domingo, 25 de noviembre de 2012

Capítulo 10: Cuando brotó algo que parecía muerto.

DOS AÑOS DESPUÉS.

Aquel era el trigésimo noveno vestido que se probaba desde que había empezado la tarde.
-Azucena, este es horrible.
La chica arrugó la nariz y dio un paso atrás para contemplar de cuerpo entero la figura de Freesia, que dio una vuelta sobre sus zapatos de tacón.
-No. A mí me parece que es muy bonito. ¿A que sí, Pernetia?
-¿Eh?-la aludida asomó la cabeza entre las cortinas del probador para echarle un vistazo al vestido de la chica.-Parece… Parece un pastel gigante de limón.
Freesia se contempló en el espejo. Pernetia tenía razón. Aquel escote y el vuelo del vestido eran tan exagerados que parecía que iba disfrazada, y el color amarillo chillón aumentaba esa impresión aún más.
-No puedo ponerme esto, Azucena.-su prima bufó y, rendida, se aproximó para bajarle la cremallera de la espalda.
-Pues ya te puedes ir decidiendo, amor. Queda sólo una semana.
Freesia suspiró y contempló su cuerpo en ropa interior en el espejo. Había empezado a engordar un poco. Iba a cumplir dieciséis años y supuso que no crecería mucho más, por mucho que quisiera, y que de ahora en adelante iba a tener que mantenerse apartada de cierto tipo de comida si no quería parecerse a la chica que salía en aquel anuncio de las pastillas para adelgazar.
-A mí me parece que el vestido azul era bonito.-dijo Pernetia.
-¿Cuál? Porque me he probado como quince de color azul.
La chica se encogió de hombros. Se veía  a la legua que se aburría. Había ido con ellas al centro comercial básicamente obligada por su madre.
-Odio la ropa.-dijo.
-Ya, si no hace falta que lo jures.-le respondió Azucena, y Pernetia le sacó la lengua y su cabeza volvió a desaparecer detrás de las cortinas del cubículo.
-Sería un avance si dejara de vestirse como Cris.-le dijo Freesia a su prima mientras se abrochaba el pantalón.-Últimamente no hay quien los distinga.
Azucena asintió con la cabeza.
-Bueno… Nos queda sólo una tienda más.
-Habrá que confiar en el destino.

No encontraron nada, y era hora de volver.
-Ya veréis cuando le enseñe a Cris la foto del vestido verde.-dijo Pernetia entre risas, mientras Azucena conducía de camino a casa en su reluciente coche nuevo.
-¡No, por favor!-exclamó Freesia, volviéndose hacia los asientos traseros en los que se encontraba su prima.-Bórrala.
Pernetia negó con  la cabeza.
-¡Oh, vamos, no estabas tan mal!-dijo Azucena, con la vista puesta en la carretera.
-¡Parecía una ensalada! ¡No me faltaba ni un ingrediente!
-El cangrejo.-dijo Pernetia.
-¿Quién le pone cangrejo a la ensalada?-preguntó Freesia, irónicamente.
-La gente que cocina ensalada de cangrejo.
-Pero eso dejaría de ser una ensalada. Al menos, de las normales. De las de lechuga.
-¿La ensalada de cangrejo es una ensalada anormal? ¿Y quién dice que no puedes ponerle lechuga?
La conversación derivó a diversos temas hasta llegar a la casa, y cuando Freesia se bajó, Pernetia argumentaba que la montaña no era un buen lugar para pasar la noche a cielo abierto.

Se encontraron a Iris pegada a la pantalla de la televisión, con los ojos fijos en un presentador de traje gris.
-Hola mamá.-dijo Azucena al entrar.-¿Pasa algo?
La tía de Freesia se llevó un dedo a los labios y les hizo una señal para que se acercaran. Las tres chicas, con curiosidad, se situaron detrás del sofá.
-“…los sucesos. Ocurrió la pasada noche, frente al Edificio de Gobierno Central. Al parecer, alrededor de las diez, un individuo encapuchado intentó colarse en el edificio durante la reunión de los Cuatro Ministros. Llevaba un arma de fuego, y cuando el personal de seguridad lo interceptó, apenas unos metros después de conseguir entrar por una de las ventanas traseras, se negó a soltar el arma y disparó a uno de los policías, que, por suerte, se encuentra fuera de peligro en un hospital de la zona. El sujeto fue abatido inmediatamente después. No llevaba documento de identidad y el cuerpo no ha sido identificado. Las causas por las que podría haber intentado poner en peligro la vida de alguno de los Ministros aún está por averiguar, pero, debido a las circunstancias en las que dicho ataque se produjo, la Policía supone que puede tratarse de un individuo con problemas de salud psíquica. Otro factor a tener en cuenta es el arma. Como todos ustedes saben, la propiedad de cualquier arma de fuego está terminantemente prohibida dentro de los Jardines, y sólo alguien con una posición…”
Iris apagó el televisor.
Freesia, Pernetia y Azucena se miraron entre ellas, nerviosas. La mujer miraba al frente muy seria, y fruncía el ceño, con la vista clavada en la pantalla ya sin vida.
-Mamá…-empezó Pernetia.-¿Qué pasa?
Pero Iris no respondió.
-Tía, no es para tanto.-dijo Freesia, acercándose a la mujer.-Tan sólo un loco.
Pero siguió sin decir nada. Algo parecía perturbarla, algo que Freesia no llegaba a entender.

-Pero tienes que venir.-Áloe y Freesia estaban tumbadas sobre la cama de la primera, mirando al techo. Era pasada medianoche.
-No puedo, Freesia. Habrá demasiada gente.
En una semana, Freesia cumpliría dieciséis años, y habían organizado una fiesta por todo lo alto en su casa. Azucena había insistido, y a ella no le desagradaban las fiestas. Pero a Áloe sí.
-¿Y a dónde vas a ir? Va a ser en casa.-Freesia miró a su prima.
Habían pasado dos años. Dos años ya, desde que había llegado a aquel lugar. Entonces era apenas una niña asustada. Había superado ya aquella fase, pero aún a veces se sentía una extraña y echaba de menos todo y a todos. Las bengalas se habían apagado hacía ya tiempo. Pero Áloe, a pesar de todo, se había convertido en su mejor amiga. Era callada y seria, era difícil en todos los sentidos. Pero Freesia no se había olvidado de aquella conversación mantenida hacía ya veinticuatro meses. Y Áloe aún no le había contado nada. Así que seguían siendo amigas. Y, Azucena, era para ella la hermana mayor que nunca había tenido. Sin embargo, no había conseguido que sus dos primas terminaran de llevarse bien. Freesia había comprobado que Azucena trataba siempre bien y cordialmente a su hermana, y, por alguna razón, nunca replicaba cuando ésta le decía algo maleducado o la insultaba. Esto era lo que más crispaba a Áloe. Freesia no hacía preguntas. Su prima necesitaba tiempo.
Pero… ¿cuánto más?
-Pues… A un hotel.
Freesia se echó a reír, pero Áloe permaneció seria.
-No es una broma. Lo haré si pretendes meter a doscientas personas en mi casa.
-No vendrán doscientas. Tan sólo setenta y tres.
Áloe se incorporó, y miró a Freesia, amenazante.
-Me quedaré en mi cuarto.
-¿Toda la noche?
-Toda la noche.

Freesia se levantó de la cama literalmente de un salto. Estaba cubierta de sudor y respiraba con dificultad.
No. No podía ser.
Era incapaz de dejar de temblar. Se liberó de las tupidas mantas con las que se cubría y se puso en pie. Intentó relajar su mente, sin éxito. La misma imagen, una y otra vez, cobraba forma en su cabeza, exactamente igual que en el sueño.
Aquello no tenía por qué significar nada. Pero para ella lo significaba todo. Habían  pasado dos años, dos años ya. Y en ningún momento se había acordado de aquello. Pero en ese preciso instante lo hacía. Sus sueños habían despertado aquel recuerdo dormido muy al fondo de su cabeza.
Se mordió el puño para no gritar. Sin saber por qué, aquella pesadilla había traído consigo un dolor intenso de estómago, y tuvo que correr mucho para llegar al retrete y devolver los restos de la cena.
Freesia se quedó sentada en el suelo frío del cuarto de baño, con la cabeza gacha y encogida en posición fetal.
Tenía que olvidarlo. No el recuerdo en sí, sino la pesadilla. Pero era demasiado vívida como para simplemente dejar de pensar en ella.
No supo cuánto tiempo estuvo así, tirada en el suelo, sin mover un dedo, pero cuando por fin el sueño venció las pocas resistencias que le quedaban, unos ojos pálidos brillaron en su mente, justo antes de que la oscuridad lo engullera todo.

-Tienes un aspecto horrible.-le dijo Crisantemo a Freesia, cuando se encontraron en la cocina al día siguiente, por la mañana.-¿No has dormido bien?
Freesia negó con la cabeza.
-No, creo que le voy a decir al ama Alhelí que me quedo en casa esta mañana.
-¿Qué te pasa?
-No me encuentro bien.-Crisantemo asintió, y salió de la habitación seguido de Extraño. Al final el gato había resultado ser más de los mellizos que suyo propio.

