sábado, 27 de octubre de 2012

Capítulo 7: Cielos de nieve.


Aquella mañana, después de desayunar una tostada y una taza de café juntas, Ixia se fue al trabajo y dejó a Freesia a cargo de Pensamiento, que dormía como un lirón en la habitación de al lado.
El gatito del niño, el que había estado con ella la noche anterior, la seguía ahora a todas partes, y parecía que quería llevarla a alguna parte, pero ella no le prestaba atención y mucho menos le dejaba salir de la casa.
Decidió que era hora de despertar al niño, que se mostró reacio a ello cuando Freesia le acarició el pelo con cariño.
-Venga, Pensie, que se va a hacer tarde.-le dijo, quitándole la sábana de encima.-El colegio empieza en una hora.
Le sorprendía lo tarde que empezaban las clases en el aquel jardín. Ixia le había  explicado que era debido a que antes no podían, pues era de noche a la hora que normalmente empezaba Freesia, y no era muy apropiado que los niños pequeños fueran solos por la calle sin haber salido aún el sol.
Por fin, el niño se rindió y se levantó de la cama con torpeza. Freesia corrió las cortinas y el niño arrugó la frente y cerró los ojos con fuerza.
-¡Ah!-exclamó.-No, por favor.
Freesia se rió y condujo al niño a la cocina, dónde Ixia había dejado una taza de leche y cuatro galletas de colores azucaradas de las que le gustaban a Pensamiento.
Se sentó frente a él mientras comía y el niño la miró, preocupado.
-Te pasa algo.
“¿Cómo puede ser tan listo?” Pero ella negó con la cabeza.
-Estoy bien, pero un poco cansada.
-No es verdad. ¿El chico de ayer no fue bueno contigo?
Se le encogió el estómago. No, no podía recordarlo. “Lo quemaste, lo quemaste, quemaste el miedo, sólo quedan cenizas.”
Pero el recuerdo de Zache y de su beso seguía tan latente como la noche anterior en el ilusorio tren. Bien pensado, quizá había sido demasiado bueno con ella. Quizá no debería haber ido a la cena, quizá no debería haberle hablado en el andén.
Pero ya no podía lamentarse de lo que había pasado. Además, Zache se había ido, había desaparecido la noche anterior,  para siempre.
¿O no?
-Me lo pasé muy bien, no tienes que preocuparte. Anda termínate el desayuno, que vas a llegar tarde.
Pensamiento se encogió de hombros.
-No es obligatorio que vaya al cole. No, hasta los ocho años, y lo sabes. Voy porque mamá quiere. Pero si falto un día no creo que pase nada, ¿verdad?
El crío sonrió maliciosamente mientras masticaba lentamente una galleta empapada en leche caliente.
“Vaya, así que tenemos un pequeño rebelde en nuestras filas, ¿eh?” Freesia sonrió.
-No. Yo, al igual que tú, fui desde los tres años. Y mucha gente de mi clase empezó a los ocho, pero yo sabía mucho más que ellos. ¿No quieres ser más listo que tus compañeros cuando empieces la enseñanza básica?
-Ya soy más listo que ellos.
“No conocía yo esa faceta suya. Quizá las mañanas le afecten. O a lo mejor siempre es así.”
-Aún así vas a ir. Luego paso por ti y vamos a comer a un restaurante que quieras, ¿vale?
El niño resopló y cogió la última que galleta que restaba sobre el plato.
-Vale.
Cuando por fin consiguió que Pensamiento terminara de comer, se vistiera y preparara sus cosas para el colegio, quedaban apenas diez minutos para que éste empezara.
El aire de la mañana era frío, pero muchas de las nubes del día anterior se habían retirado y el sol brillaba en un cielo de color azul apagado, y algunos pájaros cantaban desde sus árboles desnudos y desde las chimeneas cubiertas de escarcha.
Mientras caminaban a lo largo del bulevar principal Pensamiento se giró hacia Freesia.
-Mira, por allí vienen mis primas.-la chica se giró y pudo comprobar cómo las dos niñas del día anterior corrían por la calle entre risas agitando sus melenas al viento.
-¡Pensamiento!-gritó una de ellas al verlos. Las dos salieron corriendo hasta alcanzarles, y cuando por fin lo hicieron respiraban con dificultad. Llevaban una camisa fina, unos pantalones de algodón y unos zapatos de hebilla, y tenían las mejillas carmesí. A pesar de ello, no parecían tener frío.
Más bien, parecían exhalar calor.
-¡Hola!-dijeron al unísono al ver a Freesia, bastante sorprendidas de su presencia.
-Hola.-dijo ella a su vez. No se le había olvidado lo que había ocurrido el día anterior cuando la dejaron a cargo de Pensamiento. Pero tenía cosas peores en las que pensar, así que prefirió no decir nada ni regañar a las niñas.
Las niñas se les unieron y caminaron juntos hasta la puerta del edificio de enseñanza, donde una multitud de niños y padres se congregaban a la espera de que sonara el timbre y abrieran las puertas.
Las primas de Pensamiento cuchicheaban continuamente y se rían entre ellas, como si alguien hubiera contado un chiste que sólo ellas entendían.
Las niñas eran prácticamente iguales, pero Violeta le dijo que ella era unos centímetros más alta que la otra, Erica, y que además tenía un lunar bajo el ojo derecho que su hermana gemela no poseía. Al acercarse un poco más, Freesia pudo comprobar que así era, pero seguramente en unas horas no se acordaría y no podría distinguirlas.
