Ya había
anochecido. En la calle todo estaba en silencio. Después del reciente y
violento ataque acontecido la madrugada pasada, nadie se había atrevido a
salir, por miedo a lo que pudiera ocurrir. Freesia tampoco lo había hecho.
-Te he
traído chocolate.-Fresno había pasado la tarde con ella, y básicamente lo único
que habían hecho había sido quedarse en silencio o comentar algo que les
preocupaba. Para Freesia lo más importante era que estaban juntos, y que tenía
un amigo en el que apoyarse, y que le entendiese. Y supuso que Fresno también
lo necesitaba.- Pernetia me ha dicho que te gusta con nubes.
Le pasó
la taza a la chica, que la acogió con agrado entre sus manos e inspiró
profundamente el delicioso olor que desprendía.
-Están
preocupados. Deberías bajar, F. Y tu tía no es que esté muy cómoda conmigo por
aquí. Creo que tiene una idea equivocada de mí.
Freesia sonrió tímidamente antes de darle un sorbo a
su taza.
-No me
extraña. ¿Has visto a Áloe?
Fresno
negó con la cabeza, y Freesia suspiró.
Después
de un momentáneo silencio, la chica
volvió a hablar.
-Todo el
mundo tiene miedo, ¿verdad?
-Sí, eso
me temo. Nunca había pasado esto. ¿Y sabes lo peor? Que muchas de las personas
arrestadas son de aquí. Del Jardín de Invierno, incluso de Norte.
A
Freesia se le encogió el corazón.
-¿Por
qué iba a querer alguien atentar contra su propia ciudad?
Fresno
se encogió de hombros.
-Ni
idea. Tengo la cabeza hecha un lío. Mi madre ahora está muy estresada, anda de
aquí para allá continuamente y está muy preocupada. Actúa como si la cosa no
fuera grave, Freesia, pero yo sé que lo es. Un ataque así, sin más, nunca había
ocurrido. Siempre… Había habido orden. Este mediodía se ha ido a trabajar, a
saber cuándo volverá.
Freesia
le acarició un hombro al chico con cariño.
La madre
de Fresno, Begonia Temple, era secretaria del Ministro de Invierno Helenio Blecher,
que ocupaba a sí mismo el puesto de Primer Gobernador, el cargo más elevado en
los Jardines. Por lo tanto Begonia era una personalidad importante en el mundo
de la política, por lo que Freesia supuso que o bien Fresno tenía los oídos
llenos de cera, o le estaba ocultando información.
-¿Tú
madre no te ha dicho nada…? ¿Ni la has oído hablar con nadie…?
Fresno
bajó la vista y se mordió el labio, para después negar con la cabeza.
Claramente, estaba mintiendo.
-Dime la
verdad.
Fresno
suspiró profundamente.
-No sé…
No sé si es apropiado que te lo diga. Esta mañana… He oído a mi madre hablar
por teléfono, antes de irse al trabajo. Ha sido un poco en plan espionaje, con la oreja pegada a
la puerta de su despacho. Y, Freesia, no es nada bueno, y tampoco esclarece las
cosas.
Freesia
dejó la taza sobre la tarima y le sujetó los hombros con las manos a su amigo.
-Oye,
casi morimos quemados en medio del bosque, cualquier información me resultaría
valiosa. Y creo tú piensas igual. Y, por favor, no me ocultes cosas por querer
protegerme. Lo primero, no lo harías, no te serviría de nada, estaría expuesta
a sea cual sea la amenaza igualmente. Y lo segundo, no tengo seis años, y que
sea una chica no quiere decir que necesito a alguien que me cuide o luche por
mí. Sé valerme perfectamente por mí misma. Así que o me cuentas lo que sea que
hayas oído, o te marchas, y sabré que ya no confías en mí.
Freesia
se cruzó de brazos después del discurso pronunciado, y aguardó con la mirada
puesta en el chico la respuesta de éste. A Fresno le temblaba el labio y había
vuelto a bajar la vista.
