martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo 13: Y entonces será demasiado tarde


Ya había anochecido. En la calle todo estaba en silencio. Después del reciente y violento ataque acontecido la madrugada pasada, nadie se había atrevido a salir, por miedo a lo que pudiera ocurrir. Freesia tampoco lo había hecho.
-Te he traído chocolate.-Fresno había pasado la tarde con ella, y básicamente lo único que habían hecho había sido quedarse en silencio o comentar algo que les preocupaba. Para Freesia lo más importante era que estaban juntos, y que tenía un amigo en el que apoyarse, y que le entendiese. Y supuso que Fresno también lo necesitaba.- Pernetia me ha dicho que te gusta con nubes.
Le pasó la taza a la chica, que la acogió con agrado entre sus manos e inspiró profundamente el delicioso olor que desprendía.
-Están preocupados. Deberías bajar, F. Y tu tía no es que esté muy cómoda conmigo por aquí. Creo que tiene una idea equivocada de mí.
Freesia sonrió tímidamente antes de darle un sorbo a su taza.                                              
-No me extraña. ¿Has visto a Áloe?
Fresno negó con la cabeza, y Freesia suspiró.
Después de un momentáneo silencio, la chica  volvió a hablar.
-Todo el mundo tiene miedo, ¿verdad? 
-Sí, eso me temo. Nunca había pasado esto. ¿Y sabes lo peor? Que muchas de las personas arrestadas son de aquí. Del Jardín de Invierno, incluso de Norte.
A Freesia se le encogió el corazón.
-¿Por qué iba a querer alguien atentar contra su propia ciudad?
Fresno se encogió de hombros.
-Ni idea. Tengo la cabeza hecha un lío. Mi madre ahora está muy estresada, anda de aquí para allá continuamente y está muy preocupada. Actúa como si la cosa no fuera grave, Freesia, pero yo sé que lo es. Un ataque así, sin más, nunca había ocurrido. Siempre… Había habido orden. Este mediodía se ha ido a trabajar, a saber cuándo volverá.
Freesia le acarició un hombro al chico con cariño.
La madre de Fresno, Begonia Temple, era secretaria del Ministro de Invierno Helenio Blecher, que ocupaba a sí mismo el puesto de Primer Gobernador, el cargo más elevado en los Jardines. Por lo tanto Begonia era una personalidad importante en el mundo de la política, por lo que Freesia supuso que o bien Fresno tenía los oídos llenos de cera, o le estaba ocultando información.
-¿Tú madre no te ha dicho nada…? ¿Ni la has oído hablar con nadie…?
Fresno bajó la vista y se mordió el labio, para después negar con la cabeza. Claramente, estaba mintiendo.
-Dime la verdad.
Fresno suspiró profundamente.
-No sé… No sé si es apropiado que te lo diga. Esta mañana… He oído a mi madre hablar por teléfono, antes de irse al trabajo. Ha sido un  poco en plan espionaje, con la oreja pegada a la puerta de su despacho. Y, Freesia, no es nada bueno, y tampoco esclarece las cosas.
Freesia dejó la taza sobre la tarima y le sujetó los hombros con las manos a su amigo.
-Oye, casi morimos quemados en medio del bosque, cualquier información me resultaría valiosa. Y creo tú piensas igual. Y, por favor, no me ocultes cosas por querer protegerme. Lo primero, no lo harías, no te serviría de nada, estaría expuesta a sea cual sea la amenaza igualmente. Y lo segundo, no tengo seis años, y que sea una chica no quiere decir que necesito a alguien que me cuide o luche por mí. Sé valerme perfectamente por mí misma. Así que o me cuentas lo que sea que hayas oído, o te marchas, y sabré que ya no confías en mí.
Freesia se cruzó de brazos después del discurso pronunciado, y aguardó con la mirada puesta en el chico la respuesta de éste. A Fresno le temblaba el labio y había vuelto a bajar la vista.
-Está bien. De perdidos al río, ¿no?-a Fresno se le escapó una risilla nerviosa.- No sé con quién estaba hablando, pero creo que era con el Gobernador, o si no, con alguien importante. Con el alcalde de Norte, quizá. Bueno, eso no importa demasiado. Fue fácil escucharla, hablaba a gritos. Vamos, que si quería que fuera confidencial, no lo estaba consiguiendo, teniendo en cuenta que cualquiera que se hubiera acercado un poco a la pared la hubiera oído. Creo que estaba un poco desquiciada en ese momento. Desde ayer de madrugada, cuando llegué a casa, había estado recibiendo llamadas, mensajes y notificaciones de todos los líderes de los Jardines, o simplemente de gente que exigía saber qué estaba pasando.
-Tiene que estar sometida a mucha presión, ¿verdad?-Freesia intentó mostrarse comprensiva con su amigo para que no se echara atrás con su relato.
Fresno asintió lentamente, y esperó unos instantes antes de volver a hablar.
-La verdad es que sí. Imagínate, con cualquier tontería la gente se revoluciona, como aquella vez en la que nevó tanto en la autovía 97 que se cortó el suministro de carne durante tres días, y se armó una buena. Pues figúrate ahora. Bueno, que nos desviamos. El caso es que hablaban de algo extraño, y tenían miedo. Eso estaba claro. A diferencia de la mayoría de la gente, sabían lo que estaba pasando. Y estaban asustados. No dijeron qué era, pero mencionaron un nombre… Decían que había que avisar a Maireen Shields antes de que todo se les fuera de las manos.
Freesia no había oído aquel nombre en su vida. Dentro de los Jardines, había muchos puestos políticos, pero sólo unos pocos importantes. Todo el mundo se sabía el nombre de los importantes. Si la tal Shields era tan relevante como para que el Gobernador le pidiera ayuda, tendría que ser alguien de renombre, no cualquier política de medio pelo. Y por lo tanto, como no sabía quién podía ser aquella mujer, tenía que ser de fuera de los Jardines.
A falta de una respuesta inmediata por parte de Freesia, que se había quedado muda y pensativa ante la información recibida, Fresno siguió hablando.
-Eso… Eso no es todo.
Freesia advirtió que Fresno había desviado la vista y contemplaba con tristeza la lluvia que había comenzado a golpear débilmente las ventanas.
-¿Qué pasa?-Freesia, ante la evidente preocupación de su amigo, había alargado su mano para posarla sobre la de él.
-Decían… Que había que marcharse… Freesia, me voy de los Jardines.
Aquello le cayó a Freesia como una piedra dentro del estómago. Su cerebro empezó a plantearse miles de preguntas, sin respuesta. ¿Se iba a ir? ¿De los Cinco Jardines? Pero… ¿a dónde? Nadie se iba. El Gobernador no se iba. Eso significaba que de verdad había algo más allá.
-Pero…-musitó Freesia a media voz.-¿A dónde?
Fresno se encogió de hombros.
-No lo sé. Tampoco sé cuándo. Supongo que tenemos que ir a ver a esa tal Maireen. Tengo… Tengo miedo, Freesia. Puede que pienses que soy estúpido, o… Pero es que no sé a qué me voy a enfrentar. Es como cruzar una puerta a otra dimensión. Todo está en blanco,  nadie nos ha dicho nunca qué hay, si lo hay… Y esto te lo estoy contando cuando se supone que no debería… Por favor no se lo digas a nadie. Es… Peligroso.
Freesia tragó saliva con dificultad, asimilando con increíble rapidez todo lo que su amigo le estaba revelando. Por una parte le entendía, el terror que infundía lo desconocido era algo que ella había vivido de primera mano cuando se había mudado a Norte, y aquello era aún peor, pues Fresno no podía saber qué se encontraría cuando cruzara los altos muros de los Jardines.
Pero, por otra parte, aunque no podría admitirlo, le envidiaba. Iba a irse, a abandonar la monotonía de los Jardines, a conocer mundo, y ella se quedaría en Norte, para siempre, viviría y moriría entre edificios altos y copos de nieve espesos.
Los dos se habían quedado en silencio, sumidos cada uno en sus pensamientos y dudas, cuando alguien llamó a la puerta.
-¡Freesia!-la voz de Narciso se hizo audible al otro lado de la pared.
-Entra.-susurró Freesia, sin preocuparse por si el niño le había oído o no. Pero al parecer lo había hecho, porque asomó su cabeza por una rendija de la puerta.
-Es hora de cenar.
-No tengo hambre.-respondió con sequedad.
-Si es por él,-Narciso señaló a Fresno con la barbilla.-puede quedarse a cenar, si quiere.
Pero Fresno negó con la cabeza y se dispuso a levantarse.
-No, si yo me voy ya.- Freesia suspiró y miró a su primo.
-Ya bajo, Nar.-el niño asintió y volvió a cerrar la puerta, dejándolos solos.
-Bueno, pues me voy.-dijo Fresno, y Freesia se levantó y se situó junto a la puerta para despedir a su amigo.
-Llámame si pasa algo, ¿vale? Cualquier cosa.
-Está bien. ¿Nos vemos mañana?
Freesia asintió y se quedaron en silencio, mirándose.
-Pues hasta mañana.-dijo Fresno.
-Hasta mañana.

