jueves, 2 de mayo de 2013

Capítulo 17: Improvisar


No hubiera podido decir el tiempo que llevaban andando. Freesia simplemente seguía a su prima a lo largo de estrechos túneles que debían encontrarse bajo el edificio. No habían intercambiado una palabra, tan sólo el gesto de cabeza que Áloe le había dirigido para indicarle que la siguiera.
A Freesia comenzaban a dolerle los pies, y cada vez se hacía más grande la distancia entre su prima y ella, debido al sorprendente ritmo que llevaba la primera. Freesia la seguía a duras penas, pues el cansancio no había desaparecido. Según sus cálculos, ya habría amanecido, aunque no podía asegurarlo. Allí no había ninguna ventana, ni siquiera un pequeño tragaluz que indicara lo avanzado del día, y había olvidado el reloj arriba.
Por fin, Áloe se detuvo y echó un rápido vistazo al techo de piedra sobre su cabeza.
-Es por aquí.-dijo, y se giró hacia Freesia.-Vamos, voy a cogerte en brazos. Quiero que empujes esa palanca de ahí.
Freesia desvió la mirada a donde indicaba el índice de su prima y pudo comprobar que, en efecto, cubierta por capas de moho y óxido, existía allí una especie de trampilla que parecía abrirse por medio de una palanca cubierta de suciedad que apenas podía ser vislumbrada debido a la oscuridad que reinaba. Nadie se hubiera percatado de aquella pequeña puerta. Freesia se dijo que Áloe, de alguna manera u otra, ya conocía aquellos pasadizos. Pero no hizo preguntas y dejó que su prima se agachara para después sentarse sobre sus hombros. Cuando Áloe se levantó, emitió un leve quejido.
-¿Seguro que puedes conmigo?-le preguntó Freesia.
-No seas tonta. Date prisa.
Freesia asintió y tiró de la pequeña palanca hacia ella.
-Así no. Te he dicho que la empujes.
Freesia suspiró e hizo lo que su prima le había indicado. Pero nada, estaba totalmente atascada.
-Es inútil, Áloe.-dijo Freesia después de unos cuantos intentos frustados.
Áloe, cuya cara comenzaba a teñirse de rojo debido al esfuerzo, exclamó, impaciente:
-¡Pues usa eso que sabes hacer!
-¿A qué te refieres?
-¡A tu energía, Freesia, pareces estúpida!
Freesia arrugó la frente.
-No sé si podré hacerlo. Normalmente, me cuesta mucho.
-¡Haz lo que te digo, maldita sea!
Freesia, temiendo que su prima fuera a dejarla caer en cualquier momento, pues cada vez notaba que se tambaleaba con más intensidad, bajó de los hombros de Áloe y volvió al suelo. Luego concentró su mirada en la trampilla.
-Date prisa.-le susurró Áloe.
-Hago lo que puedo.
Trascurrieron al menos diez minutos, pero Freesia no conseguía centrarse lo suficiente. Áloe se movía de un lado a otra, exasperada, trenzándose mechones de pelo nerviosamente y  evitando mirar a Freesia para no distraerla. De repente, la chica bajó los brazos que había alzado hacia la palanca y contempló a su prima, que se quedó parada en silencio.
A decir verdad, Áloe tenía un aspecto terrible. Estaba muy pálida, si es que eso era posible, había perdido pelo y grandes ojeras rodeaban sus ojos azules, enrojecidos y llorosos. Ella, que nunca tenía frío, que casi nunca se abrigaba demasiado, llevaba un abrigo marrón enorme de su madre, que sin embargo no llegaba a cubrirle el brazo entero, y debajo un dos jerséis, sin contar todas las camisetas interiores que debía llevar, además. Su falda le llegaba hasta los tobillos, y se cubría las piernas con unos leotardos gruesos que Freesia reconoció como suyos. Su calzado consistía en unas gruesas botas negras que parecían ser de hombre, aunque Freesia no tenía ni idea de a quién podrían pertenecer. Llevaba guantes, bufanda, orejeras y gorro.
Y sin embargo, temblaba.
Freesia, ataviada aún con el ridículo pijama azul que Oloffson le había dado, y con unas zapatillas de deporte sin calcetines, tenía calor, el ambiente allí abajo era muy húmedo y el sudor se le pegaba a la piel.
Su prima estaba realmente extraña. Cuando terminó de examinarla, Áloe se encogió de hombros.
-¿Y bien? Estoy hecha una mierda, lo sé.
-Áloe… ¿Qué está  pasando?-la interpelada no abrió la boca, sino que se acercó a Freesia lentamente, y la abrazó.
Se quedaron así unos instantes, y luego se separaron.
-Áloe, yo…-Freesia bajó la cabeza y miró al suelo.- Quiero saber si…-Pero ahí dejó de hablar. Su prima no estaba en condiciones de hablar de ello, se lo notaba. Así que Freesia simplemente agradeció que ambas se encontraran bien, y, sin pronunciar palabra, volvió a fijar la vista en la palanca, y, apenas sin esfuerzo, consiguió romperla.
-Muy bien.-musitó Áloe detrás suya.-¿Ves como no era tan difícil? Vamos, te auparé y luego me ayudas tú a subir.
Así lo hicieron, y en menos de un minuto, estuvieron ambas sobre el empedrado de un callejón de la ciudad. Como Freesia había adivinado, el sol ya había salido, y, por su altura, calculó que no pasarían las once. Sin embargo, el callejón permanecía en la oscuridad, cubierto por la gigantesca sombra que proyectaba el edificio que tenían a sus espaldas. Edificio que Freesia ya conocía.
-Vaya, Áloe, si apenas hemos recorrido unos metros.-la especie de internado-cárcel-hospital en el que había residido durante las últimas cuarenta y ocho horas se encontraba peligrosamente cerca.
-Hay que dar muchas vueltas.
-Te conoces bien todos los túneles de la ciudad, ¿no?-Freesia no había olvidado la aventura de hacía casi tres noches, que fue interrumpida por la llamada de Alhelí.
Áloe se encogió de hombros.
-¿Y ahora, qué?
-Hay que esperar.
-¿A qué?
-Tú espera.
Y eso hizo Freesia, dirigiendo miradas nerviosas cada dos por tres al edificio que tenía atrás, aterrada ante la posibilidad de que Oloffson o Eluchans estuvieran observándola desde alguna de las amplias ventanas.
Se moría de impaciencia y tenía millones de preguntas que hacerle a su prima, pero se mantuvo con la boca cerrada. Áloe lo estaba pasando realmente mal, y sin embargo, la ayudaba. Al menos, le debía eso.
Y así llegó el mediodía. Despejado, ni una nube cubría el cielo, y, aunque hacía frío, Freesia no lo notaba. Hacía uno de aquellos días cálidos en el Jardín en los que todo el mundo estaba contento y salía a la calle y a los parques.
-Por fin.-dijo Áloe de repente, con un suspiro.-¡Aquí!
Hizo una señal con la mano a alguien que Freesia no podía ver y en un instante el doctor Lehner, sin bata (cosa rara para Freesia) y con cara de no haber dormido en semanas o meses, estaba delante de ellas.
-Bueno, bueno bueno.-fue lo único que se le ocurrió decir a Freesia. Aquello sí que no se lo esperaba.
-Buenos días a ti también, Freesia.
-Ho-hola.-pero ella no conseguía salir de su asombro. ¿Qué hacia el doctor allí? ¿Había quedado con Áloe? ¿Qué pintaba él en todo aquello?
-Has tardado.-le dijo su prima a Lehner, con sequedad.
-Lo sé. Una paciente me ha retrasado. ¿Está bien?
Áloe asintió.
-Algo descolocada, pero físicamente perfecta.-hablaban de Freesia, otra vez como si ella no se encontrara en el lugar.
-La que no parece bien eres tú. ¿Te has tomado hoy la medicación?
-Ajá. Pero últimamente parece que no me hace efecto.
Freesia miraba alternativamente al doctor Lehner y a su prima, sin saber en qué momento intervenir. Se sentía perdida y aquello le asustaba.
-Es decir, nunca lo ha hecho.-continuó Áloe.-Pero ahora sólo parece que empeoro-se miró de arriba abajo casi con repugnancia, reparando en su abrigo. Luego se estremeció.-Tengo frío.
-Yo, calor.-Freesia no había encontrado mejor momento para hablar, pero aquellas palabras sólo la habían dejado en el lugar de una retrasada mental. Porque, a decir verdad, tampoco tenía calor.
Sin embargo, Áloe y el doctor obviaron aquella pequeña desafortunada intervención por su parte y continuaron con lo suyo.
-Tienes que volver cuanto antes al hospital.
-Sabes que no puedo hacerlo. Yo… Me lo prometiste.
El doctor se pasó una mano por el pelo y suspiró.
-Lo sé. Y lo voy a cumplir. Pero me preocupas, Áloe. No nos queda mucho tiempo…
-Oye. No me queda mucho tiempo.-Áloe puso todo el énfasis que puedo en el monosílabo “me”.-Eso a vosotros os da igual. Nosotras nos vamos, te quedas con mis hermanos, fin de la historia.
Freesia se había sentado en el suelo y se sentía cada vez más desconcertada.
-Nada de fin. Esa gente… No sé qué hacemos aquí, ya habrán salido a buscarla.
-Ya, pero no la van a encontrar, y lo sabes.
-Áloe, si sigues haciendo ese esfuerzo sólo vas a conseguir empeorar.
¡Lehner tenía razón! Oloffson ya se habría dado cuenta de que había desaparecido. Freesia miró a su alrededor, pero no vio a nadie, y se tranquilizó.
-Somos tres personas, no vas a aguantar.
-Pues vámonos ya.
-Sí.
Todos se quedaron en silencio por un instante y luego Lehner comenzó a andar hacia el principio del callejón, que se abría a la calle. Una vez bajo la luz del sol, los tres montaron en un coche de cristales tintados que debía pertenecer al doctor. Cuando éste comenzó a conducir por las calles de la ciudad, Freesia miró por la ventana y, asombrada, contempló como  éstas estaban llenas de gente que antes no había visto, como si hubieran aparecido de la nada.
Decidió no darle demasiada importancia y se acomodó en su asiento. Después se permitió el lujo de hacer una pregunta.
-¿A dónde vamos?
Fue el doctor Lehner, con la mirada puesta en la carretera, el que respondió.
-A la casa de mis padres. Está fuera de Norte, en el campo. Allí no nos encontrarán. Una vez allí, intentaremos contarte todo, porque parece que no estás enterada de mucho, ¿verdad?
-Bueno, básicamente sé que la energía…-pero Freesia no pudo continuar la frase, pues Áloe le chistó inmediatamente.
-Cuando lleguemos.
Freesia asintió y volvió a recostarse sobre el reposacabezas. Durante todo el trayecto, que duró alrededor de dos horas, Freesia simplemente cerró los ojos y durmió. Cuando Áloe la despertó, le costó un tiempo situarse. Bajó del coche, aún adormilada, y contempló con asombro la reja de una finca de gran tamaño, rodeada de imponentes cipreses como los de los cementerios. A su alrededor sólo se oía el canto de algunos pájaros y el ruido de la brisa contra las hojas de los árboles.
-Pues hemos llegado.-anunció el doctor Lehner, algo apesadumbrado.-Vamos.
La puerta de la reja se abrió casi sin rozarla, y chirrió horriblemente al hacerlo. Varios pájaros que estaban posados alrededor alzaron el vuelo ante el desagradable ruido.
Los tres echaron a andar por un camino de grava, atravesando un jardín bastante descuidado, cubierto de malas hierbas. Parecía que nadie había pisado aquella tierra desde hacía años. Las enredaderas habían hecho suya una pequeña fuente de la que ya no brotaba agua, los columpios y el tobogán de un pequeño parque infantil se encontraban en un grado avanzado de oxidación, y en algunos tramos del camino desaparecían bajo la maleza o bajo grandes charcos de barro.
Pero lo peor, sin duda, era la casa. Era impresionantemente grande. Al verla, Freesia se quedó sin aliento. El ala este del edificio estaba totalmente derruida, y montañas de escombros se esparcían alrededor. El porche había cedido prácticamente bajo el peso del hormigón, la pintura azul del ladrillo estaba desconchada, partes del techo se habían derrumbado y la gran mayoría de las ventanas estaban rotas. La mansión estaba en completo estado de abandono. Y, sin embargo, el doctor anunció:
-Quedaos aquí. Voy a avisar a mi madre.
Freesia casi se cayó de espaldas al ver a Lehner desaparecer entre la espesura de las hierbas hacia la casa. Sin embargo, no entró, si no que rodeó el ala oeste y se dirigió a la parte trasera del edificio.
-¿Sus padres viven ahí?-exclamó Freesia, y Áloe se encogió de hombros, apenas sorprendida.
Durante todo el tiempo que pasó hasta que volvió el doctor, ninguna de las chicas pronunció palabra. Después de apenas cinco minutos, Lehner reapareció, pero seguido de alguien. Ese alguien eran dos personas de edad avanzada, un hombre y una mujer, y que se parecían sorprendentemente entre sí. La mujer era menuda, llevaba un vestido marrón de tela gruesa que seguramente habría pasado de moda haría ya veinte años, y se recogía el pelo, totalmente blanco, en un moño alto. El hombre era fornido, y se vestía con un traje de chaqueta. Se apoyaba en un bastón y andaba con claras dificultades. Cuando los tres estuvieron a su altura, Freesia reparó en que la mujer, que debía ser la madre de Lehner, era verdaderamente anciana.
-Freesia, te presento a mi abuela, Diefenbachia.-aquello lo aclaraba todo. Freesia le estrechó la mano a la anciana y ésta le sonrió con afabilidad.
-Oh, llámame simplemente Bachia.-le dijo a la chica con una voz dulce y melódica.
-Y éste-prosiguió el doctor Lehner dirigiéndose esta vez al hombre del bastón.- Es Coriandro, mi tío.
Freesia le estrechó la mano y le saludó, pero él no pronunció palabra.
-Bueno, y  a Áloe ya la conocéis.-terminó el doctor.
Freesia se quedó anonadada. ¿Cómo podía ser eso? Freesia había llegado a la conclusión de que Áloe debía tener una doble personalidad o algo por el estilo. ¿Cómo es que conocía tanto? ¿De dónde sacaba el tiempo, si se pasaba las tardes en casa? Sin embargo, no dijo nada.
-Siento que mi hija no haya venido a recibiros.-intervino Bachia.- Últimamente no se encuentra muy bien.
-¿Entonces vamos dentro?-apremió el doctor, y todos asintieron.
Mientras caminaban hacia la parte trasera de la mansión, Freesia no podía de dejarle vueltas a lo raro que era todo. Desde el principio, todo había sido muy extraño, pero no se había cuestionado hasta ese momento que todo aquello rozaba lo absurdo. Las cosas para ella ya carecían de sentido, sus días consistían en ir a trompicones sin saber qué aguardaría tras las esquinas, sumida en reflexiones que no la llevaban a ninguna parte.
Y la casa, el jardín estropeado, las personas que acababa de conocer, la presencia de su prima y el doctor Lehner, ¿era algo bueno o malo, o tan sólo otro suceso irreal? Hacía veinticuatro horas estaba en aquel edificio, con la enfermera Oloffson, a la que odiaba. ¿Pero realmente era aquella la parte mala?