-Está
bien. De perdidos al río, ¿no?-a Fresno se le escapó una risilla nerviosa.- No
sé con quién estaba hablando, pero creo que era con el Gobernador, o si no, con
alguien importante. Con el alcalde de Norte, quizá. Bueno, eso no importa
demasiado. Fue fácil escucharla, hablaba a gritos. Vamos, que si quería que
fuera confidencial, no lo estaba consiguiendo, teniendo en cuenta que
cualquiera que se hubiera acercado un poco a la pared la hubiera oído. Creo que
estaba un poco desquiciada en ese momento. Desde ayer de madrugada, cuando
llegué a casa, había estado recibiendo llamadas, mensajes y notificaciones de
todos los líderes de los Jardines, o simplemente de gente que exigía saber qué
estaba pasando.
-Tiene
que estar sometida a mucha presión, ¿verdad?-Freesia intentó mostrarse
comprensiva con su amigo para que no se echara atrás con su relato.
Fresno
asintió lentamente, y esperó unos instantes antes de volver a hablar.
-La
verdad es que sí. Imagínate, con cualquier tontería la gente se revoluciona,
como aquella vez en la que nevó tanto en la autovía 97 que se cortó el
suministro de carne durante tres días, y se armó una buena. Pues figúrate
ahora. Bueno, que nos desviamos. El caso es que hablaban de algo extraño, y
tenían miedo. Eso estaba claro. A diferencia de la mayoría de la gente, sabían
lo que estaba pasando. Y estaban asustados. No dijeron qué era, pero
mencionaron un nombre… Decían que había que avisar a Maireen Shields antes de
que todo se les fuera de las manos.
Freesia
no había oído aquel nombre en su vida. Dentro de los Jardines, había muchos
puestos políticos, pero sólo unos pocos importantes. Todo el mundo se sabía el
nombre de los importantes. Si la tal Shields era tan relevante como para que el
Gobernador le pidiera ayuda, tendría que ser alguien de renombre, no cualquier
política de medio pelo. Y por lo tanto, como no sabía quién podía ser aquella
mujer, tenía que ser de fuera de los Jardines.
A falta
de una respuesta inmediata por parte de Freesia, que se había quedado muda y
pensativa ante la información recibida, Fresno siguió hablando.
-Eso…
Eso no es todo.
Freesia
advirtió que Fresno había desviado la vista y contemplaba con tristeza la
lluvia que había comenzado a golpear débilmente las ventanas.
-¿Qué
pasa?-Freesia, ante la evidente preocupación de su amigo, había alargado su
mano para posarla sobre la de él.
-Decían…
Que había que marcharse… Freesia, me voy de los Jardines.
Aquello
le cayó a Freesia como una piedra dentro del estómago. Su cerebro empezó a
plantearse miles de preguntas, sin respuesta. ¿Se iba a ir? ¿De los Cinco
Jardines? Pero… ¿a dónde? Nadie se iba. El Gobernador no se iba. Eso
significaba que de verdad había algo más allá.
-Pero…-musitó
Freesia a media voz.-¿A dónde?
Fresno
se encogió de hombros.
-No lo
sé. Tampoco sé cuándo. Supongo que tenemos que ir a ver a esa tal Maireen.
Tengo… Tengo miedo, Freesia. Puede que pienses que soy estúpido, o… Pero es que
no sé a qué me voy a enfrentar. Es como cruzar una puerta a otra dimensión.
Todo está en blanco, nadie nos ha dicho
nunca qué hay, si lo hay… Y esto te lo estoy contando cuando se supone que no
debería… Por favor no se lo digas a nadie. Es… Peligroso.
Freesia
tragó saliva con dificultad, asimilando con increíble rapidez todo lo que su
amigo le estaba revelando. Por una parte le entendía, el terror que infundía lo
desconocido era algo que ella había vivido de primera mano cuando se había
mudado a Norte, y aquello era aún peor, pues Fresno no podía saber qué se
encontraría cuando cruzara los altos muros de los Jardines.
Pero,
por otra parte, aunque no podría admitirlo, le envidiaba. Iba a irse, a
abandonar la monotonía de los Jardines, a conocer mundo, y ella se quedaría en
Norte, para siempre, viviría y moriría entre edificios altos y copos de nieve
espesos.
Los dos
se habían quedado en silencio, sumidos cada uno en sus pensamientos y dudas,
cuando alguien llamó a la puerta.
