El
restaurante al que llegaron poco antes de la puesta de sol no era muy grande.
Era un pequeño local frente a un riachuelo que descendía desde la montaña.
Estaba en el límite del pueblecito, y si mirabas más allá del establecimiento
podrías ver el espeso bosque de robles y las montañas anaranjadas en el
horizonte.
El
camarero les acompañó hasta una mesa en la terraza, de cara al sol y al pequeño
valle que se extendía delante de ellos justo antes de convertirse en bosque.
Las mesas estaban apiñadas, eran de madera desgastada y cada una estaba
iluminada por un farolillo particular. Era un lugar muy agradable, y un aroma
dulce impregnaba el espacio.
Freesia
y Zache se sentaron el uno en frente del otro, y la chica empezó a juguetear
con su servilleta, sin saber bien qué decir. En el camino hasta allí apenas
habían intercambiado dos o tres frases de saludo, y eso que en la mente de
Freesia bullían cientos de dudas y preguntas que ansiaba hacerle a su acompañante, pero que no se atrevía a
formular por… ¿Miedo? No, no era miedo. ¿Respeto? Tal vez. El caso es que la
valentía que había mostrado al dirigirse a él aquella primera noche en el andén
había desaparecido por completo.
A
Freesia se le antojaba muy lejano aquel último día en su hogar. La última tarde
con sus amigos, el lago, la fiesta… Todos aquellos recuerdos estaban cubiertos
de una bruma espesa que no le permitía vislumbrarlos bien. Parecían haber
ocurrido hacía años, como esas escenas de infancia en las que se veía a sí
misma montada en un triciclo, pero sin poder recordar cuándo, dónde o cómo
había ocurrido. Todo se mezclaba en su mente y estaba empezando a sufrir una
terrible migraña que se había ido acentuando durante los últimos días. En ese
momento tuvo el deseo incontrolable de encender una de aquellas bengalas
“mágicas” que le había regalado la anciana del puesto de colores, pero estaban
en la mochila que había dejado en casa de Ixia, y además, no sería demasiado
apropiado encender una bengala ahí, en medio.
Freesia se frotó el puente de la nariz y cerró los
ojos.
-¿Estás
bien?-le preguntó Zache, aparentemente preocupado.
La chica
asintió y se incorporó en su silla.
-Sí… Es
sólo que todo esto del viaje me tiene un poco descolocada.
-¿Cómo
si todo estuviese ocurriendo demasiado rápido?
La chica
asintió y sonrió, aunque lo que a ella le pasaba era totalmente lo contrario.
Todo estaba discurriendo con una lentitud mortal. Una vez en el tren, lo único que había deseado era llegar pronto
al Jardín de Invierno, pero en ese momento se encontraba en aquel pueblo
perdido, cenando con un extraño al que
un niño pecoso con el que compartiría casa durante una o dos noches había
llamado mago.
Era
totalmente irreal, pero ella estaba allí, con él, no era un sueño.
-¿Qué
van a pedir?-una chica joven y rolliza, de densos bucles rojos y mirada clara
estaba ahora ante ellos, agitando un bolígrafo y una libretita en la mano
izquierda.
Miró
alternativamente a Freesia y a Zache, y esbozó una mueca de extrañeza. La
verdad, ellos dos juntos daban un aspecto un tanto raro.
-¿Qué
tienen?-preguntó el joven, girando la cara hacia la camarera.
La
muchacha contuvo la respiración unos instantes al contemplar la cicatriz de
Zache, pero luego se relajó y desvió la vista hacia Freesia.
-Nuestra
especialidad es el estofado de cordero con verduras.
-Uno de
esos para mí.-dijo Zache.
-Para mí
también.-repitió a su vez Freesia.
La camarera
asintió y apuntó también una jarra de agua mineral. Se giró en redondo hasta volver
a entrar en el interior del local.
-Es
bonito el sitio… ¿verdad?
Freesia
asintió, pero se mantuvo callada. “¿Eres un mago? ¿De dónde vienes? ¿De qué te
conocen aquí? ¿Por qué te interesas por mí? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?”
No dijo
nada, y dejó que el chico volviera a hablar.
-Y
bueno… ¿Qué has hecho esta tarde? Antes de venir aquí, quiero decir.
“¿Quién
eres?”
-¿Qué?-le
dijo la chica, pues estaba sumida en sus pensamientos y no se había enterado de
la pregunta.
