Aquella
mañana, después de desayunar una tostada y una taza de café juntas, Ixia se fue
al trabajo y dejó a Freesia a cargo de Pensamiento, que dormía como un lirón en
la habitación de al lado.
El
gatito del niño, el que había estado con ella la noche anterior, la seguía
ahora a todas partes, y parecía que quería llevarla a alguna parte, pero ella
no le prestaba atención y mucho menos le dejaba salir de la casa.
Decidió
que era hora de despertar al niño, que se mostró reacio a ello cuando Freesia
le acarició el pelo con cariño.
-Venga,
Pensie, que se va a hacer tarde.-le dijo, quitándole la sábana de encima.-El
colegio empieza en una hora.
Le
sorprendía lo tarde que empezaban las clases en el aquel jardín. Ixia le
había explicado que era debido a que
antes no podían, pues era de noche a la hora que normalmente empezaba Freesia,
y no era muy apropiado que los niños pequeños fueran solos por la calle sin
haber salido aún el sol.
Por fin,
el niño se rindió y se levantó de la cama con torpeza. Freesia corrió las
cortinas y el niño arrugó la frente y cerró los ojos con fuerza.
-¡Ah!-exclamó.-No,
por favor.
Freesia
se rió y condujo al niño a la cocina, dónde Ixia había dejado una taza de leche
y cuatro galletas de colores azucaradas de las que le gustaban a Pensamiento.
Se sentó
frente a él mientras comía y el niño la miró, preocupado.
-Te pasa
algo.
“¿Cómo
puede ser tan listo?” Pero ella negó con la cabeza.
-Estoy
bien, pero un poco cansada.
-No es
verdad. ¿El chico de ayer no fue bueno contigo?
Se le
encogió el estómago. No, no podía recordarlo. “Lo quemaste, lo quemaste,
quemaste el miedo, sólo quedan cenizas.”
Pero el
recuerdo de Zache y de su beso seguía tan latente como la noche anterior en el
ilusorio tren. Bien pensado, quizá había sido demasiado bueno con ella. Quizá
no debería haber ido a la cena, quizá no debería haberle hablado en el andén.
Pero ya
no podía lamentarse de lo que había pasado. Además, Zache se había ido, había
desaparecido la noche anterior, para
siempre.
¿O no?
-Me lo
pasé muy bien, no tienes que preocuparte. Anda termínate el desayuno, que vas a
llegar tarde.
Pensamiento
se encogió de hombros.
-No es
obligatorio que vaya al cole. No, hasta los ocho años, y lo sabes. Voy porque
mamá quiere. Pero si falto un día no creo que pase nada, ¿verdad?
El crío
sonrió maliciosamente mientras masticaba lentamente una galleta empapada en
leche caliente.
“Vaya,
así que tenemos un pequeño rebelde en nuestras filas, ¿eh?” Freesia sonrió.
-No. Yo,
al igual que tú, fui desde los tres años. Y mucha gente de mi clase empezó a
los ocho, pero yo sabía mucho más que ellos. ¿No quieres ser más listo que tus
compañeros cuando empieces la enseñanza básica?
-Ya soy
más listo que ellos.
“No
conocía yo esa faceta suya. Quizá las mañanas le afecten. O a lo mejor siempre
es así.”
-Aún así
vas a ir. Luego paso por ti y vamos a comer a un restaurante que quieras,
¿vale?
El niño
resopló y cogió la última que galleta que restaba sobre el plato.
-Vale.
Cuando
por fin consiguió que Pensamiento terminara de comer, se vistiera y preparara
sus cosas para el colegio, quedaban apenas diez minutos para que éste empezara.
El aire
de la mañana era frío, pero muchas de las nubes del día anterior se habían
retirado y el sol brillaba en un cielo de color azul apagado, y algunos pájaros
cantaban desde sus árboles desnudos y desde las chimeneas cubiertas de
escarcha.
Mientras
caminaban a lo largo del bulevar principal Pensamiento se giró hacia Freesia.
-Mira,
por allí vienen mis primas.-la chica se giró y pudo comprobar cómo las dos
niñas del día anterior corrían por la calle entre risas agitando sus melenas al
viento.
-¡Pensamiento!-gritó
una de ellas al verlos. Las dos salieron corriendo hasta alcanzarles, y cuando
por fin lo hicieron respiraban con dificultad. Llevaban una camisa fina, unos
pantalones de algodón y unos zapatos de hebilla, y tenían las mejillas carmesí.
A pesar de ello, no parecían tener frío.