-¡Freesia!-la
voz de Narciso se hizo audible al otro lado de la pared.
-Entra.-susurró
Freesia, sin preocuparse por si el niño le había oído o no. Pero al parecer lo
había hecho, porque asomó su cabeza por una rendija de la puerta.
-Es hora
de cenar.
-No
tengo hambre.-respondió con sequedad.
-Si es
por él,-Narciso señaló a Fresno con la barbilla.-puede quedarse a cenar, si
quiere.
Pero
Fresno negó con la cabeza y se dispuso a levantarse.
-No, si
yo me voy ya.- Freesia suspiró y miró a su primo.
-Ya
bajo, Nar.-el niño asintió y volvió a cerrar la puerta, dejándolos solos.
-Bueno,
pues me voy.-dijo Fresno, y Freesia se levantó y se situó junto a la puerta
para despedir a su amigo.
-Llámame
si pasa algo, ¿vale? Cualquier cosa.
-Está
bien. ¿Nos vemos mañana?
Freesia
asintió y se quedaron en silencio, mirándose.
-Pues hasta
mañana.-dijo Fresno.
-Hasta
mañana.
Casi de
madrugada, Freesia oyó pasos en el recibidor. Después advirtió que alguien
bajaba las escaleras con sigilo, y pudo escuchar unas voces apagadas en la
planta de abajo. Aún algo somnolienta pero con los cinco sentidos alerta, se
levantó de la cama y se apresuró a asomarse por la puerta de su habitación. El
corredor estaba en silencio y sumido en la oscuridad, y la chica no tuvo más
remedio que salir de la habitación y acercarse prudencialmente a las escaleras.
Una vez en el borde del primer escalón, pudo distinguir a las dos siluetas que
hablaban entre susurros en el vestíbulo. Ni siquiera habían encendido la luz,
pero aún así Freesia no podría bajar mucho más o la verían, y desde su posición
no podía distinguir las palabras. Podría presentarse así sin más, pero sabía
que nadie le contaría nada, y además, olía a secreto aquello de hablar bajito a
oscuras pasada la medianoche. Y ella más que nadie, estaba harta de secretos.
Ideó un plan improvisado y decidió que
utilizaría uno de aquellos túneles que antiguamente usaba el servicio para
atender todo rincón de la casa, y así llegar a la cocina. Desde ahí, con suma
precaución, podría escuchar algo, si para cuando hubiera realizado la
operación las personas no hubieran
abandonado ya sus puestos.
Con la
mayor rapidez posible y poniendo especial cuidado en cada paso que daba sobre
la moqueta, Freesia se deslizó hasta una pequeña puerta junto a la de su
habitación, y maldijo en silencio cuando comprobó que estaba cerrada con llave.
Recordó entonces la tarde en la que su tía Iris había decidido prohibirles
utilizar aquellos pasadizos por miedo a que hubiera algún derrumbamiento o se
cortaran con algo, debido a su antigüedad y mal mantenimiento.
Sin
pararse a recapacitarlo por mucho más que un segundo, Freesia se deshizo de una
de las horquillas que le sujetaban el pelo, la abrió y la introdujo en la
cerradura. Su padre, hacía ya ocho años, le había enseñado a abrir puertas de
aquella manera, pero en aquel momento no lograba concentrarse y le sudaban las
manos. Estaba nerviosa, y a cada segundo que pasaba sentía que quien quiera que
fuese que estaba en el recibidor se iría, dejándola sin nada en claro que
sacar.
Pero las
voces seguían llegando, suaves y atenuadas en murmullos apenas audibles, por lo
que Freesia dejó la mente en blanco, se tranquilizó y se dispuso a realizar la
maniobra antes de que fuera demasiado tarde.
Por fin
consiguió lo que se proponía, pero temió ser descubierta cuando la portezuela
se abrió con un horrible crujido de los goznes. Por suerte, las personas
seguían absortas en su conversación, por lo que nadie advirtió la presencia de
la chica.