Freesia tomó una resolución: dejar de pensar. Seguir el ritmo de los acontecimientos. Y ayudar a Áloe. Ayudar a Áloe por encima de todo.
Rodearon la casa, y Freesia abrió mucho la boca en señal de sorpresa cuando pudo ver una casita de madera pintada de blanco, en muy buen estado, con un porche donde colgaba un columpio y rodeada de un jardín que poseía hasta un pequeño huerto. La casita, que en realidad debía ser de grande como el hogar de Freesia en el Jardín de Verano, pero que al lado de la enorme mansión derruida parecía una miniatura, se encontraba al final de la finca. Más allá, sólo bosque.
El sol estaba alto en el cielo cuando todos entraron. El interior era cálido y acogedor, le recordaba a Freesia a la casa de su tía abuela: los sofás cubiertos con plásticos, los encajes de las cortinas, los cuadros que mostraban alegres paisajes campestres, la sala de estar con chimenea de leña, la cocina tradicional y la vajilla de porcelana…
Freesia suspiró y siguió al grupo a lo largo del corredor, hasta internarse en el comedor, que era amplio y estaba bien iluminado.
-Bueno, pues vamos arriba.-dijo el doctor Lehner, y Freesia le iba a seguir ya hacia las escaleras, cuando Bachia le puso una mano sobre el hombro y la retuvo en la habitación. Lo mismo hizo con Áloe.
-Quedaos vosotras dos aquí.-les dijo.-Dejad que los mayores se ocupen, volverán pronto.
Las chicas no pudieron replicar, y miraron con tristeza como los dos hombres subían las escaleras hacia la planta superior. La abuela del doctor les hizo sentarse sobre uno de los sillones, y se dirigió a la cocina para empezar a hervir té.
Áloe y Freesia se miraron en silencio, con cierta incomodidad. Una vez que hubo puesto la tetera, Bachia se sentó junto a ambas en un sillón de orejas.
-Bueno, no sé cuánto puede llevarles esto, así que…-la anciana pasó las manos por la falda del vestido para quitarle las arrugas y luego miró a su alrededor.-Antes, esta casa era del servicio, ¿sabéis? Cuando yo era pequeña, aún recuerdo jugar en la casa principal. Todo era enorme, las habitaciones, la sala de estar, incluso los cuartos de baño.
-¿Y qué pasó?-preguntó Freesia, a la que aquello  no interesaba demasiado, pero que prefería que Bachia siguiera hablando a que volviera el silencio incómodo de antes.
-Esta finca ha pertenecido a nuestra familia desde hace muchos años. Teníamos un negocio, lo fundó uno de mis antepasados. Teníamos una fábrica en Norte. Allí trabajaban cientos de personas. Simplemente, se hacía ropa. Vestidos, sombreros, faldas. De todo. Teníamos tiendas en todo el Jardín de Invierno. Pero… Cuando yo apenas llegaba a los diez años, el Gobierno comenzó a hacerse cargo de todas las empresas, de todo el comercio, y se apropiaron de la fábrica. No nos dejaron sin dinero, claro que no, nos llegaba una cuantiosa suma cada mes, pero no la suficiente para costearnos la vida que habíamos llevado hasta entonces. Intentamos vender la finca, pero nadie quiso comprarla. Era una inversión sin futuro. Así que tuvimos que despedir al servicio y mudarnos aquí. Las inclemencias del tiempo le han pasado factura a nuestro viejo castillo. Es una verdadera pena.
La anciana suspiró una vez terminado su relato. Se quedaron las tres en silencio,  meditando. Luego Bachia volvió a hablar:
-Pero aquí somos felices. Es una casa pequeña, comparado con lo que teníamos antes, pero es un hogar.-luego se giró hacia Freesia, que en ese momento contemplaba fijamente la estantería llena de libros que tenía delante de ella.-¿De dónde dices que venías, niña?
Freesia carraspeó, algo sorprendida, pero se apresuró a responder:
-Del Jardín de Verano.
-¿De Sur?
-Oh, no. De un pueblo pequeño en el campo.
-¿Y echas de menos aquello?-la pregunta pilló desprevenida a Freesia. Pero no porque fuera descortés ni porque le doliera contestar. Habían pasado ya dos años. Freesia se extrañó porque nadie, absolutamente nadie, durante todo lo que había durado su estancia en el Jardín de Invierno, le había preguntado aquello. Nadie, y eso la abrumaba. Así que respondió:
-Sí, la verdad es que lo hecho todo muchísimo de menos. No es que no esté bien aquí, todo lo contrario. Es sólo que a veces tengo ganas de volver a bañarme en el lago, y de que no se me hielen los mocos de la nariz cuando salgo a la calle.-añadió aquella pequeña broma para aliviar tensiones, pues había visto a su prima ponerse muy seria y en actitud desafiante cuando Bachia había formulado la pregunta.
Áloe rió, y Freesia prosiguió:
-Sí, así es. Pero mis amigos me escriben, así que…-sintió una puñalada en el pecho al darse cuenta de que había enviado la última carta hacía ya varias semanas y no había habido respuesta. Se mordió el labio inferior con nerviosismo y los ojos se le llenaron de la lágrima.
-¿Estás bien?-Áloe le pasó un brazo por encima de los hombros.
-Lo siento, no debería de haber preguntado, soy una entrometida.-se disculpó Bachia.
Freesia tomó aire y se serenó.
-No es culpa suya. Ya han pasado dos años. No… No es como antes.
La anciana asintió, comprensiva, y Áloe le frotó el hombro en señal de apoyo. Bachia se levantó a servir el té, y sacó unas pastas de un cajón en el mueble de la televisión.
-Tardan mucho, ¿no?-preguntó Áloe, con la vista fija en las escaleras.
-Dales su tiempo, esto es muy importante.
Áloe asintió y dejó la taza que tenía entre las manos sobre la mesita. No había dado ni un pequeño trago.

