Aquel
era el trigésimo noveno vestido que se probaba desde que había empezado la
tarde.
-Azucena,
este es horrible.
La chica
arrugó la nariz y dio un paso atrás para contemplar de cuerpo entero la figura
de Freesia, que dio una vuelta sobre sus zapatos de tacón.
-No. A
mí me parece que es muy bonito. ¿A que sí, Pernetia?
-¿Eh?-la
aludida asomó la cabeza entre las cortinas del probador para echarle un vistazo
al vestido de la chica.-Parece… Parece un pastel gigante de limón.
Freesia
se contempló en el espejo. Pernetia tenía razón. Aquel escote y el vuelo del
vestido eran tan exagerados que parecía que iba disfrazada, y el color amarillo
chillón aumentaba esa impresión aún más.
-No
puedo ponerme esto, Azucena.-su prima bufó y, rendida, se aproximó para bajarle
la cremallera de la espalda.
-Pues ya
te puedes ir decidiendo, amor. Queda sólo una semana.
Freesia
suspiró y contempló su cuerpo en ropa interior en el espejo. Había empezado a
engordar un poco. Iba a cumplir dieciséis años y supuso que no crecería mucho
más, por mucho que quisiera, y que de ahora en adelante iba a tener que
mantenerse apartada de cierto tipo de comida si no quería parecerse a la chica
que salía en aquel anuncio de las pastillas para adelgazar.
-A mí me
parece que el vestido azul era bonito.-dijo Pernetia.
-¿Cuál?
Porque me he probado como quince de color azul.
La chica
se encogió de hombros. Se veía a la
legua que se aburría. Había ido con ellas al centro comercial básicamente
obligada por su madre.
-Odio la
ropa.-dijo.
-Ya, si
no hace falta que lo jures.-le respondió Azucena, y Pernetia le sacó la lengua
y su cabeza volvió a desaparecer detrás de las cortinas del cubículo.
-Sería
un avance si dejara de vestirse como Cris.-le dijo Freesia a su prima mientras
se abrochaba el pantalón.-Últimamente no hay quien los distinga.
Azucena
asintió con la cabeza.
-Bueno…
Nos queda sólo una tienda más.
-Habrá
que confiar en el destino.
No
encontraron nada, y era hora de volver.
-Ya
veréis cuando le enseñe a Cris la foto del vestido verde.-dijo Pernetia entre
risas, mientras Azucena conducía de camino a casa en su reluciente coche nuevo.
-¡No,
por favor!-exclamó Freesia, volviéndose hacia los asientos traseros en los que
se encontraba su prima.-Bórrala.
Pernetia
negó con la cabeza.
-¡Oh,
vamos, no estabas tan mal!-dijo Azucena, con la vista puesta en la carretera.
-¡Parecía
una ensalada! ¡No me faltaba ni un ingrediente!
-El
cangrejo.-dijo Pernetia.
-¿Quién
le pone cangrejo a la ensalada?-preguntó Freesia, irónicamente.
-La
gente que cocina ensalada de cangrejo.
-Pero
eso dejaría de ser una ensalada. Al menos, de las normales. De las de lechuga.
-¿La
ensalada de cangrejo es una ensalada anormal? ¿Y quién dice que no puedes
ponerle lechuga?
La
conversación derivó a diversos temas hasta llegar a la casa, y cuando Freesia
se bajó, Pernetia argumentaba que la montaña no era un buen lugar para pasar la
noche a cielo abierto.
Se
encontraron a Iris pegada a la pantalla de la televisión, con los ojos fijos en
un presentador de traje gris.
-Hola
mamá.-dijo Azucena al entrar.-¿Pasa algo?
La tía
de Freesia se llevó un dedo a los labios y les hizo una señal para que se
acercaran. Las tres chicas, con curiosidad, se situaron detrás del sofá.
