quemaste, quemaste el miedo, sólo quedan cenizas.”
Pero el recuerdo de Zache y de su beso seguía tan latente como la noche anterior en el ilusorio tren. Bien pensado, quizá había sido demasiado bueno con ella. Quizá no debería haber ido a la cena, quizá no debería haberle hablado en el andén.
Pero ya no podía lamentarse de lo que había pasado. Además, Zache se había ido, había desaparecido la noche anterior,  para siempre.
¿O no?
-Me lo pasé muy bien, no tienes que preocuparte. Anda termínate el desayuno, que vas a llegar tarde.
Pensamiento se encogió de hombros.
-No es obligatorio que vaya al cole. No, hasta los ocho años, y lo sabes. Voy porque mamá quiere. Pero si falto un día no creo que pase nada, ¿verdad?
El crío sonrió maliciosamente mientras masticaba lentamente una galleta empapada en leche caliente.
“Vaya, así que tenemos un pequeño rebelde en nuestras filas, ¿eh?” Freesia sonrió.
-No. Yo, al igual que tú, fui desde los tres años. Y mucha gente de mi clase empezó a los ocho, pero yo sabía mucho más que ellos. ¿No quieres ser más listo que tus compañeros cuando empieces la enseñanza básica?
-Ya soy más listo que ellos.
“No conocía yo esa faceta suya. Quizá las mañanas le afecten. O a lo mejor siempre es así.”
-Aún así vas a ir. Luego paso por ti y vamos a comer a un restaurante que quieras, ¿vale?
El niño resopló y cogió la última que galleta que restaba sobre el plato.
-Vale.
Cuando por fin consiguió que Pensamiento terminara de comer, se vistiera y preparara sus cosas para el colegio, quedaban apenas diez minutos para que éste empezara.
El aire de la mañana era frío, pero muchas de las nubes del día anterior se habían retirado y el sol brillaba en un cielo de color azul apagado, y algunos pájaros cantaban desde sus árboles desnudos y desde las chimeneas cubiertas de escarcha.
Mientras caminaban a lo largo del bulevar principal Pensamiento se giró hacia Freesia.
-Mira, por allí vienen mis primas.-la chica se giró y pudo comprobar cómo las dos niñas del día anterior corrían por la calle entre risas agitando sus melenas al viento.
-¡Pensamiento!-gritó una de ellas al verlos. Las dos salieron corriendo hasta alcanzarles, y cuando por fin lo hicieron respiraban con dificultad. Llevaban una camisa fina, unos pantalones de algodón y unos zapatos de hebilla, y tenían las mejillas carmesí. A pesar de ello, no parecían tener frío.
Más bien, parecían exhalar calor.
-¡Hola!-dijeron al unísono al ver a Freesia, bastante sorprendidas de su presencia.
-Hola.-dijo ella a su vez. No se le había olvidado lo que había ocurrido el día anterior cuando la dejaron a cargo de Pensamiento. Pero tenía cosas peores en las que pensar, así que prefirió no decir nada ni regañar a las niñas.
Las niñas se les unieron y caminaron juntos hasta la puerta del edificio de enseñanza, donde una multitud de niños y padres se congregaban a la espera de que sonara el timbre y abrieran las puertas.
Las primas de Pensamiento cuchicheaban continuamente y se rían entre ellas, como si alguien hubiera contado un chiste que sólo ellas entendían.
Las niñas eran prácticamente iguales, pero Violeta le dijo que ella era unos centímetros más alta que la otra, Erica, y que además tenía un lunar bajo el ojo derecho que su hermana gemela no poseía. Al acercarse un poco más, Freesia pudo comprobar que así era, pero seguramente en unas horas no se acordaría y no podría distinguirlas.
-¿Al final encontrasteis al mago?-preguntó Pensamiento,  distraído.
Ah, bien, Freesia estaba deseando oír lo que las niñas dirían al respecto. Para su sorpresa, Violeta, la del lunar, negó con la cabeza.
-No. Al parecer, nos equivocamos. No venía ningún  mago en el tren.
