La
ciudad entera se extendía a sus pies. Cientos de edificios y rascacielos se
alzaban hasta esconderse entre las
nubes. Freesia contemplaba la maravillosa vista, embelesada. Aún era muy
temprano, Norte comenzaba a despertar, aunque nunca se hubiera dormido del
todo. Las luces del amanecer, rosadas y anaranjadas, se reflejaban en las grandes
cristaleras de algunos edificios, y en la calzada ya se distinguía el habitual
rugido de los coches que realizaban sus respectivos trayectos matutinos.
Norte no
parecía haber cambiado. Pero había cambiado para Freesia. Miró a su alrededor.
Los grandes ventanales del rascacielos en el que se encontraba, la enorme
habitación que le habían asignado, perfectamente amueblada, las estanterías de
libros, la cama aún sin hacer, el armario repleto de ropa que no era la suya.
Suspiró.
Había dormido de un tirón, y no había soñado. Esto le sorprendió, pues después
de lo que le había ocurrido el día anterior, había pensado que sus pesadillas
estarían ahora repletas de imágenes de su tía, de su prima Áloe, de ella misma
y Simon cuando utilizó su energía por primera vez…
Se
estremeció al recordarlo.
¿Dónde
estaría Áloe? Debería de habérselo preguntado a la enfermera Oloffson la tarde
anterior, cuando ésta había servido de guía turística, conduciéndola por toda
la instalación. Pero estaba demasiado preocupada por sus problemas y no se
acordó. Se sintió en ese momento muy egoísta. Cuando la enfermera volviera a su
habitación, le preguntaría.
Como
Oloffson no llegaría hasta una hora después, Freesia se tomó su tiempo para
ducharse y vestirse. Las camisas que alguien había dejado ahí para ella le
quedaban algo anchas, y se pisaba los bajos de los pantalones. No tuvo más
remedio que conformarse, pues la enfermera se había llevado su otra ropa para
lavarla.
Freesia
se moría de hambre. La tarde anterior no había cenado nada, pues tenía el
estómago revuelto. Al mediodía, después de que Eluchans se fuera, sólo había
probado un bocado de sándwich.
Cuando
estuvo completamente arreglada, se sentó en un sofá que había justo en el
centro de la habitación y cogió una revista de la veintena que reposaba sobre
una pequeña mesita de té acristalada.
Parecía
una de aquellas publicaciones mensuales sobre ropa, cosméticos y cuidados para
mujeres. Azucena siempre andaba con alguna entre manos.
Pero
aquella era distinta. Era una revista del Jardín de Primavera. Freesia pensó
que, dentro de un determinado Jardín, no se solía vender la prensa de los
demás. Por eso ojeó las páginas con curiosidad, llenas de fotos de chicas
preciosas con el cabello teñido de brillantes colores y ropa llamativa, faldas
de floridos estampados y tocados imposibles. “Exuberancia” habría sido la única
palabra que Freesia habría usado para describir aquella revista.
Y de
pronto, en la penúltima página, apareció una foto.
Era
distinta a las demás. Una modelo muy pálida miraba cabizbaja la hierba que se
extendía bajo sus pies descalzos. Estaba prácticamente desnuda salvo por un
suave velo que le cubría desde la cintura hasta medio muslo, y por el pelo,
largo y violeta, que le tapaba los pechos.
Freesia
se sorprendió de la inusual sensualidad de aquella foto. Nunca había visto nada
así. Simplemente… La chica llevaba muy poca ropa.
Pero no
fue aquello lo que más le extrañó. Aquella modelo le resultaba familiar. Muy
familiar. Como si la hubiera conocido en algún momento en el pasado.
Escudriñó
cada recoveco de la página doble que ocupaba la foto, buscando el nombre de la
chica, y sólo averiguó que era un anuncio de una marca de maquillaje con
aspecto de ser bastante cara.
