lunes, 3 de septiembre de 2012

2. Los peces saltarines te echarán de menos.


Por fin, terminaron de hacer el equipaje. En la sala de estar se amontonaban dos maletas grandes y media docena de bolsas de viaje. Freesia estaba agotada. Ya era media tarde, y el sol brillaba con intensidad. La chica se dejó caer en el césped del jardín.
-¿Qué haces ahí tirada?-le preguntó el ama Dalia.
-Dormir.
-¿No vas a salir con tus amigos? Seguro que están todos en el lago.
La chica resopló y se levantó.
-Sí, creo que sí. Además, me tengo que despedir de ellos.
Pensar en ello le provocó cierto mareo al incorporarse. Sus amigos, a los que conocía desde que era apenas un bebé; sus amigos, con los que había compartido experiencias buenas y malas, noches en vela, risas, y llantos. Peleas, reconciliaciones, abrazos, disculpas. Con los que había vivido aventuras inimaginables sin moverse del lago. Podían imaginarse que eran piratas, princesas y príncipes, o peces por una tarde. Podían viajar a miles de lugares simplemente subiéndose a los árboles o cerrando los ojos. Se contaban secretos, sueños y miedos. Fueron los que más apoyaron a Freesia cuando sus padres se marcharon.
Y ahora los iba a dejar atrás.
Una lágrima rodó por su mejilla, pero se apresuró a limpiársela. Corrió escaleras arriba para ponerse el traje de baño. Solo quedaba uno en el cajón. Era blanco, de dos piezas, con topos azules. Se ató un pareo a la cintura y cogió una toalla.
-¡Volveré cuando anochezca!-le gritó al ama, y cerró la puerta tras de sí.
El camino al lago era muy corto. Justo detrás de su urbanización se extendían los campos de cultivo y las montañas. Un camino que bordeaba las plantaciones llevaba hasta un claro rodeado de árboles donde se encontraba un lago alimentado por una cascada que descendía de la montaña. No era demasiado grande, pero era la única opción que quedaba cuando el sol pegaba con fuerza, y allí estaba el lugar de encuentro con su grupo de amigos. Se los encontró sentados en una piedra junto a la cascada.
Begonia le sonreía a Clavel, que se encontraba de pie haciendo alguna tontería o contando un chiste. Agérato se reía con fuerza e intentaba tirar al agua a Jazmín, que se debatía con fuerza. Pero el chico le sacaba dos cabezas, y un cuerpo entero, así que su amiga acabó en el agua. Freesia entonces se acordó de que se había olvidado la burbuja que le iba a regalar en su habitación, y maldijo por lo bajo. Cuando Jazmín asomó la cabeza después de que Agérato la hubiese tirado, vio a Freesia caminando hacia ellos y salió corriendo del lago a abrazarla. Ella le devolvió el abrazo.
-¡Estás helada!-le dijo a su amiga, y se deshizo como pudo de su abrazo.
-¡Eh, a mi no me culpes!-señaló a la piedra donde se encontraban los demás. Agérato seguía riéndose. Pero luego vio a Freesia y les hizo una señal a los otros dos para que se acercaran donde ella estaba. Los tres llegaron corriendo y la abrazaron. Por suerte, ellos no estaban mojados, por lo que el abrazo duró más.
-¡Has venido!-exclamó Begonia, radiante.
-¡Pues claro!-le respondió a su amiga.-¿Crees que iba a pasar mi última tarde aquí sin vosotros?
Todos se quedaron callados unos instantes. Su última tarde. Su último baño en el lago. La última vez que vería a sus amigos. La vista se le nubló unos instantes y tuvo que agarrarse al hombro de Agérato para no caerse. Se estaban acumulando demasiadas últimas veces. Eso no le gustaba. Pero se dijo que no valía la pena pensar en ello. Al fin y al cabo, no había vuelta atrás. Dejó la mente en blanco y se obligó a sí misma a sonreír. Miró a cada uno de sus amigos, tomó aire, y habló.