-¿Al final encontrasteis al mago?-preguntó Pensamiento,  distraído.
Ah, bien, Freesia estaba deseando oír lo que las niñas dirían al respecto. Para su sorpresa, Violeta, la del lunar, negó con la cabeza.
-No. Al parecer, nos equivocamos. No venía ningún  mago en el tren.
-¡¿Qué?!-exclamó Freesia sin poder evitarlo, y los tres niños la miraron con extrañeza. Ella se apresuró a explicarse.
-Quiero decir, que si no había ningún mago… ¿A quién fuisteis a ver?
Erica se encogió de hombros.
-A nadie. Fuimos al Cherrywood y preguntamos. No había nadie registrado con el nombre de Zache. Luego se nos olvidó lo de Pensie y volvimos a casa.
No podía ser. No. Zache había bajado en el tren como ella, había hablado con ella. ¡Y era un mago! Si no, ¿cómo había conseguido lo de la noche anterior?
Bien pensado, aquello distaba mucho de los trucos tradicionales en los que se hacían desaparecer palomas. Era como si fuera magia de verdad, de esa que te hace volar y de la que hacen las brujas de los cuentos. Pero se supone que eso no existía. ¿Verdad?
Después de lo del tren, Freesia ya no distinguía qué podía ser real y qué no. Y de repente se le vino a la mente la imagen de la anciana de las bengalas, y se preguntó si aquello también sería magia.
¿Es que se estaba volviendo loca?
Pero no, las gemelas conocían también a Zache, no era sólo cosa suya.
-Bueno, me tengo que ir.-Pensamiento le estrechó la mano antes de echar a correr tras sus primas. Sin darse cuenta había sonado el timbre y todos los niños entraban ahora en pelotón por la puerta principal en dirección a sus clases.
Freesia se quedó ahí, en mitad de la calle, viendo desaparecer a los niños embutidos en chaquetas y bufandas de lana, y sin darse cuenta, se había quedado sola rodeada por el murmullo del viento y las risas infantiles que provenían del edificio.
Sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, la chica encaminó sus pasos hacia el hotel Cherrywood. A lo mejor allí tendrían alguna noticia sobre el estado del tren. Luego quizá iría a comprarle algo a Pensamiento por su cumpleaños. Sí, así se mantendría ocupada hasta la hora de comer.

El Cherrywood no se podría considerar un hotel. Era muy pequeño, y parecía caerse a pedazos. El vestíbulo de recepción era una sala diminuta que en ese momento estaba hasta los topes de gente que andaba de aquí para allá. Supuso que serían los del tren, pues pudo ver alguna que otra melena multicolor de los integrantes del jardín primaveral.
Freesia se acercó al mostrador que se encontraba en el centro de la sala, donde una agitada dependiente intentaba satisfacer al gran número de pasajeros que se arremolinaban a su anterior, sin éxito. La chica supuso que no podría preguntarle nada a la mujer, así que probó suerte con uno de los viajeros, una mujer alta vestida con un traje de chaqueta y con el cabello teñido de un rosa muy estridente.
-Disculpe,-la mujer desvió su vista hacia ella, distraída-¿Se sabe ya algo sobre el tren?
La mujer se encogió de hombros y señaló a la multitud aglomerada entorno al mostrador.
-¿Qué es lo que piensas que quiere toda esa gente? Al parecer, no han recibido ninguna información sobre el estado del tren, de momento.
Freesia suspiró, parecía que aquello no se acabaría nunca. ¿Es que nunca llegaría a su destino? Bien, pensado, tampoco le importaría quedarse con Ixia y Pensamiento y no ver  el Jardín de Invierno, ni tener que mudarse con su tía… Su tía. ¿La habrían avisado del incidente? Seguramente fuese así. Ella la esperaba para ese día, y obviamente no llegaría. ¿Se preocuparía en caso de no saberlo? ¿Su tía la quería de verdad o era simple obligación? ¿Se alegraría si supiera que no tendría que encargarse de su sobrina pues ésta se había quedado atrapada en un pueblo frío en mitad de la nada a la espera de la reparación de un tren que nunca lo haría?
Freesia se obligó a no darle demasiadas vueltas a ese tema, al fin y al cabo, era una tontería. Era un hecho, ella iba a mudarse con su tía, y la opinión de alguna de ellas no influiría demasiado en lo que ocurriría en uno o dos días, apenas.
Se dijo que volvería al hotel más tarde, cuando la gente se hubiera despejado un poco, a ver si entonces tenían noticias. Volvió a salir al exterior, y esta vez se dirigió al centro del pueblo, donde estaban la mayoría de los comercios del lugar. No llevaba demasiado dinero encima, pero supuso que bastaría con eso para comprarle algo al niño.
Entró en dos o tres establecimientos antes de dar con el regalo perfecto. No era gran cosa, pero Freesia supuso que le gustaría al pequeño. Era un pequeño tren de madera compuesto de la locomotora y cuatro vagones pintados de diferentes colores.