Más bien,
parecían exhalar calor.
-¡Hola!-dijeron
al unísono al ver a Freesia, bastante sorprendidas de su presencia.
-Hola.-dijo
ella a su vez. No se le había olvidado lo que había ocurrido el día anterior
cuando la dejaron a cargo de Pensamiento. Pero tenía cosas peores en las que
pensar, así que prefirió no decir nada ni regañar a las niñas.
Las
niñas se les unieron y caminaron juntos hasta la puerta del edificio de
enseñanza, donde una multitud de niños y padres se congregaban a la espera de
que sonara el timbre y abrieran las puertas.
Las
primas de Pensamiento cuchicheaban continuamente y se rían entre ellas, como si
alguien hubiera contado un chiste que sólo ellas entendían.
Las
niñas eran prácticamente iguales, pero Violeta le dijo que ella era unos
centímetros más alta que la otra, Erica, y que además tenía un lunar bajo el
ojo derecho que su hermana gemela no poseía. Al acercarse un poco más, Freesia
pudo comprobar que así era, pero seguramente en unas horas no se acordaría y no
podría distinguirlas.
-¿Al final
encontrasteis al mago?-preguntó Pensamiento,
distraído.
Ah,
bien, Freesia estaba deseando oír lo que las niñas dirían al respecto. Para su
sorpresa, Violeta, la del lunar, negó con la cabeza.
-No. Al
parecer, nos equivocamos. No venía ningún
mago en el tren.
-¡¿Qué?!-exclamó
Freesia sin poder evitarlo, y los tres niños la miraron con extrañeza. Ella se
apresuró a explicarse.
-Quiero
decir, que si no había ningún mago… ¿A quién fuisteis a ver?
Erica se
encogió de hombros.
-A
nadie. Fuimos al Cherrywood y preguntamos. No había nadie registrado con el
nombre de Zache. Luego se nos olvidó lo de Pensie y volvimos a casa.
No podía
ser. No. Zache había bajado en el tren como ella, había hablado con ella. ¡Y
era un mago! Si no, ¿cómo había conseguido lo de la noche anterior?
Bien
pensado, aquello distaba mucho de los trucos tradicionales en los que se hacían
desaparecer palomas. Era como si fuera magia de verdad, de esa que te hace
volar y de la que hacen las brujas de los cuentos. Pero se supone que eso no existía.
¿Verdad?
Después
de lo del tren, Freesia ya no distinguía qué podía ser real y qué no. Y de
repente se le vino a la mente la imagen de la anciana de las bengalas, y se
preguntó si aquello también sería magia.
¿Es que
se estaba volviendo loca?
Pero no,
las gemelas conocían también a Zache, no era sólo cosa suya.
-Bueno,
me tengo que ir.-Pensamiento le estrechó la mano antes de echar a correr tras
sus primas. Sin darse cuenta había sonado el timbre y todos los niños entraban
ahora en pelotón por la puerta principal en dirección a sus clases.
Freesia
se quedó ahí, en mitad de la calle, viendo desaparecer a los niños embutidos en
chaquetas y bufandas de lana, y sin darse cuenta, se había quedado sola rodeada
por el murmullo del viento y las risas infantiles que provenían del edificio.
Sin
saber muy bien hacia dónde dirigirse, la chica encaminó sus pasos hacia el
hotel Cherrywood. A lo mejor allí tendrían alguna noticia sobre el estado del
tren. Luego quizá iría a comprarle algo a Pensamiento por su cumpleaños. Sí,
así se mantendría ocupada hasta la hora de comer.
El
Cherrywood no se podría considerar un hotel. Era muy pequeño, y parecía caerse
a pedazos. El vestíbulo de recepción era una sala diminuta que en ese momento
estaba hasta los topes de gente que andaba de aquí para allá. Supuso que serían
los del tren, pues pudo ver alguna que otra melena multicolor de los
integrantes del jardín primaveral.
Freesia
se acercó al mostrador que se encontraba en el centro de la sala, donde una
agitada dependiente intentaba satisfacer al gran número de pasajeros que se
arremolinaban a su anterior, sin éxito. La chica supuso que no podría
preguntarle nada a la mujer, así que probó suerte con uno de los viajeros, una
mujer alta vestida con un traje de chaqueta y con el cabello teñido de un rosa
muy estridente.
-Disculpe,-la
mujer desvió su vista hacia ella, distraída-¿Se sabe ya algo sobre el tren?
La mujer
se encogió de hombros y señaló a la multitud aglomerada entorno al mostrador.