-Hemos estado juntos desde que llevábamos pañales. Desde que íbamos al jardín de infancia y Clavel le bajó la falda a Jazmín en medio de clase.-esto provocó que su mejor amiga se sonrojara y que los demás soltaran risillas por lo bajo. Pero ninguno interrumpió a Freesia.- Cuando pasamos a Enseñanza Básica, sabíamos que habíamos formado un grupo. Éramos nosotros cinco. ¿Os acordáis de aquella niña tan repelente que quiso unirse y nosotros la ignoramos durante una semana para que lo dejase de intentar? Éramos unos críos de siete años, y aquello estuvo bastante mal, pero significó mucho. Desde aquel día en el lago formamos un vínculo que no nos separaría. Fue algo asqueroso, por supuesto, idea de Agérato.-este se rascó la cabeza al recordarlo. Cuando cumplieron los ocho años, se reunieron todos en el lago, bajo el viejo sauce. Allí los cinco acordaron ser amigos para siempre, y no traicionarse nunca. Se sentaron en círculo y mezclaron en un bol de barro zumo de mora, hojas de hierbabuena, picotas, y los restos del caldo de pollo que la abuela de Begonia le había preparado para la cena la noche anterior. La idea de Agérato había sido que si todos se bebían el mejunje sellarían su amistad. Era una idea tonta e infantil, pues al día siguiente ninguno fue a la escuela por encontrarse con dolor de estómago, pero acordaron ser amigos siempre, y hasta ese momento así había sido.-Pero creo que todos nos acordamos. Y de verdad, nos sabéis como me siento ahora, teniendo que dejaros. Si por mí fuera, os llevaría conmigo, hasta el fin del mundo si fuera posible. Pero no puedo. Lo que os pido es que no me olvidéis. Prometimos estar siempre juntos. Sé que me voy a ir lejos, y que puede que nunca vuelva; no sé que pasará a partir de esta noche cuando coja el tren, tampoco quiero pensar en ello. Escribidme, os escribiré, pero por favor, no perdamos el contacto. Sois algo demasiado valioso para perderlo. Por favor.
Se dio cuenta de que estaba llorando, y no era una lágrima suelta, sino un llanto en toda regla. Sus amigos la abrazaron, de nuevo, pero con mucha más fuerza. Se quedaron así un rato, sin moverse. Cuando se separaron, Begonia y Jazmín tenían los ojos enrojecidos y estancados en lágrimas, y se veía en la mirada de los chicos que ellos estaban intentando contenerlas. Freesia se sorbió la nariz y cerró los ojos. Se limpió las lágrimas y serenó su rostro.
-Pero no quiero daros un discursito dramático para acabar nuestra última tarde deprimidos. Quiero que esta tarde nos divirtamos, bailemos, saltemos o lo que sea. Quiero que volvamos a ser niños pequeños, que soñemos, que imaginemos que estaremos siempre juntos. Quiero ser feliz. Al menos durante un rato.

La tarde se había pasado volando. El sol se estaba escondiendo tras las montañas cuando los cinco amigos se sentaron en el césped. Compartieron una tarrina de helado de frutas del bosque mientras recordaban viejas anécdotas e historias divertidas.
-Chicos, creo que no me lo pasaba tan bien desde que Begonia vomitó en medio de aquella atracción de feria.-dijo Agérato mientras jugaba con un trozo de frambuesa que bailaba en su cuchara.-Aunque no me ha gustado mucho cuando me has tirado de la roca, ¿eh?
Miró burlón a Jazmín, que resopló y negó con la cabeza.
-Se llama venganza, por si no lo sabías. Las chicas no somos tan débiles como piensas, ¿eh?
-Dejé que me tirases. Para que te sintieses bien contigo misma.
-Lo que tú digas.
-Bueno, dejad ya de pelear.-dijo Freesia.-Por cierto, ¿cuándo es la próxima feria?
En el Jardín de Verano había tres ferias al año. La feria del Sembrado, la feria del Brezo y la feria de las Estrellas. La feria de sembrado era a principios de año, y se celebraba en el campo Sur. Más que otra cosa era una feria gastronómica, y se iba a comer y a beber. Había también varias casetas con juegos y alguna que otra atracción, como la famosa Noria Azul, que era tan grande que se podía ver desde el campo Norte. La feria del Brezo se celebraba a mitad de año, cuando más calor hacía. Estaba dedicada básicamente a los más pequeños. Siempre bullía de animación. Había piscinas enormes con toboganes, puentes, flotadores y vendían cien tipos de helados, refrescos y batidos, de todos los colores y tamaños. También instalaban montañas rusas, tiovivos y paseos en barco en lagos de color rosa fucsia o lavanda. El jardín se llenaba de colores, globos y guirnaldas. Para casi todo el mundo, era la más divertida.
Pero la favorita de Freesia era sin duda, la de las Estrellas, a final de año. Aunque duraba unos días, en los que se representaban obras de teatro, había conciertos de música y se veían fuegos artificiales todos los días cuando el sol se iba, la más espectacular era la última noche. Se celebraba una velada en una montaña del campo Oeste. Todo el mundo se vestía de blanco, y se iba en parejas. Los novios iban juntos, pero Freesia iba con sus amigos. La velada consistía en pasar una noche en vela observando las estrellas y comiendo dulces. Era muy bonito porque una vez al año se podía observar la lluvia de estrellas a la que todo el mundo llamaba la Celeste. A Freesia le encantaba observar la Celeste y estar toda la noche con sus amigos. Como esa noche no caía siempre en la misma fecha, nunca se sabía muy bien cuando se celebraba hasta que llegaba.