El vendedor le ofreció, por un precio ligeramente más alto, dibujar las letras del nombre del pequeño sobre la superficie del juguete. Freesia aceptó, y esperó pacientemente ante el mostrador hasta que el hombre reapareció de nuevo del taller con el tren. Ahora la locomotora lucía una brillante P, el vagón amarillo, la sílaba EN, el verde, la sílaba SA, el azul, la sílaba MIEN, y el rojo, la sílaba TO.
Freesia pagó lo correspondido y el hombre le envolvió el tren en un papel de color verde, para después meterlo en una bolsa de papel que entregó a la chica.
Al salir de la tienda, dudó si volver al hotel, pero supuso que en apenas media hora no habría cambiado demasiado la situación, y como faltaba una hora y media para que Pensamiento saliera del colegio, decidió dar un paseo e inspeccionar el pueblecito.

-¡Ei!-alguien gritó detrás de ella, y se sobresaltó. Estaba sumida en sus pensamientos mientras andaba por aquella pequeña callejuela detrás de la escuela, y no se había dado cuenta de que alguien caminaba detrás suya.
Era la mujer que había conocido cuando había estado en el Cherrywood, la de cabellos color rosa intenso. Freesia se extrañó y se detuvo a la espera de la extraña mujer, que se acercó medio corriendo hasta donde ella se encontraba.
-Madre mía, niña.-le dijo la mujer entre jadeos, con cierto tono de reproche.-Te he estado buscando por todo el condenado pueblo.
-¿A qué se refiere?
-Al tren. Ya lo han arreglado, podemos volver. Pensé que estaría bien que alguien te avisara.
“Vaya. ¿Tan pronto?” Freesia se sintió algo mal, aunque que el tren se arreglara era lo único que había deseado que pasara desde que había puesto un pie en aquel pueblo. Pero, aunque por fin, podía irse de aquel lugar, no podía negar que echaría de menos a Pensamiento, y eso que había pensado comprarle una tarta y celebrarlo con Ixia… Suspiró.
-¿Cuándo salimos?
-A las cinco en punto. Avisa a tu amigo, a ver si se va a quedar en tierra.
-¿Eh?
-Ya sabes, te vimos yendo con él a cenar y hablando en el andén. Viaja contigo, ¿no?
Freesia se estremeció. Zache. Pero asintió con la cabeza, sin saber muy bien por qué lo hizo.
-Sí, es… Mi tío.
La mujer sonrió.
-Bueno, me voy, acuérdate, ¿eh?  A las cinco.
-A las cinco.-repitió Freesia.
Se despidieron con la mano, y de repente se encontró de nuevo sola en el callejón. Se iba. Parecía que no llegaría nunca y por fin, se iba.
En menos de dos días estaría con su tía y con sus primos, en una casa en el Jardín de Invierno, y todo lo que había pasado se le iría olvidando, hasta que quedaran sólo fragmentos de lo que alguna vez había sido.
La chica se estremeció de nuevo al pensar en Zache. Pero se dijo que no podía darle más vueltas. Lo hecho, hecho estaba, y no podía volver atrás. Pero, sin embargo…
Algo la sacó bruscamente de sus cavilaciones. Era la sirena que anunciaba el final de las clases.
Pensamiento.
Se encaminó sin prisa a la puerta principal del edificio, que estaba atestada de familiares que habían acudido a recoger a sus pequeños.
Pensamiento salió hablando con una niña rubia de algo que debía ser muy gracioso, pues no hacían más que reírse. Después vio a Freesia entre la multitud, le dijo algo y se despidieron. Pensamiento salió corriendo a su encuentro.
-Hola.-le dijo, con una sonrisa.-¿Qué  tal la mañana?
-Bien.-“Me voy.”-¿Tú qué tal?
-Muy bien. ¡Más que bien! Hemos hecho un juego muy  gracioso con la señorita, consistía en mover los bloques de un…
Freesia dejó al niño con su verborrea y se alejaron a paso ligero hacia el centro del pueblo.
-…y Violeta dibujó un…¡oh! ¿Es aquí donde vamos a comer?
Le había llevado a un pequeño restaurante en el centro mismo del pueblo, que había visto mientras paseaba aquella mañana. Había pensado en ir al de la noche anterior, pero había apartado esa idea de su cabeza enseguida.
Cuando estuvieron acomodados en una mesa frente a la ventana, Freesia suspiró.
-Pensamiento… Me voy esta tarde.
El niño pareció algo descolocado al principio.
-¿Qué? ¿A dónde?
-Han arreglado el tren.-hizo una pausa y se mordió el interior de las mejillas.-Al Jardín de Invierno.
La cara de Pensamiento se ensombreció al instante, y una mueca de disgusto se dibujó en sus facciones infantiles.
-¿Por qué?
-Pues porque me tengo que ir, Pensie.-alargó una mano para acariciarle el hombro al niño, que la apartó instintivamente.
-¡No! No tienes por qué. Puedes quedarte con mamá y conmigo. Ella te dejará, lo sé.
-Me temo que no es tan sencillo, yo… Debo marcharme, hay alguien que me está esperando.
“¿Lo están? ¿Verdaderamente quieren que vaya?” Sacudió la cabeza.
-Oh… Pues yo no quiero que te vayas, Fezia.-Pensamiento parecía a punto de echarse a llorar y le temblaba el labio inferior.
-Ya, pequeño, yo tampoco quiero irme.-y era verdad.

Quedaba apenas una hora para que el tren partiese y se alejase del pueblo para siempre. Freesia tenía un nudo en el estómago que parecía hacerse más grande cada minuto que pasaba.