El sol se estaba poniendo.  Freesia, Áloe y Diefenbachia habían decidido encender el televisor para combatir el aburrimiento. Una película sobre los renos o algo por el estilo. Aún no había vuelto a haber señal. Nada de telediario. Nada de programas de tertulia, nada.
Y, por fin, unos pasos en las escaleras. Áloe se levantó como un resorte y corrió hacia la puerta del comedor, expectante. Cuando ésta se abrió, al primero al que vieron fue al doctor Lehner, que volvía a llevar su bata blanca, seguido por Coriandro. Detrás de ellos entró una mujer mayor, de pelo cano, bajita y rechoncha, que guardaba un parecido asombroso con el doctor, por lo que Freesia adivinó que aquella sí que debería ser su madre. Y por último, una persona más entró en la sala.
Las oportunidades de que Áloe volviera a dar un sorbo a su taza de té se anularon cuando ésta se le resbaló de las manos y se resquebrajó contra el suelo de parqué, derramando todo su contenido.
-¡Tú!-exclamó, indignada.-¡Te atreves siquiera a volver, después de lo que nos hiciste! ¡Eres un traidor!
Escupió las palabras con desprecio. Verdaderamente odiaba a aquel hombre, el rencor estaba reflejado en sus ojos.
-¡Confiábamos en ti! ¡Eras un líder!-luego se giró hacia el doctor.-¡No me puedo creer que lo hayas traído…!
Áloe siguió gritando, pero Freesia se había quedado en el sitio. Miraba al recién llegado como quien mira a una criatura sobrenatural recién descubierta en los confines de un bosque encantado.
-Te he echado de menos.-unos ojos pálidos se clavaron en los suyos, y el hombre avanzó hacia ella.
Se abrazaron, y Freesia suspiró contra su pelo, aspirando aquel aroma tan familiar.
-Zache…
Y se fundieron en un beso.  Un beso profundo. Y largo.
Áloe aprovechó para derribar la mesita sobre la que se depositaba la merienda de una patada, pegó un grito y salió de la habitación.
-¡Le voy a matar! ¡Y a ella también!-se oyó un portazo y luego sólo silencio.