-¿La de las Estrellas?-preguntó Jazmín, y Freesia asintió.-Pues no sé la verdad. Siempre cae cerca de tu cumpleaños. Supongo que en unas semanas. ¿Por qué?
Freesia suspiró y se encogió de hombros.
-No lo sé, por saberlo. Por saber cuándo me  la voy a perder.-miró la cuchara llena de helado rosa con tristeza.
-No digas eso.-la animó Begonia, frotándole el hombro con cariño.-Seguro que en el Jardín de Invierno también hay ferias.
Agérato se rio.
-Sí, la feria de la Nieve, la del Frío y la del Hielo.
Clavel lo miró con severidad.
-No tiene gracia.-luego se giró hacia Freesia y sonrió.- He oído que en el Jardín de Invierno se practica lo que se llama patinaje artístico.
-¿Patinaje?-preguntó Jazmín.-¿Cómo cuando nosotros vamos a la carretera cortada con nuestros patines de cuatro ruedas?
Clavel asintió.
-Más o menos, sólo que allí es sobre hielo, y en vez de sobre ruedas, son cuchillas que se deslizan.
Todos miraron a su amigo, asombrados.
-¡Guau!-exclamó Begonia.-Eso sí que deber de ser una pasada, Freesia. Pruébalo por mí, ¿eh?
-Claro.-la chica le sonrió a su amiga. A decir verdad, ella también sentía curiosidad por aquel curioso deporte.
-Cuánto sabes, Clavel.-comentó Jazmín, con admiración.
Él se encogió de hombros.
-Tan solo leo y veo la televisión de vez en cuando.
-Puedes decirle a tu tía que te lleve.-le dijo Agérato.-¿Cómo decías que se llamaba?
-Iris.
-¿Y tenía cinco hijos, no?- dijo Clavel.-Vaya, espero que no nos reemplaces por tus primos, ¿eh?
Freesia se rio.
-¿Reemplazaros, a vosotros? Nunca, ya lo sabéis.-se llevó las manos a la cabeza.-Madre mía, no sé cómo voy a sobrevivir con tanta gente en la misma casa.
Begonia puso los ojos en blanco.
-¡Vaya problemón!-dijo con sarcasmo.- Si tuvieras que convivir con seis trastos todos los días, no te quejarías tanto.
La familia de Begonia era enorme. Tenía tres hermanos mayores y tres menores. Su casa tampoco era demasiado grande, así que su amiga se quejaba constantemente de los problemas con los cuartos de baño.
-Bueno, no te me pongas así.-Freesia sonrió a su amiga.- Oye, Clavel, tú me  has dicho que no os reemplazase por mis primos… ¿Pero no me reemplazaréis vosotros a mí, verdad? Ya sabes que esa chica, esa de clase, ¿cómo se llamaba…? ¡Ah, sí! Margarita. Ella siempre ha querido formar parte del grupo. ¿No me  sustituiréis por ella, eh?
Jazmín se echó a reír y abrazó a su amiga.
-¿Sustituirte por esa, esa…? ¿Niña pija repelente y superficial? No lo creo, Freesia no hay más que una.
Cómo los quería. Eran tan… No creía que nadie en todo el universo pudiese tener amigos como los suyos. Pensar en esto le llevó a recordar que los iba a dejar de ver aquella misma noche. Esto le provocó una angustia que hizo que tuviera ganas de vomitar todo el helado que se había comido. Pero se calmó, e inspiró hondo unas cuantas veces.
-¡Eh!-dijo Agérato.-¿Por qué no nos bañamos, una última vez?
-¡Qué frío!-exclamó Begonia.-Ni siquiera hace sol…
-Yo estoy a favor.-Jazmín levantó una mano.-¿Qué me dices, Freesia? ¿Tú último baño en el viejo lago?
A la chica se le hizo un nudo en el estómago. Acabaría odiando aquella palabra. Último, última, últimos, últimas. Pero asintió y se puso en pie.
-¡Claro!-exclamó.
-Yo también me apunto.-Clavel le sonrió.
Begonia, finalmente, se encogió de hombros y se incorporó.
-Está bien, pero estáis todos locos.
Los demás rieron.
Todos se dirigieron a una roca cerca de la orilla que se alzaba bastante por encima de la superficie cristalina del agua, y juntos, escalaron el saliente y se colocaron hombro con hombro en el borde. Se miraron los unos a los otros.
-Bueno, pues a la de tres.-dijo Freesia.
-Una…-empezó Agérato.
-Dos…-siguió Jazmín.
-¡Tres!-todos gritaron y saltaron hacia delante.

El agua del lago estaba fría. Cuando Freesia se zambulló en ella, sintió como el líquido la rodeaba y le hacía recordar momentos en el lago. Momentos buenos, malos; tristes y alegres. Momentos, al fin y al cabo. Aquél era su lago. ¿Por qué se lo quitaban?