-Es un detalle que te hayas acordado, muchas gracias.-Pensamiento jugaba con su nuevo tren haciéndolo deslizarse sobre la tarima, mientras cantaba alguna cancioncilla. Ixia y ella estaban sentadas en el sofá de la casa, contemplando al niño.-Y me da pena que tengas que marcharte.
Freesia acarició al gatito blanco que en ese momento jugueteaba entre sus pies persiguiendo algún punto invisible en el aire.
-Parece que te ha cogido cariño, ¿eh?-Freesia sonrió, y dejó que el pequeño animal mordisqueara los gastados cordones de sus botines.
Pensamiento había alzado la vista de su viaje ferroviario en miniatura.
-¿Quieres quedártelo?-señaló al gato.
-¿En serio?-Freesia nunca había tenido una mascota, pues al ama le daba alergia el pelo de animal. De pequeña, estuvo un año pidiéndole un cachorro a su madre, pero ésta se negó, y desde entonces sólo había jugado con el pequeño gorrión que Jazmín guardaba en una jaula en su habitación.-Es tuyo, ¿no lo quieres?
Pensamiento pareció dudar un instante, pero luego negó con la cabeza.
-No. Es decir, sí. A ver, que le quiero porque es el hijito de Pétalos, pero sé que estará bien contigo.
Freesia ensanchó aún más su sonrisa. Con el gatito, no se olvidaría de Pensamiento y de Ixia.
“Ni de Zache”dijo una voz en su interior.
-Además.-continuó el niño.-Pétalos tiene más hijitos. Y ese aún no tiene nombre, ¿quieres ponérselo tú?
-Sí-Freesia asintió con la cabeza.-Me haría mucha ilusión.
-Pues no hay más que hablar, es tuyo.-Ixia cogió al pequeño gatito y lo puso en los brazos de Freesia.
La chica contempló como el animal la olisqueaba y luego se acomodaba en sus brazos.
-Es muy tranquilo-Pensamiento había vuelto a bajar la vista hacia su tren, pero seguía pendiente de ella.-Los demás son como muy salvajes, se pelean todo el rato. Supongo que es porque son pequeños. Pero éste no. Y aún se está más quieto cuando estás tú. Te quiere.
Freesia soltó una carcajada y rasco al gatito entre las orejas.
Pero luego cayó en algo.
-En el tren no se permiten animales, a menos de que los lleves en una cajita de ésas y que antes hayas avisado de que lo llevas.
Pensamiento se encogió de hombros.
-Mételo en la mochila. Es pequeño. Luego, cuando no te vea nadie, lo sacas. Y ya está. No hará ruido.
¿Por qué no? Pero había otra cosa… Su tía. No sabía cómo reaccionaría si de repente se presentase con un animal de compañía al que alimentar, cuidar… ¿Y si no le gustaban los gatos? ¿Y si a alguno de sus primos le daban alergia? ¿Y si…?
“Bueno, da lo mismo. Hay cosas más importantes por las que preocuparse. Llévate el gato, Freesia, lo necesitarás.” Alguien habló en su cabeza, y por un momento le pareció reconocer la voz de su madre.
“Al cuerno. Me llevo al gato.”

Comenzaba a nevar. Primero eran copos finos, suaves, que se convertían en agua en cuanto tocaban el vidrio de la ventana. Luego empezaron a caer con más fuerza, y en más abundancia, hasta que el paisaje se cubrió de puntitos blancos.
Era casi de noche. A penas serían las seis, pero allí anochecía muy deprisa. Allí. Estaba a punto de llegar.
La despedida en la estación había sido muy efusiva, y le había recordado a la que había tenido con sus amigos y con el ama, aquel día tan lejano en su pueblo.
Pero ya estaba de nuevo en marcha. Y esta vez sí que quedaba poco.
Demasiado poco.
Freesia comenzó a sentir una angustia que parecía ahogarla por dentro, y tenía ganas de saltar por la ventanilla y olvidarse de todo.
Tendría que haberse quedado en el pueblo, con Pensamiento y con Ixia.
Un maullido la tranquilizó un poco.  El gatito se paseaba por encima de la cama del compartimento, pero no demasiado deprisa. Con cautela, olfateando y mirando a Freesia de vez  en cuando.
Es muy tranquilo.
Freesia se percató entonces de que aún no tenía nombre. Empezó a pensar, pero no se le vino ninguno a la mente. De momento tan sólo sería Gato, hasta que se le ocurriese algo mejor.
Pensó en ponerle Pensamiento, pero se dio cuenta enseguida que el nombre no pegaba nada con el animal. El niño era tan revoltoso… Y Gato era, simplemente, un gato blanco, muy apacible para ser tan pequeño. Se podría decir que era un poco extraño, como todo lo que había pasado en su vida en los últimos días.
Y Gato pasó a ser Extraño.
Unas luces llamaron entonces su atención. Parecían de una ciudad, una muy grande. Es verdad. Su tía vivía en la capital del jardín.
“Perfecto, una gran ciudad sólo ayudará a hacerme sentir aún más pequeña.”
Y de pronto el tren comenzó a detenerse, poco a poco. Freesia se sintió como si la estuviesen conduciendo al patíbulo.
“Vamos, cobarde, tan malo no puede ser. Es tu familia, ¿no?”