-“…los
sucesos. Ocurrió la pasada noche, frente al Edificio de Gobierno Central. Al
parecer, alrededor de las diez, un individuo encapuchado intentó colarse en el
edificio durante la reunión de los Cuatro Ministros. Llevaba un arma de fuego,
y cuando el personal de seguridad lo interceptó, apenas unos metros después de
conseguir entrar por una de las ventanas traseras, se negó a soltar el arma y
disparó a uno de los policías, que, por suerte, se encuentra fuera de peligro
en un hospital de la zona. El sujeto fue abatido inmediatamente después. No
llevaba documento de identidad y el cuerpo no ha sido identificado. Las causas
por las que podría haber intentado poner en peligro la vida de alguno de los
Ministros aún está por averiguar, pero, debido a las circunstancias en las que
dicho ataque se produjo, la Policía supone que puede tratarse de un individuo
con problemas de salud psíquica. Otro factor a tener en cuenta es el arma. Como
todos ustedes saben, la propiedad de cualquier arma de fuego está
terminantemente prohibida dentro de los Jardines, y sólo alguien con una
posición…”
Iris
apagó el televisor.
Freesia,
Pernetia y Azucena se miraron entre ellas, nerviosas. La mujer miraba al frente
muy seria, y fruncía el ceño, con la vista clavada en la pantalla ya sin vida.
-Mamá…-empezó
Pernetia.-¿Qué pasa?
Pero
Iris no respondió.
-Tía, no
es para tanto.-dijo Freesia, acercándose a la mujer.-Tan sólo un loco.
Pero
siguió sin decir nada. Algo parecía perturbarla, algo que Freesia no llegaba a
entender.
-Pero
tienes que venir.-Áloe y Freesia estaban tumbadas sobre la cama de la primera,
mirando al techo. Era pasada medianoche.
-No
puedo, Freesia. Habrá demasiada gente.
En una
semana, Freesia cumpliría dieciséis años, y habían organizado una fiesta por
todo lo alto en su casa. Azucena había insistido, y a ella no le desagradaban
las fiestas. Pero a Áloe sí.
-¿Y a
dónde vas a ir? Va a ser en casa.-Freesia miró a su prima.
Habían
pasado dos años. Dos años ya, desde que había llegado a aquel lugar. Entonces
era apenas una niña asustada. Había superado ya aquella fase, pero aún a veces
se sentía una extraña y echaba de menos todo y a todos. Las bengalas se habían
apagado hacía ya tiempo. Pero Áloe, a pesar de todo, se había convertido en su
mejor amiga. Era callada y seria, era difícil en todos los sentidos. Pero
Freesia no se había olvidado de aquella conversación mantenida hacía ya veinticuatro
meses. Y Áloe aún no le había contado nada. Así que seguían siendo amigas. Y,
Azucena, era para ella la hermana mayor que nunca había tenido. Sin embargo, no
había conseguido que sus dos primas terminaran de llevarse bien. Freesia había
comprobado que Azucena trataba siempre bien y cordialmente a su hermana, y, por
alguna razón, nunca replicaba cuando ésta le decía algo maleducado o la
insultaba. Esto era lo que más crispaba a Áloe. Freesia no hacía preguntas. Su
prima necesitaba tiempo.
Pero…
¿cuánto más?
-Pues… A
un hotel.
Freesia
se echó a reír, pero Áloe permaneció seria.
-No es
una broma. Lo haré si pretendes meter a doscientas personas en mi casa.
-No
vendrán doscientas. Tan sólo setenta y tres.
Áloe se
incorporó, y miró a Freesia, amenazante.
-Me
quedaré en mi cuarto.
-¿Toda
la noche?
-Toda la
noche.
Freesia
se levantó de la cama literalmente de un salto. Estaba cubierta de sudor y
respiraba con dificultad.
No. No
podía ser.
Era
incapaz de dejar de temblar. Se liberó de las tupidas mantas con las que se
cubría y se puso en pie. Intentó relajar su mente, sin éxito. La misma imagen,
una y otra vez, cobraba forma en su cabeza, exactamente igual que en el sueño.
Aquello
no tenía por qué significar nada. Pero para ella lo significaba todo.
Habían pasado dos años, dos años ya. Y
en ningún momento se había acordado de aquello. Pero en ese preciso instante lo
hacía. Sus sueños habían despertado aquel recuerdo dormido muy al fondo de su
cabeza.
Se
mordió el puño para no gritar. Sin saber por qué, aquella pesadilla había
traído consigo un dolor intenso de estómago, y tuvo que correr mucho para
llegar al retrete y devolver los restos de la cena.