Resopló,
y justo en ese momento alguien llamó a la puerta. Freesia fue a abrir y se
encontró con la enfermera Oloffson, que le sonreía, radiante, llevando la misma
ropa de enfermera que el día anterior.
-Buenos
días, Freesia.-le saludó, mientras paseaba su mirada escrutadora por el cuerpo
y la cara de Freesia, comprobando que todo estuviera en orden.-¿Has dormido
bien?
Freesia
asintió enérgicamente con la cabeza.
-Bien. ¿Hace
mucho que te has despertado?
-Apenas
una hora y media. Estaba leyendo una revista.-señaló con la mirada la mesita de
té, donde reposaba aún la revista abierta por la página de la modelo
misteriosa. –Es del Jardín de Primavera.
Oloffson
asintió y se acercó a la mesita. Observó la foto con interés.
-Es
extraño.-explicó Freesia.-Ya sabe, leer cosas de otros Jardines.-luego,
señalando con el índice a la modelo de cabello violáceo, le preguntó a la
enfermera si sabía de quien se trataba.-Es que es muy raro. Que lleve tan poca
ropa. ¿No está eso prohibido?
Oloffson
sonrió y negó con la cabeza.
-Prohibido,
desde luego, no. Pero nunca hasta ahora había hecho alguien algo así. Este
fotógrafo está dando mucho de qué hablar en Este.
Este era
la capital del Jardín de Primavera.
-¿A la
gente le gusta?
-Bueno,
hay de todo. A mí me parece que es muy guapa, ¿no crees?
Freesia
asintió, sin poder apartar la vista de la modelo y su rostro neutral.
-¿Sabe
cómo se llama?
-¿El
fotógrafo? Martins, algo así…
-No. La
modelo.
-Pues
claro. Esta chica es toda una revelación en el Jardín de Primavera. Es Melisa
Alapin.
Aquel
nombre no le sonaba de nada.
-Bueno.-Oloffson
apartó a un lado la revista.-¿Bajamos a desayunar?
Freesia
asintió, y siguió a su enfermera hasta el pasillo al otro lado de la puerta,
dejando a la hermosa Melisa con la vista aún clavada en las briznas de hierba
grisáceas.
Estaban
sentadas en una terraza de interior, cubierta por un techo acristalado que
dejaba entrar la pálida luz del sol de Norte que se colaba entre las nubes. El
aire era especialmente cálido, y veintenas de flores y plantas de todos los
tamaños y colores diferentes, muchas de las cuales eran nuevas para Freesia,
decoraban el espacio.
Freesia
y Oloffson tomaban el desayundo en una mesita que se encontraba en el centro de
la terraza, junto a una pequeña palmera.
La
enfermera daba pequeños sorbos a su taza de café caliente, mientras Freesia
comía con avidez todo lo que le habían servido.
-Enfermera
Oloffson.-ésta dejó por primera vez la taza sobre la mesa para coger un
bizcocho de limón y miró a Freesia con interés, animando a la chica para que
hablara.-¿Qué ha pasado…? ¿Qué ha pasado con mi familia?
-De
momento, nada. Como tu prima Azucena cumplirá la mayoría de edad a principios
de año, podrá hacerse cargo de sus hermanos.
Freesia
dudó de las habilidades de su prima para hacer de madre.
Pensó en
su tía Iris, y en que no había llorado su pérdida, aunque la sintiera en lo más
profundo de su ser, como un monstruo negro que amenazaba con despertarse en
cualquier momento y que la destruiría por dentro.
Tenía
que ver a Áloe. Tenía que hablar con ella. Tenía que apoyarla, pues sabía que
lo debía de estar pasando fatal.
Tenía
que ver a Azucena y a los demás. Tenía que hablar con Fresno.
En
definitiva, no podía quedarse allí mucho más tiempo.
-¿Cuándo
podré marcharme?
Freesia
advirtió que la enfermera se ponía
nerviosa y se estiraba el cuello de la camisa mientras volvía a sorber de su
taza. No contestó, y Freesia volvió a preguntar.