Casi de madrugada, Freesia oyó pasos en el recibidor. Después advirtió que alguien bajaba las escaleras con sigilo, y pudo escuchar unas voces apagadas en la planta de abajo. Aún algo somnolienta pero con los cinco sentidos alerta, se levantó de la cama y se apresuró a asomarse por la puerta de su habitación. El corredor estaba en silencio y sumido en la oscuridad, y la chica no tuvo más remedio que salir de la habitación y acercarse prudencialmente a las escaleras. Una vez en el borde del primer escalón, pudo distinguir a las dos siluetas que hablaban entre susurros en el vestíbulo. Ni siquiera habían encendido la luz, pero aún así Freesia no podría bajar mucho más o la verían, y desde su posición no podía distinguir las palabras. Podría presentarse así sin más, pero sabía que nadie le contaría nada, y además, olía a secreto aquello de hablar bajito a oscuras pasada la medianoche. Y ella más que nadie, estaba harta de secretos.
 Ideó un plan improvisado y decidió que utilizaría uno de aquellos túneles que antiguamente usaba el servicio para atender todo rincón de la casa, y así llegar a la cocina. Desde ahí, con suma precaución, podría escuchar algo, si para cuando hubiera realizado la operación  las personas no hubieran abandonado ya sus puestos.
Con la mayor rapidez posible y poniendo especial cuidado en cada paso que daba sobre la moqueta, Freesia se deslizó hasta una pequeña puerta junto a la de su habitación, y maldijo en silencio cuando comprobó que estaba cerrada con llave. Recordó entonces la tarde en la que su tía Iris había decidido prohibirles utilizar aquellos pasadizos por miedo a que hubiera algún derrumbamiento o se cortaran con algo, debido a su antigüedad y mal mantenimiento.
Sin pararse a recapacitarlo por mucho más que un segundo, Freesia se deshizo de una de las horquillas que le sujetaban el pelo, la abrió y la introdujo en la cerradura. Su padre, hacía ya ocho años, le había enseñado a abrir puertas de aquella manera, pero en aquel momento no lograba concentrarse y le sudaban las manos. Estaba nerviosa, y a cada segundo que pasaba sentía que quien quiera que fuese que estaba en el recibidor se iría, dejándola sin nada en claro que sacar.
Pero las voces seguían llegando, suaves y atenuadas en murmullos apenas audibles, por lo que Freesia dejó la mente en blanco, se tranquilizó y se dispuso a realizar la maniobra antes de que fuera demasiado tarde.
Por fin consiguió lo que se proponía, pero temió ser descubierta cuando la portezuela se abrió con un horrible crujido de los goznes. Por suerte, las personas seguían absortas en su conversación, por lo que nadie advirtió la presencia de la chica.
Nunca había estado en los pasadizos, básicamente sólo los habían utilizado los mellizos y Narciso cuando Iris los clausuró. En ese momento agradeció ser bajita, pues el techo del túnel era muy estrecho y bajo, y aún así tenía que agachar la cabeza. Supuso que se debería a algún tipo de derrumbamiento durante las obras de renovación, pues no se explicaba cómo antiguamente alguien hubiera podido moverse con comodidad por ahí.
No había luz en el pasadizo, así que se orientó  palpando las paredes, y siguió moviéndose por instinto, hacia donde ella creía que podría estar la cocina. Los túneles no eran enrevesados, y en pocos minutos estuvo frente a una puerta parecida a por la que había entrado. Volvió a utilizar la pequeña horquilla y repitió el proceso hasta que se encontró de nuevo en otra habitación.
Salvo que no era la cocina. Sin saber cómo, había llegado a parar al cuarto de Áloe. Freesia no sabía que los túneles conectaran con aquella estancia, pero nadie nunca le había dicho que no lo hicieran. Se paró a pensar, y se dio cuenta de que el nivel no había descendido. Si hubiera bajado a la cocina, tendría que haberse topado con una cuesta o algo por el estilo, pero no lo había hecho. Simplemente había estado dando vueltas como una tonta, pues la habitación de su prima estaba justo al lado de la suya. Al final, iba a resultar que los túneles sí que eran enrevesados.
Estaba a punto de volverse para intentar encontrar por fin el camino a la cocina, cuando algo la detuvo. La puerta de la habitación se había abierto, y ahora alguien entraba. Freesia, apresuradamente, cerró la pequeña puerta del pasadizo dejándola entreabierta para poder atisbar por una pequeña ranura lo que acontecía en el interior.
La primera persona a la que vio fue a Áloe. Estaba despeinada y tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando.  No había bajado a cenar, Azucena le había dicho a Freesia que no se encontraba muy bien, y Freesia hacia un día que no la veía. Ni siquiera había tenido tiempo para contarle lo sucedido en el bosque.
Detrás de ella entró un chico. Era bajito y llevaba una sudadera con capucha que le cubría la frente y los ojos, y Freesia no pudo verle la cara. ¿Quién podía ser?
-Ya te lo he dicho, no voy a ir.-Áloe se tumbó en la cama y apretó un almohadón entre sus brazos. El chico se sentó junto a ella y se quedó mirándola revolverse entre la ya muy deshecha ropa de cama de color rosa pálido.
-Y yo también te lo he dicho, tienes que ir.-le respondió el chico a su prima, con voz ronca.-Está hecho, sabes lo que ha pasado.
Áloe apartó el cojín con el que se cubría la cara y miró fijamente a su acompañante.
-Estáis todos locos. Desearía no haberme metido nunca en esto.
-No habrías podido evitarlo.-el chico sonrío pícaramente.-Lo sabes.
-Si estoy con vosotros es por ti, Simon. Esto no me gusta…
-Vamos, ahora no busques excusas estúpidas. ¿Vendrás o no?
Áloe se había quedado quieta, con la vista fija en el suelo, los rubios cabellos desperdigados en torno a su cabeza, cayendo en cascada hasta tocar la alfombra.
-No lo sé…
Freesia en ese momento deseó no haber salido de la cama, ni haber oído todo aquello. Ahora, más y más dudas se le aparecían, mezclándose con las que ya existían y haciendo que se sintiera impotente. ¿Quién podía ser aquel tal Simon? Era un nombre muy raro, pero por su acento, se diría que había vivido toda su vida en Norte, probablemente en el barrio rico, y no parecía extranjero. Freesia nunca le había visto, pero hablaba con Áloe como si fueran amigos de toda la vida. La chica advirtió también que entre ellos había una complicidad que superaba la amistad.
Justo cuando esta idea cruzaba su mente, Simon alzó la barbilla de Áloe y la besó apasionadamente en los labios. El corazón  de Freesia dio un salto y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en su posición y evitar que la descubrieran.
Sintió que no podía soportarlo más, y antes de que la pareja se separara, Freesia dio media vuelta y se internó en los pasadizos. No quería oír más, lo único que conseguiría sería saber más cosas que no entendía, y que sólo le conseguirían dar dolor de cabeza. Antes de perder de vista el interior de la habitación, pudo ver claramente como Simon comenzaba a bajarle a Áloe la cremallera del vestido.
 Tenía que aclarar todo aquello, si no se volvería loca. Si alguien en ese momento le dijera que su tío abuelo Hortensio había vuelto a la vida y hacía espectáculos ambulantes con un mono que montaba en monociclo, ni se habría extrañado. Pensándolo bien, hubiera sido la cosa menos extraña que le hubiese pasado en los últimos días.
Tenía que hablar con Áloe. Si no, no dormiría tranquila. Tenía que hablar con ella en cuanto llegara la mañana.
Freesia se movía por los túneles sin pensar hacia dónde se dirigía. Halló entonces una puerta, y la abrió sin pararse a recapacitar dónde podría acabar.
Había llegado a la cocina.