Freesia
se quedó sentada en el suelo frío del cuarto de baño, con la cabeza gacha y
encogida en posición fetal.
Tenía
que olvidarlo. No el recuerdo en sí, sino la pesadilla. Pero era demasiado
vívida como para simplemente dejar de pensar en ella.
No supo
cuánto tiempo estuvo así, tirada en el suelo, sin mover un dedo, pero cuando
por fin el sueño venció las pocas resistencias que le quedaban, unos ojos
pálidos brillaron en su mente, justo antes de que la oscuridad lo engullera
todo.
-Tienes
un aspecto horrible.-le dijo Crisantemo a Freesia, cuando se encontraron en la
cocina al día siguiente, por la mañana.-¿No has dormido bien?
Freesia
negó con la cabeza.
-No,
creo que le voy a decir al ama Alhelí que me quedo en casa esta mañana.
-¿Qué te
pasa?
-No me
encuentro bien.-Crisantemo asintió, y salió de la habitación seguido de Extraño. Al final el gato había
resultado ser más de los mellizos que suyo propio.
Freesia
subió las escaleras en dirección a su cuarto.
El ama Alhelí había insistido en llamar al doctor, pero ella se había
negado, alegando que no era tan grave como para molestarse, que ya se le
pasaría en unas horas.
Pero
Freesia sabía bien que aquello no ocurriría. No había conseguido olvidarlo, la
pesadilla seguía tan latente en su cabeza como la noche anterior.
Cuando
llegó a su habitación, se envolvió en mantas hecha un ovillo y cerró los ojos,
más por intentar relajarse que por tener la necesidad de dormir. No quería
dormir. No sabía lo que pasaría si aquel sueño volviera a repetirse.
Unos
quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Áloe entró, pero Freesia no
se movió ni un ápice, sintiéndose sin fuerzas para hacerlo.
Era
débil, una niña débil. ¿Si una pesadilla la dejaba así, cómo le afectaría algo
más grave? Pero en su interior sabía que no había sido sólo una simple
pesadilla.
-¿Freesia,
te encuentras bien?-le preguntó su prima, que se sentó en el borde de la cama.
Ella no
respondió. No quería preocupar a Áloe, pero tampoco sería creíble si dijera que
se encontraba como una rosa.
-Alhelí
me ha dicho que estabas enferma. Los demás se han ido ya a la escuela. Yo… Me
iré en hora y media. ¿Quieres algo?
-No.-musitó
Freesia con voz apagada. Oyó como su prima se dirigía a la puerta y sus pasos
se extinguían hasta que la habitación volvió a quedarse en silencio.
Áloe no
iba a clase, pero dos horas al día, por la mañana, iba a una especie de
academia en el centro, según Iris le había contado.
Freesia
no entendía el motivo, pero supuso que sería algo relacionado con el halo de
misterio que envolvía a Áloe. Ella misma se lo contaría, no corría prisa.
Entonces
sintió un deseo incontrolable de contarle a alguien la pesadilla. Es como si
llevara dentro un bulto muy pesado que, ella sola con su cuerpo diminuto, no
podría sostener. Pero si alguien la
ayudara y compartiera el peso, se le haría más llevadero.
Así que,
cuando Áloe entró de nuevo a su cuarto un cuarto de hora después para saber
cómo se encontraba, la hizo quedarse.
Se
incorporó como pudo en la cama, y su prima se sentó a su lado.
-¿Qué
pasa?-le preguntó, visiblemente preocupada.
-Necesito
contarte una cosa. Quizá… Te parezca una tontería pero… Esta noche tuve una pesadilla.
Es… Por eso por lo que estoy así.
-¿Una
pesadilla te ha dejado en este estado? Pues ha tenido que ser terrorífica.
Freesia
negó con la cabeza.
-No sé.
Me trajo recuerdos de hace dos años. De antes de venir aquí. Más concretamente,
del viaje hacia aquí.
Áloe
abrió ligeramente la boca en signo de sorpresa.
-De…
¿del tren?
-No.
Bueno sí. A ver, el caso es que, en el tren conocí a alguien.
-¿A
quién? ¿Qué paso?-Áloe se había inclinado hacia delante como si pretendiera
escucharla mejor desde aquella posición.