Eran su familia, pero también eran desconocidos.
Metió a Extraño en la mochila sin ninguna dificultad, pues el animal se dejó hacer perfectamente.
Se embutió en su abrigo y, comprobando no dejarse nada en el compartimento, se puso la mochila al hombro y echó a andar hacia el pasillo mientras la maquinaria se detenía definitivamente.





jueves, 11 de octubre de 2012

Capítulo 6: Cuando me haya ido


El restaurante al que llegaron poco antes de la puesta de sol no era muy grande. Era un pequeño local frente a un riachuelo que descendía desde la montaña. Estaba en el límite del pueblecito, y si mirabas más allá del establecimiento podrías ver el espeso bosque de robles y las montañas anaranjadas en el horizonte.
El camarero les acompañó hasta una mesa en la terraza, de cara al sol y al pequeño valle que se extendía delante de ellos justo antes de convertirse en bosque. Las mesas estaban apiñadas, eran de madera desgastada y cada una estaba iluminada por un farolillo particular. Era un lugar muy agradable, y un aroma dulce impregnaba el espacio.
Freesia y Zache se sentaron el uno en frente del otro, y la chica empezó a juguetear con su servilleta, sin saber bien qué decir. En el camino hasta allí apenas habían intercambiado dos o tres frases de saludo, y eso que en la mente de Freesia bullían cientos de dudas y preguntas que ansiaba hacerle a  su acompañante, pero que no se atrevía a formular por… ¿Miedo? No, no era miedo. ¿Respeto? Tal vez. El caso es que la valentía que había mostrado al dirigirse a él aquella primera noche en el andén había desaparecido por completo.
A Freesia se le antojaba muy lejano aquel último día en su hogar. La última tarde con sus amigos, el lago, la fiesta… Todos aquellos recuerdos estaban cubiertos de una bruma espesa que no le permitía vislumbrarlos bien. Parecían haber ocurrido hacía años, como esas escenas de infancia en las que se veía a sí misma montada en un triciclo, pero sin poder recordar cuándo, dónde o cómo había ocurrido. Todo se mezclaba en su mente y estaba empezando a sufrir una terrible migraña que se había ido acentuando durante los últimos días. En ese momento tuvo el deseo incontrolable de encender una de aquellas bengalas “mágicas” que le había regalado la anciana del puesto de colores, pero estaban en la mochila que había dejado en casa de Ixia, y además, no sería demasiado apropiado encender una bengala ahí, en medio.
Freesia se frotó el puente de la nariz y cerró los ojos.                                                          
-¿Estás bien?-le preguntó Zache, aparentemente preocupado.
La chica asintió y se incorporó en su silla.
-Sí… Es sólo que todo esto del viaje me tiene un poco descolocada.
-¿Cómo si todo estuviese ocurriendo demasiado rápido?
La chica asintió y sonrió, aunque lo que a ella le pasaba era totalmente lo contrario. Todo estaba discurriendo con una lentitud mortal. Una vez en el tren,  lo único que había deseado era llegar pronto al Jardín de Invierno, pero en ese momento se encontraba en aquel pueblo perdido, cenando con un extraño al  que un niño pecoso con el que compartiría casa durante una o dos noches había llamado mago.
Era totalmente irreal, pero ella estaba allí, con él, no era un sueño.
-¿Qué van a pedir?-una chica joven y rolliza, de densos bucles rojos y mirada clara estaba ahora ante ellos, agitando un bolígrafo y una libretita en la mano izquierda.
Miró alternativamente a Freesia y a Zache, y esbozó una mueca de extrañeza. La verdad, ellos dos juntos daban un aspecto un tanto raro.
-¿Qué tienen?-preguntó el joven, girando la cara hacia la camarera.
La muchacha contuvo la respiración unos instantes al contemplar la cicatriz de Zache, pero luego se relajó y desvió la vista hacia Freesia.
-Nuestra especialidad es el estofado de cordero con verduras.
-Uno de esos para mí.-dijo Zache.
-Para mí también.-repitió a su vez Freesia.
La camarera asintió y apuntó también una jarra de agua mineral. Se giró en redondo hasta volver a entrar en el interior del local.
-Es bonito el sitio… ¿verdad?
Freesia asintió, pero se mantuvo callada. “¿Eres un mago? ¿De dónde vienes? ¿De qué te conocen aquí? ¿Por qué te interesas por mí? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?”
No dijo nada, y dejó que el chico volviera a hablar.
-Y bueno… ¿Qué has hecho esta tarde? Antes de venir aquí, quiero decir.
“¿Quién eres?”
-¿Qué?-le dijo la chica, pues estaba sumida en sus pensamientos y no se había enterado de la pregunta.
-Que que has hecho esta tarde.
-Oh.-Freesia agitó la cabeza.-He cuidado de un niño. Sus primas se fueron…
“A ver a un mago. ¿Eres un mago?”
-¿Tuviste que cuidar de él? Vaya. Yo no he hecho nada especial. Tan sólo pasear. Cerca del hotel hay una heladería que parece estar bien. Podemos pasarnos luego por ahí.
-No voy a dormir en el hotel.-dijo bruscamente.
Zache la miró, extrañado.
-¿Qué? ¿Por qué no?
-El niño del que tuve que cuidar. Me voy a quedar en su casa. Vino su madre, estuvimos con ella y me lo propuso.