-Que que
has hecho esta tarde.
-Oh.-Freesia
agitó la cabeza.-He cuidado de un niño. Sus primas se fueron…
“A ver a
un mago. ¿Eres un mago?”
-¿Tuviste
que cuidar de él? Vaya. Yo no he hecho nada especial. Tan sólo pasear. Cerca
del hotel hay una heladería que parece estar bien. Podemos pasarnos luego por
ahí.
-No voy
a dormir en el hotel.-dijo bruscamente.
Zache la
miró, extrañado.
-¿Qué?
¿Por qué no?
-El niño
del que tuve que cuidar. Me voy a quedar en su casa. Vino su madre, estuvimos
con ella y me lo propuso.
El
hombre alzó una ceja.
-¿Es
seguro? Quiero decir, no los conoces. ¿Y si te roban, o algo?
La chica
no había contemplado esa posibilidad. Simplemente, confiaba en el muchachito y
en su madre.
-Estoy
bien.
“¿Y no
han ido a visitarte dos niñas pequeñas a que les hicieras algún truco?”
Zache se
encogió de hombros y se removió en su silla.
-¿Puedo
hacerte una pregunta?-le dijo a Freesia.
“¿Puedo
hacerte yo a ti cien?”
Asintió.
-¿Qué te
llevo a aquí?
Freesia
observó al joven, extrañada.
-El tren
se averió, ¿recuerdas?-Zache negó con la cabeza y exhaló un hondo suspiro.
-No me
refiero a este pueblo.
-¿Y a
qué te refieres?- “Oh, no, eso no”. No lo soportaría, no podría hablarle a
nadie de su situación, no en ese momento. Se derrumbaría.
Zache
advirtió su inquietud y desvió la mirada hacia otro lado.
-Mejor
déjalo.
Habló
sin pensar, las sílabas se le escaparon antes de que pudiera siquiera darse
cuenta de que había abierto la boca.
-Mis
padres están en la guerra. Bueno, en realidad no sé si lo están o no. Pero a mí
nadie me ha dicho nada. El caso es que llevo dos años viviendo sola con mi ama.
Pero se nos acabó el dinero. Me mudo con mi tía.
Freesia
bajó la vista y quiso golpearse contra la mesa. ¿Por qué lo había hecho? No,
no, ya estaba llorando como una niña tonta.
Zache
sacó un pañuelo rojo del bolsillo de su pantalón y se acercó a ella lentamente.
Le limpió las mejillas con cuidado, y cuando terminó, su mano aún reposaba
sobre la cara de la chica.
-Lo
siento. No era mi intención… Sé que debe de ser duro.
Freesia
negó con la cabeza.
-No
importa…-ya. Se había acabado. ¿Cómo habría podido ser tan tonta? Pero no
pensaba decir una palabra más.- Mira, parece que llega nuestra comida.
Mientras
comían nadie dijo gran cosa. El estofado no era nada del otro mundo, pero
estaba sabroso y era bastante abundante, lo bastante para dejarla ocupada y sin
tener que hablar durante media hora. Pero el estofado se acabó, y se quedaron
los dos mirándose.
“Venga,
pregunta”.
-Zache…-empezó,
tímidamente.
-¿Sí?
-No sé
como decírtelo… Pero antes, cuando he estado cuidando del niño, me han dicho
que habían ido a ver a un mago.
Zache
alzó una ceja y la miró, curioso.
-¿Un
mago? ¿Y qué pasa? ¿No te gustan los magos?
Freesia
negó con la cabeza.
-No, no
es eso. Es que… El mago se llamaba como tú.
El joven
apretó los dientes y el destelló de diversión que brillaba en sus ojos
desapareció. Freesia pudo comprobar cómo todos sus músculos se ponían en
tensión.
-Será
pura casualidad, no sé…-intentó dar un aspecto relajado, pero no lo consiguió.
Freesia
siguió hablando.
-No
creo… Me, me dijeron que iba en el tren. Zache…-Freesia se acercó a él y bajó
la vista, sin saber muy bien por qué.- ¿Me has estado ocultando algo?
“Vale,
eso ha sido lo más estúpido que has dicho hoy, de lejos.” El chico la miró, de
nuevo esbozando aquella mueca burlona. Ni que fueran una pareja que se conocía
desde hacía años, y en la que la mujer descubría que el otro la había estado
mintiendo.