La presentadora era menuda y rechoncha, y daba las noticias con un tono de voz vivaracho y agudo.
-¿No podemos salir a la calle? ¡Pues menuda mierda!-exclamó Crisantemo con enfado, encarándose con el televisor.
-¡Cris!-le regañó Azucena.-Lo hacen por seguridad. No creo que te apetezca ir por ahí con una panda de locos sueltos, ¿no?
Freesia removió con impaciencia sus cereales de colores y pensó en Fresno. Tenía que llamarle, antes de que se fuera. Seguro que sabía más cosas que la tarde anterior. Algo gordo estaba pasando, y pensó en la noche anterior y en Áloe. Hablaba con aquel Simon de ir a algún sitio con alguien. ¿Tendría algo que ver con todo aquello?
Sin respuesta.
-¿Dónde está mamá?-preguntó Narciso.
Azucena se encogió de hombros. Iris había salido muy temprano, a pesar de la restricción, sin decirles a donde se dirigía. Era habitual que su tía hiciera cosas como aquella, así que Freesia no estaba demasiado preocupada.
-Durmiendo.-respondió automáticamente Azucena. Iris les había dicho a las dos que no les dijeran nada a los pequeños.
Narciso arrugó la nariz ante la respuesta, no era estúpido, sabía perfectamente que su madre siempre se despertaba antes que todos, antes casi incluso que el sol. Sin embargo, no hizo preguntas, lo que causó cierto alivio en Freesia, a la que no le apetecía tener que lidiar con el niño e inventarse cualquier cosa para que se mantuviese callado.
Era muy temprano, y sin embargo, allí estaban todos, desayunando y mirando la televisión. Pero faltaba Áloe. Freesia decidió ir a despertarla en cuanto se terminara los cereales.
-¿Y ahora qué vamos a hacer todo el día? ¿O toda la semana? ¿O todo el mes? ¡En casa metidos! Me voy a suicidar.-dijo Pernetia.
-¡Anda, no seas exagerada!-le recriminó Alhelí mientras recogía los platos, con la vista fija en el televisor. La presentadora gordita seguía hablando de cosas irrelevantes que quizá informaran a alguien, pero no a Freesia. Así que la chica dejó el bol sobre la mesa a medio acabar y salió de la cocina, despidiéndose de su familia con un gesto de cabeza.
Subió corriendo los escalones, hasta llegar a la puerta de la habitación de su prima. Sin llamar, entró. Los rayos de sol entraban débilmente por una de las ventanas, colándose entre las cortinas e iluminando el cuerpo de Áloe, que dormía plácidamente entre pequeños ronquidos.
Freesia se acercó y zarandeó a su prima. Ésta emitió un quejido, entreabrió los ojos y volvió a cerrarlos enseguida ante el contacto con la luz. Freesia estiró del edredón para destapar a su prima, lo que surgió efecto pues estaba en ropa interior y se levantó enseguida para recuperarlo.
-Freesia…-dijo, entre bostezos.- Tengo frío.
Freesia suspiró y le devolvió el edredón a su prima, que se tapó con él y volvió a hacerse un ovillo sobre la cama.
-¡Vamos, Áloe, levántate!-exclamó la chica, tirando del tobillo de su prima, que no estaba dando de sí.
Por fin, después de dos o tres intento más, Áloe se dignó a salir de la cama, se puso un camisón y se encaró con Freesia.
-Estarás contenta. ¿Qué tienes en mi contra?
-Nada. Tenemos que hablar.
Áloe suspiró y se sentó de nuevo sobre el colchón, aún algo aturdida después de brusco despertar.
-¿No podías haber esperado hasta que me despertara, como hacen las personas normales?-luego se quedó en silencio durante unos segundos.- ¿Qué pasa?
Freesia no sabía por dónde empezar. No podía decirle que había estado espiándola y había visto como hablaba con un chico extraño por la noche, pues no volvería a confiar en ella. Así que simplemente, lo dejó caer.
-¿Me has estado ocultando algo?-Áloe frunció el ceño y ladeó la cabeza.
-Freesia, ya sabes lo de mi enfermedad.
-Ya, bueno.-dijo Freesia, poniendo los ojos en blanco.-Me refiero a otra cosa.
Áloe hizo como que reflexionaba, pero luego negó con la cabeza.
-No… ¿Qué te iba a ocultar? Siempre te lo cuento todo.
Freesia sintió un pinchazo en el estómago. Estaba mintiendo. Y aquello no le gustaba. ¿Es que ya no confiaba en ella? Freesia sintió como su labio empezaba a temblar y se esforzó para mantenerse impasible.
-Áloe… No te creo.-lo soltó así, sin más, y vio como el rostro de su prima se tornaba pálido.
-Pues no me creas.-intentaba mantenerse neutral, pero se veía a la legua que estaba nerviosa.
Y de repente, se le ocurrió.
-¿Te has enterado de lo del parque Miller?.-había dado en el blanco, pues en cuanto pronunció esta frase Áloe comenzó a tirarse de las mangas del camisón y apartó la vista hacia otro lado.
-Sí.-respondió, a media voz.-¿Cómo iba a no enterarme? Estamos recluidos en casa por eso. ¿Por qué lo dices?
-Porque estaba allí.
Áloe giró la vista rápidamente, con los ojos llenos de terror.
-¿Cómo? ¿Allí, en el parque?
Freesia asintió, muy lentamente. Se supone que no podía contarle aquello a nadie, pero era Áloe, era distinto. Y además, si la llevaba por donde ella quería, su prima acabaría confesando.
Y estaba funcionando. Áloe estaba al borde de un ataque de nervios. Freesia tenía conciencia de que estaba siendo cruel, pero no podía pretender conseguir todo por las buenas.
-Habíamos salido. Era tarde, estábamos con unos amigos. Fresno me llevó al bosque y allí… Fue donde empezó el fuego, ya lo sabes.
-¿Estabas allí?-Los ojos de su prima se habían llenado de lágrimas.
Freesia volvió a asentir.
-Justo al lado.-Áloe no pudo soportarlo más, se echó a llorar y abrazó a Freesia con fuerza, casi haciéndole daño, y empezó a hablar en voz muy baja, entre sollozos.
-Lo siento tanto… Yo… No debería… Ahora me siento fatal…
Freesia se separó de ellas y le limpió las lágrimas con el pulgar.
-No tienes por qué sentirlo, Áloe, no fue culpa suya.
Se lo iba a decir, lo iba a hacer, no cabía duda.
-¡Sí, sí que lo es!-Áloe estaba tratando de tranquilizarse, sin éxito. Las lágrimas habían cesado, pero respiraba agitadamente y comenzaba a hiperventilar.-Mira… No te lo puedo decir, pero…
Freesia aguardó. Se lo diría, por mucho que ahora intentara mantener el secreto. Por fin, Áloe consiguió reponerse.
-Está bien. Hace un año conocí a un chico. –Simon.-Se llamaba Simon. Él no era… Como todos los demás. Lo conocí en el hospital. Su madre estaba ingresada. Pero luego, unas semanas después de conocerle, ella murió. Como podrás imaginarte, Simon lo paso fatal. Éramos muy amigos, venía a visitarme siempre, y cuando su madre falleció, siguió haciéndolo. Yo le apoyé. Fue algo muy duro, pero salió adelante. Y, bueno, pues eso. Me gustaba, ¿vale? Y yo a él, y… Dios, me da mucho corte contarte esto.
Freesia, que sabía a lo que se refería después de lo visto la noche anterior, negó con la cabeza y le dio la mano a su prima.
-No hace falta que lo hagas, no nací ayer.
Áloe sonrió, aliviada, y prosiguió con lo que le estaba contando.
-Simon no es un nombre normal, lo sé. Ya te lo he dicho, él era diferente. Su familia también.
-Diferente… ¿en qué sentido?
-Verás… Pertenecían a una especie de, por así decirlo, organización.
Freesia arrugó la frente.
-¿Una organización? ¿De qué?
Áloe suspiró.
-Esto es lo que no te puedo contar. Por favor, no me pidas que lo haga. Por favor, es muy peligroso. Podría acabar muerta.
Freesia sabía de sobra que su prima estaba exagerando, pero tampoco quiso decir nada. A ella le hubiera gustado conocer toda la historia, pero no quería presionar más a su prima, consideraba que ya la había hecho sufrir suficiente.
-Está bien, sigue.
-El caso es que yo acabé metida en la organización en cuestión.
-¿Por Simon?
Áloe asintió.
-La cosa es que… A ver… No sé como decírtelo. Bueno, qué narices, allá voy.-Áloe tragó saliva.-Tuvieron… Tuvimos, algo que ver con el ataque al parque.
A Freesia casi se le salen los ojos de las órbitas.
-¡Áloe! ¿Me estás diciendo que eres una terrorista?-no podía ser. Aquello, no. Freesia tenía ganas de gritar y de pegar a alguien, pero simplemente apretó los puños y miró a Áloe con severidad, esperando una excusa por su parte.
-¡No! Yo ni siquiera estaba allí esa noche…
Freesia quería abofetear a su prima, y estuvo a punto de hacerlo de no ser porque supo controlarse.
-¡Pero sabías que lo iban a hacer!-en ese momento Freesia debía de dar mucho miedo. Estaba verdaderamente enfadada, la rabia le salía por todos los poros de la piel, y se había inclinado peligrosamente sobre su prima. Ésta, temerosa, se había apartado e intentaba poner paz dando explicaciones.
-¡Pero yo no sabía que tú estarías allí!
Freesia no lo aguantó más, así que descargó toda su ira y le dio una bofetada a Áloe en su blanco pómulo derecho. Ella soltó un gritito y se llevó la palma de la mano a la zona afectada por el golpe. Pero no se enfadó con Freesia, tan sólo se quedó callada, sujetándose la cara.
-¡Da igual! ¿A quién se le ocurre? ¡Esa gente está loca! ¡Loca! Áloe, ¡es Norte! ¡Tú ciudad! ¿En qué estabas pensando?
Áloe estaba llorando de nuevo. Freesia estaba empezando a hartarse de tanto lloriqueo. Quería mucho a Áloe, pero se había pasado de la raya. Se había pasado mucho. Por eso no se arrepentía de lo que había hecho.
-No están locos. Si tú supieras…
Freesia volvió a alzar la mano, pero la bajó enseguida.
-¡Pues ese es el problema! Tú no me cuentas nada. Y por eso, sólo puedes pensar que eres una terrorista.
-Freesia, yo… No te enfades conmigo, por favor. Yo te lo contaría, pero Simon…
Freesia sintió que explotaría en cualquier momento si pasaba un momento más en aquella habitación, así que exclamó:
-¡Simon no tiene toda la razón! ¡Que te lo estés follando no quiere decir que la tenga!-dicho esto, con los puños aún apretados, se alejó a zancadas y cerró de un portazo.