-¡¿Qué?!-exclamó Freesia sin poder evitarlo, y los tres niños la miraron con extrañeza. Ella se apresuró a explicarse.
-Quiero decir, que si no había ningún mago… ¿A quién fuisteis a ver?
Erica se encogió de hombros.
-A nadie. Fuimos al Cherrywood y preguntamos. No había nadie registrado con el nombre de Zache. Luego se nos olvidó lo de Pensie y volvimos a casa.
No podía ser. No. Zache había bajado en el tren como ella, había hablado con ella. ¡Y era un mago! Si no, ¿cómo había conseguido lo de la noche anterior?
Bien pensado, aquello distaba mucho de los trucos tradicionales en los que se hacían desaparecer palomas. Era como si fuera magia de verdad, de esa que te hace volar y de la que hacen las brujas de los cuentos. Pero se supone que eso no existía. ¿Verdad?
Después de lo del tren, Freesia ya no distinguía qué podía ser real y qué no. Y de repente se le vino a la mente la imagen de la anciana de las bengalas, y se preguntó si aquello también sería magia.
¿Es que se estaba volviendo loca?
Pero no, las gemelas conocían también a Zache, no era sólo cosa suya.
-Bueno, me tengo que ir.-Pensamiento le estrechó la mano antes de echar a correr tras sus primas. Sin darse cuenta había sonado el timbre y todos los niños entraban ahora en pelotón por la puerta principal en dirección a sus clases.
Freesia se quedó ahí, en mitad de la calle, viendo desaparecer a los niños embutidos en chaquetas y bufandas de lana, y sin darse cuenta, se había quedado sola rodeada por el murmullo del viento y las risas infantiles que provenían del edificio.
Sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, la chica encaminó sus pasos hacia el hotel Cherrywood. A lo mejor allí tendrían alguna noticia sobre el estado del tren. Luego quizá iría a comprarle algo a Pensamiento por su cumpleaños. Sí, así se mantendría ocupada hasta la hora de comer.

El Cherrywood no se podría considerar un hotel. Era muy pequeño, y parecía caerse a pedazos. El vestíbulo de recepción era una sala diminuta que en ese momento estaba hasta los topes de gente que andaba de aquí para allá. Supuso que serían los del tren, pues pudo ver alguna que otra melena multicolor de los integrantes del jardín primaveral.
Freesia se acercó al mostrador que se encontraba en el centro de la sala, donde una agitada dependiente intentaba satisfacer al gran número de pasajeros que se arremolinaban a su anterior, sin éxito. La chica supuso que no podría preguntarle nada a la mujer, así que probó suerte con uno de los viajeros, una mujer alta vestida con un traje de chaqueta y con el cabello teñido de un rosa muy estridente.
-Disculpe,-la mujer desvió su vista hacia ella, distraída-¿Se sabe ya algo sobre el tren?
La mujer se encogió de hombros y señaló a la multitud aglomerada entorno al mostrador.
-¿Qué es lo que piensas que quiere toda esa gente? Al parecer, no han recibido ninguna información sobre el estado del tren, de momento.
Freesia suspiró, parecía que aquello no se acabaría nunca. ¿Es que nunca llegaría a su destino? Bien, pensado, tampoco le importaría quedarse con Ixia y Pensamiento y no ver  el Jardín de Invierno, ni tener que mudarse con su tía… Su tía. ¿La habrían avisado del incidente? Seguramente fuese así. Ella la esperaba para ese día, y obviamente no llegaría. ¿Se preocuparía en caso de no saberlo? ¿Su tía la quería de verdad o era simple obligación? ¿Se alegraría si supiera que no tendría que encargarse de su sobrina pues ésta se había quedado atrapada en un pueblo frío en mitad de la nada a la espera de la reparación de un tren que nunca lo haría?
Freesia se obligó a no darle demasiadas vueltas a ese tema, al fin y al cabo, era una tontería. Era un hecho, ella iba a mudarse con su tía, y la opinión de alguna de ellas no influiría demasiado en lo que ocurriría en uno o dos días, apenas.