viernes, 1 de febrero de 2013

Capítulo 16: Entre cuatro paredes y un techo, sin ventanas


La ciudad entera se extendía a sus pies. Cientos de edificios y rascacielos se alzaban hasta esconderse entre  las nubes. Freesia contemplaba la maravillosa vista, embelesada. Aún era muy temprano, Norte comenzaba a despertar, aunque nunca se hubiera dormido del todo. Las luces del amanecer, rosadas y anaranjadas, se reflejaban en las grandes cristaleras de algunos edificios, y en la calzada ya se distinguía el habitual rugido de los coches que realizaban sus respectivos trayectos matutinos.
Norte no parecía haber cambiado. Pero había cambiado para Freesia. Miró a su alrededor. Los grandes ventanales del rascacielos en el que se encontraba, la enorme habitación que le habían asignado, perfectamente amueblada, las estanterías de libros, la cama aún sin hacer, el armario repleto de ropa que no era la suya.
Suspiró. Había dormido de un tirón, y no había soñado. Esto le sorprendió, pues después de lo que le había ocurrido el día anterior, había pensado que sus pesadillas estarían ahora repletas de imágenes de su tía, de su prima Áloe, de ella misma y Simon cuando utilizó su energía por primera vez…
Se estremeció al recordarlo.
¿Dónde estaría Áloe? Debería de habérselo preguntado a la enfermera Oloffson la tarde anterior, cuando ésta había servido de guía turística, conduciéndola por toda la instalación. Pero estaba demasiado preocupada por sus problemas y no se acordó. Se sintió en ese momento muy egoísta. Cuando la enfermera volviera a su habitación, le preguntaría.
Como Oloffson no llegaría hasta una hora después, Freesia se tomó su tiempo para ducharse y vestirse. Las camisas que alguien había dejado ahí para ella le quedaban algo anchas, y se pisaba los bajos de los pantalones. No tuvo más remedio que conformarse, pues la enfermera se había llevado su otra ropa para lavarla.
Freesia se moría de hambre. La tarde anterior no había cenado nada, pues tenía el estómago revuelto. Al mediodía, después de que Eluchans se fuera, sólo había probado un bocado de sándwich.
Cuando estuvo completamente arreglada, se sentó en un sofá que había justo en el centro de la habitación y cogió una revista de la veintena que reposaba sobre una pequeña mesita de té acristalada.
Parecía una de aquellas publicaciones mensuales sobre ropa, cosméticos y cuidados para mujeres. Azucena siempre andaba con alguna entre manos.
Pero aquella era distinta. Era una revista del Jardín de Primavera. Freesia pensó que, dentro de un determinado Jardín, no se solía vender la prensa de los demás. Por eso ojeó las páginas con curiosidad, llenas de fotos de chicas preciosas con el cabello teñido de brillantes colores y ropa llamativa, faldas de floridos estampados y tocados imposibles. “Exuberancia” habría sido la única palabra que Freesia habría usado para describir aquella  revista.
Y de pronto, en la penúltima página, apareció una foto.
Era distinta a las demás. Una modelo muy pálida miraba cabizbaja la hierba que se extendía bajo sus pies descalzos. Estaba prácticamente desnuda salvo por un suave velo que le cubría desde la cintura hasta medio muslo, y por el pelo, largo y violeta, que le tapaba los pechos.
Freesia se sorprendió de la inusual sensualidad de aquella foto. Nunca había visto nada así. Simplemente… La chica llevaba muy poca ropa.
Pero no fue aquello lo que más le extrañó. Aquella modelo le resultaba familiar. Muy familiar. Como si la hubiera conocido en algún momento en el pasado.
Escudriñó cada recoveco de la página doble que ocupaba la foto, buscando el nombre de la chica, y sólo averiguó que era un anuncio de una marca de maquillaje con aspecto de ser bastante cara.
Resopló, y justo en ese momento alguien llamó a la puerta. Freesia fue a abrir y se encontró con la enfermera Oloffson, que le sonreía, radiante, llevando la misma ropa de enfermera que el día anterior.
-Buenos días, Freesia.-le saludó, mientras paseaba su mirada escrutadora por el cuerpo y la cara de Freesia, comprobando que todo estuviera en orden.-¿Has dormido bien?
Freesia asintió enérgicamente con la cabeza.
-Bien. ¿Hace mucho que te has despertado?
-Apenas una hora y media. Estaba leyendo una revista.-señaló con la mirada la mesita de té, donde reposaba aún la revista abierta por la página de la modelo misteriosa. –Es del Jardín de Primavera.
Oloffson asintió y se acercó a la mesita. Observó la foto con interés.
-Es extraño.-explicó Freesia.-Ya sabe, leer cosas de otros Jardines.-luego, señalando con el índice a la modelo de cabello violáceo, le preguntó a la enfermera si sabía de quien se trataba.-Es que es muy raro. Que lleve tan poca ropa. ¿No está eso prohibido?
Oloffson sonrió y negó con la cabeza.
-Prohibido, desde luego, no. Pero nunca hasta ahora había hecho alguien algo así. Este fotógrafo está dando mucho de qué hablar en Este.
Este era la capital del Jardín de Primavera.
-¿A la gente le gusta?
-Bueno, hay de todo. A mí me parece que es muy guapa, ¿no crees?
Freesia asintió, sin poder apartar la vista de la modelo y su rostro neutral.
-¿Sabe cómo se llama?
-¿El fotógrafo? Martins, algo así…
-No. La modelo.
-Pues claro. Esta chica es toda una revelación en el Jardín de Primavera. Es Melisa Alapin.
Aquel nombre no le sonaba de nada.
-Bueno.-Oloffson apartó a un lado la revista.-¿Bajamos a desayunar?
Freesia asintió, y siguió a su enfermera hasta el pasillo al otro lado de la puerta, dejando a la hermosa Melisa con la vista aún clavada en las briznas de hierba grisáceas.

Estaban sentadas en una terraza de interior, cubierta por un techo acristalado que dejaba entrar la pálida luz del sol de Norte que se colaba entre las nubes. El aire era especialmente cálido, y veintenas de flores y plantas de todos los tamaños y colores diferentes, muchas de las cuales eran nuevas para Freesia, decoraban el espacio.
Freesia y Oloffson tomaban el desayundo en una mesita que se encontraba en el centro de la terraza, junto a una pequeña palmera.
La enfermera daba pequeños sorbos a su taza de café caliente, mientras Freesia comía con avidez todo lo que le habían servido.
-Enfermera Oloffson.-ésta dejó por primera vez la taza sobre la mesa para coger un bizcocho de limón y miró a Freesia con interés, animando a la chica para que hablara.-¿Qué ha pasado…? ¿Qué ha pasado con mi familia?
-De momento, nada. Como tu prima Azucena cumplirá la mayoría de edad a principios de año, podrá hacerse cargo de sus hermanos.
Freesia dudó de las habilidades de su prima para hacer de madre.
Pensó en su tía Iris, y en que no había llorado su pérdida, aunque la sintiera en lo más profundo de su ser, como un monstruo negro que amenazaba con despertarse en cualquier momento y que la destruiría por dentro.
Tenía que ver a Áloe. Tenía que hablar con ella. Tenía que apoyarla, pues sabía que lo debía de estar pasando fatal.
Tenía que ver a Azucena y a los demás. Tenía que hablar con Fresno.
En definitiva, no podía quedarse allí mucho más tiempo.
-¿Cuándo podré marcharme?
Freesia advirtió que la enfermera se  ponía nerviosa y se estiraba el cuello de la camisa mientras volvía a sorber de su taza. No contestó, y Freesia volvió a preguntar.
-¿Cuándo?
Oloffson carraspeó y asintió con la cabeza, aparentando no haber estado prestando atención.
-Verás, cielo, no es tan sencillo. Tenemos que hacerte las pruebas, y luego…
-¿Luego, qué?-Freesia se mordió el labio al darse cuenta de lo maleducado que había sonado aquello.-Lo siento. Quiero decir... ¿Podré volver a ver a mi familia después?
La mirada que en aquel momento la enfermera dirigió a Freesia se lo hizo saber al instante: no.
-Freesia… No puedo decirte nada seguro, no antes de empezar con las pruebas. Espero que lo entiendas.
“Y yo espero que usted entienda, señorita, que si no me va a dejar volver, no puede esperar que colabore con usted.”
-Sí.
Oloffson asintió, con cierto orgullo, y cogió otro bizcocho de limón.