¿Y qué
si quería mantener el secreto? Ella tampoco había dicho nada suyo… Bueno, salvo
el “ataque” que le había dado antes de comer. Y si hubiera podido evitarlo no
habría abierto la boca.
¿Por qué
Zache tendría que contárselo? ¿Por qué a ella, que la acababa de conocer?
Todos
estos pensamientos desfilaron por su cerebro justo después de lanzar la bomba,
y ya no podía echarse atrás con alguna escusa estúpida.
“Enhorabuena,
cerebro.”
-Puede
ser. ¿Desde cuándo nos lo contamos todo?-Zache sonrió.
Ya le
había ganado, no le sacaría ni una palabra más. Lo supo por la manera que tenía
ahora de mirarla, cualquier rastro de preocupación había desaparecido de sus
ojos y volvía a ser el inexpugnable y misterioso joven de siempre.
Freesia
negó con la cabeza y dio un sorbo largo al vaso de agua que no había probado en
toda la cena.
-Pues me
has pillado, soy un mago.-La chica casi
escupe todo el agua por la nariz.
Las
piezas no encajaban.
-¿Qué?
-Me has
preguntado si soy un mago, y sí, lo soy.-Zache sonreía más ampliamente que
antes. Parecía que le divertía la situación.
A
Freesia no le divertía para nada.
-Pero…
-Tú me
has contado lo de tu familia, creo que tienes derecho a saber mi pequeño
secreto.-El hombre se levantó de la mesa y alzó una mano en el aire.
-¿Qué
vas a hacer?-preguntó Freesia, extrañada.
-El tren
se averió, ¿recuerdas?
Antes de
que tuviera tiempo de replicar, Zache chasqueó los dedos y las luces se
apagaron de repente. No es que se apagaran solo los farolillos que iluminaban
las mesas, si no que se apagó el sol, que se escondía en el horizonte, se
apagaron las voces de los comensales, se apagó el murmullo del riachuelo y se
apagó la melodía del viento entre los árboles.
Freesia
ahogó un grito. A su alrededor reinaba el silencio y la oscuridad, sólo
alcanzaba a escuchar lo entrecortada de su respiración y lo tranquila de la de Zache.
Entonces
advirtió que el joven volvió a chasquear los dedos.
Y esta
vez, se encendieron las luces. Se encendieron unas lámparas doradas de pared,
se encendió un corredor estrecho y largo, y se encendió… ¿El traqueteo de un
tren?
-¿Dónde
estamos?-la chica volvió a ver a Zache, que se apoyaba contra una de las
paredes y sonreía melancólico.
-¿Dónde
estamos?-repitió, ante la carencia de una respuesta por parte de su
acompañante.
El chico
se llevó un dedo a los labios, se acercó a lo que parecía una ventana cubierta
por una tela de color granate y la apartó con sumo cuidado, como si fuese a
deshacerse entre sus manos.
Dejó a
la vista lo que parecía un paisaje nocturno, pasando a toda velocidad ante sus
ojos.
-¿Dónde
estamos?-venga, a la tercera va la vencida. Freesia sentía que el miedo
empezaba aflorar y la cabeza le daba vueltas. Las manos le habían comenzado a
sudar y una extraña sensación se apoderó de su ser. Se agarró con fuerza a la
barra que tenía a sus espaldas, y se alejó prudencialmente de Zache, que miraba
embelesado a una luna que no se movía y
se mantenía encima de ellos.
Entonces
se giró hacia ella, y a a la chica le recorrió un escalofrío de arriba abajo.
La luz de sus ojos había cambiado. Se habían oscurecido e inspiraban
desconfianza y amargura. Pero la sonrisa se mantenía en sus labios.
-¿Tienes
miedo?
Vaya,
¿tanto se le notaba?
-No.-se
irguió sobre sí misma y miró a Zache, desafiante.
El chico
se acercó más a ella, y Freesia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para
mantenerse impasible y no cambiar ni un ápice su posición.
Zache
siguió acercándose, apenas les separaban unos centímetros.
Dio otro
paso, y de repente, sus narices se rozaban.
-¿Te
asusto?
El
corazón de Freesia latía desbocado. Tenía miedo, mucho miedo. Pero no podía
admitirlo. Negó con la cabeza y le sostuvo la mirada. Aquella mirada oscura y
penetrante.
-¿Y
ahora?-se acercó aún más. La chica contuvo la respiración.