Se dijo que volvería al hotel más tarde, cuando la gente se hubiera despejado un poco, a ver si entonces tenían noticias. Volvió a salir al exterior, y esta vez se dirigió al centro del pueblo, donde estaban la mayoría de los comercios del lugar. No llevaba demasiado dinero encima, pero supuso que bastaría con eso para comprarle algo al niño.
Entró en dos o tres establecimientos antes de dar con el regalo perfecto. No era gran cosa, pero Freesia supuso que le gustaría al pequeño. Era un pequeño tren de madera compuesto de la locomotora y cuatro vagones pintados de diferentes colores.
El vendedor le ofreció, por un precio ligeramente más alto, dibujar las letras del nombre del pequeño sobre la superficie del juguete. Freesia aceptó, y esperó pacientemente ante el mostrador hasta que el hombre reapareció de nuevo del taller con el tren. Ahora la locomotora lucía una brillante P, el vagón amarillo, la sílaba EN, el verde, la sílaba SA, el azul, la sílaba MIEN, y el rojo, la sílaba TO.
Freesia pagó lo correspondido y el hombre le envolvió el tren en un papel de color verde, para después meterlo en una bolsa de papel que entregó a la chica.
Al salir de la tienda, dudó si volver al hotel, pero supuso que en apenas media hora no habría cambiado demasiado la situación, y como faltaba una hora y media para que Pensamiento saliera del colegio, decidió dar un paseo e inspeccionar el pueblecito.

-¡Ei!-alguien gritó detrás de ella, y se sobresaltó. Estaba sumida en sus pensamientos mientras andaba por aquella pequeña callejuela detrás de la escuela, y no se había dado cuenta de que alguien caminaba detrás suya.
Era la mujer que había conocido cuando había estado en el Cherrywood, la de cabellos color rosa intenso. Freesia se extrañó y se detuvo a la espera de la extraña mujer, que se acercó medio corriendo hasta donde ella se encontraba.
-Madre mía, niña.-le dijo la mujer entre jadeos, con cierto tono de reproche.-Te he estado buscando por todo el condenado pueblo.
-¿A qué se refiere?
-Al tren. Ya lo han arreglado, podemos volver. Pensé que estaría bien que alguien te avisara.
“Vaya. ¿Tan pronto?” Freesia se sintió algo mal, aunque que el tren se arreglara era lo único que había deseado que pasara desde que había puesto un pie en aquel pueblo. Pero, aunque por fin, podía irse de aquel lugar, no podía negar que echaría de menos a Pensamiento, y eso que había pensado comprarle una tarta y celebrarlo con Ixia… Suspiró.
-¿Cuándo salimos?
-A las cinco en punto. Avisa a tu amigo, a ver si se va a quedar en tierra.
-¿Eh?
-Ya sabes, te vimos yendo con él a cenar y hablando en el andén. Viaja contigo, ¿no?
Freesia se estremeció. Zache. Pero asintió con la cabeza, sin saber muy bien por qué lo hizo.
-Sí, es… Mi tío.
La mujer sonrió.
-Bueno, me voy, acuérdate, ¿eh?  A las cinco.
-A las cinco.-repitió Freesia.
Se despidieron con la mano, y de repente se encontró de nuevo sola en el callejón. Se iba. Parecía que no llegaría nunca y por fin, se iba.
En menos de dos días estaría con su tía y con sus primos, en una casa en el Jardín de Invierno, y todo lo que había pasado se le iría olvidando, hasta que quedaran sólo fragmentos de lo que alguna vez había sido.
La chica se estremeció de nuevo al pensar en Zache. Pero se dijo que no podía darle más vueltas. Lo hecho, hecho estaba, y no podía volver atrás. Pero, sin embargo…
Algo la sacó bruscamente de sus cavilaciones. Era la sirena que anunciaba el final de las clases.
Pensamiento.