El hombre alzó una ceja.
-¿Es seguro? Quiero decir, no los conoces. ¿Y si te roban, o algo?
La chica no había contemplado esa posibilidad. Simplemente, confiaba en el muchachito y en su madre.
-Estoy bien.
“¿Y no han ido a visitarte dos niñas pequeñas a que les hicieras algún truco?”
Zache se encogió de hombros y se removió en su silla.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-le dijo a Freesia.
“¿Puedo hacerte yo a ti cien?”
Asintió.
-¿Qué te llevo a aquí?
Freesia observó al joven, extrañada.
-El tren se averió, ¿recuerdas?-Zache negó con la cabeza y exhaló un hondo suspiro.
-No me refiero a este pueblo.
-¿Y a qué te refieres?- “Oh, no, eso no”. No lo soportaría, no podría hablarle a nadie de su situación, no en ese momento. Se derrumbaría.
Zache advirtió su inquietud y desvió la mirada hacia otro lado.
-Mejor déjalo.
Habló sin pensar, las sílabas se le escaparon antes de que pudiera siquiera darse cuenta de que había abierto la boca.
-Mis padres están en la guerra. Bueno, en realidad no sé si lo están o no. Pero a mí nadie me ha dicho nada. El caso es que llevo dos años viviendo sola con mi ama. Pero se nos acabó el dinero. Me mudo con mi tía.
Freesia bajó la vista y quiso golpearse contra la mesa. ¿Por qué lo había hecho? No, no, ya estaba llorando como una niña tonta.
Zache sacó un pañuelo rojo del bolsillo de su pantalón y se acercó a ella lentamente. Le limpió las mejillas con cuidado, y cuando terminó, su mano aún reposaba sobre la cara de la chica.
-Lo siento. No era mi intención… Sé que debe de ser duro.
Freesia negó con la cabeza.
-No importa…-ya. Se había acabado. ¿Cómo habría podido ser tan tonta? Pero no pensaba decir una palabra más.- Mira, parece que llega nuestra comida.
Mientras comían nadie dijo gran cosa. El estofado no era nada del otro mundo, pero estaba sabroso y era bastante abundante, lo bastante para dejarla ocupada y sin tener que hablar durante media hora. Pero el estofado se acabó, y se quedaron los dos mirándose.
“Venga, pregunta”.
-Zache…-empezó, tímidamente.
-¿Sí?
-No sé como decírtelo… Pero antes, cuando he estado cuidando del niño, me han dicho que habían ido a ver a un mago.
Zache alzó una ceja y la miró, curioso.
-¿Un mago? ¿Y qué pasa? ¿No te gustan los magos?
Freesia negó con la cabeza.
-No, no es eso. Es que… El mago se llamaba como tú.
El joven apretó los dientes y el destelló de diversión que brillaba en sus ojos desapareció. Freesia pudo comprobar cómo todos sus músculos se ponían en tensión.
-Será pura casualidad, no sé…-intentó dar un aspecto relajado, pero no lo consiguió.
Freesia siguió hablando.
-No creo… Me, me dijeron que iba en el tren. Zache…-Freesia se acercó a él y bajó la vista, sin saber muy bien por qué.- ¿Me has estado ocultando algo?
“Vale, eso ha sido lo más estúpido que has dicho hoy, de lejos.” El chico la miró, de nuevo esbozando aquella mueca burlona. Ni que fueran una pareja que se conocía desde hacía años, y en la que la mujer descubría que el otro la había estado mintiendo.
¿Y qué si quería mantener el secreto? Ella tampoco había dicho nada suyo… Bueno, salvo el “ataque” que le había dado antes de comer. Y si hubiera podido evitarlo no habría abierto la boca.
¿Por qué Zache tendría que contárselo? ¿Por qué a ella, que la acababa de conocer?
Todos estos pensamientos desfilaron por su cerebro justo después de lanzar la bomba, y ya no podía echarse atrás con alguna escusa estúpida.
“Enhorabuena, cerebro.”
-Puede ser. ¿Desde cuándo nos lo contamos todo?-Zache sonrió.
Ya le había ganado, no le sacaría ni una palabra más. Lo supo por la manera que tenía ahora de mirarla, cualquier rastro de preocupación había desaparecido de sus ojos y volvía a ser el inexpugnable y misterioso joven de siempre.
Freesia negó con la cabeza y dio un sorbo largo al vaso de agua que no había probado en toda la cena.
-Pues me has pillado, soy un  mago.-La chica casi escupe todo el agua por la nariz.
Las piezas no encajaban.
-¿Qué?
-Me has preguntado si soy un mago, y sí, lo soy.-Zache sonreía más ampliamente que antes. Parecía que le divertía la situación.
A Freesia no le divertía para nada.
-Pero…
-Tú me has contado lo de tu familia, creo que tienes derecho a saber mi pequeño secreto.-El hombre se levantó de la mesa y alzó una mano en el aire.
-¿Qué vas a hacer?-preguntó Freesia, extrañada.
-El tren se averió, ¿recuerdas?
Antes de que tuviera tiempo de replicar, Zache chasqueó los dedos y las luces se apagaron de repente. No es que se apagaran solo los farolillos que iluminaban las mesas, si no que se apagó el sol, que se escondía en el horizonte, se apagaron las voces de los comensales, se apagó el murmullo del riachuelo y se apagó la melodía del viento entre los árboles.