La sala de pruebas, que se encontraba en la planta nueve del edificio, le recordó a Freesia al gimnasio nuevo que habían construido en su escuela cuando ella entró.
Una sala muy grande, prácticamente vacía, pintada de blanco y recubierta por unas colchonetas que se extendían por todo el parqué. A los lados se alineaban unos bancos y un escritorio con una silla de ruedas,  en la que en ese momento se encontraba sentada, con las piernas cruzadas y la mirada puesta en Freesia, la doctora Abelia Eluchans.
-Pruebas físicas.-le dijo, pasando las hojas de una carpeta sin interés.-Hoy vamos a ver qué es lo que eres capaz de hacer.
Freesia asintió. Después de desayunar con la enfermera Oloffson, le había preguntado si sabía dónde estaba su prima Áloe, y ella le había respondido que no.
Freesia estaba muy enfadada porque la enfermera mentía horriblemente mal.
Sin muchos esfuerzos, aquellas dos mujeres habían hecho que Freesia las detestara amargamente. Supuestamente, eran del Gobierno, ayudaban a la sociedad de los Jardines con aquellas investigaciones secretas.
Pues si aquel era el Gobierno, que se dedicaba a raptar adolescentes “especiales” para experimentar con ellas con fines poco claros, a Freesia no le gustaba.
Pensó de nuevo en sus padres, y en la idea de que se los hubieran llevado a la guerra precisamente por aquella energía.
Todo se había complicado demasiado. Muchas preguntas y preocupaciones, demasiadas para su pequeño cuerpo de dieciséis años.
Y para colmo, tendría que aguantar las sonrisas de falsa cordialidad de la enfermera y la doctora, y su despreciable y supuesta preocupación por su persona, cuando sabía perfectamente que en aquellos instantes hacía el papel de ratón de laboratorio.
Tenía que encontrar a Áloe, de alguna manera.
Seguramente, si se lo montaba bien, podría sonsacarle la información a la inocente Oloffson, en la que en un primer momento Freesia había confiado, hasta darse cuenta de aquella mujer no era sino una marioneta que repetía y hacía todo lo que alguien le había dicho con anterioridad, como si llevara un pinganillo las veinticuatro horas del día.
Si consiguiera sacarla de aquellos límites… Quizá ella confesara.  No pasaba nada por probar.
Decidió que no colaboraría en aquellas pruebas. No pondría ni un poco de su lado. Podría aparentar ser incluso un poco corta de luces.
-Bien, Freesia.-anunció Eluchans, después de revisar sus papeles y comprobar que todo estaba en orden.- Comenzaremos por probar las habilidades que ya has mostrado antes.
Freesia asintió.
-El escudo.-iba diciendo Eluchans.
-Y el espejo roto.-añadió Oloffson por detrás.
La doctora asintió.
Y, de repente,  sin previo aviso, una de las paredes junto a Freesia tembló ligeramente, y un segundo después algunas grietas finas comenzaron a aparecer, surcando la blanca pintura, hasta dejar al descubierto el cañón de algún arma muy grande.
Freesia gimió al ver que una estela de algo anaranjado salía disparada de aquel cañón en su dirección. Tal y como le había ocurrido la vez anterior, lo contempló todo a cámara lenta, y un instinto le hizo alzar las manos hacia la bola iridiscente, pero las bajó enseguida.
Había prometido que no pondría de su parte. Y así, mientras aquella esfera dorada se encaminaba peligrosamente, pero también muy lenta, ella simplemente dio un paso hacia la derecha, y la bola fue a estrellarse contra la pared que había a su espalda, sin dejar marca, pues aquello no era sino una pelota de goma.
-Diablos.-farfulló Freesia para sí.
La doctora Eluchans se había puesto en pie y miraba a Freesia con el ceño fruncido.
-¿Cómo has conseguido apartarte tan deprisa?
-¿Eh?-para ella todo había transcurrido a cámara lenta.
Sonrió al darse cuenta de que eso la doctora no lo sabía. Sin embargo, ésta ya estaba apuntando algo frenéticamente en un cuaderno.
-Puede ser otra habilidad… Sí, probablemente…
Freesia se encogió de hombros. Por lo menos, había conseguido desconcertarlas, pues, como la enfermera Oloffson le había dicho, nadie nunca había tenido energía para manifestar más de una habilidad.
Punto para Dubois.

Cuando llegó la hora de la comida, no habían progresado nada, y Freesia estaba muy orgullosa de sí misma. Había conseguido pasar todas aquellas estúpidas pruebas físicas (más objetos voladores contra su cabeza, muñecos fijos a los que disparar, carreras…) y había logrado que su energía se quedara a buen recaudo dentro de ella.
Tampoco le había costado demasiado, pues si hubiera intentado que sus “poderes” salieran al exterior, no habría tenido ni idea de cómo hacerlo.
Por eso, cuando salió detrás de Oloffson hacia el comedor (la doctora no iba con ellas, se había quedado sentada en su escritorio analizando sus anotaciones, bastante mosqueada), le dijo a ésta que se encontraba muy cansada y prefería comer en su habitación. La enfermera aceptó, y así Freesia pudo subirse la bandeja con el almuerzo a su cuarto.
Cuando pasaba ante las puertas de las habitaciones que se alineaban junto a la suya se preguntó si habría alguien más allí, interno como ella, que también estuviera asustado y que no tuviera ni idea de lo que estaba ocurriendo.
De momento, no había visto a nadie aparte de a la enfermera, la doctora, los del comedor y las de la limpieza.
Todo aquello era muy extraño. ¿Seguiría Áloe en el Ayuntamiento? ¿Se habría ido ya a casa? ¿Estaba en aquella misma planta, o quizá en la habitación de al lado?
Se sintió tentada de llamar a alguna de aquellas puertas de madera azul, pero la enfermera Oloffson andaba siempre pegada a ella, y sólo se separaron cuando Freesia abrió la puerta de su habitación con la tarjeta magnética que le habían dado el día anterior.
Una vez dentro, no podía salir hasta que Oloffson volviera con otra tarjeta distinta.
Aquello era casi una cárcel.
Se sentó en la mesa centro de nuevo a comerse aquel plato preparado de verduras y ternera. Alguien había quitado todas las revistas.

El vaso estalló en mil pedazos, que se esparcieron por toda la habitación, sin llegar a rozar a Freesia, pues se había apartado lo suficiente como para no salir perjudicada.
No había sido sencillo. Le dolía la cabeza. Cuando había roto el espejo de su habitación, simplemente estaba demasiado enfadada y así descargo su ira.
Así que así lo hizo, pensó en su familia y se dejó llevar también por la autocompasión, y el vaso, después de varios intentos, acabó por estallar.
Lo había hecho en el cuarto de baño, pues sabía que en la habitación principal había cámaras que la vigilaban (lo había averiguado la noche anterior, pues había sido tan torpes de dejar que la pequeña cámara proyectara un rayo rojo diminuto en la oscuridad) y no allí, pues alguien había tenido la idea de que verla mientras se duchaba no sería muy apropiado.
Orgullosa de su éxito, se apresuró a recoger los diminutos fragmentos de vidrio antes de que volviera la enfermera Oloffson.

Ya era de noche. La ciudad bullía de animación, las luces de muchos colores brillaban en la oscuridad de aquel cielo sin luna y sin estrellas, y Freesia se sentía mal consigo misma.
¡Le habían disparado! ¡Con un arma de verdad! Claro, ella había tenido que usar el escudo, pues esta vez su habilidad “verlo-todo-a-cámara-lenta-en-situaciones-potencialmente-peligrosas” no se había activado, y casi no había tenido tiempo ni a reaccionar. Un segundo más, y la bala habría atravesado su cuerpo.
Le había pedido explicaciones a la doctora, pero ésta se había salido por la tangente, y había apuntado cosas en su bloc de notas con una sonrisilla de suficiencia en los labios.
Freesia la detestaba. Quería salir ya de allí.
Y fue entones cuando tuvo la maravillosa idea de hacer estallar la puerta. Al menos, había conseguido reservarse aquella habilidad y la doctora o la enfermera casi habían olvidado que la tenía, y no había ningún refuerzo especial.
No sabía si podía llegar a tanto, pues un vaso frágil distaba mucho de una puerta de madera de roble con cerradura de seguridad. Pero no pasaba nada por intentarlo.
Después de haber intentado mantener una conversación con Oloffson durante la cena para sonsacarle información sobre el paradero de su prima, vio que la enfermera era más fuerte de lo que aparentaba, y de que iba a necesitar algo más radical para salirse con la suya.
Así que esperó hasta que pasó la medianoche, y luego, con mucho cuidado, tapó la cámara con la funda de su almohada.
Había decidido que sería más sensato romper sólo la cerradura, pues rompiendo la puerta entera sólo conseguiría hacer mucho ruido y descubrirse ella sola.
Así que, sin encender la luz, se detuvo de rodillas frente al picaporte y se concentró mucho.
Mucho. Aún así, no oyó siquiera un crujido. Freesia soltó un suspiro y tiró del manillar hacia abajo, pero nada de nada.
Maldijo por lo bajó y se planteó si no sería mejor idea golpearlo a la fuerza con algo pesado, pero se dijo que no al instante, y siguió probando.
Después de muchos intentos fallidos y con las sienes doloridas, se tumbó sobre el sofá para tratar de aclarar sus ideas. Y luego, después de diez minutos con las rodillas pegadas al pecho y los ojos fuertemente cerrados, se volvió a levantar.
Con la vista de nuevo fija en el cerrojo, se concentró.
“Si rompes esto, sales. Si rompes esto, te alejas de Oloffson. Si rompes esto, no tendrás que volver a ver a Eluchans. Si rompes esto, serás libre. Si rompes esto, nada de pruebas. Si rompes esto, podrás volver a ver a Áloe.”
Un ligero “clic”, y luego un fuerte crujido, y el manillar salió disparado hacia el otro lado de la habitación. Freesia se apartó como pudo, y luego, después de recomponerse, empujó la puerta.
Se abrió. Se asomó al pasillo con precaución. Todo estaba en silencio, y las luces estaban apagadas. Salió casi de puntillas y se detuvo en medio del corredor.
¿Qué podía hacer ahora?
Buscar a Áloe. Pero no sabía dónde podría estar Áloe. Por un momento se sintió estúpida por haber escapado, pues no le había servido de nada. Sin embargo, en seguida cambió de opinión.
“Mucho mejor aquí que encerrada en esa horrible habitación.”
Y encaminó sus pasos a lo largo del ancho pasillo.