Se encaminó sin prisa a la puerta principal del edificio, que estaba atestada de familiares que habían acudido a recoger a sus pequeños.
Pensamiento salió hablando con una niña rubia de algo que debía ser muy gracioso, pues no hacían más que reírse. Después vio a Freesia entre la multitud, le dijo algo y se despidieron. Pensamiento salió corriendo a su encuentro.
-Hola.-le dijo, con una sonrisa.-¿Qué  tal la mañana?
-Bien.-“Me voy.”-¿Tú qué tal?
-Muy bien. ¡Más que bien! Hemos hecho un juego muy  gracioso con la señorita, consistía en mover los bloques de un…
Freesia dejó al niño con su verborrea y se alejaron a paso ligero hacia el centro del pueblo.
-…y Violeta dibujó un…¡oh! ¿Es aquí donde vamos a comer?
Le había llevado a un pequeño restaurante en el centro mismo del pueblo, que había visto mientras paseaba aquella mañana. Había pensado en ir al de la noche anterior, pero había apartado esa idea de su cabeza enseguida.
Cuando estuvieron acomodados en una mesa frente a la ventana, Freesia suspiró.
-Pensamiento… Me voy esta tarde.
El niño pareció algo descolocado al principio.
-¿Qué? ¿A dónde?
-Han arreglado el tren.-hizo una pausa y se mordió el interior de las mejillas.-Al Jardín de Invierno.
La cara de Pensamiento se ensombreció al instante, y una mueca de disgusto se dibujó en sus facciones infantiles.
-¿Por qué?
-Pues porque me tengo que ir, Pensie.-alargó una mano para acariciarle el hombro al niño, que la apartó instintivamente.
-¡No! No tienes por qué. Puedes quedarte con mamá y conmigo. Ella te dejará, lo sé.
-Me temo que no es tan sencillo, yo… Debo marcharme, hay alguien que me está esperando.
“¿Lo están? ¿Verdaderamente quieren que vaya?” Sacudió la cabeza.
-Oh… Pues yo no quiero que te vayas, Fezia.-Pensamiento parecía a punto de echarse a llorar y le temblaba el labio inferior.
-Ya, pequeño, yo tampoco quiero irme.-y era verdad.

Quedaba apenas una hora para que el tren partiese y se alejase del pueblo para siempre. Freesia tenía un nudo en el estómago que parecía hacerse más grande cada minuto que pasaba.
-Es un detalle que te hayas acordado, muchas gracias.-Pensamiento jugaba con su nuevo tren haciéndolo deslizarse sobre la tarima, mientras cantaba alguna cancioncilla. Ixia y ella estaban sentadas en el sofá de la casa, contemplando al niño.-Y me da pena que tengas que marcharte.
Freesia acarició al gatito blanco que en ese momento jugueteaba entre sus pies persiguiendo algún punto invisible en el aire.
-Parece que te ha cogido cariño, ¿eh?-Freesia sonrió, y dejó que el pequeño animal mordisqueara los gastados cordones de sus botines.
Pensamiento había alzado la vista de su viaje ferroviario en miniatura.
-¿Quieres quedártelo?-señaló al gato.
-¿En serio?-Freesia nunca había tenido una mascota, pues al ama le daba alergia el pelo de animal. De pequeña, estuvo un año pidiéndole un cachorro a su madre, pero ésta se negó, y desde entonces sólo había jugado con el pequeño gorrión que Jazmín guardaba en una jaula en su habitación.-Es tuyo, ¿no lo quieres?
Pensamiento pareció dudar un instante, pero luego negó con la cabeza.
-No. Es decir, sí. A ver, que le quiero porque es el hijito de Pétalos, pero sé que estará bien contigo.
Freesia ensanchó aún más su sonrisa. Con el gatito, no se olvidaría de Pensamiento y de Ixia.
“Ni de Zache”dijo una voz en su interior.
-Además.-continuó el niño.-Pétalos tiene más hijitos. Y ese aún no tiene nombre, ¿quieres ponérselo tú?
-Sí-Freesia asintió con la cabeza.-Me haría mucha ilusión.
