jueves, 11 de octubre de 2012

Capítulo 6: Cuando me haya ido


El restaurante al que llegaron poco antes de la puesta de sol no era muy grande. Era un pequeño local frente a un riachuelo que descendía desde la montaña. Estaba en el límite del pueblecito, y si mirabas más allá del establecimiento podrías ver el espeso bosque de robles y las montañas anaranjadas en el horizonte.
El camarero les acompañó hasta una mesa en la terraza, de cara al sol y al pequeño valle que se extendía delante de ellos justo antes de convertirse en bosque. Las mesas estaban apiñadas, eran de madera desgastada y cada una estaba iluminada por un farolillo particular. Era un lugar muy agradable, y un aroma dulce impregnaba el espacio.
Freesia y Zache se sentaron el uno en frente del otro, y la chica empezó a juguetear con su servilleta, sin saber bien qué decir. En el camino hasta allí apenas habían intercambiado dos o tres frases de saludo, y eso que en la mente de Freesia bullían cientos de dudas y preguntas que ansiaba hacerle a  su acompañante, pero que no se atrevía a formular por… ¿Miedo? No, no era miedo. ¿Respeto? Tal vez. El caso es que la valentía que había mostrado al dirigirse a él aquella primera noche en el andén había desaparecido por completo.
A Freesia se le antojaba muy lejano aquel último día en su hogar. La última tarde con sus amigos, el lago, la fiesta… Todos aquellos recuerdos estaban cubiertos de una bruma espesa que no le permitía vislumbrarlos bien. Parecían haber ocurrido hacía años, como esas escenas de infancia en las que se veía a sí misma montada en un triciclo, pero sin poder recordar cuándo, dónde o cómo había ocurrido. Todo se mezclaba en su mente y estaba empezando a sufrir una terrible migraña que se había ido acentuando durante los últimos días. En ese momento tuvo el deseo incontrolable de encender una de aquellas bengalas “mágicas” que le había regalado la anciana del puesto de colores, pero estaban en la mochila que había dejado en casa de Ixia, y además, no sería demasiado apropiado encender una bengala ahí, en medio.
Freesia se frotó el puente de la nariz y cerró los ojos.                                                          
-¿Estás bien?-le preguntó Zache, aparentemente preocupado.
La chica asintió y se incorporó en su silla.
-Sí… Es sólo que todo esto del viaje me tiene un poco descolocada.
-¿Cómo si todo estuviese ocurriendo demasiado rápido?
La chica asintió y sonrió, aunque lo que a ella le pasaba era totalmente lo contrario. Todo estaba discurriendo con una lentitud mortal. Una vez en el tren,  lo único que había deseado era llegar pronto al Jardín de Invierno, pero en ese momento se encontraba en aquel pueblo perdido, cenando con un extraño al  que un niño pecoso con el que compartiría casa durante una o dos noches había llamado mago.
Era totalmente irreal, pero ella estaba allí, con él, no era un sueño.
-¿Qué van a pedir?-una chica joven y rolliza, de densos bucles rojos y mirada clara estaba ahora ante ellos, agitando un bolígrafo y una libretita en la mano izquierda.
Miró alternativamente a Freesia y a Zache, y esbozó una mueca de extrañeza. La verdad, ellos dos juntos daban un aspecto un tanto raro.
-¿Qué tienen?-preguntó el joven, girando la cara hacia la camarera.
La muchacha contuvo la respiración unos instantes al contemplar la cicatriz de Zache, pero luego se relajó y desvió la vista hacia Freesia.
-Nuestra especialidad es el estofado de cordero con verduras.
-Uno de esos para mí.-dijo Zache.
-Para mí también.-repitió a su vez Freesia.
La camarera asintió y apuntó también una jarra de agua mineral. Se giró en redondo hasta volver a entrar en el interior del local.
-Es bonito el sitio… ¿verdad?
Freesia asintió, pero se mantuvo callada. “¿Eres un mago? ¿De dónde vienes? ¿De qué te conocen aquí? ¿Por qué te interesas por mí? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?”
No dijo nada, y dejó que el chico volviera a hablar.
-Y bueno… ¿Qué has hecho esta tarde? Antes de venir aquí, quiero decir.