-¿Cuándo?
Oloffson
carraspeó y asintió con la cabeza, aparentando no haber estado prestando
atención.
-Verás,
cielo, no es tan sencillo. Tenemos que hacerte las pruebas, y luego…
-¿Luego,
qué?-Freesia se mordió el labio al darse cuenta de lo maleducado que había
sonado aquello.-Lo siento. Quiero decir... ¿Podré volver a ver a mi familia
después?
La
mirada que en aquel momento la enfermera dirigió a Freesia se lo hizo saber al
instante: no.
-Freesia…
No puedo decirte nada seguro, no antes de empezar con las pruebas. Espero que
lo entiendas.
“Y yo
espero que usted entienda, señorita, que si no me va a dejar volver, no puede
esperar que colabore con usted.”
-Sí.
Oloffson
asintió, con cierto orgullo, y cogió otro bizcocho de limón.
La sala
de pruebas, que se encontraba en la planta nueve del edificio, le recordó a
Freesia al gimnasio nuevo que habían construido en su escuela cuando ella
entró.
Una sala
muy grande, prácticamente vacía, pintada de blanco y recubierta por unas
colchonetas que se extendían por todo el parqué. A los lados se alineaban unos
bancos y un escritorio con una silla de ruedas,
en la que en ese momento se encontraba sentada, con las piernas cruzadas
y la mirada puesta en Freesia, la doctora Abelia Eluchans.
-Pruebas
físicas.-le dijo, pasando las hojas de una carpeta sin interés.-Hoy vamos a ver
qué es lo que eres capaz de hacer.
Freesia
asintió. Después de desayunar con la enfermera Oloffson, le había preguntado si
sabía dónde estaba su prima Áloe, y ella le había respondido que no.
Freesia
estaba muy enfadada porque la enfermera mentía horriblemente mal.
Sin
muchos esfuerzos, aquellas dos mujeres habían hecho que Freesia las detestara
amargamente. Supuestamente, eran del Gobierno, ayudaban a la sociedad de los
Jardines con aquellas investigaciones secretas.
Pues si
aquel era el Gobierno, que se dedicaba a raptar adolescentes “especiales” para
experimentar con ellas con fines poco claros, a Freesia no le gustaba.
Pensó de
nuevo en sus padres, y en la idea de que se los hubieran llevado a la guerra
precisamente por aquella energía.
Todo se
había complicado demasiado. Muchas preguntas y preocupaciones, demasiadas para
su pequeño cuerpo de dieciséis años.
Y para
colmo, tendría que aguantar las sonrisas de falsa cordialidad de la enfermera y
la doctora, y su despreciable y supuesta preocupación por su persona, cuando
sabía perfectamente que en aquellos instantes hacía el papel de ratón de
laboratorio.
Tenía
que encontrar a Áloe, de alguna manera.
Seguramente,
si se lo montaba bien, podría sonsacarle la información a la inocente Oloffson,
en la que en un primer momento Freesia había confiado, hasta darse cuenta de
aquella mujer no era sino una marioneta que repetía y hacía todo lo que alguien
le había dicho con anterioridad, como si llevara un pinganillo las veinticuatro
horas del día.
Si
consiguiera sacarla de aquellos límites… Quizá ella confesara. No pasaba nada por probar.
Decidió
que no colaboraría en aquellas pruebas. No pondría ni un poco de su lado.
Podría aparentar ser incluso un poco corta de luces.
-Bien,
Freesia.-anunció Eluchans, después de revisar sus papeles y comprobar que todo
estaba en orden.- Comenzaremos por probar las habilidades que ya has mostrado
antes.
Freesia
asintió.
-El
escudo.-iba diciendo Eluchans.
-Y el
espejo roto.-añadió Oloffson por detrás.
La
doctora asintió.
Y, de
repente, sin previo aviso, una de las
paredes junto a Freesia tembló ligeramente, y un segundo después algunas
grietas finas comenzaron a aparecer, surcando la blanca pintura, hasta dejar al
descubierto el cañón de algún arma muy grande.