Freesia ahogó un grito. A su alrededor reinaba el silencio y la oscuridad, sólo alcanzaba a escuchar lo entrecortada de su respiración  y lo tranquila de la de Zache.
Entonces advirtió que el joven volvió a chasquear los dedos.
Y esta vez, se encendieron las luces. Se encendieron unas lámparas doradas de pared, se encendió un corredor estrecho y largo, y se encendió… ¿El traqueteo de un tren?
-¿Dónde estamos?-la chica volvió a ver a Zache, que se apoyaba contra una de las paredes y sonreía melancólico.
-¿Dónde estamos?-repitió, ante la carencia de una respuesta por parte de su acompañante.
El chico se llevó un dedo a los labios, se acercó a lo que parecía una ventana cubierta por una tela de color granate y la apartó con sumo cuidado, como si fuese a deshacerse entre sus manos.
Dejó a la vista lo que parecía un paisaje nocturno, pasando a toda velocidad ante sus ojos.
-¿Dónde estamos?-venga, a la tercera va la vencida. Freesia sentía que el miedo empezaba aflorar y la cabeza le daba vueltas. Las manos le habían comenzado a sudar y una extraña sensación se apoderó de su ser. Se agarró con fuerza a la barra que tenía a sus espaldas, y se alejó prudencialmente de Zache, que miraba embelesado a una luna que no se  movía y se mantenía encima de ellos.
Entonces se giró hacia ella, y a a la chica le recorrió un escalofrío de arriba abajo. La luz de sus ojos había cambiado. Se habían oscurecido e inspiraban desconfianza y amargura. Pero la sonrisa se mantenía en sus labios.
-¿Tienes miedo?
Vaya, ¿tanto se le notaba?
-No.-se irguió sobre sí misma y miró a Zache, desafiante.
El chico se acercó más a ella, y Freesia tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerse impasible y no cambiar ni un ápice su posición.
Zache siguió acercándose, apenas les separaban unos centímetros.
Dio otro paso, y de repente, sus narices se rozaban.
-¿Te asusto?
El corazón de Freesia latía desbocado. Tenía miedo, mucho miedo. Pero no podía admitirlo. Negó con la cabeza y le sostuvo la mirada. Aquella mirada oscura y penetrante.
-¿Y ahora?-se acercó aún más. La chica contuvo la respiración.
Y de repente la estaba besando.
Al principio no se dio cuenta, como si ella fuese otra persona, pero de repente volvió a la realidad. Mantuvo la boca fuertemente cerrada, pero no aguantó demasiado.
Los labios de Zache eran demasiado cálidos, como si estuviera besando el sol. Le recordó al verano, a su tierra, a lo que amaba.
Y la boca de Freesia se abrió para fundirse con la del joven. Cerró los ojos y de repente estaba de nuevo en el Jardín de Verano, bañándose en el lago junto a Jazmín, escuchando los cuentos del ama Dalia, jugando en césped junto a su madre, cantándole canciones al sol y susurrándole a la lluvia.
Una sensación abrasadora se abrió paso por todo su interior, y se aferró al cuello de Zache mientras sus labios seguían unidos.
No quería parar, no podía parar. Se sentía demasiado bien. Si parase, se acabaría el mundo, desaparecería el sol, desaparecería la tierra y el mar, las nubes y el aire.
Pero después de lo que podrían haber sido segundos, horas, meses o décadas, Zache separó sus labios de los de ella y todo se desvaneció al instante.
Seguía en el misterioso tren, y el joven seguía de pie a su lado. Pero cualquier sensación placentera se había marchado, dejando paso a la desolación y, lo que era peor, al miedo.
No podía mirar a Zache a la cara. ¿Por qué lo había hecho? Se arrepentía, mucho. ¿En qué lugar la dejaba aquello? Las cosas no podrían ir peor.
Pero el joven alargó un brazo hasta depositarlo en su hombro.
-No deberías tener miedo.-¿qué? La chica estaba paralizada. Miedo era lo único que sentía en aquel momento. ¿Era real? Quizá, si se pellizcara seguiría en el tren, en aquella primera noche, o, lo que sería mejor, en su casa.
-El miedo no es bueno.-Zache negó con la cabeza-.Cuando sientas miedo, búscalo en tu interior. Cuando lo encuentres, quémalo. Hasta reducirlo a cenizas. Hasta que haya desaparecido.
Y eso hizo. Y lo encontró. Estaba escondido en un lugar profundo de su corazón, y ella simplemente cerró los ojos y tomó aire. Ardía.
De repente, se sentía fuerte, capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Alzó la vista hasta encontrarse con la mirada de nuevo pálida de Zache.
-No tengo miedo.
El joven sonrió.
-Mucho mejor. Es hora de volver. Bueno, más bien, de que vuelvas.
Freesia no entendía.
-¿Es que no vas a volver conmigo?
Zache negó con la cabeza.
-Me parece que no.
En ese momento los sentimientos de Freesia se mezclaron y se contradijeron. Por una parte, estaba aliviada. Si Zache se iba, quizá toda esa locura que había vivido aquel día desaparecería, y en unos meses la recordaría como un mal sueño.
Por otra parte, no podría hacerse a la idea de que se fuera. No, ahora que lo había besado y había sentido aquello. Aquello que no era amor, si no otra cosa, más fuerte y difícil de explicar.