“¿Quién eres?”
-¿Qué?-le dijo la chica, pues estaba sumida en sus pensamientos y no se había enterado de la pregunta.
-Que que has hecho esta tarde.
-Oh.-Freesia agitó la cabeza.-He cuidado de un niño. Sus primas se fueron…
“A ver a un mago. ¿Eres un mago?”
-¿Tuviste que cuidar de él? Vaya. Yo no he hecho nada especial. Tan sólo pasear. Cerca del hotel hay una heladería que parece estar bien. Podemos pasarnos luego por ahí.
-No voy a dormir en el hotel.-dijo bruscamente.
Zache la miró, extrañado.
-¿Qué? ¿Por qué no?
-El niño del que tuve que cuidar. Me voy a quedar en su casa. Vino su madre, estuvimos con ella y me lo propuso.
El hombre alzó una ceja.
-¿Es seguro? Quiero decir, no los conoces. ¿Y si te roban, o algo?
La chica no había contemplado esa posibilidad. Simplemente, confiaba en el muchachito y en su madre.
-Estoy bien.
“¿Y no han ido a visitarte dos niñas pequeñas a que les hicieras algún truco?”
Zache se encogió de hombros y se removió en su silla.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-le dijo a Freesia.
“¿Puedo hacerte yo a ti cien?”
Asintió.
-¿Qué te llevo a aquí?
Freesia observó al joven, extrañada.
-El tren se averió, ¿recuerdas?-Zache negó con la cabeza y exhaló un hondo suspiro.
-No me refiero a este pueblo.
-¿Y a qué te refieres?- “Oh, no, eso no”. No lo soportaría, no podría hablarle a nadie de su situación, no en ese momento. Se derrumbaría.
Zache advirtió su inquietud y desvió la mirada hacia otro lado.
-Mejor déjalo.
Habló sin pensar, las sílabas se le escaparon antes de que pudiera siquiera darse cuenta de que había abierto la boca.
-Mis padres están en la guerra. Bueno, en realidad no sé si lo están o no. Pero a mí nadie me ha dicho nada. El caso es que llevo dos años viviendo sola con mi ama. Pero se nos acabó el dinero. Me mudo con mi tía.
Freesia bajó la vista y quiso golpearse contra la mesa. ¿Por qué lo había hecho? No, no, ya estaba llorando como una niña tonta.
Zache sacó un pañuelo rojo del bolsillo de su pantalón y se acercó a ella lentamente. Le limpió las mejillas con cuidado, y cuando terminó, su mano aún reposaba sobre la cara de la chica.
-Lo siento. No era mi intención… Sé que debe de ser duro.
Freesia negó con la cabeza.
-No importa…-ya. Se había acabado. ¿Cómo habría podido ser tan tonta? Pero no pensaba decir una palabra más.- Mira, parece que llega nuestra comida.
Mientras comían nadie dijo gran cosa. El estofado no era nada del otro mundo, pero estaba sabroso y era bastante abundante, lo bastante para dejarla ocupada y sin tener que hablar durante media hora. Pero el estofado se acabó, y se quedaron los dos mirándose.
“Venga, pregunta”.
-Zache…-empezó, tímidamente.
-¿Sí?
-No sé como decírtelo… Pero antes, cuando he estado cuidando del niño, me han dicho que habían ido a ver a un mago.
Zache alzó una ceja y la miró, curioso.
-¿Un mago? ¿Y qué pasa? ¿No te gustan los magos?
Freesia negó con la cabeza.
-No, no es eso. Es que… El mago se llamaba como tú.
El joven apretó los dientes y el destelló de diversión que brillaba en sus ojos desapareció. Freesia pudo comprobar cómo todos sus músculos se ponían en tensión.
-Será pura casualidad, no sé…-intentó dar un aspecto relajado, pero no lo consiguió.
Freesia siguió hablando.
-No creo… Me, me dijeron que iba en el tren. Zache…-Freesia se acercó a él y bajó la vista, sin saber muy bien por qué.- ¿Me has estado ocultando algo?
“Vale, eso ha sido lo más estúpido que has dicho hoy, de lejos.” El chico la miró, de nuevo esbozando aquella mueca burlona. Ni que fueran una pareja que se conocía desde hacía años, y en la que la mujer descubría que el otro la había estado mintiendo.