sábado, 8 de diciembre de 2012

Capítulo 12: Laberintos y puertas cerradas


Freesia observaba desde un rincón poco iluminado como la gente a su alrededor bailaba al ritmo de una música bastante pegadiza, comía y reía y seguía bailando, y se abrazaba, se besaba, bebía y seguía bailando. Parecían pasárselo realmente bien. Ella lo había pasado estupendamente también, al menos en un primer momento. Pero eran las tres de la madrugada, ya había soplado las velas y los regalos descansaban ahora sobre la gran mesa del comedor, los bonitos envoltorios rasgados y esparcidos por la alfombra.
Al final habían resultado ser más de doscientas personas, como había dicho Áloe. ¿De dónde había salido tanta gente?
Suspiró. Estaba cansada y le dolían los pies. Ya había rechazado la propuesta de Fresno Temple de bailar tres veces aquella noche, y ahora veía al chico muy pegadito a una chica rubia. Freesia pensó que su amigo no había perdido el tiempo.
Áloe se había ido a la cama pronto, después de abrir los regalos, un poco antes de medianoche. Tenía que guardar reposo. Desde su ataque de hacía apenas unos días, había estado en muy baja forma, y el doctor Lehner le había dado la baja médica aquella misma mañana. Freesia aún seguía como en un estado de shock respecto a ese tema, sin creerse aún que su prima… No, se obligó a no pensar en ello. Era su fiesta de cumpleaños. Tenía que dejar los problemas aparte, se lo había prometido a Áloe, a cambio de que ésta bajara con ella a la fiesta. Le había prometido que lo pasaría bien y se divertiría, olvidándose de todo por un rato. Y lo había hecho. Al menos, hasta que su prima se había retirado a su habitación.
En ese mismo momento, Freesia no era la viva imagen de la alegría y el jolgorio. Estaba más bien apartada de todo el mundo, y ni siquiera sonreía un poco. Vio que por lo menos Azucena estaba pasando un buen rato. La chica parecía el alma de la fiesta. Si bailaba, todo el mundo lo hacía con ella; si cantaba, todo el mundo le hacía los coros. Parecía que era ella la cumpleañera, en lugar de Freesia.
Miró su vaso con cierta melancolía. Aquella extraña bebida azul que su prima Pernetia le había servido aún estaba intacta, y se le había calentado entre las manos. Ahora parecía aún menos apetecible que antes, así que se levantó para tirarla o dejarla en alguna de las mesas. Cuando se dirigía hacia uno de los cubos de basura, alguien la agarró por el brazo, lo que hizo que se sobresaltara y casi derramara toda la bebida sobre su nuevo y despampanante vestido.
-¡Eh, ten más cuidado!-le espetó a quien quiera que fuera el desconsiderado que había tenido tan poco tacto. Se giró y vio que el susodicho no era otro que Fresno Temple.
-Fresno, no voy a bailar contigo. Creo que es la trigésima vez que te lo repito.
El chico le sonrió, lo que hizo que Freesia se ruborizase. Fresno tenía una sonrisa muy bonita.
-Creo que sólo la cuarta. Además, no vengo por eso.
Freesia se cruzó de brazos y alzó una ceja.
-¿Ah, no? ¿Es que tu nueva novia se ha dado cuenta de lo pesado que eres y se ha marchado con otra?
Fresno soltó una carcajada y se giró para echarle un vistazo a la chica rubia. Luego volvió a mirar a Freesia y negó con la cabeza.
-¿Angélica?
-Sí. Antes estabas pegado a ella como una lapa.
-Ella es sólo una amiga.-se acercó mucho a Freesia, y ésta se alejó un paso.- Sabes que para mí eres la única, F.
-Anda, déjame en paz.-dijo la chica, pero sin poder reprimir una sonrisa.
Se suponía que entre ellos sólo había amistad. Freesia había perdido la cuenta de cuántas veces le había rechazado ya. Azucena siempre le echaba esto en cara. Fresno Temple era el chico más guapo de su curso, quizá de toda la escuela, y todas las chicas querrían ser su novia. Todas, excepto Freesia, que conocía suficiente a Fresno como para saber cómo era en cuanto a relaciones.
-Pues venía a proponerte algo que te va a parecer genial. Pero si prefieres quedarte ahí sentada durante tu fiesta como una aburrida, allá tú.
Freesia  puso los ojos en blanco.
-¿A ver, qué es lo absolutamente maravilloso que me vas a proponer?
Fresno aplaudió como un niño pequeño.
-No te emociones, aún no he dicho que sí.
-Está bien. Algunos amigos y yo hemos pensado que sería genial… Bueno, a ver, esta fiesta está muy bien… Pero… ¿Te gustaría salir fuera? A la ciudad.
-¿Estás loco? No podemos. Hace dos horas que se pasó el toque de queda y si alguien nos ve…
Fresno amplió su sonrisa.
-¡Ajá! Te gustaría venir, pero tienes miedo de que nos pillen. Tranquila, no lo harán.
-¡Fresno! ¡Podríamos ir…! ¡Podríamos ir a la cárcel!
El chico se rio con burla.
-¡F, no te pongas melodramática! Si arrestaran a todos los que se saltan el toque de queda, créeme, habría más gente en la cárcel que en la calle.
-Anda, no seas exagerado. Y no voy a ir.
Fresno se cruzó de brazos e hizo un puchero.
Freesia se moría de ganas de ir con él. Bueno, con ellos. Pero sabía que era demasiado arriesgado. Si Iris se enterara, la castigaría de por vida, y no quería ni imaginarse lo que pasaría si alguien los viera fuera. Las reglas eran estrictas. Nadie, a menos de que tuviera un permiso especial, podía permanecer en las calles de la ciudad a partir de medianoche y hasta que amaneciera. Cuando la fiesta acabara todo el mundo cogería sus coches para irse a casa, y hasta para esto habían tenido que pedir permiso al Ayuntamiento.
-¿Quiénes iríamos?
Fresno volvió a aplaudir.
-¡Te estás incluyendo, quiere decir que vendrás! ¡Genial!
-Pero… Pero estaremos aquí en una hora, como mucho. Y sin hacer locuras.
Fresno alzó los dos pulgares.
-¡Sí, señora! Vete a cambiar y te esperamos en la puerta del jardín de atrás.
Freesia asintió con la cabeza y desapareció escaleras arriba sin que nadie se diera cuenta, debido al creciente alboroto originado por la fiesta.
No se podía creer lo que estaba a punto de hacer. ¡Iba a saltarse las reglas! Estaba aterrada. Pero se sentía muy bien. Por una vez en mucho tiempo, se sentía libre.

-Eso de las patrullas nocturnas es la mayor patraña jamás inventada.-afirmó uno de los chicos que iba con ellos, Geranio Lindberg, cuando se dirigían a la verja del jardín trasero.-Mi hermano ha salido muchísimas veces, y dice que nunca ha visto una.
Eran todos amigos de Freesia, y la mayoría iban con ella a clase. Eran sólo seis, tres chicos y tres chicas. Estaban Fresno y ella, Geranio, Acacia Flynn, Olmo Windflower y Zinnia Evers.
-Tu hermano es idiota.-le espetó Acacia.-No es que nos podamos fiar demasiado de su veredicto.
-Sí, la verdad es que un poco idiota sí que es. –admitió Geranio.-Pero míralo por el lado bueno: si él es un imbécil y no le han pillado, no creo que nos pillen a nosotros, ¿no?
-Tiene sentido.-dijo Acacia, ladeando la cabeza.
Freesia se mantenía callada. Estaba muy nerviosa. Fresno se dio cuenta y le pasó un brazo por los hombros a la chica.
-Tranquilízate, F, no va a pasar nada.
-Que esté preocupada no te da derecho a tocarme más de lo necesario, F.-le dijo Freesia al chico en tono burlón cuando este acercó su mano a su rostro para apartarle un cabello rebelde que le cubría parte del ojo derecho.
Fresno rio, y se detuvieron al llegar a la verja. Freesia sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y salieron al exterior.
La noche era cálida. Al menos, todo lo cálida que podía serlo en el Jardín de Invierno, que básicamente significaba que no iba a helar. Freesia sólo llevaba una sudadera y unos vaqueros, pero sus amigos seguían en sus trajes de fiesta, y se preguntó si las chicas no se estarían congelando con aquellos vestidos cortos.
-Estamos fuera.-dijo Zinnia, cuando se detuvieron los seis a contemplar las luces silenciosas de la ciudad, al final de la calle.
-¿A dónde vamos?-preguntó Freesia, que instintivamente se había agarrado al brazo de Fresno con fuerza.
-Yo creo que lo más inteligente sería alejarse un poco del centro.-dijo Olmo.-¿Queréis que vayamos al Parque Miller? Siempre está lleno de gente y sería genial estar nosotros solos, ¿no?
Zinnia, Acacia y Geranio estuvieron de acuerdo. A Freesia le daba igual, y Fresno haría lo que hiciera Freesia, así que se encaminaron hacia el parque.