Freesia subió las escaleras en dirección a su cuarto.  El ama Alhelí había insistido en llamar al doctor, pero ella se había negado, alegando que no era tan grave como para molestarse, que ya se le pasaría en unas horas.
Pero Freesia sabía bien que aquello no ocurriría. No había conseguido olvidarlo, la pesadilla seguía tan latente en su cabeza como la noche anterior.
Cuando llegó a su habitación, se envolvió en mantas hecha un ovillo y cerró los ojos, más por intentar relajarse que por tener la necesidad de dormir. No quería dormir. No sabía lo que pasaría si aquel sueño volviera a repetirse.
Unos quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Áloe entró, pero Freesia no se movió ni un ápice, sintiéndose sin fuerzas para hacerlo.
Era débil, una niña débil. ¿Si una pesadilla la dejaba así, cómo le afectaría algo más grave? Pero en su interior sabía que no había sido sólo una simple pesadilla.
-¿Freesia, te encuentras bien?-le preguntó su prima, que se sentó en el borde de la cama.
Ella no respondió. No quería preocupar a Áloe, pero tampoco sería creíble si dijera que se encontraba como una rosa.
-Alhelí me ha dicho que estabas enferma. Los demás se han ido ya a la escuela. Yo… Me iré en hora y media. ¿Quieres algo?
-No.-musitó Freesia con voz apagada. Oyó como su prima se dirigía a la puerta y sus pasos se extinguían hasta que la habitación volvió a quedarse en silencio.
Áloe no iba a clase, pero dos horas al día, por la mañana, iba a una especie de academia en el centro, según Iris le había contado.
Freesia no entendía el motivo, pero supuso que sería algo relacionado con el halo de misterio que envolvía a Áloe. Ella misma se lo contaría, no corría prisa.
Entonces sintió un deseo incontrolable de contarle a alguien la pesadilla. Es como si llevara dentro un bulto muy pesado que, ella sola con su cuerpo diminuto, no podría sostener.  Pero si alguien la ayudara y compartiera el peso, se le haría más llevadero.
Así que, cuando Áloe entró de nuevo a su cuarto un cuarto de hora después para saber cómo se encontraba, la hizo quedarse.
Se incorporó como pudo en la cama, y su prima se sentó a su lado.
-¿Qué pasa?-le preguntó, visiblemente preocupada.
-Necesito contarte una cosa. Quizá… Te parezca una tontería pero… Esta noche tuve una pesadilla. Es… Por eso por lo que estoy así.
-¿Una pesadilla te ha dejado en este estado? Pues ha tenido que ser terrorífica.
Freesia negó con la cabeza.
-No sé. Me trajo recuerdos de hace dos años. De antes de venir aquí. Más concretamente, del viaje hacia aquí.
Áloe abrió ligeramente la boca en signo de sorpresa.
-De… ¿del tren?
-No. Bueno sí. A ver, el caso es que, en el tren conocí a alguien.
-¿A quién? ¿Qué paso?-Áloe se había inclinado hacia delante como si pretendiera escucharla mejor desde aquella posición.
-Se llamaba Zache.

Áloe se había quedado literalmente de piedra. Ya lo había contado, todo. Pero, por alguna razón, había omitido el detalle del beso, aún no se sentía preparada para contarle eso a nadie, ni siquiera a su mejor amiga.
-Y dices… ¿dices que era un mago?
-Si se le puede llamar así.
-Pero… Pero lo del tren…
-Ya, es muy raro, ¿verdad? Lo más extraño de todo es que, hasta esta noche, no me había acordado de él. Ni de él, ni de nada. Como si el recuerdo se hubiera borrado de mi cabeza.
Áloe asintió, muy lentamente.
-Pero aún no me has contado lo de tu pesadilla.
Freesia tomó aire. Aquello sería lo más difícil.
-Verás… Me veía a mí misma, sentada en el salón de  mi casa. Pero de mi antigua casa, en el Jardín de Verano. Al principio todo parecía perfectamente normal. Entonces sentí algo, una presencia en la habitación. Pero, al parecer, mi otro yo, la Freesia sentada en el sillón, no lo percibía. Y empecé a sentir una angustia muy grande. Aquello que yo sentía junto a nosotras era malvado. No me preguntes cómo lo sabía, pero lo era. Y la Freesia del sillón no se daba cuenta. En cualquier momento algo le pasaría si no la avisaba. Lo malo era que yo, como observadora externa, no podía hacer nada, si no mirar. Era verdaderamente horrible.
Freesia hizo una pausa y Áloe le hizo un gesto para que continuara.
-Pues bien. De pronto, toda la habitación empezó a oscurecerse, así, porque sí. Pero mi otro yo no se percataba de nada. Y lo peor vino después, cuando, de las sombras salió una figura.
-¿Era…?-preguntó Áloe.-¿Era Zache?
Freesia negó con la cabeza.
-No. Era una chica. No la había visto antes en mi vida. Bueno, la verdad es que no lo puedo asegurar, porque no le vi la cara. Tenía el pelo negro. Y llevaba un vestido rojo, y largo. Y no sé, puede que parece algo estúpido, pero por alguna razón, aquella chica me aterraba. Y me iba a hacer algo malo. Se iba acercando al sofá por detrás, y como mi otro yo estaba de espaldas, no la veía. Y ahí es cuando entró Zache.-Freesia tomó aire y continuó.-No sé, estaba cambiado. Diferente a como creía recordarlo. Serán cosas del mundo de los sueños, no sé. El caso es que parecía más amenazante, era más alto y la sombra que proyectaba su figura era colosal. No entró por ninguna puerta, ni ventana, ni nada. Simplemente, de repente, estaba ahí. Luego la escena cambió completamente. Ahora estaba en un tren. Y esta vez era yo, no ningún observador ajeno a la escena. A mi lado estaban Zache y la chica, y cada uno me agarraba de un brazo. Los dos estaban helados, como si me sostuvieran carámbanos de hielo, y no personas. Hablaban de algo, más bien, gritaban.
-¿Qué decían?-quiso saber Áloe.
-No lo sé. No era capaz de entenderlo. Lo importante era es que me conducían a rastras por los corredores del tren, que eran infinitos. Me llevaban a algún sitio. Yo no sabía a dónde. Sólo sabía que no quería ir. Y comencé a gritar, pero no salían palabras de mi boca. Y pataleé y lancé puñetazos, pero mis músculos se quedaron quietos. No podía hacer nada. Estaba presa en mi propio cuerpo. Y llegamos al agujero.
-¿Al agujero?
Freesia asintió.
-Sí, no sé de qué otra manera describirlo. Era como, no sé, una masa de algo negro. Pero tenía profundidad. Era muy extraño. Y ella y Zache querían empujarme. Yo no quería, pero no podía moverme, así que no tenía opción. Y entonces la chica habló, y esta vez la entendí.
-¿Y qué…?-preguntó Áloe.-¿Qué te dijo?
-Freesia, recuerda.-la chica hizo una pausa muy larga, como intentando asimilar lo que ella misma acababa de contar.-Luego, me empujó y caí al vacío. Entonces me desperté.
Después de lo relatado por Freesia, las dos se quedaron en silencio un buen rato, hasta que Áloe habló.
-¿Qué quería que recordaras?
Freesia se encogió de hombros.
-No lo sé. Quizá, sólo sea un sueño estúpido, pero, no sé, era demasiado vívido. Y luego me sentía tan mal...
Áloe suspiró, y puso una mano en el hombro de Freesia.
-No tengo ni idea de lo que todo esto puede significar, pero sólo puedo decirte una cosa. Gracias.
Freesia miró a su prima con cierto asombro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Por contármelo. Por confiar en mí. Ya sabes, no es la clase de cosas que uno va contando por ahí. Es algo, no sé, muy personal. Gracias.
Freesia no supo que contestar. Si lo pensaba un poco, tal vez fuera verdad. Si aquello le hubiera pasado en el Jardín de Verano, dudaba si se lo hubiera contado siquiera al ama.
Quizá a su madre…
-Yo…-dijo Áloe.-También te tengo que contar algo, ¿recuerdas?
Freesia negó con la cabeza. ¿Cómo para olvidarlo?
Sin poder evitarlo, se le escapó una pequeña sonrisa.
-Pues claro que no, Áloe.
-Te lo voy a contar. Esta tarde, cuando vuelva de la academia.
-¿Por qué no me lo cuentas ahora?
Áloe se encogió de hombros, y, muy extraño en ella, esbozó una  pequeña sonrisa.
-Por mantener un poco el misterio. Si no, ¿qué gracia tiene?
Freesia rio y asintió con la cabeza.
-Está bien.
Áloe abrazó a Freesia y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
-Nos vemos luego, ¿vale?
Freesia asintió y contempló como su prima abandonaba la habitación dejándola de nuevo sola con sus pensamientos. Volvió a tumbarse y cerró los ojos. Sincerarse con Áloe había sido, definitivamente, una buena idea. Sin embargo, seguía dándole vueltas, irremediablemente, al asunto del sueño y de lo que podía significar, sin llegar a ninguna conclusión coherente.
Aproximadamente media hora después, sonó el teléfono de su habitación. Soltó un gruñido y se levantó de la cama para cogerlo. Tan sólo era Camelia, una amiga de clase, para preguntar por su estado. Freesia agradeció su llamada, se sintió reconfortada al saber que alguien se preocupaba por ella.
Hacía un mes que no recibía ninguna carta del Jardín de Verano. Era normal, habían pasado dos años y la relación con sus amigos de allí estaba menguando poco a poco, cosa que le entristecía. Lo último que había sabido de ellos era que Clavel y Jazmín llevaban ya tres meses juntos, Agérato había repetido curso y Begonia estaba haciendo unas prácticas como comerciante después de la escuela.
Freesia suspiró. Tenía casi dieciséis años, era hora de que eligiera su futuro. Cuando el curso acabara, acabaría también la Enseñanza Media, y tendría que elegir uno de los centros de Enseñanza Avanzada de entre los muchos que había. Cada uno se especializaba en una profesión. Un mes antes del final del curso, les harían un test para darles unos resultados que les ayudarían en su elección. Básicamente, según las aptitudes de cada uno, podrían elegir entre diez cursos determinados. Freesia había aspirado a unos buenos resultados en el test y a poder estudiar para convertirse en doctora. Pero últimamente sus sueños habían crecido, desde una pequeña semilla hasta convertirse en un árbol enorme cargado con cientos de ramas y miles de hojas, que la envolvían y la atrapaban. Sus sueños le daban miedo.
Quería salir.
Lo tenía claro. Pero no salir a otro Jardín, ni a la Granja o el Embarcadero, como harían los comerciantes.
No. Más allá, ver el mundo exterior, si existía algo más que los Jardines en los que había vivido durante toda su vida. Este sentimiento de libertad había aparecido hacía apenas unos meses, y, al intentar extinguirlo, sólo había conseguido acrecentarlo aún más.
No se lo había contado a nadie. ¿Qué pensarían de ella? A todo el mundo le daba igual lo que pudiera haber o dejar de haber más allá de los altos muros de los Cinco Jardines. Allí vivían bien, tenían lo que necesitaban y nadie les molestaba.
Pero sus padres habían salido. A la guerra. Hacía tiempo que no reclutaban a nadie, pero tampoco nadie había vuelto. ¿Qué estaba ocurriendo? Ese sentimiento de ignorancia era lo que más repugnaba a Freesia.
Quería salir para ver. Pero también para saber, para descubrir. Quería saber dónde estaban sus padres. Quería…
Pero la ignorancia muchas veces se veía sustituida por la impotencia. Quería, pero, de ninguna manera, podía. ¿Cómo iba a salir? Estaba prohibido. Y, aunque decidiera infringir la ley, la seguridad era demasiado grande, demasiado… Segura. Freesia no sabía de nadie que hubiera intentado salir antes, pero seguramente no lo hubiera conseguido. Y, si a pesar de todo, por las circunstancias que fuera, conseguía salir, ¿a dónde iría? No conocía a nadie de fuera, ni siquiera sabía lo que podría ser ese “fuera”. Estaría sola y perdida…
Pero estaría fuera, habría salido. Sería libre.
Freesia se estremeció cuando todos estos pensamientos acudieron a su cabeza. Era una locura, cuanto antes dejara de pensar en ello, mejor. Tenía que distraerse con algo. Se levantó de la cama y se sentó frente al tocador para mirarse en el espejo.