¿Y qué si quería mantener el secreto? Ella tampoco había dicho nada suyo… Bueno, salvo el “ataque” que le había dado antes de comer. Y si hubiera podido evitarlo no habría abierto la boca.
¿Por qué Zache tendría que contárselo? ¿Por qué a ella, que la acababa de conocer?
Todos estos pensamientos desfilaron por su cerebro justo después de lanzar la bomba, y ya no podía echarse atrás con alguna escusa estúpida.
“Enhorabuena, cerebro.”
-Puede ser. ¿Desde cuándo nos lo contamos todo?-Zache sonrió.
Ya le había ganado, no le sacaría ni una palabra más. Lo supo por la manera que tenía ahora de mirarla, cualquier rastro de preocupación había desaparecido de sus ojos y volvía a ser el inexpugnable y misterioso joven de siempre.
Freesia negó con la cabeza y dio un sorbo largo al vaso de agua que no había probado en toda la cena.
-Pues me has pillado, soy un  mago.-La chica casi escupe todo el agua por la nariz.
Las piezas no encajaban.
-¿Qué?
-Me has preguntado si soy un mago, y sí, lo soy.-Zache sonreía más ampliamente que antes. Parecía que le divertía la situación.
A Freesia no le divertía para nada.
-Pero…
-Tú me has contado lo de tu familia, creo que tienes derecho a saber mi pequeño secreto.-El hombre se levantó de la mesa y alzó una mano en el aire.
-¿Qué vas a hacer?-preguntó Freesia, extrañada.
-El tren se averió, ¿recuerdas?
Antes de que tuviera tiempo de replicar, Zache chasqueó los dedos y las luces se apagaron de repente. No es que se apagaran solo los farolillos que iluminaban las mesas, si no que se apagó el sol, que se escondía en el horizonte, se apagaron las voces de los comensales, se apagó el murmullo del riachuelo y se apagó la melodía del viento entre los árboles.
Freesia ahogó un grito. A su alrededor reinaba el silencio y la oscuridad, sólo alcanzaba a escuchar lo entrecortada de su respiración  y lo tranquila de la de Zache.
Entonces advirtió que el joven volvió a chasquear los dedos.
Y esta vez, se encendieron las luces. Se encendieron unas lámparas doradas de pared, se encendió un corredor estrecho y largo, y se encendió… ¿El traqueteo de un tren?
-¿Dónde estamos?-la chica volvió a ver a Zache, que se apoyaba contra una de las paredes y sonreía melancólico.
-¿Dónde estamos?-repitió, ante la carencia de una respuesta por parte de su acompañante.
El chico se llevó un dedo a los labios, se acercó a lo que parecía una ventana cubierta por una tela de color granate y la apartó con sumo cuidado, como si fuese a deshacerse entre sus manos.
Dejó a la vista lo que parecía un paisaje nocturno, pasando a toda velocidad ante sus ojos.
-¿Dónde estamos?-venga, a la tercera va la vencida. Freesia sentía que el miedo empezaba aflorar y la cabeza le daba vueltas. Las manos le habían comenzado a sudar y una extraña sensación se apoderó de su ser. Se agarró con fuerza a la barra que tenía a sus espaldas, y se alejó prudencialmente de Zache, que miraba embelesado a una luna que no se  movía y se mantenía encima de ellos.
Entonces se giró hacia ella, y a a la chica le recorrió un escalofrío de arriba abajo. La luz de sus ojos había cambiado. Se habían oscurecido e inspiraban desconfianza y amargura. Pero la sonrisa se mantenía en sus labios.
-¿Tienes miedo?
Vaya, ¿tanto se le notaba?
-No.-se irguió sobre sí misma y miró a Zache, desafiante.
El chico se acercó más a ella, y Freesia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerse impasible y no cambiar ni un ápice su posición.
Zache siguió acercándose, apenas les separaban unos centímetros.
Dio otro paso, y de repente, sus narices se rozaban.
-¿Te asusto?
El corazón de Freesia latía desbocado. Tenía miedo, mucho miedo. Pero no podía admitirlo. Negó con la cabeza y le sostuvo la mirada. Aquella mirada oscura y penetrante.