El Parque Miller le debía su nombre a un antiguo Ministro de Invierno, que había convertido Norte en capital de los Jardines y prácticamente la había reconstruido entera, pues dos siglos y medio atrás la ciudad era un nido de enfermedades y pobreza.
Era uno de los parques más bonitos que Freesia había visto en su vida, de los pocos que había tenido ocasión de visitar. Suponía que los parques en el Jardín de Primavera serían especialmente bonitos, pues las flores allí abundaban, de todas las formas, tamaños, y colores. Pero ella nunca había estado en ninguna parte de aquel jardín, así que el Parque Miller le parecía una maravilla.
Estaba a las afueras de la ciudad, y era enorme. Estaba formado de vastas extensiones de hierba verde oscura y bien cuidada, casi siempre cubierta por una capa de escarcha que hacía que resplandeciera. Los árboles abundaban, y pequeñas plazas con bancos de madera se desperdigaban por todos lados sin orden. Como todo en la ciudad, el Parque Miller estaba cubierto de luces brillantes y blancas, que colgaban de los árboles en cadenas serpenteantes o adornaban los postes de los cenadores que se encontraban junto al pequeño lago que ocupaba el centro del parque.
-¿Cómo cruzamos la valla?-preguntó Acacia cuando llegaron a su destino. El parque estaba rodeado de una verja negra que no llegaba a los dos metros de altura.
-Pues saltando.-respondió Fresno, que se había adelantando al resto y ya posaba un  pie en uno de los salientes de la verja, comprobando su estabilidad.
-Vamos, Freesia, tú primero.-le dijo Olmo, dándole una palmada en la espalda para que se acercara a donde estaba Fresno.
-¿Por qué?-preguntó ella, algo asustada ante la idea de tener que escalar la valla, a pesar de que no era muy alta.
-Pues porque eres una enana, y hay que darte impulso.-le respondió Fresno con tono burlón antes de alzarla por la cintura.
Freesia ahogó un grito y se agarró a las barras metálicas, que estaban muy frías. A duras penas, y con la ayuda de Fresno, consiguió poner los pies en el suelo de césped del parque. Cuando todos sus amigos hubieron saltado, le dijo a Fresno:
-A ver si te crees que no me he dado cuenta de lo que has tocado por “accidente” cuando me ayudabas a saltar.-intentó mostrarse enfadada, pero no lo consiguió. Fresno se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros.
-Esa cara que tienes de no haber roto un plato en tu vida no te va a servir de mucho.- Freesia entonces soltó una carcajada y le tendió una mano a su amigo.
Fresno le cogió la mano y los dos juntos echaron a correr por la hierba detrás de sus amigos, que ya se habían puesto en marcha.
-¡Mirad!-exclamó Zinnia, y se tiró al suelo y empezó a rodar por una pequeña colina, sus rizos castaño claro llenos de briznas verdes y riéndose a carcajadas.
Acacia se apresuró a seguirla y en un momento estaban las dos al pie de la colina, agarrándose el estómago de tanto reír.
-Yo quiero probar eso.-le dijo Fresno a Freesia.-¿Te apuntas?
Freesia negó con la cabeza, pero de repente estaba rodando colina abajo, riendo como una estúpida y mojándose la ropa.
Y de repente estaba saltando, alegre, por los montículos de hierba, entre los árboles, al lado del lago, subida en los bancos. Y de repente era feliz. Cantaban y saltaban, y reían, y volvían a saltar. Hacían ruido, sin preocuparse que alguien pudiera verlos u oírlos. Freesia estaba viviendo por y para el momento, y se sentía libre.
La noche estaba despejada, y la luna brillaba, redonda, en el cielo oscuro, iluminando todo el parque.
Se sentaron en un círculo y Fresno le susurró al oído:
-¿A que ha sido una buena idea?
Freesia asintió con una sonrisa tonta.
-¡Bueno!-exclamó Acacia, golpeando el suelo con las palmas de las manos.-Es el cumpleaños de Freesia. Vamos a cantarle algo, ¿no?
-¡Teníamos que haber comprado una tarta!-exclamó Geranio.
-Sí, claro, otra.-dijo Zinnia con sarcasmo.-Creo que he tenido suficiente con la de la fiesta. Un poco más y el estómago me estalla.
-¡Nos estamos desviando!-gritó Acacia.-¡Vamos a cantar, venga!
Y todos cantaron una de esas canciones infantiles de cumpleaños, incluso Freesia, aunque fuera dirigida a ella. Y luego se aplaudieron a sí mismos, y volvieron a quedarse en silencio. Tan sólo se escuchaba el ulular de algún búho y el murmullo del agua del lago.
-Me pregunto…-dijo Freesia.-Me pregunto qué tiene de malo que hagamos esto. ¿Por qué está prohibido?
-Supongo que así se aseguran que no pasen cosas raras por las noches. Robos, atracos, y eso. Al menos, eso es lo que me ha dicho siempre mi madre.-dijo Olmo.
-Yo creo que más bien, lo que quieren es tenernos a todos controlados.-argumentó Fresno.
-¿Y por qué iban a querer tenernos controlados? Ni que fuéramos animales o algo así.-dijo Geranio, pero Fresno se encogió de hombros.
El silencio volvió a reinar. Todos estaban pensando en lo que acababa de decir Fresno. ¿Controlados? ¿Para qué?
-Eh.-dijo Acacia, para romper un poco la tensión que se había creado en el ambiente.-Yo quiero una de esas.
La chica señaló a uno de los farolillos redondos que colgaba de los árboles, que en ese momento estaba apagado.
-¡Acacia, es alumbrado público!-exclamó Geranio, cuando vio a su amiga levantarse y dirigirse hacia el abeto más cercano.
-¿Y qué?-Acacia empezó a juguetear con los cables hasta que consiguió su objetivo.-Ajá. Tener un papá electricista siempre viene bien.
Nadie dijo nada. Freesia no pudo evitar empezar a reírse, y todos la siguieron, contagiados. La chica respiró el aire nocturno. Pocas veces se había sentido tan bien como en aquel momento. No estaban haciendo nada especial. Simplemente, hablaban, y se divertían. Pero, en mayor o menor medida, aquella noche habían desobedecido, habían hecho lo que habían querido, y eran, por así decirlo, libres. Y esto era lo que más satisfacía a Freesia.
A su lado, Fresno se había puesto en pie.
-¿Vienes a dar un paseo, F?-estaba claro que los demás no estaban invitados. Freesia se detuvo a pensárselo. Estaba claro lo que tenía planeado su amigo, pero ella no quería nada extraño. Aún así, asintió con la cabeza y se levantó.
Se alejaron del grupo y tomaron un camino que bordeaba el lago. Todo a su alrededor estaba oscuro y en silencio, y los rayos de la brillante luna se reflejaban en la superficie cristalina del agua, dándole un resplandor blanquecino al rostro de Fresno. Vaya, verdaderamente era guapo. ¿Por qué razón estaría interesado en Freesia? Ella era guapa, sí, pero tampoco era toda una belleza, y menos con aquel corte de pelo improvisado que Azucena había intentado arreglar con horquillas y gomina. El problema era que Freesia no estaba segura de sus sentimientos hacia su amigo. Sabía que si salía con él la cosa acabaría mal. Fresno se encapricharía enseguida con otra y la dejaría tirada. Pero no podía evitar sentirse algo atraída hacia la idea.
-Bonito, ¿eh?-le dijo el chico, para romper el hielo.
Freesia asintió, desviando la mirada hacia el horizonte.
-Ha sido buena idea venir.-dijo Freesia.-Gracias.
Fresno le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella no se apartó.
Caminaron en silencio a lo largo del camino, hasta llegar a una bifurcación que continuaba hasta la salida del parque o se internaba en un pequeño bosque de abetos.  Fueron por el bosque.
-Yo antes venía aquí con mi abuela.-dijo Fresno melancólico, cuando atravesaban el laberíntico sendero que serpenteaba alrededor de los árboles.-Por las tardes. Siempre me contaba historias, me decía que entre las ramas de los árboles se escondían duendes. Y yo venía luego solo, por las mañanas, a buscarlos. Pero nunca los encontraba, obviamente. Pero aún así me iba a casa feliz, porque me sentía poseedor de un secreto especial.
Freesia no pudo hacer otra cosa que sonreír ante la anécdota.
-Vaya, no sé porque te estoy contando esto. Parezco imbécil. Nunca… Le he contado esto a ninguna chica.
-A mí no me engañas con eso, guapo. El cuento de siempre, de que soy especial. Eso resérvatelo para Angélica.
-¿Estás celosa? ¡Estás celosa!
Freesia negó con la cabeza con vehemencia.
-Vamos, F. Sólo te quiero a ti. Incluso con eso que te has hecho en el pelo.
Freesia miró a Fresno y alzó una ceja.
-¿Y así pretendes gustarme? Vaya cosas más bonitas que me dices.
-Sólo estoy siendo sincero.
-Ya, bueno, pues si ahora todos vamos de sinceros, te ha salido un grano en la frente que parece que vas a mutar a unicornio.
Fresno se rio, pero luego se cruzó de brazos, fingiendo estar enfadado.
-¿Quieres que nos saquemos defectos?-le preguntó.
-¿Por qué no?-dijo ella.- Te toca.
Fresno se acarició la barbilla.
-Vale. No eres graciosa. Tus chistes dan pena.
Freesia le golpeó un hombro.
-¡Eh! ¡A mis amigos del Jardín de Verano les gustaban!
-Eso decían, porque te querían mucho como para decirte la verdad. No eres graciosa, lo tuyo no es hacer reír. Pero cantas muy bien.
-¿Ah, sí? ¿Y cuándo me has oído tú a mí cantar? No suelo hacerlo en público.
Fresno se encogió de hombros, sin querer darle demasiada importancia al asunto.
-Vale.-dijo Freesia.-Me toca. Eres… Un mujeriego.
Ante el comentario, Fresno se echó a reír con fuerza.
-A mí no me hace tanta gracia. Es la verdad.
-¿Y cómo sabes eso?
-Te conozco desde que llegué. Has tenido incontables novias. En dos años. Y no eras capaz de querer a ninguna, las engañabas. Simplemente… Te aprovechabas de ellas.
Fresno paró de reírse y miró a Freesia con severidad.
-¿Eso piensas?
Freesia asintió, muy despacio.
-Entonces, puede que sea verdad. Puede que lo que tenga contigo se me pase pronto.
Un pinchazo atravesó a Freesia cuando el chico pronunció aquella frase. Sabía que era así, pero oírselo decir, con esa seguridad… Había guardado la tonta esperanza de ser ella la excepción, que gracias a ella, él cambiaría. Freesia estaba a punto de irse de allí corriendo cuando Fresno volvió a hablar.
-Sin embargo, F… Seguramente no me creas. He de admitir que he usado este discurso con otras chicas antes. Pero esta vez es distinto. Sé que no me creerás. Y lo que te voy a decir ahora, no se lo he dicho a ninguna otra chica antes.
Freesia era un matojo de sentimientos contradictorios en su interior. Se le estaba declarando, y ella quería creerle, quería creer que ella era distinta.
-Freesia.-pronunció su nombre completo por primera vez.-Yo… Te…
A Freesia le latía el corazón desbocado en el pecho. Pero, de pronto, escucharon unos gritos. Fresno se sobresaltó y rodeó a la chica con los brazos casi por instinto.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó Freesia, asustada. Los habían visto. Estaban perdidos. Pero, los gritos… Parecían de muchas personas más, y no provenían del lugar donde habían dejado a sus amigos.
-Vamos, F, tenemos que irnos.-dijo Fresno, agarrándola de la mano, y tirando de ella hacia la salida del bosquecillo.
Los gritos se habían hecho más audibles, y junto a ellos, se empezaban a oír pequeñas explosiones. Freesia estaba paralizada y miró a Fresno, que se había quedado parado con la boca abierta y la mirada fija en las luces que se divisaban en la distancia. Parecían antorchas.
-¡Vamos, F!-casi con brusquedad, Fresno tiró del brazo de la chica.
-¡No!-exclamó Freesia.-¡Lo que sea que viene, viene hacia aquí!  ¡Tenemos que ir en dirección contraria!
Fresno no se paró siquiera a recapacitar, cambió de dirección y se internaron en el bosque. Corrieron y corrieron, y se empezaron a oír las voces y los gritos más cercanos, acompañados de disparos. ¡Disparos! Freesia no había tenido más miedo en toda su vida.
Los árboles se arremolinaban a su alrededor, infinitos. Tropezaron y las ramas le cortaban los brazos y las piernas. El bosque parecía no acabarse nunca. La frenética carrera parecía no tener fin. A Freesia le daba vueltas la cabeza, y se creía en una pesadilla.
Y entonces fue cuando llegaron las llamas. Al principio, en la distancia, y luego, devorando rápidamente las hojas y acercándose a ellos con peligrosa rapidez.
-¿¡Qué está pasando?!-exclamó Fresno.-¡Están quemando el bosque!
El humo había empezado a llegar y los ojos de Freesia comenzaron a llenarse de lágrimas. Tosió con fuerza. No podía correr tan rápido como quisiera, y Fresno casi la llevaba a rastras.
-¡Vamos! ¡Tenemos que salir!
Así que, a duras penas, siguió moviendo sus piernas casi automáticamente. Y, por fin, el bosque se acabó, y salieron a cielo abierto. Sin pararse a mirar atrás, recorrieron los veinte metros que quedaban hasta la valla del parque y la treparon torpemente hasta aterrizar al otro lado. Sin aún tener tiempo a recuperar el aliento, se incorporaron como pudieron y echaron a correr hasta poner por medio la mayor distancia entre ellos y el parque, y el bosque en llamas. Ya en una pequeña colina junto a los suburbios de la ciudad, pararon y se giraron.
Todo ardía. El pequeño bosque centelleaba frente a ella. Y más allá pudo ver a gente, gente con antorchas quemándolo todo, gritando, maldiciendo y haciendo ruido. Freesia, sin poder aguantarlo más, se tiró de rodillas al suelo y comenzó a llorar. Fresno se puso a su lado y la abrazó con fuerza.
-Tenemos que volver a casa.-dijo Freesia, después de calmarse. La gente empezaba a arremolinarse en las ventanas de la casas, alertados por el caos que reinaba en el parque.
-Sí.-le dijo Fresno.
Y así, abrazados, se alejaron.