¿Por qué narices lo había hecho? Sus mechones negros muertos se desperdigaban ahora por el suelo. Se miró al espejo. Su pelo era ahora muy corto y crespo. Sin razón alguna, se echó a llorar.
Porque su aspecto le recordó demasiado al Jardín de Verano. Demasiado a su madre. Ahora podría pasar perfectamente por una versión joven de ella.
Pero no lo era. Era Freesia Dubois. Y su madre ya no estaba. Se había ido, y ella había dejado que se la llevaran. Había sufrido tanto sin sus padres, que quería estrangular a la persona que había mandador reclutarlos, hacer que sufriera tanto como ella lo había hecho. Encontraría a esa persona. Lo haría. Y también encontraría a sus padres.
Un poder interno, que le transmitía seguridad, fue creciendo en su interior, haciéndola sentirse fuerte. Apretó los puños.
Los encontraría. Y si estaban muertos… Entonces sería ella quien acabaría con los responsables. Lo haría… Costara lo que costara.
Y esta seguridad la hacía sentirse viva, mucho más que nunca. Y algo surgió en su interior. Se miró por última vez al espejo, que estalló en miles de pedazos.

Alhelí respiraba con dificultad dentro del pequeño espacio que era la ambulancia.
-Tranquila, estoy bien.-le dijo Freesia.
-No, no lo estás. Te has cortado.
Freesia se miró y vio que era verdad, sangraba mucho. Pero no le importaba. Ni siquiera dolía. Porque había encontrado lo que hacer. Su destino. Iba a salir.
Sin embargo, no podía parar de pensar en lo del espejo. ¿Lo había roto ella? Aparentemente, el espejo se había roto solo. Pero una voz interior le susurraba que ella había tenido algo que ver.
Cuando llegaron al hospital, se dejó tumbar en una camilla, que unos enfermeros deslizaron por los pasillos hasta una habitación donde supuso que algún doctor le cosería las heridas. Pero, en su pequeño trayecto hospitalario, vio algo que la dejó helada.
Fue algo fugaz, pues la habitación pasó ante sus ojos con una velocidad pasmosa. Pero dentro, por la ventana de la puerta, había visto algo. Era una paciente, estaba profundamente sedada y  mucha gente se arremolinaba a su alrededor. Al parecer, estaba causando un gran revuelo.
Y la paciente era, sin la menor duda, Áloe.
Freesia se desmayó.