Sin saber cómo, a través de unas escaleras, Freesia había llegado a lo que parecía la azotea del edificio. La puerta no estaba cerrada, y de repente se encontraba en el exterior, rodeada de un aire cortante que azotaba sus cabellos y que le congelaba el aliento.
Se situó en el borde del edificio, y miró hacia abajo. Como ya había pasado la medianoche, no se veía ni un alma por las calles de la ciudad.
Todo estaba en silencio. Y Freesia se sintió entonces más sola que nunca, en un mundo ajeno al suyo, donde no encajaba, entre tantos edificios enormes, sintiéndose tan pequeña.
Le gustaría haber tenido la habilidad de volar, para así poder abandonar el rascacielos, poder abandonar Norte, y volver al Jardín de Verano, donde el ama Dalia la abrazaría y le haría algo rico para cenar, donde podría irse al lago con sus amigos, donde podría volver a ver a sus padres.
Pero no, estaba con las plantas de los pies pegadas a aquel imponente edificio, perdida, y sin saber hacia dónde dirigirse.
Áloe. Tenía que encontrar a Áloe,  a Áloe. Por eso había salido. Tenía que buscarla, y cuando diera con ella… Cuando diera con ella, ya se les ocurriría algo. Y tenía que hacerlo antes de que la arpía de Eluchans o Oloffson se dieran cuenta.
Así que volvió a la puerta por la que había entrado, y bajó las escaleras casi corriendo. Penetró de nuevo en el oscuro corredor, y, casi sin pararse a pensarlo, entró en la primera puerta abierta que encontró. Dentro no había nada, estaba totalmente exenta de cualquier tipo de mobiliario, tan sólo había un colchón en medio de la sala, sucio y roído.
Freesia suspiró y volvió al pasillo. Tenía apenas seis horas para que amaneciera. Supuso que sería suficiente para registrar el edificio, aunque fuera con pies de plomo.
Sin embargo, si Áloe estaba en una habitación cerrada… No podía pararse a romper las cerraduras de todas las puertas, si no, no acabaría nunca.
Estaba empezando a exasperarse, así que se puso en marcha para no pensar mucho más en ello.
Pasó el tiempo, y nada. Habitación tras habitación, todas vacías, como si nadie hubiera reparado en que estaban allí.
No se atrevió a bajar a la planta de recepción, o a cualquier otra planta, pues sabía que había un guardia junto a los ascensores, así que eludió la zona como pudo.
Cuando llevaba aproximadamente una hora de búsqueda, entro en una habitación al azar y se tumbó sobre un sofá algo desvencijado.
No iba a encontrar a su prima. Quizá ni estuviera en el edificio. Lo mejor sería intentar encontrar la manera de escapar. Podía ir con su familia, con sus primas, y explicarles lo que había pasado, a lo mejor incluso Áloe estaba con ellos.
Golpeó el sofá con el puño, y se hizo incluso daño. Gimió, y se volvió a poner en pie con brusquedad.
Tenía mucho sueño. Los entrenamientos, más las horas sin dormir que llevaba, la habían dejado agotada, y le hubiera gustado tumbarse en aquel sofá y esperar a que llegara la mañana, que lo solucionaría todo.
“No.”, se dijo, “Te encontrarían aquí y te pedirían explicaciones, y entonces sí que estarías metida en un buen lío.”
Iba salir de la habitación, cuando la puerta se abrió antes de que ella pudiera alcanzarla.
La habían pillado. Oloffson o Eluchans, o el guardia. Estaba perdida.
Sin embargo, casi lloró de alivio cuando vio aparecer la cabeza rubia de su prima por la abertura.