Y de
repente la estaba besando.
Al principio
no se dio cuenta, como si ella fuese otra persona, pero de repente volvió a la
realidad. Mantuvo la boca fuertemente cerrada, pero no aguantó demasiado.
Los
labios de Zache eran demasiado cálidos, como si estuviera besando el sol. Le
recordó al verano, a su tierra, a lo que amaba.
Y la
boca de Freesia se abrió para fundirse con la del joven. Cerró los ojos y de
repente estaba de nuevo en el Jardín de Verano, bañándose en el lago junto a
Jazmín, escuchando los cuentos del ama Dalia, jugando en césped junto a su
madre, cantándole canciones al sol y susurrándole a la lluvia.
Una
sensación abrasadora se abrió paso por todo su interior, y se aferró al cuello
de Zache mientras sus labios seguían unidos.
No
quería parar, no podía parar. Se sentía demasiado bien. Si parase, se acabaría
el mundo, desaparecería el sol, desaparecería la tierra y el mar, las nubes y
el aire.
Pero
después de lo que podrían haber sido segundos, horas, meses o décadas, Zache
separó sus labios de los de ella y todo se desvaneció al instante.
Seguía
en el misterioso tren, y el joven seguía de pie a su lado. Pero cualquier
sensación placentera se había marchado, dejando paso a la desolación y, lo que
era peor, al miedo.
No podía
mirar a Zache a la cara. ¿Por qué lo había hecho? Se arrepentía, mucho. ¿En qué
lugar la dejaba aquello? Las cosas no podrían ir peor.
Pero el
joven alargó un brazo hasta depositarlo en su hombro.
-No
deberías tener miedo.-¿qué? La chica estaba paralizada. Miedo era lo único que
sentía en aquel momento. ¿Era real? Quizá, si se pellizcara seguiría en el
tren, en aquella primera noche, o, lo que sería mejor, en su casa.
-El
miedo no es bueno.-Zache negó con la cabeza-.Cuando sientas miedo, búscalo en
tu interior. Cuando lo encuentres, quémalo. Hasta reducirlo a cenizas. Hasta
que haya desaparecido.
Y eso
hizo. Y lo encontró. Estaba escondido en un lugar profundo de su corazón, y
ella simplemente cerró los ojos y tomó aire. Ardía.
De
repente, se sentía fuerte, capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Alzó la vista
hasta encontrarse con la mirada de nuevo pálida de Zache.
-No
tengo miedo.
El joven
sonrió.
-Mucho
mejor. Es hora de volver. Bueno, más bien, de que vuelvas.
Freesia
no entendía.
-¿Es que
no vas a volver conmigo?
Zache
negó con la cabeza.
-Me
parece que no.
En ese
momento los sentimientos de Freesia se mezclaron y se contradijeron. Por una
parte, estaba aliviada. Si Zache se iba, quizá toda esa locura que había vivido
aquel día desaparecería, y en unos meses la recordaría como un mal sueño.
Por otra
parte, no podría hacerse a la idea de que se fuera. No, ahora que lo había
besado y había sentido aquello. Aquello que no era amor, si no otra cosa, más
fuerte y difícil de explicar.
Freesia
supo en aquel momento que, aunque el joven se fuese muy lejos, no podría
olvidarse de él.
Y eso le
dolía. Y le asustaba. Le asustaba tanto que por un momento pensó que se
derrumbaría.
“Pero
no. Has quemado el fuego, ¿recuerdas? Cenizas. Son cenizas”
-¿Y a
dónde irás?
Zache se
rascó el pelo, despreocupado.
-No sé.
Soy un mago, puedo ir a donde quiera.
Freesia
sonrió.
-¿Quieres
venir conmigo?
La chica
negó con la cabeza. Se acercó al joven y le dio un suave beso en la mejilla.
-Buena
suerte.-le susurró.
Se
quedaron mirándose durante un tiempo que le pareció infinito. Desde otra
perspectiva ellos dos eran como un
puzle. Encajaban todas sus piezas a la perfección.
Pero
faltaba una. Aquella que Freesia no llegaba a alcanzar, y que no alcanzaría
nunca. Lo sabía. Sería inútil pedir que mantuviesen el contacto.
Aquello
se había acabado.
Pero no
se olvidarían fácilmente.
Nunca lo
harían.