Nunca
había estado en los pasadizos, básicamente sólo los habían utilizado los
mellizos y Narciso cuando Iris los clausuró. En ese momento agradeció ser
bajita, pues el techo del túnel era muy estrecho y bajo, y aún así tenía que
agachar la cabeza. Supuso que se debería a algún tipo de derrumbamiento durante
las obras de renovación, pues no se explicaba cómo antiguamente alguien hubiera
podido moverse con comodidad por ahí.
No había
luz en el pasadizo, así que se orientó palpando las paredes, y siguió moviéndose por
instinto, hacia donde ella creía que podría estar la cocina. Los túneles no
eran enrevesados, y en pocos minutos estuvo frente a una puerta parecida a por
la que había entrado. Volvió a utilizar la pequeña horquilla y repitió el
proceso hasta que se encontró de nuevo en otra habitación.
Salvo
que no era la cocina. Sin saber cómo, había llegado a parar al cuarto de Áloe.
Freesia no sabía que los túneles conectaran con aquella estancia, pero nadie
nunca le había dicho que no lo hicieran. Se paró a pensar, y se dio cuenta de
que el nivel no había descendido. Si hubiera bajado a la cocina, tendría que
haberse topado con una cuesta o algo por el estilo, pero no lo había hecho.
Simplemente había estado dando vueltas como una tonta, pues la habitación de su
prima estaba justo al lado de la suya. Al final, iba a resultar que los túneles
sí que eran enrevesados.
Estaba a
punto de volverse para intentar encontrar por fin el camino a la cocina, cuando
algo la detuvo. La puerta de la habitación se había abierto, y ahora alguien
entraba. Freesia, apresuradamente, cerró la pequeña puerta del pasadizo
dejándola entreabierta para poder atisbar por una pequeña ranura lo que
acontecía en el interior.
La
primera persona a la que vio fue a Áloe. Estaba despeinada y tenía los ojos
enrojecidos, como si hubiera estado llorando.
No había bajado a cenar, Azucena le había dicho a Freesia que no se
encontraba muy bien, y Freesia hacia un día que no la veía. Ni siquiera había
tenido tiempo para contarle lo sucedido en el bosque.
Detrás
de ella entró un chico. Era bajito y llevaba una sudadera con capucha que le
cubría la frente y los ojos, y Freesia no pudo verle la cara. ¿Quién podía ser?
-Ya te
lo he dicho, no voy a ir.-Áloe se tumbó en la cama y apretó un almohadón entre
sus brazos. El chico se sentó junto a ella y se quedó mirándola revolverse
entre la ya muy deshecha ropa de cama de color rosa pálido.
-Y yo
también te lo he dicho, tienes que ir.-le respondió el chico a su prima, con
voz ronca.-Está hecho, sabes lo que ha pasado.
Áloe
apartó el cojín con el que se cubría la cara y miró fijamente a su acompañante.
-Estáis
todos locos. Desearía no haberme metido nunca en esto.
-No
habrías podido evitarlo.-el chico sonrío pícaramente.-Lo sabes.
-Si
estoy con vosotros es por ti, Simon. Esto no me gusta…
-Vamos,
ahora no busques excusas estúpidas. ¿Vendrás o no?
Áloe se
había quedado quieta, con la vista fija en el suelo, los rubios cabellos
desperdigados en torno a su cabeza, cayendo en cascada hasta tocar la alfombra.
-No lo
sé…
Freesia
en ese momento deseó no haber salido de la cama, ni haber oído todo aquello.
Ahora, más y más dudas se le aparecían, mezclándose con las que ya existían y
haciendo que se sintiera impotente. ¿Quién podía ser aquel tal Simon? Era un
nombre muy raro, pero por su acento, se diría que había vivido toda su vida en
Norte, probablemente en el barrio rico, y no parecía extranjero. Freesia nunca
le había visto, pero hablaba con Áloe como si fueran amigos de toda la vida. La
chica advirtió también que entre ellos había una complicidad que superaba la
amistad.
Justo
cuando esta idea cruzaba su mente, Simon alzó la barbilla de Áloe y la besó
apasionadamente en los labios. El corazón
de Freesia dio un salto y tuvo que hacer un gran esfuerzo para
mantenerse en su posición y evitar que la descubrieran.