Freesia
gimió al ver que una estela de algo anaranjado salía disparada de aquel cañón
en su dirección. Tal y como le había ocurrido la vez anterior, lo contempló
todo a cámara lenta, y un instinto le hizo alzar las manos hacia la bola
iridiscente, pero las bajó enseguida.
Había
prometido que no pondría de su parte. Y así, mientras aquella esfera dorada se
encaminaba peligrosamente, pero también muy lenta, ella simplemente dio un paso
hacia la derecha, y la bola fue a estrellarse contra la pared que había a su
espalda, sin dejar marca, pues aquello no era sino una pelota de goma.
-Diablos.-farfulló
Freesia para sí.
La doctora
Eluchans se había puesto en pie y miraba a Freesia con el ceño fruncido.
-¿Cómo
has conseguido apartarte tan deprisa?
-¿Eh?-para
ella todo había transcurrido a cámara lenta.
Sonrió
al darse cuenta de que eso la doctora no lo sabía. Sin embargo, ésta ya estaba
apuntando algo frenéticamente en un cuaderno.
-Puede
ser otra habilidad… Sí, probablemente…
Freesia
se encogió de hombros. Por lo menos, había conseguido desconcertarlas, pues,
como la enfermera Oloffson le había dicho, nadie nunca había tenido energía
para manifestar más de una habilidad.
Punto
para Dubois.
Cuando
llegó la hora de la comida, no habían progresado nada, y Freesia estaba muy
orgullosa de sí misma. Había conseguido pasar todas aquellas estúpidas pruebas
físicas (más objetos voladores contra su cabeza, muñecos fijos a los que
disparar, carreras…) y había logrado que su energía se quedara a buen recaudo
dentro de ella.
Tampoco
le había costado demasiado, pues si hubiera intentado que sus “poderes”
salieran al exterior, no habría tenido ni idea de cómo hacerlo.
Por eso,
cuando salió detrás de Oloffson hacia el comedor (la doctora no iba con ellas,
se había quedado sentada en su escritorio analizando sus anotaciones, bastante
mosqueada), le dijo a ésta que se encontraba muy cansada y prefería comer en su
habitación. La enfermera aceptó, y así Freesia pudo subirse la bandeja con el
almuerzo a su cuarto.
Cuando
pasaba ante las puertas de las habitaciones que se alineaban junto a la suya se
preguntó si habría alguien más allí, interno como ella, que también estuviera
asustado y que no tuviera ni idea de lo que estaba ocurriendo.
De
momento, no había visto a nadie aparte de a la enfermera, la doctora, los del
comedor y las de la limpieza.
Todo
aquello era muy extraño. ¿Seguiría Áloe en el Ayuntamiento? ¿Se habría ido ya a
casa? ¿Estaba en aquella misma planta, o quizá en la habitación de al lado?
Se
sintió tentada de llamar a alguna de aquellas puertas de madera azul, pero la
enfermera Oloffson andaba siempre pegada a ella, y sólo se separaron cuando
Freesia abrió la puerta de su habitación con la tarjeta magnética que le habían
dado el día anterior.
Una vez
dentro, no podía salir hasta que Oloffson volviera con otra tarjeta distinta.
Aquello
era casi una cárcel.
Se sentó
en la mesa centro de nuevo a comerse aquel plato preparado de verduras y
ternera. Alguien había quitado todas las revistas.
El vaso
estalló en mil pedazos, que se esparcieron por toda la habitación, sin llegar a
rozar a Freesia, pues se había apartado lo suficiente como para no salir
perjudicada.
No había
sido sencillo. Le dolía la cabeza. Cuando había roto el espejo de su
habitación, simplemente estaba demasiado enfadada y así descargo su ira.
Así que
así lo hizo, pensó en su familia y se dejó llevar también por la autocompasión,
y el vaso, después de varios intentos, acabó por estallar.