sábado, 17 de noviembre de 2012

Capítulo 9: Algunas flores tienen espinas


Azucena tampoco bajó a desayunar. El amanecer había llegado con otra tormenta, y la nieve llevaba cayendo desde primera hora de la mañana. Después de una discusión con su madre la noche anterior, su prima había conseguido que la dejara quedarse en su habitación hasta el día siguiente. Habían cenado en un restaurante de la zona, y luego se habían ido pronto a la cama. La habitación de Freesia estaba junto a la de Áloe, era un cuarto enorme en la segunda planta, tenía un ventanal que daba al jardín trasero, una cama con dosel, un tocador con un espejo redondo decorado con cientos de flores; estanterías llenas de libros, y un armario en el que aún no había puesto la ropa. Para cualquier chica de su edad, sería la habitación de sus sueños, pero para ella aquel cuarto estaba vacío y frío, y aquella noche, antes de irse a dormir, había encendido otra bengala, deseando estar en su habitación en el Jardín de Verano.
-Esta tarde podemos salir a enseñarte Norte. Podemos ir también a comprar ropa.-Áloe y ella estaban sentadas en la mesa de la cocina, acabando sus respectivos desayunos. Los mellizos y Narciso habían comido muy rápido, para posteriormente salir corriendo a hacer cualquier cosa. Pernetia llevaba con Extraño desde por la noche, y a Freesia le reconfortaba saber que al menos había traído algo de alegría a aquella familia.  
-Sí.-la verdad es que no tenía muchas ganas de salir de la calidez de la casa. Fuera debía de hacer un frío terrible, y ella prefería prepararse mentalmente para ello. Al fin y al cabo, nunca en su vida había llevado encima algo más que una chaqueta, y el cambio tan drástico de clima estaba empezando a hacer que le doliera la cabeza.
-Pernetia vendrá con nosotras.-Áloe se llevó la taza a los labios y le pegó un sorbo pequeño.
Había dos cosas de las que Freesia se había dado cuenta sobre su prima. La primera era que no comía casi nada. La noche anterior apenas había probado una hoja de lechuga de su ensalada y una cucharada de la sopa.  Con razón estaba tan delgada.
La segunda era que aquella personalidad vivaracha y alegre que mostraba el día que la conoció había desaparecido completamente. Es como si alguien, una persona totalmente diferente, hubiese ocupado el cuerpo de su prima, y ahora ella se había convertido una chica callada, reservada, que se había pasado todo el tiempo que Freesia la había visto seria, y con la mirada perdida en alguna parte.
La pasada noche, después de volver al restaurante, fue Áloe la que acompañó a Freesia a su habitación. Ahí fue donde aprovechó para preguntárselo.
-Oye Áloe… ¿Te pasa algo?
Su prima la había mirado con aquellos gélidos ojos azules, y había hecho que Freesia se estremeciera y se arrepintiera de haberle hecho la pregunta.
-No. No sé por qué lo dices-su prima había empezado entonces a colocar no se qué en el armario, como queriendo evitar mirar a Freesia.
No había vuelta atrás, así que la chica siguió adelante.
-Me refiero a que… No sé, estás muy seria. ¿Ha pasado algo?
Su prima se había encogido de hombros.
-Puede. ¿Qué si sí?
Tampoco había sido demasiado educada.
-Nada, déjalo.
Áloe había sonreído, le había dado las buenas noches y se había ido a su habitación. Y ahí había quedado la cosa. Parecía que, cuanto más preguntara, más se enfadaría su prima, así que decidió dejarlo estar, a ver cómo evolucionaban las cosas.
Pero aquella mañana no habían cambiado ni un ápice. Durante el desayuno, Freesia había hablado sólo con los mellizos, sobre todo de Extraño, y después de que éstos se hubieran ido, un silencio incómodo se había hecho su lugar en la habitación. Freesia estuvo enormemente aliviada cuando Alhelí, al parecer bastante agobiada, entró en la cocina.
-Juro que algún  día este niño va a hacer que me de un infarto.-llevaba en brazos los restos de lo que parecía ser algún juguete hecho pedazos. Los depósito sobre la encimera y se llevó las manos a la cabeza.
Freesia apuró lo que quedaba en su vaso y se dirigió a donde estaba el ama. Le resultaba extraño pensar en aquella chica, tan joven e inexperta, como en un ama.
-¿Qué ha pasado?-le preguntó,  mientras depositaba la taza en el fregadero.
-Madre mía, este niño. Estaba jugando a no sé qué de coches, y se las ha arreglado para tirar su estantería de juguetes. Se ha roto su preciada avioneta.
Freesia miró las piezas rotas. Vaya, así que aquello era una avioneta. Miró a Áloe, pero ella estaba contemplando el jardín por la ventana, ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, como si le diera igual. Freesia suspiró.
-Y ahora dice que tenemos que arreglarla. ¡Ay, madre, si yo no sé nada de arreglar nada!-Alhelí empezó a hacer girar una de las piezas entre sus dedos, como si intentara adivinar de qué se trataba tan sólo con tocarla.
-Debería arreglarla él.-dijo Freesia.
-Ay, pero es que es tan pequeño… Sólo conseguirá estropearlo más.
Freesia puso los ojos en blanco.
-¿Quieres que te ayude?
-No, no, no hace falta.
-¿Seguro?
El ama asintió con la cabeza, así que Freesia se encogió de hombros y se dispuso a salir de la cocina. Le echó una rápida mirada a Áloe, pero la chica seguía con la vista fija en la ventana, como en un trance. Su taza seguía llena y sobre su plato aún reposaban las dos galletas que su madre le había obligado a comer. Freesia se dio cuenta de que Alhelí también observaba a su prima, con una mezcla de preocupación e impotencia. Sus miradas se cruzaron, y el ama asintió con la cabeza, como queriendo decir que podía irse. Probablemente, Áloe no se movería de ahí en bastante rato.
Subió las escaleras en dirección a su cuarto, pero antes de llegar se paró ante la habitación de Narciso, que tenía la puerta entreabierta. En medio de la estancia estaba el niño, rodeado de juguetes esparcidos, y pareciendo aguantarse las ganas de llorar.  De espaldas a Freesia estaba una chica, pero sólo podía verle la brillante melena oscura. Parecía abrazar a Narciso.
-Venga, Nar, no pasa nada, ya verás como el ama Alhelí lo arregla.- la voz de la chica era suave, dulce y tranquilizadora.
Pero Narciso hizo una mueca y arrugó la nariz. Una lágrima rodó por su pómulo derecho.
-No lo creo. Seguro que no. ¡Era la avioneta de papá! ¡Me dijo que la cuidara bien! ¡Y yo la he roto!
En ese momento el niño estalló en llanto. La chica lo abrazó con fuerza y Narciso le devolvió el abrazo, pero no paró de llorar.
-Ve con el ama, Nar. Seguro que entre los dos podéis arreglarlo. Ah, y si necesitáis ayuda, me llamáis, ¿vale?
El niño parecía haberse calmado un poco, pero las lágrimas seguían surcando sus mejillas. Asintió y volvió a abrazar a la chica.
-Gracias, Azucena. Voy a bajar ahora mismo a ayudar a arreglarla.
-Claro que sí, papá estaría orgulloso de ti.
Freesia se apartó entonces de donde estaba, y a paso ligero, subió las escaleras a su habitación, justo antes de que su primo pequeño saliera por la puerta. No le apetecía que la pillaran espiando. Cuando cerró la puerta de su cuarto tras de sí, soltó un hondo suspiro.
Aquella chica que estaba abrazando a Narciso era Azucena. Según Áloe, era desagradable, y a Pernetia le daba miedo. Pero parecía portarse muy bien con su hermanito, tal y como una hermana mayor responsable debería hacer. Ella había imaginado a su prima mayor mandona, repelente y maleducada, y quizá hubiera juzgado sin saber, pero… Bueno, al fin y al cabo Áloe tampoco era lo que había parecido en un primer momento.
Se sentó en la cama y cerró los ojos. Luego se dirigió al tocador y observó su reflejo en el gran espejo. Los efectos de todo lo ocurrido los últimos días habían hecho estragos en su aspecto. Tenía unas ojeras fantasmales y bolsas bajo los ojos, y el pelo lo llevaba todo enmarañado entorno a la cara. Parecía tener diez años más de los que tenía. Además, el pijama que llevaba puesto, que le quedaba grande y le hacía parecer gorda, no ayudaba demasiado a mejorar su aspecto.
Tenía un cuarto de baño para ella sola que comunicaba únicamente con su cuarto, así que se dispuso a darse un baño caliente y a intentar hacer algo con su cuerpo.
Pero justo en ese momento alguien llamó a la puerta. No sabía quién podría ser; su tía estaba fuera haciendo unos recados, Áloe seguía abajo junto a Alhelí y Narciso, y los mellizos sólo habían entrado a su habitación una vez, para llevarse a Extraño con ellos. Podía ser que volviesen para devolverle a su gato.
Pero cuál fue su sorpresa cuando, al abrir la puerta, se encontró a una chica ante ella, que le sonreía abiertamente, enseñando sus blancos y brillantes dientes.
No sería tan guapa como Áloe, pero su aspecto era mucho más cuidado que el de su prima. Tenía la piel oscura, como Narciso, y su cara era redonda, como la de su tía Iris. Pero tenía los labios carnosos, pintados de un rosa chillón. A decir verdad, iba bastante maquillada, pero le quedaba bien. Además tenía mucho gusto para vestir. Se veía a la legua que era una niña rica, con aquella ropa seguramente sacada de alguna tienda de lujo. Miraba a Freesia desde arriba, pues era muy alta, y aumentaba su altura un palmo con unos tacones altos, (posiblemente más caros que el armario entero de Freesia). Por su melena negra ondulada, sedosa y perfectamente peinada, supo que era la chica que antes estaba con Narciso. Azucena. ¿Qué hacía ella ahí?
-Hola.-dijo Freesia.
-¡Hola!-saludó su prima, muy efusivamente, y le dio un abrazo cálido. Freesia se lo devolvió por pura cortesía, pero desconfiando bastante de aquella chica. Vamos a ver, ¿el día anterior se había negado a bajar, y ahora estaba ahí, abrazándola como si su llegada fuese lo mejor que le había pasado en la vida? Nada cuadraba.
Cuando se separaron, Azucena bajó la cabeza, avergonzada.
-Bueno, ya sabrás que soy Azucena. Lo siento muchísimo por no haber bajado a saludarte ayer.
“Ni por venir a cenar con nosotros, ni presentarte a desayunar... Ni que yo tuviera la peste.”, pensó Freesia, pero en vez de eso le sonrió a su prima.
-Es que me había pasado una cosa…-negó con la cabeza y se mordió el labio inferior con fuerza.-No es por ti, yo tenía muchas ganas de que vinieses, es que… Lo siento, ahora no puedo contarte lo que me ocurrió, no soy capaz de hablar de ello, y sé que esto te va a sonar falso, pero es la verdad…
Freesia sintió lástima por su prima. No parecía estar mintiendo, es más, parecía estar siendo totalmente sincera con ella, y algo le ocurría de verdad, por la manera en la que apartaba la vista y sus ojos se volvían llorosos.
-No pasa nada.-le dijo, y sintiéndolo de verdad.
Azucena alzó la vista y la miró a los ojos, y un brillo de esperanza apareció en los ojos de su prima.
-¿De verdad? ¿No estás enfadada?
Freesia negó con la cabeza, y Azucena volvió a abrazarla con más fuerza aún.
-¡Gracias! Yo… Podemos pasar el día juntas, si quieres. Mamá me dijo que te acompañáramos a comprarte ropa… Puedo ir contigo, si quieres.
-Oh, tengo suficiente ropa.-dijo, mirando a sus maletas, pero pensando en Áloe. Seguro que no le haría mucha gracia que saliera con Azucena y no con ella.
-No lo creo. Bueno, da igual. Podemos salir por ahí a enseñarte la ciudad. ¿Qué te parece? Así  compensamos que ayer me comportara como una imbécil.
La chispa en los ojos de su prima hizo que a Freesia se le ablandara el corazón y asintiera.
-Vale, me parece bien.
Azucena dio un saltito sobre sus zapatos altos, dio un traspiés y a punto estuvo de caerse, pero Freesia la sujetó por el hombro y ella mantuvo el equilibrio. Se miraron, y luego las dos se echaron a reír sin motivo.