-Se
llamaba Zache.
Áloe se
había quedado literalmente de piedra. Ya lo había contado, todo. Pero, por
alguna razón, había omitido el detalle del beso, aún no se sentía preparada
para contarle eso a nadie, ni siquiera a su mejor amiga.
-Y
dices… ¿dices que era un mago?
-Si se
le puede llamar así.
-Pero…
Pero lo del tren…
-Ya, es
muy raro, ¿verdad? Lo más extraño de todo es que, hasta esta noche, no me había
acordado de él. Ni de él, ni de nada. Como si el recuerdo se hubiera borrado de
mi cabeza.
Áloe
asintió, muy lentamente.
-Pero
aún no me has contado lo de tu pesadilla.
Freesia
tomó aire. Aquello sería lo más difícil.
-Verás…
Me veía a mí misma, sentada en el salón de
mi casa. Pero de mi antigua casa, en el Jardín de Verano. Al principio
todo parecía perfectamente normal. Entonces sentí algo, una presencia en la
habitación. Pero, al parecer, mi otro yo, la Freesia sentada en el sillón, no
lo percibía. Y empecé a sentir una angustia muy grande. Aquello que yo sentía
junto a nosotras era malvado. No me preguntes cómo lo sabía, pero lo era. Y la
Freesia del sillón no se daba cuenta. En cualquier momento algo le pasaría si no
la avisaba. Lo malo era que yo, como observadora externa, no podía hacer nada,
si no mirar. Era verdaderamente horrible.
Freesia
hizo una pausa y Áloe le hizo un gesto para que continuara.
-Pues
bien. De pronto, toda la habitación empezó a oscurecerse, así, porque sí. Pero
mi otro yo no se percataba de nada. Y lo peor vino después, cuando, de las
sombras salió una figura.
-¿Era…?-preguntó
Áloe.-¿Era Zache?
Freesia
negó con la cabeza.
-No. Era
una chica. No la había visto antes en mi vida. Bueno, la verdad es que no lo
puedo asegurar, porque no le vi la cara. Tenía el pelo negro. Y llevaba un
vestido rojo, y largo. Y no sé, puede que parece algo estúpido, pero por alguna
razón, aquella chica me aterraba. Y me iba a hacer algo malo. Se iba acercando
al sofá por detrás, y como mi otro yo estaba de espaldas, no la veía. Y ahí es
cuando entró Zache.-Freesia tomó aire y continuó.-No sé, estaba cambiado.
Diferente a como creía recordarlo. Serán cosas del mundo de los sueños, no sé.
El caso es que parecía más amenazante, era más alto y la sombra que proyectaba
su figura era colosal. No entró por ninguna puerta, ni ventana, ni nada.
Simplemente, de repente, estaba ahí. Luego la escena cambió completamente.
Ahora estaba en un tren. Y esta vez era yo, no ningún observador ajeno a la
escena. A mi lado estaban Zache y la chica, y cada uno me agarraba de un brazo.
Los dos estaban helados, como si me sostuvieran carámbanos de hielo, y no
personas. Hablaban de algo, más bien, gritaban.
-¿Qué
decían?-quiso saber Áloe.
-No lo
sé. No era capaz de entenderlo. Lo importante era es que me conducían a rastras
por los corredores del tren, que eran infinitos. Me llevaban a algún sitio. Yo
no sabía a dónde. Sólo sabía que no quería ir. Y comencé a gritar, pero no
salían palabras de mi boca. Y pataleé y lancé puñetazos, pero mis músculos se
quedaron quietos. No podía hacer nada. Estaba presa en mi propio cuerpo. Y
llegamos al agujero.
-¿Al
agujero?
Freesia
asintió.
-Sí, no
sé de qué otra manera describirlo. Era como, no sé, una masa de algo negro.
Pero tenía profundidad. Era muy extraño. Y ella y Zache querían empujarme. Yo
no quería, pero no podía moverme, así que no tenía opción. Y entonces la chica
habló, y esta vez la entendí.
-¿Y
qué…?-preguntó Áloe.-¿Qué te dijo?