Freesia supo en aquel momento que, aunque el joven se fuese muy lejos, no podría olvidarse de él.
Y eso le dolía. Y le asustaba. Le asustaba tanto que por un momento pensó que se derrumbaría.
“Pero no. Has quemado el fuego, ¿recuerdas? Cenizas. Son cenizas”
-¿Y a dónde irás?
Zache se rascó el pelo, despreocupado.
-No sé. Soy un mago, puedo ir a donde quiera.
Freesia sonrió.
-¿Quieres venir conmigo?
La chica negó con la cabeza. Se acercó al joven y le dio un suave beso en la mejilla.
-Buena suerte.-le susurró.
Se quedaron mirándose durante un tiempo que le pareció infinito. Desde otra perspectiva ellos dos eran como un  puzle. Encajaban todas sus piezas a la perfección.
Pero faltaba una. Aquella que Freesia no llegaba a alcanzar, y que no alcanzaría nunca. Lo sabía. Sería inútil pedir que mantuviesen el contacto.
Aquello se había acabado.
Pero no se olvidarían fácilmente.
Nunca lo harían.
Zache se agachó hasta que su boca rozó la oreja izquierda de la chica.
Susurró una sola palabra. Una sola palabra que, a pesar de desconocer su significado en aquella situación, hizo que Freesia se estremeciera de arriba abajo y que empezara a temblar irremediablemente.
Su aliento era cálido. La palabra, fría como el hielo.
-Alma.
El mundo a su alrededor empezó a distorsionarse y a dar vueltas. Un pitido ensordecedor se instaló en sus oídos y sintió que le removían todo el cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies.
Todo desapareció: el tren, la luna blanca y brillante, las montañas nocturnas, las cortinas granate.
Y Zache.
El joven se fue como había venido: silenciosamente, sin que nadie se diera cuenta.
Y de repente, Freesia volvía a estar sentada en la mesa del restaurante que habían dejado atrás hacía… ¿cuánto tiempo había pasado?
No lo sabía, pero a su alrededor nada parecía haber cambiado, el sol seguía en la misma posición en la que lo había dejado, las personas seguían hablando, los camareros sudaban y corrían entre las mesas, los restos del estofado de Zache no se habían enfriado.
Y él ya no estaba. Freesia se estremeció.
Y encima de la mesa había la cantidad exacta de dinero para pagar la cuenta.
No podía más. Tenía que irse de allí inmediatamente, si no, se volvería loca. Si no lo había hecho ya. Al fin y al cabo, si le contaba a alguien lo que acababa de ver, no pensarían otra cosa. Hasta ella misma estaba empezando a dudar de su propio juicio.
Pero no, aunque el tren no fuera real, Zache lo había sido. Y la manera en la que la había besado. Aún tenía su sabor en los labios, pero la sensación de calidez había desaparecido por completo.
Llamó a la camarera pelirroja para que le trajese la cuenta, y la chica miró el asiento vacío de Zache extrañada.
-Ha tenido que marcharse.-La chica asintió, pero no parecía muy convencida.
Cuando por fin hubo pagado y salió del restaurante, ya había caído la noche. Las farolas de la ciudad brillaban ahora con más intensidad, y el viento era más frío. No se podían ver estrellas, por lo encapotado del cielo, pero se entreveía la luz brillante de la luna. Como en el tren.
Freesia sacudió la cabeza.
No, cuanto antes se olvidara de todo lo que había ocurrido, mejor. Estaba deseando que repararan el tren para poder marcharse de allí cuanto antes. Cuando llegara al Jardín de Invierno, nada de eso habría ocurrido.
“Zache ha ocurrido, y siempre te acordarás.”
Su mente estaba hecha un auténtico lío, y la cabeza le dolía espantosamente, pero cuando Ixia le abrió la puerta en bata de dormir, aparentó normalidad.
-¿Qué tal?-la mujer sonrió, y sus ojos brillaron.
“Qué hermosa es”. Se preguntó quién podría haber sido el padre del chiquillo.
-Bien, hemos ido a un restaurante a las afueras.
-¿Te lo has pasado bien?
Ella asintió, con despreocupación.
-Bueno, creo que estarás cansada. Pensie ya está durmiendo dentro, tú lo harás aquí.
Señaló a la cama redonda junto al ventanal.
-Gracias.-le dijo Freesia con una sonrisa. Esta vez lo sentía de verdad.
-No hay de qué.
Se dieron las buenas noches e Ixia desapareció dentro de su habitación. Freesia se desvistió, se puso el camisón que había metido apresuradamente al abandonar el tren y corrió a refugiarse entre las mantas.
Cuanto antes se quedase dormida, antes se acabaría el día.
Justo antes de cerrar los ojos, oyó un sonido a su lado. Se giró en redondo y miró debajo de la cama, de donde procedían.
Ahí dormían unos gatitos y maullaban suavemente.
Freesia sonrió. Los gatitos de Pensamiento.
Uno de ellos, el blanco, se despertó al notar movimiento, y se subió de un salto a la cama. Se acurrucó junto a la chica y se volvió a quedar dormido.
Así, con el calor del gato a su lado, Freesia consiguió dormirse.
No soñó con nada.
Pero una sola palabra sonó en su mente toda la noche. Aquella palabra fría.
Alma.