Después de comer Azucena le dijo al ama Alhelí que saldrían por ahí hasta que anocheciera, y ella simplemente hizo un gesto de acuerdo con la cabeza, pues seguía, junto a Narciso, volcada en el puzle que era la avioneta rota. Llevaban desde antes del mediodía con ella, y de momento sólo habían logrado reconstruir parte de un ala, y Narciso había estado gritando un buen rato porque creía haber perdido una parte, que al final resultó estar debajo de la alfombra.
Freesia se miró en el espejo del recibidor y comprobó el gran trabajo que había hecho Azucena con el estado de su cara. Nunca había llevado maquillaje, pero se dio cuenta de que un poco no le venía mal, y ayudaba a tapar las ojeras tan horribles que tenía. Su pelo ahora caía suave sobre sus hombros, después del trabajo titánico que habían tenido que hacer para desenredarlo, aún con todos los potingues con olor a frutas que le había prestado su prima.
Pernetia y Crisantemo se quedarían en casa a terminar un trabajo de Historia de los Jardines que tenían que terminar antes de que empezaran las clases, en dos días. ´
-Ni lo han empezado. Al final, tendré que hacérselo yo.-le había comentado Azucena a Freesia en la comida, después de que Crisantemo anunciase que se pasarían la tarde en casa.
Áloe se había mostrado impasible cuando Azucena dijo que ella y Freesia irían juntas al centro por la tarde. No había despegado la vista del plato de pasta, y luego había subido a su habitación sin decir nada, y no se le había vuelto a ver el pelo desde entonces.
Freesia no podía evitar sentirse culpable. Pero Áloe había cambiado tanto que… Parecía en ese momento una persona inaccesible. Era mucho más sencillo estar con Azucena, que hablaba sin parar, tenía buen sentido del humor y trataba a Freesia como si la conociera de toda la vida.
Antes de abandonar la casa se dijo que hablaría con Áloe esa misma noche, no quería que se enfadara con ella. 
-¿A dónde quieres ir?-le preguntó Azucena a Freesia cuando estuvieron en el jardín.
Había parado de nevar, pero la tormenta que había caído sobre la ciudad había sido tan fuerte que la nieve ahora tenía varios centímetros de espesor, y se acumulaba en todas las plantas y árboles.
-No lo sé, donde tú quieras.
Azucena soltó una carcajada.
-Es verdad, si tú no conoces esto.-salieron a la calle, y echaron a andar hacia la derecha. Freesia simplemente siguió a su prima, sin saber a dónde se dirigían, y sin tener mucha prisa por averiguarlo. Freesia soltó una bocanada de aire y se quedó contemplando el vaho que se formaba ante sus ojos.
-¿Hace frío, eh?
Freesia asintió con la cabeza, hacía más frío que el que ella habías esperado, pero tampoco se quejó. Estaba en el Jardín de Invierno, ¿qué si no?
Mientras caminaban a lo largo de una avenida muy parecida a un par que ya habían atravesado, Azucena habló.
-¿Tienes nervios por empezar las clases?
Freesia había intentado apartar eso de su mente desde que se enteró de que se mudaría con su tía. Antes había pensado que el encuentro con la familia, y toda la novedad que supondría dejarlo todo y vivir en un sitio distinto, sería lo más duro. Pero ahora que todo eso había pasado, al pensar en que en un par de días tendría que presentarse en una escuela nueva, con gente nueva y sin ningún amigo a su lado, hizo que la chica se sintiera muy nerviosa y se llevase una mano a la boca para morderse las uñas. Había dejado aquella maldita manía a los siete años, cuando su madre le compró aquel gel con sabor asqueroso que le pringaba los dedos. Pero últimamente, con todo lo que estaba ocurriendo, Freesia había retomado viejas costumbres.
-No.-mintió, pero esbozó una sonrisa tan fingida que luego se retractó.-Bueno, la verdad es que sí.
-No te preocupes, yo estaré contigo.
-Pero, Azucena… Iremos a cursos diferentes y cuando yo esté en mi clase, estaré sola y…
Al pensar en ello habló atropelladamente y se le trabaron las palabras en la lengua. Tragó saliva y respiró hondo.
-Tranquila, cariño.-le dijo su prima.-Es sólo el cole. Vamos, no te va a pasar nada. Ya verás, harás amigos. Y si nadie te cae bien… Bueno, puedes simplemente ir, escuchar lo que tenga que decir el maestro, tomar tus notas y largarte. Nadie está obligado a hacer amigos, si no a ir a aprender. Y durante el descanso para la comida, vente conmigo y con mi grupo.
-Azucena yo… No quiero llegar y que tus amigos se tengan que ver obligados a ser amables conmigo. Prefiero ir por mi cuenta, si no te importa.
Azucena torció la boca un instante, pero volvió a sonreír de nuevo en un abrir y cerrar de ojos.
-Bueno, como quieras. Tampoco creo que sea conveniente que te veas presionada.
-Y Áloe… Va a mi curso, ¿verdad?
Azucena se paró en seco en medio de la avenida, y Freesia, con sorpresa, se detuvo a su vez, y miró a su prima, que contemplaba con aire ausente el escaparate de lo que parecía una pastelería.
-¿Quieres un dulce, Freesia?-le preguntó, como si tal cosa.
-Bueno… Vale.-Algo había pasado, en apenas dos segundos. ¿Habría sido al mencionar lo de Áloe? ¿Pero por qué iba a comportarse así sólo por una pregunta? Nada tenía sentido. Sin embargo, ahora se encontraban las dos sentadas una frente a la otra, en una apartada mesa en la cafetería. Se les acercó un camarero y Azucena pidió un dulce de hojaldre y fresa y un chocolate caliente. Freesia tan sólo café.
-¿No quieres nada más?
Ella negó con la cabeza. Últimamente nunca tenía apetito.
-Pero me dijiste que querías un dulce.
-Ya no me apetece.
Se quedaron en silencio. Claramente, algo había pasado. Freesia no sabía si atreverse a preguntar, desde lo que había ocurrido la noche anterior con Áloe. Pero no tuvo que planteárselo mucho más tiempo, pues su prima se le adelantó.
-Áloe no va a la escuela.
Vaya. En un primer momento, Freesia no supo que pensar, y simplemente se quedó mirando las formas hexagonales que componían el diseño de la mesa en la que estaban sentadas. Luego alzó la vista, y como si no hubiera oído bien, dijo:
-¿Cómo?
-Vamos… ¿Mi madre no te lo ha contado?
Freesia negó con la cabeza, bastante impresionada aún. ¿No iba a la escuela? Entonces, ¿estudiaba en casa? ¿Por qué?
Azucena se mordió el labio, como si estuviera arrepentida.
-¿Por qué no?-preguntó Freesia.
Su prima no respondió.
-Azucena… ¿qué le pasa a Áloe?
-Nada.
-No es verdad.
-Se supone que no puedo contártelo.
Freesia abrió mucho los ojos y agarró la muñeca de su prima.
-¿El qué? ¿Qué no puedes contarme?
-Nada.
Azucena se deshizo de la mano de Freesia y se puso en pie, tambaleándose.
-Deberíamos irnos ya, Freesia, se está haciendo tarde.
-Azucena… ¡Acabamos de entrar! Ni siquiera nos han servido nada.
-Tenemos que irnos. Ahora. No me apetece estar aquí.
Freesia se había levantado también y había vuelto a agarrar a su prima por el brazo, para impedir que saliera corriendo por la puerta.
-¿Qué te pasa con Áloe? Es que parece que…
-¡Freesia! ¡No quiero hablar!-su prima se había puesto muy seria y la miraba con aquellos ojos oscuros. Se dio cuenta de que los tenía anegados en lágrimas, que se esforzaba por contener.
-¿Te…? ¿Te pasa algo? ¿Estás bien?
Azucena asintió con la cabeza y se giró hacia la puerta.
-Sólo… Quiero que me dé el aire. No ha sido buena idea entrar.
Freesia, a sabiendas de que no sacaría nada en claro de aquella situación, suspiró y siguió a su prima hacia el exterior.
Había empezado a nevar de nuevo.