Zache se
agachó hasta que su boca rozó la oreja izquierda de la chica.
Susurró
una sola palabra. Una sola palabra que, a pesar de desconocer su significado en
aquella situación, hizo que Freesia se estremeciera de arriba abajo y que
empezara a temblar irremediablemente.
Su
aliento era cálido. La palabra, fría como el hielo.
-Alma.
El mundo
a su alrededor empezó a distorsionarse y a dar vueltas. Un pitido ensordecedor
se instaló en sus oídos y sintió que le removían todo el cuerpo, desde la
cabeza hasta la punta de los dedos de los pies.
Todo
desapareció: el tren, la luna blanca y brillante, las montañas nocturnas, las
cortinas granate.
Y Zache.
El joven
se fue como había venido: silenciosamente, sin que nadie se diera cuenta.
Y de
repente, Freesia volvía a estar sentada en la mesa del restaurante que habían
dejado atrás hacía… ¿cuánto tiempo había pasado?
No lo
sabía, pero a su alrededor nada parecía haber cambiado, el sol seguía en la
misma posición en la que lo había dejado, las personas seguían hablando, los
camareros sudaban y corrían entre las mesas, los restos del estofado de Zache
no se habían enfriado.
Y él ya
no estaba. Freesia se estremeció.
Y encima
de la mesa había la cantidad exacta de dinero para pagar la cuenta.
No podía
más. Tenía que irse de allí inmediatamente, si no, se volvería loca. Si no lo
había hecho ya. Al fin y al cabo, si le contaba a alguien lo que acababa de
ver, no pensarían otra cosa. Hasta ella misma estaba empezando a dudar de su
propio juicio.
Pero no,
aunque el tren no fuera real, Zache lo había sido. Y la manera en la que la
había besado. Aún tenía su sabor en los labios, pero la sensación de calidez
había desaparecido por completo.
Llamó a
la camarera pelirroja para que le trajese la cuenta, y la chica miró el asiento
vacío de Zache extrañada.
-Ha
tenido que marcharse.-La chica asintió, pero no parecía muy convencida.
Cuando
por fin hubo pagado y salió del restaurante, ya había caído la noche. Las
farolas de la ciudad brillaban ahora con más intensidad, y el viento era más
frío. No se podían ver estrellas, por lo encapotado del cielo, pero se
entreveía la luz brillante de la luna. Como en el tren.
Freesia
sacudió la cabeza.
No,
cuanto antes se olvidara de todo lo que había ocurrido, mejor. Estaba deseando
que repararan el tren para poder marcharse de allí cuanto antes. Cuando llegara
al Jardín de Invierno, nada de eso habría ocurrido.
“Zache
ha ocurrido, y siempre te acordarás.”
Su mente
estaba hecha un auténtico lío, y la cabeza le dolía espantosamente, pero cuando
Ixia le abrió la puerta en bata de dormir, aparentó normalidad.
-¿Qué
tal?-la mujer sonrió, y sus ojos brillaron.
“Qué
hermosa es”. Se preguntó quién podría haber sido el padre del chiquillo.
-Bien,
hemos ido a un restaurante a las afueras.
-¿Te lo
has pasado bien?
Ella
asintió, con despreocupación.
-Bueno,
creo que estarás cansada. Pensie ya está durmiendo dentro, tú lo harás aquí.
Señaló a
la cama redonda junto al ventanal.
-Gracias.-le
dijo Freesia con una sonrisa. Esta vez lo sentía de verdad.
-No hay
de qué.
Se
dieron las buenas noches e Ixia desapareció dentro de su habitación. Freesia se
desvistió, se puso el camisón que había metido apresuradamente al abandonar el
tren y corrió a refugiarse entre las mantas.
Cuanto
antes se quedase dormida, antes se acabaría el día.
Justo
antes de cerrar los ojos, oyó un sonido a su lado. Se giró en redondo y miró
debajo de la cama, de donde procedían.
Ahí
dormían unos gatitos y maullaban suavemente.
Freesia
sonrió. Los gatitos de Pensamiento.
Uno de ellos,
el blanco, se despertó al notar movimiento, y se subió de un salto a la cama. Se
acurrucó junto a la chica y se volvió a quedar dormido.
Así, con
el calor del gato a su lado, Freesia consiguió dormirse.
No soñó con
nada.
Pero una
sola palabra sonó en su mente toda la noche. Aquella palabra fría.
Alma.
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