-Freesia,
recuerda.-la chica hizo una pausa muy larga, como intentando asimilar lo que
ella misma acababa de contar.-Luego, me empujó y caí al vacío. Entonces me
desperté.
Después
de lo relatado por Freesia, las dos se quedaron en silencio un buen rato, hasta
que Áloe habló.
-¿Qué
quería que recordaras?
Freesia
se encogió de hombros.
-No lo
sé. Quizá, sólo sea un sueño estúpido, pero, no sé, era demasiado vívido. Y
luego me sentía tan mal...
Áloe
suspiró, y puso una mano en el hombro de Freesia.
-No
tengo ni idea de lo que todo esto puede significar, pero sólo puedo decirte una
cosa. Gracias.
Freesia
miró a su prima con cierto asombro.
-¿Qué?
¿Por qué?
-Por
contármelo. Por confiar en mí. Ya sabes, no es la clase de cosas que uno va
contando por ahí. Es algo, no sé, muy personal. Gracias.
Freesia
no supo que contestar. Si lo pensaba un poco, tal vez fuera verdad. Si aquello
le hubiera pasado en el Jardín de Verano, dudaba si se lo hubiera contado
siquiera al ama.
Quizá a
su madre…
-Yo…-dijo
Áloe.-También te tengo que contar algo, ¿recuerdas?
Freesia
negó con la cabeza. ¿Cómo para olvidarlo?
Sin
poder evitarlo, se le escapó una pequeña sonrisa.
-Pues
claro que no, Áloe.
-Te lo
voy a contar. Esta tarde, cuando vuelva de la academia.
-¿Por
qué no me lo cuentas ahora?
Áloe se encogió
de hombros, y, muy extraño en ella, esbozó una
pequeña sonrisa.
-Por
mantener un poco el misterio. Si no, ¿qué gracia tiene?
Freesia
rio y asintió con la cabeza.
-Está
bien.
Áloe
abrazó a Freesia y le dirigió una sonrisa tranquilizadora.
-Nos vemos
luego, ¿vale?
Freesia
asintió y contempló como su prima abandonaba la habitación dejándola de nuevo
sola con sus pensamientos. Volvió a tumbarse y cerró los ojos. Sincerarse con
Áloe había sido, definitivamente, una buena idea. Sin embargo, seguía dándole
vueltas, irremediablemente, al asunto del sueño y de lo que podía significar,
sin llegar a ninguna conclusión coherente.
Aproximadamente
media hora después, sonó el teléfono de su habitación. Soltó un gruñido y se
levantó de la cama para cogerlo. Tan sólo era Camelia, una amiga de clase, para
preguntar por su estado. Freesia agradeció su llamada, se sintió reconfortada
al saber que alguien se preocupaba por ella.
Hacía un
mes que no recibía ninguna carta del Jardín de Verano. Era normal, habían
pasado dos años y la relación con sus amigos de allí estaba menguando poco a
poco, cosa que le entristecía. Lo último que había sabido de ellos era que
Clavel y Jazmín llevaban ya tres meses juntos, Agérato había repetido curso y
Begonia estaba haciendo unas prácticas como comerciante después de la escuela.
Freesia
suspiró. Tenía casi dieciséis años, era hora de que eligiera su futuro. Cuando
el curso acabara, acabaría también la Enseñanza Media, y tendría que elegir uno
de los centros de Enseñanza Avanzada de entre los muchos que había. Cada uno se
especializaba en una profesión. Un mes antes del final del curso, les harían un
test para darles unos resultados que les ayudarían en su elección. Básicamente,
según las aptitudes de cada uno, podrían elegir entre diez cursos determinados.
Freesia había aspirado a unos buenos resultados en el test y a poder estudiar
para convertirse en doctora. Pero últimamente sus sueños habían crecido, desde
una pequeña semilla hasta convertirse en un árbol enorme cargado con cientos de
ramas y miles de hojas, que la envolvían y la atrapaban. Sus sueños le daban
miedo.
Quería
salir.
Lo tenía
claro. Pero no salir a otro Jardín, ni a la Granja o el Embarcadero, como
harían los comerciantes.
No. Más
allá, ver el mundo exterior, si existía algo más que los Jardines en los que
había vivido durante toda su vida. Este sentimiento de libertad había aparecido
hacía apenas unos meses, y, al intentar extinguirlo, sólo había conseguido
acrecentarlo aún más.