-¿Y ahora?-se acercó aún más. La chica contuvo la respiración.
Y de repente la estaba besando.
Al principio no se dio cuenta, como si ella fuese otra persona, pero de repente volvió a la realidad. Mantuvo la boca fuertemente cerrada, pero no aguantó demasiado.
Los labios de Zache eran demasiado cálidos, como si estuviera besando el sol. Le recordó al verano, a su tierra, a lo que amaba.
Y la boca de Freesia se abrió para fundirse con la del joven. Cerró los ojos y de repente estaba de nuevo en el Jardín de Verano, bañándose en el lago junto a Jazmín, escuchando los cuentos del ama Dalia, jugando en césped junto a su madre, cantándole canciones al sol y susurrándole a la lluvia.
Una sensación abrasadora se abrió paso por todo su interior, y se aferró al cuello de Zache mientras sus labios seguían unidos.
No quería parar, no podía parar. Se sentía demasiado bien. Si parase, se acabaría el mundo, desaparecería el sol, desaparecería la tierra y el mar, las nubes y el aire.
Pero después de lo que podrían haber sido segundos, horas, meses o décadas, Zache separó sus labios de los de ella y todo se desvaneció al instante.
Seguía en el misterioso tren, y el joven seguía de pie a su lado. Pero cualquier sensación placentera se había marchado, dejando paso a la desolación y, lo que era peor, al miedo.
No podía mirar a Zache a la cara. ¿Por qué lo había hecho? Se arrepentía, mucho. ¿En qué lugar la dejaba aquello? Las cosas no podrían ir peor.
Pero el joven alargó un brazo hasta depositarlo en su hombro.
-No deberías tener miedo.-¿qué? La chica estaba paralizada. Miedo era lo único que sentía en aquel momento. ¿Era real? Quizá, si se pellizcara seguiría en el tren, en aquella primera noche, o, lo que sería mejor, en su casa.
-El miedo no es bueno.-Zache negó con la cabeza-.Cuando sientas miedo, búscalo en tu interior. Cuando lo encuentres, quémalo. Hasta reducirlo a cenizas. Hasta que haya desaparecido.
Y eso hizo. Y lo encontró. Estaba escondido en un lugar profundo de su corazón, y ella simplemente cerró los ojos y tomó aire. Ardía.
De repente, se sentía fuerte, capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Alzó la vista hasta encontrarse con la mirada de nuevo pálida de Zache.
-No tengo miedo.
El joven sonrió.
-Mucho mejor. Es hora de volver. Bueno, más bien, de que vuelvas.
Freesia no entendía.
-¿Es que no vas a volver conmigo?
Zache negó con la cabeza.
-Me parece que no.
En ese momento los sentimientos de Freesia se mezclaron y se contradijeron. Por una parte, estaba aliviada. Si Zache se iba, quizá toda esa locura que había vivido aquel día desaparecería, y en unos meses la recordaría como un mal sueño.
Por otra parte, no podría hacerse a la idea de que se fuera. No, ahora que lo había besado y había sentido aquello. Aquello que no era amor, si no otra cosa, más fuerte y difícil de explicar.
Freesia supo en aquel momento que, aunque el joven se fuese muy lejos, no podría olvidarse de él.
Y eso le dolía. Y le asustaba. Le asustaba tanto que por un momento pensó que se derrumbaría.
“Pero no. Has quemado el fuego, ¿recuerdas? Cenizas. Son cenizas”
-¿Y a dónde irás?
Zache se rascó el pelo, despreocupado.
-No sé. Soy un mago, puedo ir a donde quiera.
Freesia sonrió.
-¿Quieres venir conmigo?
La chica negó con la cabeza. Se acercó al joven y le dio un suave beso en la mejilla.
-Buena suerte.-le susurró.
Se quedaron mirándose durante un tiempo que le pareció infinito. Desde otra perspectiva ellos dos eran como un  puzle. Encajaban todas sus piezas a la perfección.
Pero faltaba una. Aquella que Freesia no llegaba a alcanzar, y que no alcanzaría nunca. Lo sabía. Sería inútil pedir que mantuviesen el contacto.
Aquello se había acabado.
Pero no se olvidarían fácilmente.