-¡Vete, Azucena, déjame en paz!-Freesia tiró un cojín con enfado a la puerta de su habitación, detrás de la cual su prima mayor golpeaba con insistencia la madera y gritaba que abriera y la dejara pasar.
-¡Vamos, Freesia! ¿Qué pasó ayer en la fiesta? ¿Estás bien?
-¡Vete!-gritó la chica, y escondió la cara entre las sábanas de la cama.
Después de unos gritos más, Azucena se dio por vencida y dejó sola a Freesia.
Sonó el teléfono. No tenía ganas de cogerlo, pero cambió de idea cuando vio que el que llamaba era Fresno.
-¿Cómo estás?-le preguntó el chico al otro lado de la línea.
-Mal. ¿Y tú?
-Pues igual. ¿Has visto las noticias de este mediodía?
-No.-Desde que había llegado de madrugada a su casa, no había abandonado su habitación todavía, sin querer enfrentarse al mundo real.-¿Qué han dicho?
-Han quemado todo el parque, F. El parque entero.
Freesia ahogó un sollozo al recordar la situación de la noche anterior.
-¿Cómo están los demás?
-Bien. Al parecer, nosotros éramos los que más cerca estábamos cuando los atacantes llegaron. Se fueron a casa en cuanto oyeron gritos, por si alguien los había visto.
Silencio. Freesia estaba sin palabras.
-Todo esto es una mierda, F.-dijo Fresno con amargura. Se notaba que había estado llorando, aunque su naturaleza de hombre le obligara a ocultarlo.-En las noticias han dicho… Que eran terroristas… Gente que quiere atentar contra los Jardines. Y arrestaron a bastantes pero… Muchos están aún sueltos. ¿Y si…? ¿Y si vuelven a atacarnos? Nadie se esperaba esto. Nunca. Nunca. Nunca. Ha ocurrido nada de esto. El mundo se ha vuelto loco. Y tú has tenido que vivirlo. Y todo es mi culpa. Mi culpa. Si no… Si no hubiéramos salido… Lo siento, F… Si…
-Basta.-le interrumpió Freesia, a la que tanta verborrea estaba empezando a causarle dolor de cabeza.-Tan sólo… Quiero verte. ¿Puedes venir a verme?
-¿Ahora?
-Ahora.
Silencio.
-Está bien. Llego en cinco minutos. Sobrevive hasta entonces.
Freesia colgó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza. Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Primero, lo de Áloe, y ahora, aquello. Sin pensar en lo de Zache. Se preguntó si Fresno no andaría tan desencaminado y el mundo se había vuelto loco. Quizá se estaba desmoronando y se iba acabar, de una vez por todas.
Bien, pensado, estaría bien que lo hiciera.