Sintió
que no podía soportarlo más, y antes de que la pareja se separara, Freesia dio
media vuelta y se internó en los pasadizos. No quería oír más, lo único que
conseguiría sería saber más cosas que no entendía, y que sólo le conseguirían
dar dolor de cabeza. Antes de perder de vista el interior de la habitación,
pudo ver claramente como Simon comenzaba a bajarle a Áloe la cremallera del
vestido.
Tenía que aclarar todo aquello, si no se
volvería loca. Si alguien en ese momento le dijera que su tío abuelo Hortensio
había vuelto a la vida y hacía espectáculos ambulantes con un mono que montaba
en monociclo, ni se habría extrañado. Pensándolo bien, hubiera sido la cosa
menos extraña que le hubiese pasado en los últimos días.
Tenía
que hablar con Áloe. Si no, no dormiría tranquila. Tenía que hablar con ella en
cuanto llegara la mañana.
Freesia
se movía por los túneles sin pensar hacia dónde se dirigía. Halló entonces una
puerta, y la abrió sin pararse a recapacitar dónde podría acabar.
Había
llegado a la cocina.
La
presentadora era menuda y rechoncha, y daba las noticias con un tono de voz
vivaracho y agudo.
-¿No
podemos salir a la calle? ¡Pues menuda mierda!-exclamó Crisantemo con enfado, encarándose
con el televisor.
-¡Cris!-le
regañó Azucena.-Lo hacen por seguridad. No creo que te apetezca ir por ahí con
una panda de locos sueltos, ¿no?
Freesia
removió con impaciencia sus cereales de colores y pensó en Fresno. Tenía que
llamarle, antes de que se fuera. Seguro que sabía más cosas que la tarde
anterior. Algo gordo estaba pasando, y pensó en la noche anterior y en Áloe.
Hablaba con aquel Simon de ir a algún sitio con alguien. ¿Tendría algo que ver
con todo aquello?
Sin
respuesta.
-¿Dónde
está mamá?-preguntó Narciso.
Azucena
se encogió de hombros. Iris había salido muy temprano, a pesar de la
restricción, sin decirles a donde se dirigía. Era habitual que su tía hiciera
cosas como aquella, así que Freesia no estaba demasiado preocupada.
-Durmiendo.-respondió
automáticamente Azucena. Iris les había dicho a las dos que no les dijeran nada
a los pequeños.
Narciso
arrugó la nariz ante la respuesta, no era estúpido, sabía perfectamente que su
madre siempre se despertaba antes que todos, antes casi incluso que el sol. Sin
embargo, no hizo preguntas, lo que causó cierto alivio en Freesia, a la que no
le apetecía tener que lidiar con el niño e inventarse cualquier cosa para que
se mantuviese callado.
Era muy
temprano, y sin embargo, allí estaban todos, desayunando y mirando la
televisión. Pero faltaba Áloe. Freesia decidió ir a despertarla en cuanto se
terminara los cereales.
-¿Y
ahora qué vamos a hacer todo el día? ¿O toda la semana? ¿O todo el mes? ¡En
casa metidos! Me voy a suicidar.-dijo Pernetia.
-¡Anda,
no seas exagerada!-le recriminó Alhelí mientras recogía los platos, con la
vista fija en el televisor. La presentadora gordita seguía hablando de cosas
irrelevantes que quizá informaran a alguien, pero no a Freesia. Así que la
chica dejó el bol sobre la mesa a medio acabar y salió de la cocina,
despidiéndose de su familia con un gesto de cabeza.
Subió
corriendo los escalones, hasta llegar a la puerta de la habitación de su prima.
Sin llamar, entró. Los rayos de sol entraban débilmente por una de las
ventanas, colándose entre las cortinas e iluminando el cuerpo de Áloe, que
dormía plácidamente entre pequeños ronquidos.
Freesia
se acercó y zarandeó a su prima. Ésta emitió un quejido, entreabrió los ojos y
volvió a cerrarlos enseguida ante el contacto con la luz. Freesia estiró del
edredón para destapar a su prima, lo que surgió efecto pues estaba en ropa
interior y se levantó enseguida para recuperarlo.
-Freesia…-dijo,
entre bostezos.- Tengo frío.