Nunca lo harían.
Zache se agachó hasta que su boca rozó la oreja izquierda de la chica.
Susurró una sola palabra. Una sola palabra que, a pesar de desconocer su significado en aquella situación, hizo que Freesia se estremeciera de arriba abajo y que empezara a temblar irremediablemente.
Su aliento era cálido. La palabra, fría como el hielo.
-Alma.
El mundo a su alrededor empezó a distorsionarse y a dar vueltas. Un pitido ensordecedor se instaló en sus oídos y sintió que le removían todo el cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies.
Todo desapareció: el tren, la luna blanca y brillante, las montañas nocturnas, las cortinas granate.
Y Zache.
El joven se fue como había venido: silenciosamente, sin que nadie se diera cuenta.
Y de repente, Freesia volvía a estar sentada en la mesa del restaurante que habían dejado atrás hacía… ¿cuánto tiempo había pasado?
No lo sabía, pero a su alrededor nada parecía haber cambiado, el sol seguía en la misma posición en la que lo había dejado, las personas seguían hablando, los camareros sudaban y corrían entre las mesas, los restos del estofado de Zache no se habían enfriado.
Y él ya no estaba. Freesia se estremeció.
Y encima de la mesa había la cantidad exacta de dinero para pagar la cuenta.
No podía más. Tenía que irse de allí inmediatamente, si no, se volvería loca. Si no lo había hecho ya. Al fin y al cabo, si le contaba a alguien lo que acababa de ver, no pensarían otra cosa. Hasta ella misma estaba empezando a dudar de su propio juicio.
Pero no, aunque el tren no fuera real, Zache lo había sido. Y la manera en la que la había besado. Aún tenía su sabor en los labios, pero la sensación de calidez había desaparecido por completo.
Llamó a la camarera pelirroja para que le trajese la cuenta, y la chica miró el asiento vacío de Zache extrañada.
-Ha tenido que marcharse.-La chica asintió, pero no parecía muy convencida.
Cuando por fin hubo pagado y salió del restaurante, ya había caído la noche. Las farolas de la ciudad brillaban ahora con más intensidad, y el viento era más frío. No se podían ver estrellas, por lo encapotado del cielo, pero se entreveía la luz brillante de la luna. Como en el tren.
Freesia sacudió la cabeza.
No, cuanto antes se olvidara de todo lo que había ocurrido, mejor. Estaba deseando que repararan el tren para poder marcharse de allí cuanto antes. Cuando llegara al Jardín de Invierno, nada de eso habría ocurrido.
“Zache ha ocurrido, y siempre te acordarás.”
Su mente estaba hecha un auténtico lío, y la cabeza le dolía espantosamente, pero cuando Ixia le abrió la puerta en bata de dormir, aparentó normalidad.
-¿Qué tal?-la mujer sonrió, y sus ojos brillaron.
“Qué hermosa es”. Se preguntó quién podría haber sido el padre del chiquillo.
-Bien, hemos ido a un restaurante a las afueras.
-¿Te lo has pasado bien?
Ella asintió, con despreocupación.
-Bueno, creo que estarás cansada. Pensie ya está durmiendo dentro, tú lo harás aquí.
Señaló a la cama redonda junto al ventanal.
-Gracias.-le dijo Freesia con una sonrisa. Esta vez lo sentía de verdad.
-No hay de qué.
Se dieron las buenas noches e Ixia desapareció dentro de su habitación. Freesia se desvistió, se puso el camisón que había metido apresuradamente al abandonar el tren y corrió a refugiarse entre las mantas.
Cuanto antes se quedase dormida, antes se acabaría el día.
Justo antes de cerrar los ojos, oyó un sonido a su lado. Se giró en redondo y miró debajo de la cama, de donde procedían.
Ahí dormían unos gatitos y maullaban suavemente.
Freesia sonrió. Los gatitos de Pensamiento.
Uno de ellos, el blanco, se despertó al notar movimiento, y se subió de un salto a la cama. Se acurrucó junto a la chica y se volvió a quedar dormido.
Así, con el calor del gato a su lado, Freesia consiguió dormirse.
No soñó con nada.
Pero una sola palabra sonó en su mente toda la noche. Aquella palabra fría.
Alma.

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