-Pues no hay más que hablar, es tuyo.-Ixia cogió al pequeño gatito y lo puso en los brazos de Freesia.
La chica contempló como el animal la olisqueaba y luego se acomodaba en sus brazos.
-Es muy tranquilo-Pensamiento había vuelto a bajar la vista hacia su tren, pero seguía pendiente de ella.-Los demás son como muy salvajes, se pelean todo el rato. Supongo que es porque son pequeños. Pero éste no. Y aún se está más quieto cuando estás tú. Te quiere.
Freesia soltó una carcajada y rasco al gatito entre las orejas.
Pero luego cayó en algo.
-En el tren no se permiten animales, a menos de que los lleves en una cajita de ésas y que antes hayas avisado de que lo llevas.
Pensamiento se encogió de hombros.
-Mételo en la mochila. Es pequeño. Luego, cuando no te vea nadie, lo sacas. Y ya está. No hará ruido.
¿Por qué no? Pero había otra cosa… Su tía. No sabía cómo reaccionaría si de repente se presentase con un animal de compañía al que alimentar, cuidar… ¿Y si no le gustaban los gatos? ¿Y si a alguno de sus primos le daban alergia? ¿Y si…?
“Bueno, da lo mismo. Hay cosas más importantes por las que preocuparse. Llévate el gato, Freesia, lo necesitarás.” Alguien habló en su cabeza, y por un momento le pareció reconocer la voz de su madre.
“Al cuerno. Me llevo al gato.”

Comenzaba a nevar. Primero eran copos finos, suaves, que se convertían en agua en cuanto tocaban el vidrio de la ventana. Luego empezaron a caer con más fuerza, y en más abundancia, hasta que el paisaje se cubrió de puntitos blancos.
Era casi de noche. A penas serían las seis, pero allí anochecía muy deprisa. Allí. Estaba a punto de llegar.
La despedida en la estación había sido muy efusiva, y le había recordado a la que había tenido con sus amigos y con el ama, aquel día tan lejano en su pueblo.
Pero ya estaba de nuevo en marcha. Y esta vez sí que quedaba poco.
Demasiado poco.
Freesia comenzó a sentir una angustia que parecía ahogarla por dentro, y tenía ganas de saltar por la ventanilla y olvidarse de todo.
Tendría que haberse quedado en el pueblo, con Pensamiento y con Ixia.
Un maullido la tranquilizó un poco.  El gatito se paseaba por encima de la cama del compartimento, pero no demasiado deprisa. Con cautela, olfateando y mirando a Freesia de vez  en cuando.
Es muy tranquilo.
Freesia se percató entonces de que aún no tenía nombre. Empezó a pensar, pero no se le vino ninguno a la mente. De momento tan sólo sería Gato, hasta que se le ocurriese algo mejor.
Pensó en ponerle Pensamiento, pero se dio cuenta enseguida que el nombre no pegaba nada con el animal. El niño era tan revoltoso… Y Gato era, simplemente, un gato blanco, muy apacible para ser tan pequeño. Se podría decir que era un poco extraño, como todo lo que había pasado en su vida en los últimos días.
Y Gato pasó a ser Extraño.
Unas luces llamaron entonces su atención. Parecían de una ciudad, una muy grande. Es verdad. Su tía vivía en la capital del jardín.
“Perfecto, una gran ciudad sólo ayudará a hacerme sentir aún más pequeña.”
Y de pronto el tren comenzó a detenerse, poco a poco. Freesia se sintió como si la estuviesen conduciendo al patíbulo.
“Vamos, cobarde, tan malo no puede ser. Es tu familia, ¿no?”
Eran su familia, pero también eran desconocidos.
Metió a Extraño en la mochila sin ninguna dificultad, pues el animal se dejó hacer perfectamente.
Se embutió en su abrigo y, comprobando no dejarse nada en el compartimento, se puso la mochila al hombro y echó a andar hacia el pasillo mientras la maquinaria se detenía definitivamente.





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