Freesia
suspiró y le devolvió el edredón a su prima, que se tapó con él y volvió a
hacerse un ovillo sobre la cama.
-¡Vamos,
Áloe, levántate!-exclamó la chica, tirando del tobillo de su prima, que no
estaba dando de sí.
Por fin,
después de dos o tres intento más, Áloe se dignó a salir de la cama, se puso un
camisón y se encaró con Freesia.
-Estarás
contenta. ¿Qué tienes en mi contra?
-Nada.
Tenemos que hablar.
Áloe
suspiró y se sentó de nuevo sobre el colchón, aún algo aturdida después de
brusco despertar.
-¿No
podías haber esperado hasta que me despertara, como hacen las personas
normales?-luego se quedó en silencio durante unos segundos.- ¿Qué pasa?
Freesia
no sabía por dónde empezar. No podía decirle que había estado espiándola y
había visto como hablaba con un chico extraño por la noche, pues no volvería a
confiar en ella. Así que simplemente, lo dejó caer.
-¿Me has
estado ocultando algo?-Áloe frunció el ceño y ladeó la cabeza.
-Freesia,
ya sabes lo de mi enfermedad.
-Ya,
bueno.-dijo Freesia, poniendo los ojos en blanco.-Me refiero a otra cosa.
Áloe
hizo como que reflexionaba, pero luego negó con la cabeza.
-No…
¿Qué te iba a ocultar? Siempre te lo cuento todo.
Freesia
sintió un pinchazo en el estómago. Estaba mintiendo. Y aquello no le gustaba.
¿Es que ya no confiaba en ella? Freesia sintió como su labio empezaba a temblar
y se esforzó para mantenerse impasible.
-Áloe…
No te creo.-lo soltó así, sin más, y vio como el rostro de su prima se tornaba
pálido.
-Pues no
me creas.-intentaba mantenerse neutral, pero se veía a la legua que estaba
nerviosa.
Y de
repente, se le ocurrió.
-¿Te has
enterado de lo del parque Miller?.-había dado en el blanco, pues en cuanto
pronunció esta frase Áloe comenzó a tirarse de las mangas del camisón y apartó
la vista hacia otro lado.
-Sí.-respondió,
a media voz.-¿Cómo iba a no enterarme? Estamos recluidos en casa por eso. ¿Por
qué lo dices?
-Porque
estaba allí.
Áloe
giró la vista rápidamente, con los ojos llenos de terror.
-¿Cómo?
¿Allí, en el parque?
Freesia
asintió, muy lentamente. Se supone que no podía contarle aquello a nadie, pero
era Áloe, era distinto. Y además, si la llevaba por donde ella quería, su prima
acabaría confesando.
Y estaba
funcionando. Áloe estaba al borde de un ataque de nervios. Freesia tenía
conciencia de que estaba siendo cruel, pero no podía pretender conseguir todo
por las buenas.
-Habíamos
salido. Era tarde, estábamos con unos amigos. Fresno me llevó al bosque y allí…
Fue donde empezó el fuego, ya lo sabes.
-¿Estabas
allí?-Los ojos de su prima se habían llenado de lágrimas.
Freesia
volvió a asentir.
-Justo
al lado.-Áloe no pudo soportarlo más, se echó a llorar y abrazó a Freesia con
fuerza, casi haciéndole daño, y empezó a hablar en voz muy baja, entre
sollozos.
-Lo
siento tanto… Yo… No debería… Ahora me siento fatal…
Freesia
se separó de ellas y le limpió las lágrimas con el pulgar.
-No
tienes por qué sentirlo, Áloe, no fue culpa suya.
Se lo
iba a decir, lo iba a hacer, no cabía duda.
-¡Sí, sí
que lo es!-Áloe estaba tratando de tranquilizarse, sin éxito. Las lágrimas
habían cesado, pero respiraba agitadamente y comenzaba a hiperventilar.-Mira…
No te lo puedo decir, pero…
Freesia
aguardó. Se lo diría, por mucho que ahora intentara mantener el secreto. Por
fin, Áloe consiguió reponerse.