-¿Qué es
lo que piensas que quiere toda esa gente? Al parecer, no han recibido ninguna
información sobre el estado del tren, de momento.
Freesia
suspiró, parecía que aquello no se acabaría nunca. ¿Es que nunca llegaría a su
destino? Bien, pensado, tampoco le importaría quedarse con Ixia y Pensamiento y
no ver el Jardín de Invierno, ni tener
que mudarse con su tía… Su tía. ¿La habrían avisado del incidente? Seguramente
fuese así. Ella la esperaba para ese día, y obviamente no llegaría. ¿Se
preocuparía en caso de no saberlo? ¿Su tía la quería de verdad o era simple
obligación? ¿Se alegraría si supiera que no tendría que encargarse de su
sobrina pues ésta se había quedado atrapada en un pueblo frío en mitad de la
nada a la espera de la reparación de un tren que nunca lo haría?
Freesia
se obligó a no darle demasiadas vueltas a ese tema, al fin y al cabo, era una
tontería. Era un hecho, ella iba a mudarse con su tía, y la opinión de alguna
de ellas no influiría demasiado en lo que ocurriría en uno o dos días, apenas.
Se dijo
que volvería al hotel más tarde, cuando la gente se hubiera despejado un poco,
a ver si entonces tenían noticias. Volvió a salir al exterior, y esta vez se
dirigió al centro del pueblo, donde estaban la mayoría de los comercios del
lugar. No llevaba demasiado dinero encima, pero supuso que bastaría con eso
para comprarle algo al niño.
Entró en
dos o tres establecimientos antes de dar con el regalo perfecto. No era gran
cosa, pero Freesia supuso que le gustaría al pequeño. Era un pequeño tren de
madera compuesto de la locomotora y cuatro vagones pintados de diferentes
colores.
El
vendedor le ofreció, por un precio ligeramente más alto, dibujar las letras del
nombre del pequeño sobre la superficie del juguete. Freesia aceptó, y esperó
pacientemente ante el mostrador hasta que el hombre reapareció de nuevo del
taller con el tren. Ahora la locomotora lucía una brillante P, el vagón
amarillo, la sílaba EN, el verde, la sílaba SA, el azul, la sílaba MIEN, y el
rojo, la sílaba TO.
Freesia
pagó lo correspondido y el hombre le envolvió el tren en un papel de color
verde, para después meterlo en una bolsa de papel que entregó a la chica.
Al salir
de la tienda, dudó si volver al hotel, pero supuso que en apenas media hora no
habría cambiado demasiado la situación, y como faltaba una hora y media para
que Pensamiento saliera del colegio, decidió dar un paseo e inspeccionar el
pueblecito.
-¡Ei!-alguien
gritó detrás de ella, y se sobresaltó. Estaba sumida en sus pensamientos
mientras andaba por aquella pequeña callejuela detrás de la escuela, y no se
había dado cuenta de que alguien caminaba detrás suya.
Era la
mujer que había conocido cuando había estado en el Cherrywood, la de cabellos
color rosa intenso. Freesia se extrañó y se detuvo a la espera de la extraña
mujer, que se acercó medio corriendo hasta donde ella se encontraba.
-Madre
mía, niña.-le dijo la mujer entre jadeos, con cierto tono de reproche.-Te he
estado buscando por todo el condenado pueblo.
-¿A qué
se refiere?
-Al
tren. Ya lo han arreglado, podemos volver. Pensé que estaría bien que alguien
te avisara.
“Vaya.
¿Tan pronto?” Freesia se sintió algo mal, aunque que el tren se arreglara era
lo único que había deseado que pasara desde que había puesto un pie en aquel
pueblo. Pero, aunque por fin, podía irse de aquel lugar, no podía negar que
echaría de menos a Pensamiento, y eso que había pensado comprarle una tarta y
celebrarlo con Ixia… Suspiró.
-¿Cuándo
salimos?
-A las
cinco en punto. Avisa a tu amigo, a ver si se va a quedar en tierra.
-¿Eh?
-Ya
sabes, te vimos yendo con él a cenar y hablando en el andén. Viaja contigo,
¿no?
Freesia
se estremeció. Zache. Pero asintió con la cabeza, sin saber muy bien por qué lo
hizo.
-Sí, es…
Mi tío.
La mujer
sonrió.
-Bueno,
me voy, acuérdate, ¿eh? A las cinco.
-A las
cinco.-repitió Freesia.