Cuando, por la noche, Freesia subió a su habitación para ponerse el pijama e irse a la cama, seguía nevando. Había disminuido la intensidad, pero una fina capa de copos aguados caía aún sobre la ciudad, haciendo que el paisaje que se veía desde la ventana de su habitación se volviera difuso y borroso.
El dolor de cabeza había aumentado. Se tumbó sobre la cama, sin deshacerla, y cerró los ojos. Después de lo ocurrido con Azucena en la cafetería, el tema de Áloe seguía dando vueltas en su cabeza, y no conseguía apartarlo. Tenía que hablar con ella. Azucena no le iba a decir más. Habían pasado la tarde callejeando y comprando en tiendas carísimas, cuyas bolsas reposaban ahora junto al armario, aún intactas. Pero durante la tarde no se había vuelto a sacar el tema, y durante la cena charlaron de temas intrascendentes. No había vuelto a intercambiar una palabra con Áloe desde la mañana, y temía que la chica se hubiera molestado con ella porque hubiera salido con Azucena.
Estaba decidido. Iba a hablar con Áloe, tanto como si averiguaba algo como si no. No podía simplemente dejarlo estar.
Y sólo llevaba allí un día.
Salió al pasillo y se dirigió a la puerta de la habitación de su prima. Estaba cerrada, y no se oía nada al otro lado. Freesia llamó un par de veces con los nudillos.
-¿Áloe? Soy Freesia.
Pero nada. Volvió a intentarlo.
-¿Áloe? ¿Estás ahí?
Por fin oyó pasos al otro lado de la pared, y se abrió la puerta. Áloe estaba ya en pijama, y tenía el pelo revuelto y la cara muy pálida. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, como si hubiera estado llorando. No dijo nada, simplemente le hizo un gesto con la mano para que pasara.
La habitación  de su prima estaba muy poco iluminada. Tan sólo daba luz una pequeña lámpara de noche que se encontraba junto a la cama. Excepto por eso, era una habitación normal. Se parecía mucho a la suya, salvo por alguna pintura o foto colgadas de la pared.
“¿Y qué esperabas?”, se preguntó Freesia.
Áloe cerró la puerta tras de sí y se quedaron en silencio, mirándose.
-¿Qué ha pasado, Áloe?-le preguntó, acercándose a ella prudencialmente.
-Te…-dijo su prima, con voz temblorosa.-Te fuiste con Azucena. Creía que vendrías conmigo.
Freesia suspiró y miró al suelo, avergonzada.
-Lo siento mucho. Yo… Quería ir contigo pero… No sé…
-Soy rara. Es eso, ¿verdad? Siempre es eso.
-¡No, qué va! Es que te comportas de un modo tan extraño que yo… Áloe, has cambiado un montón desde ayer. Azucena me ha contado que no vas a la escuela.
Áloe pareció soltar una maldición por lo bajo. Cerró los puños con fuerza y apretó los dientes.
-¡No debería haberte contado nada!-exclamó, casi gritando.-Es… Es… ¡Una mentirosa y una mala persona! No… Freesia, yo…
Áloe se echó de rodillas al suelo y rompió en sollozos. Se cubrió la cabeza con las manos y de repente parecía tan frágil como las alas de una mariposa. Cualquier movimiento brusco la rompería.
Freesia no sabía dónde meterse ni qué hacer. Simplemente se acercó a Áloe y reposó las manos sobre sus hombros, en un gesto conciliador.
-Lo siento.-repitió, pero el motivo era otro.-Soy una entrometida. No… Debería haber hecho tantas preguntas… Si… Si no quieres contarme algo, estás en tu derecho de no hacerlo.
Áloe levantó la vista y clavó en ella su mirada pálida y llorosa.
-Gracias.-sorbió por la nariz y se limpió las lágrimas con la manga del pijama. Luego se puso de pie de nuevo y abrazó a Freesia. Ella, al principio un poco desconcertada, le devolvió el abrazo, y se quedaron así un buen rato.
-Gracias.-repitió Áloe.
Cuando, después de un tiempo para Freesia indefinido, se separaron, Áloe volvió a hablar.
-Te prometo que quiero contártelo. Pero necesito tiempo.
-No hace falta que…
-Quiero hacerlo. Tan sólo dame tiempo. Y… Quiero ser yo la que te cuente. Ni mi madre ni mis hermanos… Ni Azucena. Por favor.
Freesia asintió y le cogió la mano a su prima.
-Yo… Nunca… Nunca he tenido una amiga.-le dijo Áloe.-Sé que soy callada y tímida pero…
Negó con la cabeza.
-Áloe…-dijo Freesia.-Si… Quizá, si te comportaras como lo hiciste ayer en el camino aquí… ¿Por qué…? ¿Por qué cambiaste tanto?
Áloe no respondió, se limitó a morderse el labio inferior, que había comenzado a temblar.
-Lo, lo siento. Dije que no haría preguntas.
-Da igual.-Áloe le soltó la mano.-Tú no lo comprenderías… Al final te acabarás enterando y… ¡Y no querrás ser mi amiga!
-¿Por qué, Áloe? ¡Es muy difícil saber cómo actuar si no sé qué es lo que te ocurre!
-Te dije que necesitaba tiempo.
-Pues entonces, durante este tiempo.-Freesia volvió a cogerle la mano.-Quiero ser tu amiga.
-Pero… Azucena…
-¿Puedo ser amiga de las dos, no?
Áloe negó con la cabeza.
-Es más complicado que eso.
-Me gusta complicarme.
Las dos sonrieron y volvieron a abrazarse.

Aquél era el comienzo de una nueva vida. Desde aquel día nevado, Freesia supo que sería una vida más difícil que la anterior. Ya no era una niña, debía empezar a tomar decisiones y a valerse por sí misma.
Las cosas habían cambiado. Ella había cambiado, aunque hubiera pasado apenas una semana. Freesia estaba creciendo, como el ama Dalia había dicho que haría. Y crecer era complicado y requería esfuerzo. Pero no iba a echarse atrás.
No había decidido cómo comenzar aquella nueva vida, pero elegiría cómo continuarla.




sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 8: Bienvenidas



Al principio no las vio. En la estación reinaba el caos, y la nieve no ayudaba a solucionarlo. Apretando la mochila contra su pecho, para sentir el calor de Extraño junto a ella, bajó los escalones y puso el primer pie en el andén.
Y, vaya, qué frío hacía.
Estaban de pie frente al tren, buscándola con los ojos. Sujetaban un cartel que rezaba: “Freesia Dubois”. Al principio hizo que no lo veía para retrasar el encuentro el mayor tiempo posible, pero entonces su tía la llamó (no supo muy bien cómo la había reconocido) y no tuvo más remedio que dirigirse a donde ellas se encontraban.
Su tía la recibió con un cálido abrazo y ella apartó como pudo la mochila para que Extraño no saliera mal parado. Sólo había visto a Iris en algunas fotos antiguas que su madre guardaba en el ático de su casa, pero casi no podía reconocerla. Era una mujer muy bajita, más incluso que su madre, y llevaba el pelo muy corto, al estilo del Jardín de Verano. Tenía la piel oscura como la suya, y los ojos verdes.
Pero hasta ahí llegaba el parecido con su madre.
Su tía Iris tenía las facciones redondeadas, y la nariz chata. Tenía los labios muy finos, que llevaba pintados de rojo carmín, y su cara denotaba afabilidad. ¿Pero, era tan amable como parecía o era tan sólo una fachada? Freesia no tardaría en descubrirlo.
-Vaya, cariño, cómo has crecido.-Freesia le sonrió.-Aún me acuerdo de cuando tu madre me enviaba fotos en la bañera de cuando eras un bebé.
La chica se sonrojó. Luego desvió la vista hacia la persona que se encontraba junto a su tía. Ella se dio cuenta, y apretó a la chica contra sí.
-Es verdad, qué despistada soy. Freesia, te presento a Áloe. Se empeñó en acompañarme, y dije que no hacía falta, con la que está cayendo… Los demás están en casa, supongo que ahora los conocerás.
Áloe le sonrió y le saludó con la mano. Era una chica muy alta, y muy delgada, además. Pero era muy, muy guapa. Tenía la piel blanca como la nieve, y los cabellos, lacios y de un rubio casi blanco le caían en cascada sobre los hombros y la espalda. Los ojos, muy azules, brillaban con la luz de las farolas, y sus labios, perfectamente definidos, se curvaban en una sonrisa perfecta que dirigía a Freesia. Ésta se dio cuenta de que su prima no llevaba apenas ropa para el frío que hacía, y parecía no notarlo. Llevaba un vestido que le llegaba por encima de las rodillas y unos calcetines largos con unos zapatos cerrados de color negro. Por encima llevaba sólo una gabardina, y no traía ni bufanda, ni guantes, ni gorro. Freesia, por el contrario, llevaba las tres cosas, y le castañeteaban los dientes.
-¿No tienes frío?-vale, genial. Ni hola, ni nada. ¿Se podía ser más estúpida?
Pero Áloe se limitó a negar con la cabeza, sin dejar de sonreír.
-No, para nada. Ya estoy acostumbrada.
Su tía se echó a reír.
-Sí, bueno, pero que yo llevo aquí toda mi vida y aún no me he acostumbrado, como dices tú. Es que la niña es rara.
Áloe le dio un golpecito cariñoso a su madre en el hombro, y entonces Freesia pudo comprobar que entre ellas había un lazo muy fuerte, una relación madre-hija que difícilmente se rompería.
Como la que ella tenía con su madre.
-Bueno, será mejor que vayamos a por tus maletas.-Iris se encaminó hacia la puerta que conducía al interior de la estación, y Áloe entrecruzó un brazo con el de Freesia para guiarla detrás de su tía.
El gesto la pilló un poco desprevenida, pero lo acogió con agrado. Se había imaginado que la actitud de los habitantes de aquel jardín sería más bien fría y distante, y darse cuenta de que había prejuzgado sin saber y que a lo mejor no todos eran así, la animó un poco. Sonrió y siguió apretando a Extraño contra ella.
Mientras bajaban unas escaleras en dirección al vestíbulo principal Áloe la miró con curiosidad.
-¿Qué escondes en la mochila?
-¿Qué?-Freesia se sonrojó y miró a su prima.-Oh.
Ya no estaba en el tren, así que dejó a la vista el interior, donde se movía Extraño, que alzó la vista y maulló al ver a Freesia.
-¡Qué bonito!-exclamó su prima.- ¿Es tuyo?
Freesia asintió.
-Sí, pero no lo traje desde el Jardín de Verano.
-¿Entonces…? ¡Oh! ¿Lo encontraste en el pueblo en el que se quedó averiado el tren?
La chica caviló unos instantes.
-Se puede decir que sí.
-¿Y cómo…? Es decir, no sé, ¿dónde lo encontraste? ¿Por qué te lo quedaste?
A Freesia no le apetecía nada hablar de eso.
-Oye, Áloe, lo hablamos después, es que es complicado y…-temió que la chica se enfadara, pero todo lo contrario, sonrió aún más y cambió de tema.
-Pero no lo habrás tenido en esa mochila todo el rato, ¿no?
Freesia rio.
-¡No, claro que no! Pero tenía que tener mucho cuidado, se supone que no podía llevarlo conmigo.
-Madre mía, a Azucena le va a dar algo.
-¿Cómo?
Azucena era su prima mayor, esa que no se había presentado, al igual que los demás. No sabía cómo tomarse aquello. Puede que, cómo su tía había dicho, era por el tiempo, pero Freesia creía que había algo más detrás. ¿Y si ellos no querían que ella estuviese? ¿Y si era una carga? No quería pensar lo que pasaría cuando llegara a la casa.
-Pues porque odia los animales.
-¿A todos?
Áloe alzó una ceja.
-A todos. Los humanos incluidos.-luego soltó una carcajada.-Pero a Pernetia y a Crisantemo les encantará. Tendrán un compañero para Lavanda. Es nuestra gatita.
Freesia sonrió y miró a Extraño.
-¿No decías que a Azucena no le gustan los animales?
-Y no le gustan. Pero no es la reina de la casa. Se eligió a votación, y salió ganando comprar el gato.
-Pues vaya, no empezaré con muy buen pie con ella si me presento con Extraño.
-¿Extraño? ¿Le has puesto Extraño? ¿Por qué?
-Por cómo lo conseguí. Fue todo muy extraño.
-¿Me lo vas a contar o es un secreto?
-Es un secreto.
Áloe le sacó la lengua. Le caía bien aquella chica. Si todos sus primos eran como ella, a lo mejor no sería tan mala la convivencia. Y parecía que a Áloe no le gustaba mucho Azucena, por alguna razón concreta. Tampoco tenía que precipitarse. A lo mejor Azucena también era simpática, y que no se llevaran demasiado bien era algo que había entre ellas dos.
Sin darse cuenta habían llegado a la cinta trasportadora que llevaba las maletas. Allí pudo ver a algunas de las personas que habían viajado con ella en el tren, incluida la mujer del Jardín de Primavera, a la que hizo un gesto de saludo.
-¿La conoces?-le preguntó su tía.
-Se podría decir que sí, hablamos un par de veces cuando el tren se averió.
-¡Es verdad! ¡Qué cabeza la mía! ¡Ni te he preguntado! ¿Qué tal?
Freesia se encogió de hombros, como para no darle demasiada importancia.
-Bien. Sólo fue un día.
-¿Y el hotel? ¿Estuviste bien cuidada?
-En realidad no…-pero se calló. No podía soltar así sin más lo de Pensamiento e Ixia. Su tía se preocuparía, y además tampoco es que quisiera hablar de ello.-…fue mucho tiempo, así que no fue tan malo.
-Cuánto lo siento, sería un rollo…-dijo su tía, acariciándole el hombro.
-No importa, no fue culpa vuestra.
Cuando sus maletas aparecieron por la cinta, entre las tres se hicieron con ellas y salieron de la estación entre muchísima gente que entraba y salía. Era la capital.
La capital. Y qué capital.
-Bienvenida a Norte.-dijo Áloe.
Lo primero que pensó Freesia de Norte fue que era una ciudad estrella. Por todos lados sólo veía luces: farolas, farolillos, pequeñas bombillas colgadas de los árboles; todo resplandecía, brillaba con fuerza, y la nieve acumulada en las calles resplandecía. Le recordó un poco a cómo ellos decoraban su pueblo para las Ferias.
Norte era muy distinta de Sur, la capital del Jardín de Verano. Porque, además de ser la capital del jardín, era la capital central, de los Cinco Jardines. Antes la capital se situaba en el Quinto Jardín, como ponía en los libros de historia, pero después de lo que pasó con éste se trasladó al norte.
La calle en la que estaban era amplia, los coches se cruzaban ante ellas a toda velocidad por la calzada, la gente a su alrededor andaba con prisa, como si no pudieran detenerse por nada del mundo. Freesia, por el contrario, se detuvo en mitad de la calle y se quedó mirando a su alrededor unos instantes, y aspiró hondo el aire frío, la nieve que caía con fuerza y que le cubría ahora los mechones de pelo y los pómulos, pero por un momento no tuvo frío.
Aunque posiblemente se encontrase en el lugar más frío de los jardines, aquella ciudad transmitía calidez. La gente apresurada, las luces brillantes, los altos rascacielos que parecían rasgar la negrura que les cubría… Era todo tan… Mágico. Simplemente, no había estado nunca en ningún lugar así.
-¿Te gusta?-le preguntó su tía.
-Mucho.-respondió ella, sin apartar la vista de un punto concreto en la lejanía. A lo mejor, después de todo, de todo el drama, aquello no estaba tan mal.
-Bueno, pues vamos a por el coche.-le dijo Iris.-Lo he tenido que dejar un poco lejos, parece que de repente todo el mundo tuviera que venir a la estación.
-¡Hemos estado una hora en un maldito atasco!-exclamó a Áloe, que no había dejado de sujetar el brazo de Freesia.-¡La condenada cinta de canciones tradicionales ha sonado al menos diez veces! Una, y otra, vez.
-Vamos, hija, no ha sido para tanto. Cómo mucho, se habrá repetido una vez, y ya está.
-Pues si no quieres que Freesia huya de aquí, será mejor olvidarse de esa cinta de camino a casa. Ah, y si te importo lo más mínimo, cuida mi salud auditiva. El doctor   Lehner dice que me estoy quedando sorda.
La tía Iris soltó una carcajada y Freesia sonrió por lo bajo.
-Ai, Áloe, cariño, ojalá fueras así siempre.
Su prima bajó la vista y no dijo nada. ¿Siempre? ¿A qué se referían? ¿Es que Áloe no se comportaba así habitualmente? Freesia  no preguntó nada y siguió andando por las anchas calles de la ciudad. Sentía frío cada vez más intenso, y parecía que nevaba más conforme se acercaban al coche. Los edificios a su alrededor eran altísimos, casi no podía ver los tejados. Por fin, después de pasear por infinidad de calles bajo las inclemencias del tiempo, con sólo un paraguas rojo medio roto para refugiarse, llegaron al coche de su tía Iris. Más que un coche parecía una camioneta, como las que se utilizaban para transporte, pero mucho más bonita y cómoda en el interior.
-Te presento al viejo Chucky.-le dijo Áloe, dándole una palmada al coche en el capó que hizo que el hielo adherido a éste saliera volando por los aires.-Con capacidad para ocho personas, calefacción, reposa bebidas y reproductor de cintas. Te encantará.
-Por supuesto que lo hará.-dijo su tía, y le hizo una señal para que subiera al coche mientras ella subía las maletas a la parte trasera. Freesia en otros momentos habría replicado y la habría ayudado con el equipaje, pero se sentía muy cansada y no creía que fuese capaz de levantar ni una sola bolsa más.
Áloe se sentó a su lado y le arrebató la mochila de las manos. Dejó al descubierto a Extraño, que se desperezó, estiró el lomo y maulló, contento de haber sido por fin liberado de la prisión que suponía estar dentro encerrado.