domingo, 13 de enero de 2013

Capítulo 15: El mundo entero puede cambiar en apenas segundos


Todo ocurrió con demasiada rapidez. Freesia  estaba mirando a Áloe en medio del campo, y de pronto se encontraba en una sala blanca, sentada de cualquier manera sobre una incómoda silla de plástico.
Estaba sola. Aún no había llorado. Quizá porque aún no había asimilado lo que significaban las palabras de Alhelí al otro lado del teléfono.
Muerta. Habían encontrado el cuerpo de su tía en un callejón de los suburbios, al parecer, había sufrido un infarto.
No le habían dicho nada más. La habían conducido a aquella sala aséptica, y había perdido la cuenta del tiempo que llevaba allí.
Áloe se había desmayado. Se la habían llevado en camilla y Freesia no la había vuelto a ver. Tampoco había visto a sus primos, sólo a Alhelí, que parecía bastante afectada.
Freesia se recostó como pudo en posición fetal sobre la silla. Había decido que el mundo se había puesto en su contra. Había visto por televisión muchas películas en las que al desdichado protagonista no paran de sucederle catástrofes terribles, unas tras otras, y en la que todo el mundo lloraba todo el tiempo.  Se sentía como si estuviera protagonizando uno de aquellos filmes. La desgraciada Freesia, que pierde a sus padres, cuya prima enferma participa en conspiraciones que casi hacen que acabe quemada junto al chico que le quiere, que sufre horribles pesadillas muy perturbadoras y cuya tía acaba de morir de un supuesto infarto.
Seguía sin llorar. Se frotó los ojos para comprobarlo, pero se mantenían secos. Le extrañó, pues siempre había sido una chica de lágrima fácil. Y sin embargo, se sentía más triste que nunca. Mucho más triste que cuando se tuvo que marchar del Jardín de Verano; mucho más triste que cuando se enteró de que su prima Áloe estaba enferma.
Sin previo aviso, una puerta que se encontraba en una de las paredes de la habitación y en la que Freesia no había reparado se abrió, y un chico entró a todo correr hacia donde ella se encontraba.
Al principio no pudo reconocerle, su cerebro se encontraba aletargado y tenía la vista nublada, pero cuando fue capaz de regresar parcialmente a la realidad se encontró con aquel rostro tan familiar.
-Fresno.-musitó Freesia, y se sorprendió del tono enfermizo que su voz había adoptado.-¿Dónde has estado?
Pero el chico frunció el ceño, y Freesia se dio cuenta de que no era Fresno. Es más, no se parecía en nada a Fresno.
¿Qué le estaba pasando?
El chico que en ese momento se alzaba junto a ella no era demasiado alto, tenía el rostro parcialmente cubierto por un espeso flequillo cobrizo y se mantenía con la vista puesta en el suelo. Entonces Freesia lo reconoció, antes de que él pudiera decir nada.
-Tú eres Simon.-dijo, casi con cierto asco. ¿Qué narices estaba él haciendo allí?
-Sí. ¿Cómo lo sabes?-preguntó Simon con curiosidad, y Freesia se dio cuenta de que se había ido de la lengua. Pero llegados a aquel punto, ¿qué importaba ya? Harta de excusas estúpidas y mentiras acumuladas, confesó.
-Te vi con Áloe.-Simon asintió con la cabeza, pero parecía no interesarle demasiado, pues no hizo ninguna pregunta más y cambió de tema enseguida. Parecía estar reconociendo el terreno.
-Siento mucho… Lo de tu tía. Debes estar muy afectada.
Freesia asintió, pero la compasión fingida de aquel chico no le agradaba para nada, y mucho menos la hacía sentir mejor.
-¿Dónde estoy?-preguntó de repente. Casi no podía recordar cómo había llegado allí, ni quién la había llevado. Sólo recordaba el trayecto con Áloe llorosa entre los brazos de vuelta a casa, y la pequeña reprimenda de una apenada Alhelí cuando llegaron. A partir de ahí, Freesia fue tomando conciencia de todo lo que le quedaba después de haber perdido el último elemento que ponía orden en la situación familiar. El mundo a su alrededor pareció estallar, y se sumió en una neblina gris que se había disipado, aunque no del todo, cuando había llegado a la habitación.
¿Qué podía hacer? ¿Qué iban hacer con ella y sus primas? ¿Qué pasaría con Áloe?
-En el Ayuntamiento.-dijo Simon con pena, como anunciando que se encontraba con un pie en el patíbulo.-Al parecer, una psicóloga de turno está entrevistándose con todos vosotros para evaluar vuestro estado.
A Freesia aquello le pareció la mayor estupidez que hubiera oído jamás.
-¿Y cómo mierda quieren que estemos? ¿Cantando y bailando? ¡Se ha muerto nuestra madre!-gritó, y se dio cuenta de que había dicho “nuestra”. Su madre.
Simon asintió con rapidez, se asomó a la puerta y comprobó algo en el exterior.
-Escucha.-le dijo Simon con nerviosismo.-Como me pillen aquí, me matan. Y seguramente a ti también. Y a Áloe. Tenemos que salir de aquí.
-¿Cómo? ¿De qué estás hablando?
Pero Simon no parecía querer explicarle nada.
-Es complicado. Joder, es complicadísimo. Y no hay tiempo. Nos vamos.
-¿A dónde? ¿Y dónde está Áloe?-Freesia se había agarrado fuertemente a la silla de plástico, temiendo que el chico la arrastrara contra su voluntad más allá de la puerta.
-¡Dios, juro que te lo explicaré, pero ven conmigo!
Freesia sabía que no podía fiarse de él. No podía confiar en el chico que había hecho que Áloe quedara involucrada en la estúpida organización súper secreta.
-No me voy a mover de aquí. No hasta que me digas por qué debería estar asustada.
Simon se llevó las manos a la cabeza y se restregó las sienes con fuerza.
-Vale. La cosa es que una guerra está a punto de desencadenarse. Boom. Y todos los que son como tú acabarán muy mal. A menos de que consigamos sacaros.
¿Una guerra? El cerebro de Freesia daba vueltas. Todo aquello era una locura. Se preguntó si no se lo estaría imaginando todo.
-¿Como yo?-preguntó.-¿Por qué como yo? ¿Qué tengo de especial?
-Joder, aún no te has dado cuenta. Pues es bastante obvio.
-¡No! ¡No me he dado cuenta! Cuéntamelo, por favor, cuéntamelo y me iré con vosotros.
Simon pareció pensárselo, y luego asintió con la cabeza.
-La psicóloga esa. Bueno, no viene exactamente a comprobar vuestro estado emocional. Eso es una tapadera. Lo hacen siempre… Ella puede detectar a la gente como tú. Puede saber quién es Poseedor.
-¿Poseedor? ¿Poseedor de qué?
-Pues de magia. Poderes. Dones. Como quieras llamarlos. Tú eres una Poseedora. A ellos no les gustan los Poseedores. Fin de la historia. Ven conmigo.
-Pero… Yo no tengo ningún… ¿Poder? Además, esas cosas no existen, me estás mintiendo. Y si existieran, ¿cómo sabes tú que yo soy una? Ni siquiera lo sabía yo.
Simon parecía exasperado.
-Pues porque tus padres también lo eran. Y eso se hereda.
-¿Cómo sabes qué eran o dejaban de ser mis padres? ¿De dónde narices te has sacado todo eso de los Poseedores?
-Mira, me gustaría demostrártelo, pero no puedo. Y Áloe podría.
-¿Es ella Poseedora?-exclamó Freesia. Sin darse cuenta,  con esa frase parecía que estaba creyendo a Simon, cuando sus pensamientos iban justo en la dirección contraria.
Simon asintió con la cabeza.
-Sí.  Te lo he dicho antes. Es una historia muy larga. Ven conmigo. Si no todo acabará muy mal para todos.
-No te creo, Simon. Entiéndeme…-Freesia no llegó a acabar la frase, pues alguien irrumpió en la habitación de repente.
Freesia lo contempló todo a cámara lenta. Los tres hombres que entraron iban armados, y comenzaron a disparar a diestro y siniestro.
Freesia pudo ver, milímetro a milímetro, como cada bala cruzaba la habitación en su dirección, mortalmente rápidas pero a la vez muy lentas. Si no hacía nada, tanto Simon como ella acabarían en el suelo impoluto de la habitación cubiertos de sangre.
Freesia pensó que sería una pena arruinar de esa manera el trabajo a conciencia que alguien con buena voluntad había hecho con aquel suelo en el que podía contemplar su reflejo.
Una verdadera pena.
Así que, sin saber aún lo que estaba a punto de hacer, alzó las manos en dirección a las balas, que seguían su ritmo lento, pero que se acercaban segundo a segundo.
Se concentró. Pensó en sus padres, pensó en sus amigos, en sus primos, en Áloe, en Fresno, en Iris. Pensó en Zache.
Y de repente, aquella chica de pelo negro.
“Muy bien.”, pareció susurrar en su cabeza.
Una especie de rayo amarillento que ella misma había producido con sus propias manos fue cobrando forma a su alrededor, hasta convertirse en una especie de cúpula resplandeciente.
Y fue entonces cuando todo recobró el ritmo normal, se oyó una fuerte explosión y Freesia salió disparada hacia detrás, al igual que Simon, los hombres y las balas. Se golpeó la cabeza con algo duro y todo perdió consistencia a su alrededor, hasta que el mundo quedó a oscuras.