Se
despidieron con la mano, y de repente se encontró de nuevo sola en el callejón.
Se iba. Parecía que no llegaría nunca y por fin, se iba.
En menos
de dos días estaría con su tía y con sus primos, en una casa en el Jardín de
Invierno, y todo lo que había pasado se le iría olvidando, hasta que quedaran
sólo fragmentos de lo que alguna vez había sido.
La chica
se estremeció de nuevo al pensar en Zache. Pero se dijo que no podía darle más
vueltas. Lo hecho, hecho estaba, y no podía volver atrás. Pero, sin embargo…
Algo la
sacó bruscamente de sus cavilaciones. Era la sirena que anunciaba el final de
las clases.
Pensamiento.
Se
encaminó sin prisa a la puerta principal del edificio, que estaba atestada de
familiares que habían acudido a recoger a sus pequeños.
Pensamiento
salió hablando con una niña rubia de algo que debía ser muy gracioso, pues no
hacían más que reírse. Después vio a Freesia entre la multitud, le dijo algo y
se despidieron. Pensamiento salió corriendo a su encuentro.
-Hola.-le
dijo, con una sonrisa.-¿Qué tal la
mañana?
-Bien.-“Me
voy.”-¿Tú qué tal?
-Muy
bien. ¡Más que bien! Hemos hecho un juego muy
gracioso con la señorita, consistía en mover los bloques de un…
Freesia
dejó al niño con su verborrea y se alejaron a paso ligero hacia el centro del
pueblo.
-…y
Violeta dibujó un…¡oh! ¿Es aquí donde vamos a comer?
Le había
llevado a un pequeño restaurante en el centro mismo del pueblo, que había visto
mientras paseaba aquella mañana. Había pensado en ir al de la noche anterior,
pero había apartado esa idea de su cabeza enseguida.
Cuando
estuvieron acomodados en una mesa frente a la ventana, Freesia suspiró.
-Pensamiento…
Me voy esta tarde.
El niño
pareció algo descolocado al principio.
-¿Qué?
¿A dónde?
-Han
arreglado el tren.-hizo una pausa y se mordió el interior de las mejillas.-Al
Jardín de Invierno.
La cara
de Pensamiento se ensombreció al instante, y una mueca de disgusto se dibujó en
sus facciones infantiles.
-¿Por
qué?
-Pues
porque me tengo que ir, Pensie.-alargó una mano para acariciarle el hombro al
niño, que la apartó instintivamente.
-¡No! No
tienes por qué. Puedes quedarte con mamá y conmigo. Ella te dejará, lo sé.
-Me temo
que no es tan sencillo, yo… Debo marcharme, hay alguien que me está esperando.
“¿Lo
están? ¿Verdaderamente quieren que vaya?” Sacudió la cabeza.
-Oh…
Pues yo no quiero que te vayas, Fezia.-Pensamiento
parecía a punto de echarse a llorar y le temblaba el labio inferior.
-Ya,
pequeño, yo tampoco quiero irme.-y era verdad.
Quedaba
apenas una hora para que el tren partiese y se alejase del pueblo para siempre.
Freesia tenía un nudo en el estómago que parecía hacerse más grande cada minuto
que pasaba.
-Es un
detalle que te hayas acordado, muchas gracias.-Pensamiento jugaba con su nuevo
tren haciéndolo deslizarse sobre la tarima, mientras cantaba alguna
cancioncilla. Ixia y ella estaban sentadas en el sofá de la casa, contemplando
al niño.-Y me da pena que tengas que marcharte.
Freesia
acarició al gatito blanco que en ese momento jugueteaba entre sus pies
persiguiendo algún punto invisible en el aire.
-Parece
que te ha cogido cariño, ¿eh?-Freesia sonrió, y dejó que el pequeño animal
mordisqueara los gastados cordones de sus botines.
Pensamiento
había alzado la vista de su viaje ferroviario en miniatura.
-¿Quieres
quedártelo?-señaló al gato.
-¿En
serio?-Freesia nunca había tenido una mascota, pues al ama le daba alergia el
pelo de animal. De pequeña, estuvo un año pidiéndole un cachorro a su madre,
pero ésta se negó, y desde entonces sólo había jugado con el pequeño gorrión que
Jazmín guardaba en una jaula en su habitación.-Es tuyo, ¿no lo quieres?
Pensamiento
pareció dudar un instante, pero luego negó con la cabeza.
-No. Es
decir, sí. A ver, que le quiero porque es el hijito de Pétalos, pero sé que estará bien contigo.