¿Por qué le quitaban todo?
Cuando salió a la superficie, sus amigos reían y se salpicaban los unos a los otros. Los pececillos naranjas nadaban  a su alrededor, sus aletas moviéndose rápidamente para alejarse de aquel caos humano. Freesia se unió al caos y le hizo una ahogadilla a Jazmín, que gritó para después hundirse en el agua por unos segundos hasta que su amiga la liberó. Jazmín intentó vengarse, pero ella ya estaba lejos zafándose de Agérato, que la había rodeado con sus brazos y la intentaba hundir-sin ningún resultado, ya que las patadas de Freesia hacían que el chico no pudiera ver muy bien y cerrara los ojos continuamente cuando ella salpicaba.
Estuvieron así un buen rato, disfrutando como niños pequeños. Entonces Freesia se dio cuenta de que había anochecido y de que debía volver a casa. Se lo comunicó a sus amigos, y juntos salieron del lago, sin resuello y empapados, felices.
Freesia se envolvió en una toalla y recogió sus cosas.
-¿A qué hora tienes que estar en la estación?-le preguntó Jazmín, mientras se cepillaba el pelo.
-No lo sé. Creo que mi tren sale a las doce.
-¿Tan tarde?-se sorprendió Begonia.
-Sí.-Freesia se encogió de hombros.-Fue el ama Dalia quién compró el billete. Supongo que cenaré en casa y luego cogeré el tren.
-¿Cuándo se tarda?-le preguntó Clavel.
-Unos dos días. Según el ama, el Jardín de Invierno está justamente en la otra punta.
Sus amigos se miraron entre ellos.
-Bueno, vamos moviéndonos, ¿no?-dijo Jazmín.
Todos asintieron y, a paso cansino, se dirigieron a la salida del claro. Cuando llegaron al inicio del sendero que llevaba al pueblo, Freesia miró hacia atrás, y se quedó observando el valle, con sus montañas, sus árboles, su cascada, su lago, sus rocas, y sus pececillos de colores. Suspiró profundamente y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas por enésima vez aquel día.
-¿Estás bien Freesia?- le preguntó Clavel.
No, no volvería a llorar. Así que asintió, y volvió la vista.
-Sí. Venga, vámonos.
Se internaron en el camino y dejó atrás aquel sitio tan especial. Para no volver.

Todos la acompañaron hasta su casa. Durante el camino, nadie abrió la boca ni dijo una sola palabra. Estaban todos sumidos en sus pensamientos, dándole vueltas a todo. Pero por fin llegaron a su destino y se detuvieron en frente de la verja del jardín.
-Bueno, Freesia…-empezó Agérato.-Hay algo que no te hemos contado.
-¿Qué?-la chica estaba sorprendida. ¿Qué podría ser?
-Sí.-siguió Jazmín.- Esta noche no vas a cenar en tu casa. La verdad es que hemos pensado…
Clavel le tapó la boca a su amiga con una mano para que no siguiera hablando.
-Es una sorpresa. Te esperamos en quince minutos en el parque de en frente de mi casa.
Y sin decir más, sus amigos se encaminaron cada uno a su hogar. Freesia se quedó parada al lado de la verja, asimilándolo todo. ¿Una sorpresa? ¿Para ella? Cada vez se le iba a hacer más difícil despedirse de ellos. Pero se encaminó a la puerta y abrió con su juego de llaves.
El ama Dalia estaba mirando la televisión, donde una mujer rubia vestida con un traje de chaqueta rojo hablaba sobre el tiempo para el siguiente día.
-¿Tus amigos ya te han dicho lo de la sorpresa?
-¿Tú lo sabías?-Freesia miró al ama. ¿Es que todo el mundo estaba compinchado?
-¡Pues claro! Conmigo fue con la que primero vinieron a hablar.
-¿Ósea que va a haber más gente?-la chica colocó los brazos en jarras.
-Estoy hablando demasiado. Anda, sube a tu habitación y ponte algo bonito.
Ella resopló y subió las escaleras. De entre la poca ropa que quedaba en el armario eligió un vestido blanco vaporoso con bordes con forma de flor y unas sandalias con un entramado enrevesado que cubría la pierna hasta la rodilla. Se soltó el pelo y se lo recogió en un moño alto. Metió en un pequeño bolso las llaves y unas monedas sueltas y bajó al salón, donde el ama seguía en la misma posición en la que la había dejado.
-Bueno, me voy.
-No llegues muy tarde.
-Sí, a una hora antes de que salga mi tren estaré aquí. Adiós.
El ama le hizo un gesto con la mano y ella abrió la puerta. La presentadora del traje escarlata hablaba de que se avecinaba otra tormenta para el amanecer.


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