domingo, 2 de diciembre de 2012

Capítulo 11: Dejarlo todo atrás


El ama Alhelí no paró de bombardearla con preguntas de camino a casa. Y resultaba irónico, pues era ella la que tenía más dudas, y se mantenía callada.
Estaba segura de haber visto a su prima en aquella camilla. Y no parecía encontrarse muy bien. Tal y como se imaginaba, cuando llegaron a casa, Áloe no había vuelto. Como si tal cosa, Freesia le preguntó a Azucena:
-¿Y Áloe? ¿Sigue en la academia?-la respuesta de su prima fue una ligera mueca de amargura a la que siguió un rápido asentimiento de cabeza.
Algo no iba bien. Azucena había visto su corte de pelo, y no había preguntado.  Tampoco había preguntado la razón de que se hubiera pasado media tarde en el hospital. No es que algo no fuera bien, es que algo iba realmente mal.
 Iris tampoco estaba en casa. Si aquello que le pasaba a Áloe había sido algo aislado, se lo hubieran dicho inmediatamente. Azucena, que estaba claro que estaba enterada, no hubiera tenido que mentirle.
Sin embargo, si hubieran estado ocultándole algo todo el tiempo… ¿Y si aquello guardaba relación con el secreto de su prima? Freesia era en ese momento un matojo de nervios que andaba de acá para allá dando vueltas en su habitación. Los cortes que los cristales le habían provocado en las piernas y los brazos estaban recién cosidos, y le tiraban continuamente, pero no podía parar de moverse, dándole vueltas a todo en su cabeza.
Alhelí había llamado a Iris para contarle lo que le había sucedido, pero ésta no había contestado al teléfono. Algo grave debía de haberle pasado a Áloe. A Freesia le dio una arcada al pensar en ello.
Estuvo a punto de bajar las escaleras a exigir que alguien le contara de una vez lo que estaba ocurriendo, o de llamar a su tía Iris por teléfono.
Pero no lo hizo. Si aquello verdaderamente era el secreto de Áloe, ella misma tendría que contárselo.
Y una idea atravesó su mente como una bala.
¿Y si no vivía para hacerlo?
Freesia se estremeció y se obligó a desterrar aquella idea de su cerebro. Si fuese tan mala la situación… ¿no estarían sus primos en el hospital? ¿No la habrían puesto a ella ya al corriente?
No podía soportarlo más. Así que, sin siquiera pararse a recapacitar, agarró su abrigo y bajó las escaleras corriendo en dirección a la puerta.
-¿A dónde vas?-le preguntó el ama Alhelí cuando la vio en el recibidor.-No deberías salir así, en tu estado.
-Estoy bien.-le respondió secamente Freesia, e hizo el ademán de agarrar el picaporte.
-No lo estás.
-Créeme, estoy perfectamente. He quedado con una amiga. Tengo… Tengo que entregar un trabajo mañana y nos suspenden el semestre si no lo hacemos.
Alhelí se cruzó de brazos.
-Está bien. ¿Te vas a quedar allí a cenar?
Freesia se encogió de hombros. A decir verdad, no sabía cuánto tiempo le iba a llevar aquello.
-Llamo luego, ¿vale?
El ama Alhelí, aún no muy convencida, asintió con la cabeza y la despidió con un gesto de cabeza.
Una vez en la calle, Freesia dirigió sus pasos a la calle Principal. El camino no era demasiado largo, pero a ella cada paso que daba se le hacía eterno. Parecía que no llegaría nunca. Por fin se paró antes las grandes puertas de cristal del edificio blanco. Entró casi con miedo, con temor a lo que allí podía descubrir.
El hospital olía a desinfectante y a químicos. Las paredes eran blancas, inmaculadas y todo estaba muy ordenado, era escrupulosamente higiénico y ningún detalle de color ni adornos de ningún tipo hacían algo para animar el monótono aspecto del lugar.
Pero Freesia no había ido precisamente a criticar la decoración. Se acercó al mostrador de recepción, donde una empleada hojeaba una revista y mordisqueaba un bolígrafo de color azul.
-Hola, buenas tardes.-le dijo la mujer a Freesia, cuando advirtió su presencia.-¿Qué desea?
-Hola.-respondió Freesia, y por un momento no supo muy bien que contestar.-Vengo… Vengo a ver a una paciente.
La mujer asintió y dejó a un lado la revista y el bolígrafo para fijar su atención en una pantalla táctil que había sobre la mesa.
-¿Cómo se llama?
-Venturi. Áloe Venturi.
La empleada volvió a asentir y deslizó su dedo índice por la pantalla hasta dar con el nombre indicado.
-¿Es usted familiar?
-Sí. Soy su prima.
La mujer siguió indagando en el aparato y al cabo de unos segundos miró a Freesia.
-Lo lamento, pero si quiere ver a la señorita Venturi voy a tener que llamar a su madre para que dé su consentimiento.
Freesia tragó saliva. Definitivamente, aquello que le pasaba a Áloe le llevaba ocurriendo bastante tiempo. Y además, Iris había hecho lo posible para que nadie que ella no quisiese pudiera ver a su prima.
-¿Quiere que avise a la señora Venturi?-le inquirió la empleada, a falta de una respuesta por su parte.
Freesia negó con la cabeza. Si Iris no le había dicho nada, seguramente no querría que ella estuviera ahí. Tenía que hallar otra manera de ver a Áloe.
-No importa. Vendré otro día. ¿Me puede indicar dónde está el baño?
La empleada así lo hizo y Freesia desapareció por uno de los corredores que había a su derecha. Aunque había estado en aquel mismo lugar hacía apenas una hora, no se acordaba de nada. Todos los pasillos le parecían iguales y no tenía idea alguna de hacia dónde dirigirse. Estuvo vagando por el hospital sin destino fijo durante media hora, evitando cruzar el vestíbulo para no tener que encontrarse con la empleada de recepción, que sin lugar a dudas sospecharía.
Estaba a punto de darse por vencida cuando algo llamó su atención. Se encontraba en el cruce de dos pasillos, y había bastante bullicio. Enfermeras vestidas de azul cruzaban continuamente de aquí para allá transportando bandejas y demás material, hombres y mujeres de batas blancas se cruzaban entre ellos e intercambiaban saludos respetuosos de cabeza, algún que otro paciente daba su paseo hospitalario diario y alguna visita miraba a todos lados con un aire algo perdido.
No obstante, Freesia se percató de que una pequeña puerta en frente de donde ella se encontraba se abría y por ella salían dos personas. Una de ellas era un hombre muy alto, que parecía ser un doctor. Seguramente fuera joven, pero gran parte de su cabello había desaparecido, dejando al descubierto la mayoría de su cuero cabelludo. Fruncía el ceño con fuerza y parecía realmente cansado.
A su lado iba la tía de Freesia, Iris. Ésta, al verla, se apresuró a esconderse detrás de una columna. Hablaban en voz muy baja, y la chica sólo alcanzó a oír algunas palabras sueltas cuando la pareja se detuvo momentáneamente a pocos centímetros de donde ella se encontraba. Freesia temió ser descubierta por su tía, pero ella parecía inmersa en la conversación que mantenía con el doctor.
-Señora Venturi, váyase a casa. Descanse. Ella está bien.
Iris parecía muy nerviosa y se mordisqueaba las uñas casi con urgencia.
-Lo sé, doctor. Pero… ¿Y si le vuelve a pasar esta noche? No quiero estar en casa si ocurre.
-No tiene por qué preocuparse, le aseguro que no le pasará nada…-Freesia no pudo oír nada más, pues su tía y el doctor reanudaron la marcha y desaparecieron por el pasillo principal.
Freesia supuso que Áloe pasaría la noche en el hospital. Algo encajó de pronto en la mente de la chica.
Una vez cada tres meses, como mucho,  Áloe pasaba la noche o el fin de semana en casa de una supuesta amiga de la familia que vivía en el campo.
Al menos, eso era lo que le habían contado siempre. Pero ahora otra teoría acudía a su mente. ¿Y si todas aquellas noches las hubiera pasado en el hospital?
Si se paraba a pensarlo, tenía mucho sentido.
Pero en ese momento no tenía tiempo para contemplaciones. Si lograba ver a Áloe y hablar con ella, ésta se lo explicaría todo. Contaba con ello.
Freesia echó a andar por el pasillo que habían tomado su tía y el médico para intentar seguirlos, pero pensó que seguramente los hubiera perdido.
Con un poco de suerte, su tía Iris le haría caso al doctor y se marcharía a casa. Y luego ella encontraría la manera de ver a su prima.
Como había temido, no fue capaz de encontrar de nuevo a su tía. Se encontraba de nuevo perdida en mitad de otro pasillo idéntico al anterior, rodeada de gente apresurada, que ni siquiera se fijaba en ella.
Sin saber cómo acabó en la cafetería, y aprovechó para sentarse en una mesa a beber un café aguado de una de las máquinas expendedoras, y aclarar su mente como pudiera. Se dedicó a observar a la gente a su alrededor. Todo el mundo parecía realmente cansado. Los médicos y enfermeras, debido a haberse pasado todo el día trabajando (y muchos pasarían la noche, también) y los familiares debido al estrés que produce estar a la espera de que traten a alguien querido sin saber con seguridad cómo saldrá. Freesia se sentía así, y se preguntó si tendría el mismo aspecto que toda esa gente con ojeras bajo los ojos y mirada perdida.
En ese momento entró en la cafetería una enfermera pelirroja que parecía bastante despierta, seguida por el médico que había estado antes con su tía. Vio como se acercaban a una de las máquinas de café. Cada uno cogió su respectiva bebida y se sentaron en una de las mesas. Freesia estaba justo en la otra esquina, pero tampoco esperó que hablaran de algo que podía interesarle. Simplemente aguardó a que terminaran de beber el café y volvieran a levantarse para dirigirse a la salida de la cafetería.
Si la suerte estaba de parte de Freesia, siguiendo a aquellas dos personas podría encontrar la habitación donde estaba Áloe.
A una distancia prudencial, Freesia caminó detrás de ellos. La enfermera se despidió del doctor para dirigirse a la sala de urgencias pero el hombre siguió andando, hasta meterse en un ala distinta del hospital. Cruzó una puerta para internarse en un pasillo estrecho, pero Freesia simplemente se paró junto a esa misma puerta y observó el corredor desde uno de los cristales.
Las paredes, a ambos lados, estaban llenas de puertas que Freesia supuso daban paso a habitaciones de pacientes. Frente a una de ellas estaba su tía Iris, hablando con el doctor. No podía oír nada. Y esta vez sí que quería hacerlo. Pero si entraba tranquilamente al pasillo su tía la vería, y todo se iría al traste. Freesia se mordió el labio con impaciencia. ¿Qué podía hacer? El pasillo era amplio y recto. No había ninguna esquina, columna, o recoveco en el que pudiera ocultarse. Tendría que esperar a que salieran, y si esa era la habitación de Áloe… Entraría, de alguna manera.
Pero Freesia soltó una maldición cuando el doctor salió solo, y su tía se quedó junto a la puerta sin moverse, como un vigilante de seguridad, aunque seguramente ya habría alguien que se ocupara de eso.
-Perdón.-le dijo el hombre cuando salió por la puerta, para que Freesia se quitara del medio. Ella así lo hizo, pero luego retomó su posición junto al ventanuco.
-¿Esperas a alguien?-Freesia se sobresaltó. Luego se giró hacia el doctor. Titubeó antes de responder.
-No. Bueno, sí.-se mordió el labio y se tiró de las mangas del jersey con nerviosismo.-Lo que pasa es que estoy un poco perdida.-mintió.
El doctor alzó una ceja.
-¿Has probado a preguntar en recepción?
Freesia asintió.
-Sí… Pero este edificio es tan grande…-la chica esperaba que el hombre le diese una palmadita en el hombro y desapareciera, pero él seguía en sus trece y no parecía por la labor de marcharse. ¿Es que no tenía otra cosa mejor que hacer que interrogarla en medio del pasillo?
El doctor soltó una carcajada ante su respuesta.
-¿Está esa persona en esta zona? A lo mejor puedo ayudarte a encontrarla.
No. ¡No tenía ningún interés en que aquel hombre le ayudase a nada!
-No hace falta. Puedo sola.-le dijo, lo más educadamente que pudo.
-En serio, no creo que esté bien dejarte aquí sola y perdida.
No era una niña. Y estaba en un hospital, no en medio del bosque. No le iba a pasar nada.
-Estoy bien.-miró en ese momento hacia el pasillo por el que acababa de salir el hombre, y vio cómo su tía Iris abandonaba su puesto y se dirigía hacia donde ellos estaban. Seguramente para hablar con el doctor. Tenía que escabullirse de allí cuanto antes.
-Oiga… Creo que me voy a ir a casa. Ya… Volveré mañana.
-Oh, venga, no creo que sea apropiado dejarte ir así. Tendrás que haber venido por algún motivo.
Iris estaba casi en la puerta.
-Mire, doctor…-miró la tarjeta de identificación que llevaba colgada de la bata.- Lehner. No me urge demasiada prisa, puedo volver en otro momento.
-Sí, pero…-al doctor no le dio tiempo a replicar, pues Iris había abierto la puerta y Freesia se había marchado corriendo y se había apresurado a coger un ascensor que acababa de llegar. Su tía la había visto por detrás, estaba segura. Era algo gracioso que justo hubiera decidido cortarse el pelo aquel día. Seguramente no la hubiese reconocido.
Se bajó del ascensor una planta más arriba, junto a una señora mayor que llevaba muletas.  Volvía a estar perdida, otra planta, muchos pasillos. Y no tenía la menor idea de qué hacer a continuación.
Llevaba demasiado tiempo huyendo y escondiéndose y eso no le había llevado a ninguna parte. Sopesó la idea de encararse con su tía Iris. ¿Qué era lo peor que podía pasar?
Pero conocía demasiado bien a su tía como para saber que no se enfadaría. Tendría una buena razón para mantener lo de Áloe en secreto. Simplemente le regañaría un poco, le pondría alguna excusa estúpida y la mandaría derechita a casa. Y no le dejaría ver a su prima bajo ningún concepto.
Freesia suspiró, enfrentarse a su tía sólo le serviría para ganarse una discusión y una reprimenda. Áloe quería contarle su secreto, ¿pero y si Iris no quería que ella lo supiera?
Su mente estaba hecha un lío. Se sentó en uno de los sofás de una sala de espera que parecía la de pediatría. Niños a su alrededor hablaban, reían y lloriqueaban, esperando su turno.
-¿No te ibas a marchar a casa?-una voz detrás de Freesia la sacó bruscamente de sus pensamientos.
Oh, no. Era otra vez el doctor Lehner.
-¿Me ha estado siguiendo?-le dijo, con un tono despectivo.
El doctor soltó una de sus horribles carcajadas. Freesia empezaba a estar más que harta.
-No, qué va. Resulta que soy médico, ¿sabes? Tengo pacientes. Hay un niño aquí que requiere mi atención.
Y ahora se dirigía a ella con toda naturalidad, como si la conociera de toda la vida, y la trataba como si tuviera un retraso mental. Si aquel imbécil era el médico que estaba tratando a Áloe, temía por la supervivencia de su prima.
-Pues resulta que yo estoy esperando a alguien. Ya no estoy perdida. ¿Ve como me las podía apañar yo solita?
Otra carcajada. Freesia tuvo que controlarse para no saltar y pegarle un puñetazo en la cara a ese idiota.
-Bueno, vale. Te dejo sola, entonces.
Lehner iba a marcharse cuando Freesia, instintivamente, saltó de su asiento.
-¡No, espere!- el doctor se giró y se la quedó mirando con una sonrisa en los labios. ¿Por qué lo había hecho? Si ella quería que se marchase.-Quédese.
Con las manos temblorosas, Freesia volvió a sentarse en el sofá y el doctor tomó asiento a su lado.
-¿Conoce…?-empezó hablar impulsivamente, sin pararse a recapacitar. Pero no le quedaban más opciones, y tampoco tenía nada que perder.-¿Conoce a Áloe Venturi?
La sonrisa burlona desapareció de los labios del doctor. Asintió con el ceño fruncido. Parecía preocupado.
-Pues sí. Es una de las pacientes a las que estoy tratando en este momento. ¿Era a ella a la persona a la que buscabas?
Freesia asintió con la cabeza.
-Sí… Bueno, en realidad ya la había encontrado. Pero… Digamos que no puedo pasar… Su… Su madre… No me dejaría.
El doctor Lehner suspiró.
-Puedo llamarla para que hables con ella.
-No… Ella… Ella no me dejaría.
El médico la señaló con el dedo y su expresión de asombro se transformó en una de sorpresa.
-¡Tú eres la prima!
Freesia, bastante extrañada, asintió. ¿Cómo lo sabía?  A ver si iba a resultar que ella era la única que no podía ver a Áloe…
-Freesia.
-Eso. Áloe habla mucho de ti.
-¿Qué le pasa? ¿Lleva mucho tiempo viniendo? Yo…  A mí nadie me ha dicho nada… Bueno, Áloe tenía un secreto, dijo que me lo contaría… Pero luego se marchó y yo rompí el espejo y acabé aquí y la vi en una habitación… Parecía estar mal… ¿Es grave? ¿Por qué no quiere mi tía que yo lo sepa?
Freesia tomó aire y el doctor le hizo un gesto con las palmas abiertas para que se calmara.
-Eh, eso son muchas preguntas, y creo que no estoy autorizada para responderte a ninguna de ellas.
Freesia ya no empezaba a estar harta. Ya lo estaba desde que se había iniciado aquella conversación, y sentía que en cualquier momento explotaría.
-¡Es que no sé a cuento de que tanto secretismo! ¿Qué está pasando? ¡MI PRIMA SE ESTÁ MURIENDO Y YO VOY A SER LA ÚLTIMA EN ENTERARSE!
-Bueno, no hace falta ponerse así...-el doctor se frotó el puente de la nariz.-La verdad es que ahora que lo pienso… El objetivo era que no te enteraras… Pero ahora que lo sabes… Creo que tienes derecho a que te lo contemos. Sí, y además si dices que ella te lo quería contar. Voy… Voy a hablar con Iris.
-¡No!-dijo Freesia.-Ella no dejará que vea a Áloe.
-Freesia. La que no quería que lo supieras era tu prima. Y si ella ha decidido contártelo, tu tía también estará de acuerdo.