Lo había
hecho en el cuarto de baño, pues sabía que en la habitación principal había
cámaras que la vigilaban (lo había averiguado la noche anterior, pues había
sido tan torpes de dejar que la pequeña cámara proyectara un rayo rojo diminuto
en la oscuridad) y no allí, pues alguien había tenido la idea de que verla
mientras se duchaba no sería muy apropiado.
Orgullosa
de su éxito, se apresuró a recoger los diminutos fragmentos de vidrio antes de
que volviera la enfermera Oloffson.
Ya era
de noche. La ciudad bullía de animación, las luces de muchos colores brillaban
en la oscuridad de aquel cielo sin luna y sin estrellas, y Freesia se sentía
mal consigo misma.
¡Le
habían disparado! ¡Con un arma de verdad! Claro, ella había tenido que usar el
escudo, pues esta vez su habilidad
“verlo-todo-a-cámara-lenta-en-situaciones-potencialmente-peligrosas” no se
había activado, y casi no había tenido tiempo ni a reaccionar. Un segundo más,
y la bala habría atravesado su cuerpo.
Le había
pedido explicaciones a la doctora, pero ésta se había salido por la tangente, y
había apuntado cosas en su bloc de notas con una sonrisilla de suficiencia en
los labios.
Freesia
la detestaba. Quería salir ya de allí.
Y fue
entones cuando tuvo la maravillosa idea de hacer estallar la puerta. Al menos,
había conseguido reservarse aquella habilidad y la doctora o la enfermera casi
habían olvidado que la tenía, y no había ningún refuerzo especial.
No sabía
si podía llegar a tanto, pues un vaso frágil distaba mucho de una puerta de
madera de roble con cerradura de seguridad. Pero no pasaba nada por intentarlo.
Después
de haber intentado mantener una conversación con Oloffson durante la cena para
sonsacarle información sobre el paradero de su prima, vio que la enfermera era
más fuerte de lo que aparentaba, y de que iba a necesitar algo más radical para
salirse con la suya.
Así que
esperó hasta que pasó la medianoche, y luego, con mucho cuidado, tapó la cámara
con la funda de su almohada.
Había
decidido que sería más sensato romper sólo la cerradura, pues rompiendo la
puerta entera sólo conseguiría hacer mucho ruido y descubrirse ella sola.
Así que,
sin encender la luz, se detuvo de rodillas frente al picaporte y se concentró
mucho.
Mucho.
Aún así, no oyó siquiera un crujido. Freesia soltó un suspiro y tiró del
manillar hacia abajo, pero nada de nada.
Maldijo
por lo bajó y se planteó si no sería mejor idea golpearlo a la fuerza con algo
pesado, pero se dijo que no al instante, y siguió probando.
Después
de muchos intentos fallidos y con las sienes doloridas, se tumbó sobre el sofá
para tratar de aclarar sus ideas. Y luego, después de diez minutos con las
rodillas pegadas al pecho y los ojos fuertemente cerrados, se volvió a levantar.
Con la
vista de nuevo fija en el cerrojo, se concentró.
“Si
rompes esto, sales. Si rompes esto, te alejas de Oloffson. Si rompes esto, no
tendrás que volver a ver a Eluchans. Si rompes esto, serás libre. Si rompes
esto, nada de pruebas. Si rompes esto, podrás volver a ver a Áloe.”
Un
ligero “clic”, y luego un fuerte crujido, y el manillar salió disparado hacia
el otro lado de la habitación. Freesia se apartó como pudo, y luego, después de
recomponerse, empujó la puerta.
Se
abrió. Se asomó al pasillo con precaución. Todo estaba en silencio, y las luces
estaban apagadas. Salió casi de puntillas y se detuvo en medio del corredor.
¿Qué
podía hacer ahora?
Buscar a
Áloe. Pero no sabía dónde podría estar Áloe. Por un momento se sintió estúpida
por haber escapado, pues no le había servido de nada. Sin embargo, en seguida
cambió de opinión.