No se lo
había contado a nadie. ¿Qué pensarían de ella? A todo el mundo le daba igual lo
que pudiera haber o dejar de haber más allá de los altos muros de los Cinco
Jardines. Allí vivían bien, tenían lo que necesitaban y nadie les molestaba.
Pero sus
padres habían salido. A la guerra. Hacía tiempo que no reclutaban a nadie, pero
tampoco nadie había vuelto. ¿Qué estaba ocurriendo? Ese sentimiento de
ignorancia era lo que más repugnaba a Freesia.
Quería
salir para ver. Pero también para saber, para descubrir. Quería saber dónde
estaban sus padres. Quería…
Pero la
ignorancia muchas veces se veía sustituida por la impotencia. Quería, pero, de
ninguna manera, podía. ¿Cómo iba a salir? Estaba prohibido. Y, aunque decidiera
infringir la ley, la seguridad era demasiado grande, demasiado… Segura. Freesia
no sabía de nadie que hubiera intentado salir antes, pero seguramente no lo
hubiera conseguido. Y, si a pesar de todo, por las circunstancias que fuera,
conseguía salir, ¿a dónde iría? No conocía a nadie de fuera, ni siquiera sabía
lo que podría ser ese “fuera”. Estaría sola y perdida…
Pero
estaría fuera, habría salido. Sería libre.
Freesia
se estremeció cuando todos estos pensamientos acudieron a su cabeza. Era una
locura, cuanto antes dejara de pensar en ello, mejor. Tenía que distraerse con
algo. Se levantó de la cama y se sentó frente al tocador para mirarse en el
espejo.
¿Por qué
narices lo había hecho? Sus mechones negros muertos se desperdigaban ahora por
el suelo. Se miró al espejo. Su pelo era ahora muy corto y crespo. Sin razón
alguna, se echó a llorar.
Porque
su aspecto le recordó demasiado al Jardín de Verano. Demasiado a su madre.
Ahora podría pasar perfectamente por una versión joven de ella.
Pero no
lo era. Era Freesia Dubois. Y su madre ya no estaba. Se había ido, y ella había
dejado que se la llevaran. Había sufrido tanto sin sus padres, que quería
estrangular a la persona que había mandador reclutarlos, hacer que sufriera
tanto como ella lo había hecho. Encontraría a esa persona. Lo haría. Y también
encontraría a sus padres.
Un poder
interno, que le transmitía seguridad, fue creciendo en su interior, haciéndola
sentirse fuerte. Apretó los puños.
Los
encontraría. Y si estaban muertos… Entonces sería ella quien acabaría con los
responsables. Lo haría… Costara lo que costara.
Y esta seguridad
la hacía sentirse viva, mucho más que nunca. Y algo surgió en su interior. Se miró
por última vez al espejo, que estalló en miles de pedazos.
Alhelí respiraba
con dificultad dentro del pequeño espacio que era la ambulancia.
-Tranquila,
estoy bien.-le dijo Freesia.
-No, no lo
estás. Te has cortado.
Freesia se
miró y vio que era verdad, sangraba mucho. Pero no le importaba. Ni siquiera dolía.
Porque había encontrado lo que hacer. Su destino. Iba a salir.
Sin embargo,
no podía parar de pensar en lo del espejo. ¿Lo había roto ella? Aparentemente, el
espejo se había roto solo. Pero una voz interior le susurraba que ella había tenido
algo que ver.
Cuando llegaron
al hospital, se dejó tumbar en una camilla, que unos enfermeros deslizaron por los
pasillos hasta una habitación donde supuso que algún doctor le cosería las heridas.
Pero, en su pequeño trayecto hospitalario, vio algo que la dejó helada.
Fue algo
fugaz, pues la habitación pasó ante sus ojos con una velocidad pasmosa. Pero dentro,
por la ventana de la puerta, había visto algo. Era una paciente, estaba profundamente
sedada y mucha gente se arremolinaba a su
alrededor. Al parecer, estaba causando un gran revuelo.
Y la paciente
era, sin la menor duda, Áloe.
Freesia se
desmayó.