Áloe siempre le había sacado una cabeza a Freesia. Era muy alta. Pero así, en la camilla del hospital, conectada al respirador, parecía poco más que una muñequita, frágil y delicada.
-Aún está sedada.-le dijo Iris a Freesia.-Pero se despertará pronto.
Freesia asintió, con la mirada fija en el cuerpo inmóvil de su prima.
-Oye…Siento que hayas tenido que vivir así, sin saberlo. Me sentía mal cada vez que te mentía, pero… Era Áloe. Si ella quería que las cosas fueran así, no iba a negárselo. No me dijo nada de que hubiera decidido contártelo.
-No creo que le diera tiempo. Me lo dijo justo antes de venir aquí. No va a una academia, ¿verdad?
Iris negó con la cabeza.
-¿No me puedes contar nada?
Iris volvió a negar.
-No. El trato era que ella te lo diría todo.
Se quedaron momentáneamente en silencio, y Freesia tragó saliva antes de preguntar lo que llevaba un tiempo rondando en su cabeza.
-¿Se va…? ¿Se va a poner bien?
Iris se encogió de hombros. Freesia aspiró hondo e intentó tranquilizarse para no echarse a llorar en aquel mismo momento, vomitar lo poco que había comido o directamente gritar como una loca.
-Aún no es seguro. Yo… Ya no sé que más hacer.
La voz de su tía sonaba rota y desesperada. Freesia sintió que se le revolvía el estómago y tuvo que correr mucho para llegar al lavabo y echar todo por el retrete. Eran demasiadas emociones y sentimientos para un solo día, la cabeza le dolía y sentía que tenía sesenta años en vez de dieciséis. Cuando se levantó el cuerpo le pesaba horriblemente.
¿Cómo no se había dado cuenta? Probablemente Áloe llevara enferma años, y ella había estado ciega. Ahora todas aquellas veces en las que su prima estaba débil y cansada o se pasaba cuatro días en cama tomaban sentido.
Su prima se moría. Su tía no lo había negado. El doctor Lehner tampoco. Y Freesia no había sido capaz de darse cuenta.
Ya sólo quedaba esperar un milagro.

Áloe estaba ya despierta. Tenía muy mal aspecto. Aún así, le sonrió a Freesia cuando ésta entró en la habitación.
-Te has cortado el pelo.-le dijo.-Te queda muy mal. ¿Por qué lo has hecho?
Freesia no pudo evitar sonreír también.
-Ya te lo contaré.-luego volvió a ponerse seria.-Pero creo que tienes algo que decirme.
Áloe asintió.
-Te debo una explicación. Una larga.
Freesia se sentó en un lado de la camilla junto a su prima y le cogió la mano con cariño.
-Estoy enferma. Bueno, creo que eso ya lo sabías. Te preguntarás qué me pasa, aunque esto no importe demasiado. Digo que no importa, porque no lo sé.
-No… ¿no lo sabes?-dijo Freesia, sin ocultar el tono de sorpresa que adoptó su voz.
-No. Pero no lo sé yo, ni mi madre, ni los médicos. Es… Algo que me pasa desde pequeña. Y ha ido empeorando desde entonces. Antes no tenía que ir casi nunca al médico, ahora… Bueno, ya lo sabes. Todos los días voy a la “academia”. No es una enfermedad fija. Es como si tuviera muchas a la vez. Sé que es raro, no es fácil de explicar. Un día puedo estar en plena forma, pero de pronto me da un bajón y me encuentro fatal. Los médicos dicen que afecta a todo mi aparato digestivo y al corazón. Pero ahora creo que ha empezado con los pulmones, también. Es… Es como si todo mi cuerpo se fuera apagando paulatinamente antes de tiempo. No saben cómo empezó, como se va a desarrollar, ni cómo acabará. Tan sólo que lo hará pronto.
A Freesia se le paró momentáneamente el corazón al oír esto. Ya lo sabía, pero oírlo de boca de su prima era algo distinto.
-¿Cuánto…?
-¿Cuánto tiempo me queda? No lo sé. Poco. Sí, ya sé que eso no te dice mucho. Meses. Un año, como mucho.
Los ojos de Freesia se empezaron a llenar de lágrimas. No, no podía ser cierto. No a Áloe. Se sentía como si estuviera dentro de una pesadilla, algo que no era, no podía, ser real. Le hubiera gustado pellizcarse y volver a su casa, y que su prima estuviera bien, y que siempre lo estuviera. Un año…
Irremediablemente, las lágrimas brotaron de sus ojos hasta formar una catarata que se desbordaba por sus pómulos.
-¿Por qué…?-dijo, entre sollozos.- ¿Por qué? ¿Por qué me lo has estado ocultando tanto tiempo?
-Por esto. No sabes cómo es que todo el mundo en tu familia te trate como si fueras una niña pequeña, alguien intocable, la pobrecita enferma que se va a morir. No me llevo mal con Azucena porque me trate mal. Lo sabes, nos conoces a las dos. Es porque es demasiado buena, demasiado formal. Y así son todos mis hermanos. Nadie se mete conmigo, nadie se excede con sus comentarios, todos somos buenos con Áloe, que la pobre se va a morir. Es como si para ellos fuera una extraña. Son mis hermanos, pero nunca he tenido una relación estrecha con ellos. Porque tenían miedo de que mi pérdida les afectara… No los juzgues mal, me quieren. Llorarán cuando me vaya. Pero se les olvidará. Porque yo siempre he sido distinta. Adoptada, y encima, enferma.
Áloe hizo una pausa. Freesia seguía llorando. Definitivamente, todo aquello era demasiado para ella. No podía pensar con claridad. Pero su prima siguió hablando.
-Con la única que podía ser sincera era con mi madre. Y con mi padre, hasta que él murió. Ellos… Sabían que me iba a morir, pero aún así… Eran mis padres, lo tenían asumido. Pero nunca tuve una amiga de verdad. No iba al colegio. Mi madre nunca me llevó al colegio. No la culpo, pero a mí me hubiera gustado ir. Me sentía sola, Freesia, mortalmente sola. Y enferma. Pero luego… Luego me dijeron que tú vendrías. Y todo cambió. Tú no me conocías. No sabías lo que me pasaba… Y por eso acordé con todo el mundo que no diríamos nada. Así me tratarías como una chica normal, podría… Podría tener una amiga, al fin.
Freesia se había calmado un poco, pero las emociones en su interior bullían como una olla de agua hirviendo.
-Áloe… Yo… Hubiera sido tu amiga igual… Deberías de habérmelo contado…
-No. Freesia. Hubieras sido igual que todos. Me hubieses acabado dejando de lado, para irte con Azucena, con amigas que no fueran tan complicadas como yo, que no se fueran a morir en unos pocos meses. No lo niegues, porque no te creeré. Tú has sido mi única amiga, y eso… Ha sido lo más bonito que alguien ha hecho nunca por mí…
Áloe entonces comenzó a llorar, y Freesia se acercó para rodearle el cuello con los brazos ya abrazarla muy fuerte.
-Pensaba… Pensaba contártelo, cuando quedara poco tiempo. No digas nada, lo sé. Es lo más egoísta que has oído en tu vida. No puedo imaginarme como te sientes ahora. Supongo… Supongo que tú me quieres. Y enterarte así de que me voy a marchar en poco tiempo… Debe ser muy duro. Ahora mismo debes de estar muy enfadada conmigo.
-No… No podría…
De repente los ojos de Áloe se llenaron de rabia.
-¿Ves? Ya ha empezado. “No podría enfadarme contigo, Áloe, porque estás enferma y te vas a morir. Pobrecita de ti, ¿cómo me voy a enfadar?”
-Está bien. Áloe, estoy muy enfadada contigo. No te voy a hablar en una semana.
Su prima hizo un esfuerzo por sonreír.
-Esto es lo que más me fastidia de todo, por eso quería esperar para decírtelo. Ahora ya no podremos ser amigas como antes. Y es una pena, porque aunque me quede poco, quería seguir teniéndote a mi  lado, como antes.
La mente de Freesia se había despejado. Completamente. Había tomado una decisión. No valía la pena estar lamentándose.
-Y me vas a tener. Voy a hacer que todo lo que me has contado se borre de mi cabeza. Como si no hubiera pasado. Vamos a volver a casa. Y vas a venir a mi fiesta, quieras o no.
-Freesia…-dijo Áloe con una voz algo temblorosa.-¿Me harías un favor?
Freesia asintió.
-Supongo que me dejarán irme. No hay solución, ¿para qué seguir aquí? No quiero pasarme mis últimos días en una camilla de hospital. Es un cliché de película dramática, lo sé. Pero es algo que yo creo que todo el mundo en mi situación querría. Pero no es sólo eso. Es que… Yo nunca he salido del Jardín de Invierno. Y… Me gustaría ver otras cosas. Sé que lo que te voy a pedir es una locura pero… ¿vendrías conmigo?
Freesia se mordió el labio inferior con tanta fuerza que sangró. Estaba evitando a toda costa volver a llorar. Y esta vez, sin ninguna razón concreta, tan sólo todo el estrés que había ido acumulando, que quería salir al exterior y fluir para abandonarla. Esto era algo bueno, así que lloró. Lloró por Áloe. Lloró por ella. Lloró por su familia. Lloró porque se iba a ir. No sabía cómo, ni a dónde, pero lo haría. Y Áloe iría con ella.



                                            Tumblr_mdg4dnqbmp1qgf703o1_500_large