Su prima le acarició entre las orejas, riendo.
-¡Mira mamá!-exclamó.-¡Mira el gatito de Freesia!
Iris alza la vista de su tarea apilando maletas y contempla con una sonrisa a Extraño, que ahora está subido en los muslos de Áloe.
-Vaya, qué pequeño es.-dijo Iris.-Y qué blanco. ¿Lo tienes desde hace mucho tiempo?
Freesia negó con la cabeza y miró luego a su prima.
-Se lo compraron de regalo de despedida-dijo ella.
Freesia la miró, agradecida. Posiblemente, si le hubiera dicho a su tía que el gato lo traía sólo desde aquel pueblo en el Jardín de Otoño, ella habría hecho preguntas, y tendría que haber contado lo de Pensamiento, y… Bueno, era mejor así. Sonrió a Áloe, que le devolvió el gesto y le acarició el hombro con cariño.
Iris se subió al asiento de delante  y arrancó el coche. Freesia apoyó la cabeza contra la ventanilla y contempló el paisaje urbano que pasaba ante sus ojos. Contempló fascinada la nieve, y los copos que caía, blancos, cristalinos, y se posaban en las aceras. Con todo el ajetreo, no se había fijado en lo hermosa que era. Ella nunca había visto la nieve, tan solo en la televisión.
-Me encanta la nieve.-le dijo a Áloe.
-Ya verás cuando nieve tanto que no podamos salir de casa y se vaya la electricidad.
-Vamos, Áloe-le dijo Iris.-Eso no pasa casi nunca. Lo de la electricidad, digo.
Áloe alzó una ceja y miró a Freesia, que esbozó una sonrisa tímida.
La ciudad y sus luces seguían desfilando a su paso, y parecían ser infinitas,  no se acabarían nunca.
En el aparato reproductor de cintas de su tía comenzó a sonar una melodía que Freesia reconoció al instante como una de aquellas canciones que le enseñaban a cantar en las clases de música del jardín de infancia. Se acordó entonces de la señorita Webster, su profesora por aquel entonces, y de su clase, llena siempre de luz, donde destacaban los brillantes dibujos que los niños colgaban con orgullo en la pared, y donde siempre sonaban risas, algún que otro llanto y canciones. Sus recuerdos de aquella etapa de su vida eran escasos, pero con aquella vieja melodía afloraban como un manantial.
-Oh, no, otra vez no-se quejó Áloe.-Te lo dije mamá. Para aquí. Me vuelvo andando.
Iris se rió, pero no apagó la música, si no que le subió el volumen.
-Freesia, ¿es que no vas a decir nada?
Freesia negó con la cabeza.
-A mí me gusta.
Iris se giró para mirarlas.
-Menos mal, vamos a tener una persona en casa con buen gusto para la música.
-Dos-dice Áloe.-Mirad a Extraño. O le relaja, o le aburre.
El gatito se había quedado dormido sobre los muslos de la chica. Freesia sonrió  y le acarició el lomo.
Pasaron como unos diez minutos, y la ciudad no parecía cambiar. Se habían alejado un poco del centro, pero las avenidas seguían siendo amplias, las luces, brillantes, y los edificios, altos.
En un momento concreto se internaron en una calle ancha, flanqueada por abetos de gran tamaño. A los lados de la calle se veían casas enormes, y Freesia supuso que sería el barrio rico de la ciudad. Fue allí donde su tía Iris paró el coche.
Áloe despertó a extraño con unos golpecitos suaves y lo puso en manos de Freesia, que se apresuró a meterlo en la mochila antes de salir a la intemperie. La nieve caía entonces con más fuerza, y el frío era insoportable. Freesia no podía parar de tiritar mientras ayudaba a su tía a bajar las maletas.
La casa era muy, muy grande. Se encontraba al final de la calle, y era un edificio antiguo pero muy bien conservado, de tres plantas, que tenía un jardín delantero y otro trasero. Las plantas del jardín delantero, que en ese momento atravesaban, estaban muy bien cuidadas y podadas. Pero no parecía haber ninguna flor.
Subieron tres escalones que llevaban a la puerta principal, enorme y de madera de roble. Iris sacó unas llaves de su bolso y las introdujo en la cerradura, y las hizo girar tres veces antes de empujar la puerta.
Freesia tragó saliva.
Lo primero que vio cuando su tía la animó a entrar fue un recibidor enorme y alargado, y sentado en un sillón de color crema, a un niño que saltó en cuanto los vio entrar.
Salió a abrazar a su madre, y luego miró a Freesia con curiosidad.
El niño era pequeño, bastante bajito y con el pelo muy negro. Tenía los ojos redondeados y de color azul, y su piel era morena, pero no como la de Freesia o la de Iris, sino más bien como si hubiera estado demasiado tiempo al sol. Llevaba un jersey fino de color azul y unos pantalones largos.
-Hola-dijo, con una voz infantil, y le tendió una mano a Freesia, que ella estrechó con una sonrisa.-Me llamo Narciso. Tú eres Freesia, ¿verdad?
Ella asintió.
Áloe le pellizcó la nariz al niño con cariño.
-Nar, ¿dónde están tus hermanos? Anda, corre a decirles que la prima ha llegado.
El niño asintió, miró a Freesia y sonrió, y luego desapareció por una puerta a su derecha.
-Vamos, ponte cómoda, ahora subiremos tus maletas y te enseñaremos tu habitación.
La condujeron por una puerta que daba a un salón muy bien decorado, con sillones y sofás de aspecto muy cómodo y una gran alfombra que le recordó un poco a aquella que ella tenía en su habitación. Había una chimenea en la que crepitaba un fuego. Freesia supuso que tendrían calefacción, pero el hogar daba un ambiente cálido a la estancia. Iris le dijo que se quitara el abrigo y los zapatos, y ella así lo hizo, y se sentó junto a Áloe en un canapé frente a la ventana, donde se veía la nieve aún caer con fuerza. Su prima se había puesto seria de repente, y miraba las llamas en silencio.
Freesia se dedicó a mirar a su alrededor, hipnotizada por todo lo que aquella casa tenía. Se sentía un poco como una princesa, rodeada de todos aquellos lujos. Cuadros y adornos que parecían ser carísimos, techos altos y una gran araña colgada del techo, en la que brillaban cientos de cristales. Unos pasos en el recibidor llamaron su atención y entonces la cabecita de Narciso volvió a asomarse por la puerta, y esta vez iba seguido de otras dos personas más.
Eran un chico y una chica, y los dos se parecían muchísimo. Eran muy bajitos y estaban delgados. Tenían la piel más oscura que Narciso, pero el pelo de un negro tirando a castaño. La chica llevaba el pelo corto, como su hermano, y ambos vestían parecido, con unos pantalones grises y un suéter azul marino. El chico sostenía entre sus brazos una gata bastante grande, de color pardo, con los ojos grandes y amarillos.
Los mellizos se acercaron con prudencia a donde Freesia se encontraba. Ella mecía a Extraño entre sus brazos, que había vuelto a quedarse dormido.
-¡Mira, Cris! ¡Tiene un gatito!-la chica se arrodilló junto a ella.-¡Madre mía, qué bonito es! ¡Y qué pequeño! ¡Es precioso!
El chico  sonrió al ver a Extraño, y la gata se revolvió en sus brazos, nerviosa.
-¡Crisantemo, Pernetia!-exclamó Iris.-¿Es que no os he enseñado modales? ¡Ni os presentáis!
Crisantemo se rascó la nuca y miró al suelo avergonzado, pero Pernetia seguía con la vista fija en Extraño, que se había despertado ante todo el alboroto a su alrededor y miraba receloso a la gata que Crisantemo sostenía en sus brazos.
-Perdón-dijo el chico.-Soy Crisantemo. Ya lo sé, es un nombre horrible. Llámame Cris.
-¡No es horrible! ¡Es el nombre de tu abuelo!-dijo Iris.
Crisantemo puso los ojos en blanco.
-Yo soy Pernetia.-dijo la chica, pero siguió jugando, como hipnotizada con el gatito de Freesia.
Iris suspiró y negó con la cabeza.
En ese momento alguien más entró en la habitación. Freesia pensó que sería Azucena, la hermana mayor, pero cambió de idea cuando vio a una chica joven, de unos veinte años, de piel muy blanca y melena castaño claro, dirigirse hacia donde estaban ellos. Era muy alta y tenía la cara cubierta de pecas.  Al principio no pareció ver a Freesia, pues se encaminó hacia Narciso como una exhalación.
-¡Nar! ¡Te has dejado la habitación echa un asco! ¡Te dije que si sacabas la pintura luego…!
Miró avergonzada a Freesia, y se acercó a ella.
-Vaya, tú debes de ser la nueva. Espero que te portes bien, que con estos cinco me tiro de los pelos.
La frase podría parecer descortés, pero el tono cordial y la sonrisa que le dirigió después a la chica lo arreglaron.
-Esta chica tan simpática,-dijo Iris.-es Alhelí. Es nuestra ama.
Freesia se extrañó. ¡Era muy joven! Supuso que sería nueva, pues no podría llevar toda la vida con esa familia. Pero no hizo preguntas. Le sonrió a la chica y luego se dio cuenta de que Extraño no estaba en sus brazos, sino que ahora Pernetia lo tenía en sus hombros y se reía cuando el gato le clavaba las pequeñas garras en el suéter.
-¿Dónde está Azucena?-le preguntó Iris a Alhelí.
-En su habitación. Lleva ahí toda la tarde.
-¿Y por qué no baja?
-No quiere bajar.- Pernetia apartó la vista un instante de Extraño para comunicárselo a su madre.
Freesia sintió una sensación extraña en su estómago. “No quiere bajar.” Seguro que era por ella. De momento todos habían sido muy amables;  los mellizos parecían querer más a su gato que a ella, pero algo era algo. Pero que su prima no quisiera bajar… Le dirigió una mirada de preocupación a Áloe, pero ella se encogió de hombros y susurró:
-Ella es así.
No. Era así por ella. Seguro que no quería que Freesia viviera con ella.
-¡Que no quiere bajar! ¡Pues oblígala!
Alhelí se mordió el labio.
-Se ha encerrado en el baño. Ha echado el pestillo.
-¡Se va a enterar!-exclamó Iris, y desapareció por la puerta, seguida de Alhelí. Freesia soltó un suspiro. Los nervios que se habían aplacado después de conocer a sus primos empezaron a aflorar de nuevo. Áloe lo intuyó, y le apretó la mano.
-Pernetia.-le dijo Áloe a su hermana.-¿Por qué no la has obligado a bajar?
La chica no despegó la vista de Extraño, pero respondió. Parecía bastante tímida.
-Es Azucena, Áloe. Sabes que me da miedo. Sobre todo cuando está de mal humor.
-Ella siempre está de mal humor.-le susurró Áloe a Freesia, por alguna razón no quería que sus hermanos oyeran el comentario.
-Además-dijo Crisantemo, distraído.-Que haga lo que quiera. Si no quiere bajar, pues que no baje. Nosotros hemos bajado porque queríamos verla.
La sequedad con la que el niño dijo: “verla”, hizo que Freesia bajase la vista y que los nervios y la angustia crecieran en su interior. De pronto tuvo ganas de llorar, pero se reprimió y volvió a alzar la cabeza.
-Menudo mentiroso eres.-le dijo Pernetia a su hermano.-Si llevabas como un mes desando que llegase. Ahora no hagas como si te diera igual.
Luego miró a Freesia por primera vez.
-Él es así, en el fondo es buen chico.-luego le dio un beso a su hermano en la frente, y éste arrugó la nariz, pero no lo impidió.-No por nada le quiero tanto. Pero le cuesta ser amable con la gente.
Crisantemo le sacó la lengua a su hermana, pero luego sonrió a Freesia.
-Lo siento. Me alegro de que estés aquí.
La presión que Freesia sentía en el pecho disminuyó en gran medida, y le apretó el hombro a su primo.
-Yo también me alegro de estar aquí.
Menuda mentirosa era.