“Mucho
mejor aquí que encerrada en esa horrible habitación.”
Y
encaminó sus pasos a lo largo del ancho pasillo.
Sin
saber cómo, a través de unas escaleras, Freesia había llegado a lo que parecía
la azotea del edificio. La puerta no estaba cerrada, y de repente se encontraba
en el exterior, rodeada de un aire cortante que azotaba sus cabellos y que le
congelaba el aliento.
Se situó
en el borde del edificio, y miró hacia abajo. Como ya había pasado la
medianoche, no se veía ni un alma por las calles de la ciudad.
Todo
estaba en silencio. Y Freesia se sintió entonces más sola que nunca, en un
mundo ajeno al suyo, donde no encajaba, entre tantos edificios enormes,
sintiéndose tan pequeña.
Le
gustaría haber tenido la habilidad de volar, para así poder abandonar el
rascacielos, poder abandonar Norte, y volver al Jardín de Verano, donde el ama
Dalia la abrazaría y le haría algo rico para cenar, donde podría irse al lago
con sus amigos, donde podría volver a ver a sus padres.
Pero no,
estaba con las plantas de los pies pegadas a aquel imponente edificio, perdida,
y sin saber hacia dónde dirigirse.
Áloe.
Tenía que encontrar a Áloe, a Áloe. Por
eso había salido. Tenía que buscarla, y cuando diera con ella… Cuando diera con
ella, ya se les ocurriría algo. Y tenía que hacerlo antes de que la arpía de
Eluchans o Oloffson se dieran cuenta.
Así que
volvió a la puerta por la que había entrado, y bajó las escaleras casi
corriendo. Penetró de nuevo en el oscuro corredor, y, casi sin pararse a
pensarlo, entró en la primera puerta abierta que encontró. Dentro no había
nada, estaba totalmente exenta de cualquier tipo de mobiliario, tan sólo había
un colchón en medio de la sala, sucio y roído.
Freesia
suspiró y volvió al pasillo. Tenía apenas seis horas para que amaneciera.
Supuso que sería suficiente para registrar el edificio, aunque fuera con pies
de plomo.
Sin
embargo, si Áloe estaba en una habitación cerrada… No podía pararse a romper
las cerraduras de todas las puertas, si no, no acabaría nunca.
Estaba
empezando a exasperarse, así que se puso en marcha para no pensar mucho más en
ello.
Pasó el
tiempo, y nada. Habitación tras habitación, todas vacías, como si nadie hubiera
reparado en que estaban allí.
No se
atrevió a bajar a la planta de recepción, o a cualquier otra planta, pues sabía
que había un guardia junto a los ascensores, así que eludió la zona como pudo.
Cuando
llevaba aproximadamente una hora de búsqueda, entro en una habitación al azar y
se tumbó sobre un sofá algo desvencijado.
No iba a
encontrar a su prima. Quizá ni estuviera en el edificio. Lo mejor sería
intentar encontrar la manera de escapar. Podía ir con su familia, con sus
primas, y explicarles lo que había pasado, a lo mejor incluso Áloe estaba con
ellos.
Golpeó
el sofá con el puño, y se hizo incluso daño. Gimió, y se volvió a poner en pie
con brusquedad.
Tenía
mucho sueño. Los entrenamientos, más las horas sin dormir que llevaba, la
habían dejado agotada, y le hubiera gustado tumbarse en aquel sofá y esperar a
que llegara la mañana, que lo solucionaría todo.
“No.”,
se dijo, “Te encontrarían aquí y te pedirían explicaciones, y entonces sí que
estarías metida en un buen lío.”
Iba
salir de la habitación, cuando la puerta se abrió antes de que ella pudiera
alcanzarla.
La
habían pillado. Oloffson o Eluchans, o el guardia. Estaba perdida.
Sin
embargo, casi lloró de alivio cuando vio aparecer la cabeza rubia de su prima
por la abertura.