-Está
bien. Hace un año conocí a un chico. –Simon.-Se llamaba Simon. Él no era… Como
todos los demás. Lo conocí en el hospital. Su madre estaba ingresada. Pero
luego, unas semanas después de conocerle, ella murió. Como podrás imaginarte,
Simon lo paso fatal. Éramos muy amigos, venía a visitarme siempre, y cuando su
madre falleció, siguió haciéndolo. Yo le apoyé. Fue algo muy duro, pero salió
adelante. Y, bueno, pues eso. Me gustaba, ¿vale? Y yo a él, y… Dios, me da
mucho corte contarte esto.
Freesia,
que sabía a lo que se refería después de lo visto la noche anterior, negó con
la cabeza y le dio la mano a su prima.
-No hace
falta que lo hagas, no nací ayer.
Áloe
sonrió, aliviada, y prosiguió con lo que le estaba contando.
-Simon
no es un nombre normal, lo sé. Ya te lo he dicho, él era diferente. Su familia
también.
-Diferente…
¿en qué sentido?
-Verás…
Pertenecían a una especie de, por así decirlo, organización.
Freesia
arrugó la frente.
-¿Una organización?
¿De qué?
Áloe
suspiró.
-Esto es
lo que no te puedo contar. Por favor, no me pidas que lo haga. Por favor, es
muy peligroso. Podría acabar muerta.
Freesia
sabía de sobra que su prima estaba exagerando, pero tampoco quiso decir nada. A
ella le hubiera gustado conocer toda la historia, pero no quería presionar más
a su prima, consideraba que ya la había hecho sufrir suficiente.
-Está
bien, sigue.
-El caso
es que yo acabé metida en la organización en cuestión.
-¿Por
Simon?
Áloe
asintió.
-La cosa
es que… A ver… No sé como decírtelo. Bueno, qué narices, allá voy.-Áloe tragó
saliva.-Tuvieron… Tuvimos, algo que ver con el ataque al parque.
A
Freesia casi se le salen los ojos de las órbitas.
-¡Áloe!
¿Me estás diciendo que eres una terrorista?-no podía ser. Aquello, no. Freesia
tenía ganas de gritar y de pegar a alguien, pero simplemente apretó los puños y
miró a Áloe con severidad, esperando una excusa por su parte.
-¡No! Yo
ni siquiera estaba allí esa noche…
Freesia
quería abofetear a su prima, y estuvo a punto de hacerlo de no ser porque supo
controlarse.
-¡Pero
sabías que lo iban a hacer!-en ese momento Freesia debía de dar mucho miedo.
Estaba verdaderamente enfadada, la rabia le salía por todos los poros de la
piel, y se había inclinado peligrosamente sobre su prima. Ésta, temerosa, se
había apartado e intentaba poner paz dando explicaciones.
-¡Pero
yo no sabía que tú estarías allí!
Freesia
no lo aguantó más, así que descargó toda su ira y le dio una bofetada a Áloe en
su blanco pómulo derecho. Ella soltó un gritito y se llevó la palma de la mano
a la zona afectada por el golpe. Pero no se enfadó con Freesia, tan sólo se
quedó callada, sujetándose la cara.
-¡Da
igual! ¿A quién se le ocurre? ¡Esa gente está loca! ¡Loca! Áloe, ¡es Norte! ¡Tú
ciudad! ¿En qué estabas pensando?
Áloe
estaba llorando de nuevo. Freesia estaba empezando a hartarse de tanto
lloriqueo. Quería mucho a Áloe, pero se había pasado de la raya. Se había
pasado mucho. Por eso no se arrepentía de lo que había hecho.
-No
están locos. Si tú supieras…
Freesia
volvió a alzar la mano, pero la bajó enseguida.
-¡Pues
ese es el problema! Tú no me cuentas nada. Y por eso, sólo puedes pensar que
eres una terrorista.
-Freesia,
yo… No te enfades conmigo, por favor. Yo te lo contaría, pero Simon…
Freesia
sintió que explotaría en cualquier momento si pasaba un momento más en aquella
habitación, así que exclamó:
-¡Simon
no tiene toda la razón! ¡Que te lo estés follando no quiere decir que la
tenga!-dicho esto, con los puños aún apretados, se alejó a zancadas y cerró de
un portazo.