Freesia
ensanchó aún más su sonrisa. Con el gatito, no se olvidaría de Pensamiento y de
Ixia.
“Ni de
Zache”dijo una voz en su interior.
-Además.-continuó
el niño.-Pétalos tiene más hijitos. Y
ese aún no tiene nombre, ¿quieres ponérselo tú?
-Sí-Freesia
asintió con la cabeza.-Me haría mucha ilusión.
-Pues no
hay más que hablar, es tuyo.-Ixia cogió al pequeño gatito y lo puso en los
brazos de Freesia.
La chica
contempló como el animal la olisqueaba y luego se acomodaba en sus brazos.
-Es muy
tranquilo-Pensamiento había vuelto a bajar la vista hacia su tren, pero seguía
pendiente de ella.-Los demás son como muy salvajes, se pelean todo el rato.
Supongo que es porque son pequeños. Pero éste no. Y aún se está más quieto
cuando estás tú. Te quiere.
Freesia
soltó una carcajada y rasco al gatito entre las orejas.
Pero
luego cayó en algo.
-En el
tren no se permiten animales, a menos de que los lleves en una cajita de ésas y
que antes hayas avisado de que lo llevas.
Pensamiento
se encogió de hombros.
-Mételo
en la mochila. Es pequeño. Luego, cuando no te vea nadie, lo sacas. Y ya está.
No hará ruido.
¿Por qué
no? Pero había otra cosa… Su tía. No sabía cómo reaccionaría si de repente se
presentase con un animal de compañía al que alimentar, cuidar… ¿Y si no le
gustaban los gatos? ¿Y si a alguno de sus primos le daban alergia? ¿Y si…?
“Bueno,
da lo mismo. Hay cosas más importantes por las que preocuparse. Llévate el
gato, Freesia, lo necesitarás.” Alguien habló en su cabeza, y por un momento le
pareció reconocer la voz de su madre.
“Al
cuerno. Me llevo al gato.”
Comenzaba
a nevar. Primero eran copos finos, suaves, que se convertían en agua en cuanto
tocaban el vidrio de la ventana. Luego empezaron a caer con más fuerza, y en
más abundancia, hasta que el paisaje se cubrió de puntitos blancos.
Era casi
de noche. A penas serían las seis, pero allí anochecía muy deprisa. Allí.
Estaba a punto de llegar.
La
despedida en la estación había sido muy efusiva, y le había recordado a la que
había tenido con sus amigos y con el ama, aquel día tan lejano en su pueblo.
Pero ya
estaba de nuevo en marcha. Y esta vez sí que quedaba poco.
Demasiado
poco.
Freesia
comenzó a sentir una angustia que parecía ahogarla por dentro, y tenía ganas de
saltar por la ventanilla y olvidarse de todo.
Tendría
que haberse quedado en el pueblo, con Pensamiento y con Ixia.
Un
maullido la tranquilizó un poco. El
gatito se paseaba por encima de la cama del compartimento, pero no demasiado
deprisa. Con cautela, olfateando y mirando a Freesia de vez en cuando.
Es muy tranquilo.
Freesia
se percató entonces de que aún no tenía nombre. Empezó a pensar, pero no se le
vino ninguno a la mente. De momento tan sólo sería Gato, hasta que se le ocurriese algo mejor.
Pensó en
ponerle Pensamiento, pero se dio cuenta enseguida que el nombre no pegaba nada
con el animal. El niño era tan revoltoso… Y Gato
era, simplemente, un gato blanco, muy apacible para ser tan pequeño. Se
podría decir que era un poco extraño, como todo lo que había pasado en su vida
en los últimos días.
Y Gato pasó a ser Extraño.
Unas
luces llamaron entonces su atención. Parecían de una ciudad, una muy grande. Es
verdad. Su tía vivía en la capital del jardín.
“Perfecto,
una gran ciudad sólo ayudará a hacerme sentir aún más pequeña.”
Y de
pronto el tren comenzó a detenerse, poco a poco. Freesia se sintió como si la
estuviesen conduciendo al patíbulo.
“Vamos,
cobarde, tan malo no puede ser. Es tu familia, ¿no?”
Eran su
familia, pero también eran desconocidos.
Metió a Extraño en la mochila sin ninguna
dificultad, pues el animal se dejó hacer perfectamente.
Se embutió
en su abrigo y, comprobando no dejarse nada en el compartimento, se puso la mochila
al hombro y echó a andar hacia el pasillo mientras la maquinaria se detenía definitivamente.