Cuando Freesia recobró la conciencia, estaba tumbada sobre una camilla.  Su mente parecía incapaz de situarse, y apenas podía recordar quién era. Tan sólo sentía un dolor intenso en cada músculo de su cuerpo, como si acabara de cargar con algo realmente pesado. Intentó levantar la cabeza para intentar descubrir dónde estaba, pero se sorprendió cuando se dio cuenta de que su cuerpo no respondía, y no pudo ni despegar los párpados. Sin embargo, se encontraba muy tranquila. Le parecía estar en el umbral entre el sueño y la realidad, flotando en un limbo en el que, afortunadamente, todas las cosas horribles que le habían pasado quedaban a un lado.
Y luego, bruscamente, despertó de la ensoñación y el dolor se acentuó  mucho más, y tuvo que reprimir un gemido de dolor. Le llegaron entonces las voces de dos personas hablando, y Freesia no abrió los ojos para poder escuchar lo que decían.
-Sí, acabo de llamar.-la que acababa de hablar parecía una chica joven, con un tono de voz agudo.
-¿Cuándo se irá?-preguntó entonces otra mujer, de edad más avanzada.
-En una semana. Cuando se haya completado el reconocimiento general y haya realizado las pruebas.
-Esta niña va mucho más allá de esas pruebas, señorita Olofsson. No creo que sirvan para mucho.
-Lo sé. Y, sin embargo, es el procedimiento habitual. No hay que precipitarse. A lo mejor luego no es tan poderosa como parece. Ya ha pasado antes. No muchas veces, pero algunas.
-Eres muy joven, amiga.-el tono de la mujer mayor, que hasta ese momento había resultado ser severo, se transformó de repente y pasó a hablarle a su acompañante con voz suave y tranquilizadora, como si hablara con una niña pequeña.-Shields quiere llevársela. Cuando se lo hemos comunicado y ha visto la grabación… Esta chica tiene algo, estoy segura.
Y entonces fue cuando Freesia se dio cuenta de que hablaban de ella. Y todo lo sucedido en aquella pequeña habitación limpia y de impoluta blancura acudió a su mente como una exhalación. Simon y su estúpida teoría de los Poseedores. La brusca entrada de aquellas personas con armas, y ella…
Joder, ella había creado un escudo de la nada que les había salvado la vida a los dos.
Sintió un pinchazo en el estómago y se dio cuenta de que a lo mejor esa estúpida teoría no iba tan desencaminada después de todo. Y al parecer, según decían aquellas mujeres, ella había roto todos los esquemas. Shields… Maireen Shields. Ella… Iba a llevársela.
Y cuando esto pasó por su cabeza, mucho antes de preguntarse cualquier otra cosa de más relevancia, se acordó de Fresno, y de si le vería cuando se fuera con aquella mujer.
Era una tontería, y apartó la idea al instante. Ella no se iba a ir a ningún sitio. Tenía muchas cosas que aclarar. Los extraños “poderes”, Simon entrando en su habitación (¿dónde estaría Simon? Esperó que hubiera sobrevivido.), los hombres con armas que, sin razón, habían disparado a matar… Quizá el novio de Áloe tuviera razón, quizá odiaran a los Poseedores.
O quizá no. Pero ella no sabía nada. Nunca había sabido nada. Y estaba aún más perdida que antes. ¿Y qué podía hacer, si no mantenerse inmóvil escuchando la conversación de aquellas dos mujeres que hablaban de ella como si fuera una heroína de la televisión?
-Mantendremos informada a Maireen.-le avisó la mujer mayor a la otra, casi como una amenzada.-En todo momento, ¿de acuerdo?
Freesia supuso que la mujer había asentido, pues no dijo nada, y ella no quiso arriesgarse a abrir los ojos.
-¿Y la otra?-terció Olofsson.-¿La han examinado ya?
-Sí. Justo estaba con la señorita Callum cuando ha ocurrido el incidente.
-¿Y bien?
-Pues nada fuera de lo común. He mirado los resultados, un diecinueve por ciento, está incluso por debajo de lo normal.
-¿Y qué van a hacer con ella?
-Pues, seguramente, podrá seguir con su familia, no creo que se la considere un riesgo como para tomar medidas más drásticas.
-Pero… ¿Qué pasa si ella sabe que es... así? ¿Qué pasa si sabe cómo utilizar su energía?
-Nadie lo sabe, señorita Oloffson-otra vez aquel tono suficiente y con aire de superioridad.-Y menos con un diecinueve por ciento, y a los dieciséis años. Es imposible que se haya desarrollado como para haberse manifestado ya.
La chica pareció creérselo, pues no replicó.
-Sin embargo.-repuso la mujer.-No nos basamos en una ciencia exacta, en realidad casi no nos basamos en nada. Este es un ámbito muy extenso, y relativamente reciente. En treinta años se han realizado muchas pruebas y hallazgos, pero no los suficientes como para dar cosas por hecho. Tiene que saber, señorita Oloffson, que todo es posible.
“Todo es posible”.
-Ya me lo creo todo, después de lo de esta chica. ¿Cómo se llama?
-Dubois. Su madre era una cuarenta y su padre un treinta y seis. Números altos, ya lo creo, pero nada comparable con ella. Ha mirado los resultados, ¿no, señorita Olofsson?
-Por supuesto, señora Eluchans.-era la primera vez que pronunciaba el nombre de la mujer mayor.-Lo he hecho en cuanto me ha llamado. Esta chica… Ha dado ciento uno por ciento en el primer análisis. Una acumulación de energía, como le he dicho antes, puede a ver causado todo esto, sin embargo…
-Sin embargo, lo máximo a lo que ha llegado una acumulación de energía por desuso ha sido a un setenta y nueve en la primera manifestación, y la persona a la que aconteció pasaba de los treinta. Ella tiene dieciséis. Pero le vuelvo a decir, sólo llevamos dos generaciones, tres, como mucho, desde que esto ha venido desencadenándose.
-Supongo que Marireen…-pero Oloffson se paró ahí, y luego soltó un gritito.-¡Está despierta!
Freesia había cometido la imprudencia de quejarse por el dolor. Una sola vez, y las dos mujeres se dirigieron hacia ella con mucha rapidez.
Oloffson tenía, aproximadamente, veinticinco años, era menuda y llevaba el pelo rizado y oscuro recogido en un moño despeinado. Sonreía ampliamente a Freesia, mostrando sus enormes dientes blancos. Vestía un uniforme de enfermera de color blanco y azul, y llevaba entre los brazos una gran cantidad de papeles, dosieres y carpetas que parecían bastante desordenados.
Eluchans, como Freesia había adivinado, pasaba ya de los cincuenta y cinco, pero conservaba algo de la belleza que debía de haber poseído en su juventud. Era alta y esbelta, y llevaba el pelo suelto teñido de rubio y, como su compañera, observaba a Freesia como quien observa a un animal interesante fuera de lo común.
-Hola.-saludó Oloffson, sin perder la gran sonrisa de oreja a oreja.-Me llamo Gardenia Oloffson. Soy enfermera y voy a cuidarte durante el tiempo que estés aquí. Y esta es mi compañera y amiga Abelia Eluchans, es científica y nos ayudará con algunas pruebas que es necesario realizar.
Freesia iba a abrir la boca, pero Oloffson siguió hablando.
-¿Eres…?-buscó entre el caos de papeles que transportaba hasta dar con el deseado.-Freesia, ¿no? Es un nombre muy bonito.
Freesia, con voz seca, replicó:
-Bueno, mi bisabuela se llamaba así.
Oloffson sonrió, comprensiva.
-Está bien, ahora debes estar bastante confundida. Sabemos que todo esto es nuevo para ti. La verdad, es bastante nuevo para todo el mundo.
Freesia, que había escuchado toda la conversación, quizá por el descuido de su joven enfermera, fingió no saber nada y supuso que le contarían el lado agradable y suavizado de las cosas.
-Bueno, pues ven a sentarte, debes estar muy dolorida. Te daré algo de beber y un comprimido y verás como se pasa enseguida.
Freesia asintió, consciente de que Oloffson la trataba como si estuviera muy enferma o fuera un bebé mancha pañales. Sin embargo, con un quejido o dos, dejó que la mujer le pasara un brazo por los hombros y la condujera a un sofá bastante cómodo junto a una mesita. Miró a su alrededor, y pudo comprobar que se encontraba en una habitación de hospital, adornada con algunos cuadros y plantas y con aquel sofá, para tratar que pareciera un poco menos sobria. Freesia pensó que por mucho que lo intentaran, nadie podría sentirse a gusto allí. Estuvo a punto de sonreír tristemente cuando se percató de que, en aquellos últimos días, había frecuentado bastante el hospital, y en ninguno de los dos casos las cosas habían ido bien.
Miró a Oloffson, que parecía muy nerviosa removiendo todos sus documentos, aguardando a que la enfermera empezara a hablar. Eluchans se había quedado de pie.
-Bueno, señorita Oloffson.-dijo-Creo que sería apropiado que las dejara a ustedes dos solas para que fueran conociéndose. Mañana espero que estén listas para la primera fase de las pruebas. Abajo al mediodía.
La enfermera asintió, y, dicho esto, Eluchans salió de la habitación sin despedirse, y cerró la puerta a sus espaldas.
-Bien-dijo Oloffson, estirándose los bordes de la falda con cierto nerviosismo. Freesia advirtió que le temblaban las manos.-Lo que ha pasado en la habitación con aquel chico… ¿Te había ocurrido antes?
Freesia negó con la cabeza, y la chica se apresuró a sacar una libretita y garabatear algo con el bolígrafo con el que se sujetaba el pelo, que cayó, liso y largo, sobre sus hombros. Advirtió que Freesia la contemplaba fijamente y se apresuró a explicarse.
-Oh, no es nada. Es necesario que te haga estas preguntas.-Freesia asintió. Por poco que le agradara, tendría que contestar a aquel interrogatorio si quería que aquella mujer la dejara en paz.-Vale. Entonces, ¿no habías notado nada, ningún  cambio o acontecimiento extraño?
Freesia negó con la cabeza, pero algo acudió de pronto a su mente.
-Sí. Bueno, no creo que se considere algo, no sé…-no sabía explicarlo con palabras, por lo que se remangó el jersey y le mostró a Oloffson los antebrazos, cubiertos de cortes que terminaban de cicatrizarse.-Pasó antes de mi cumpleaños. Estaba enfadada y entonces el espejo de mi habitación se rompió, sin más. Creo… Creo que fui yo.
La enfermera volvió a escribir frenéticamente en su libreta. Freesia no sabía si hacía bien contándoselo. Oloffson era muy amable, pero seguramente querían que así fuera, para que Freesia se confiara y lo soltara todo. Procuraría ser más cuidadosa con sus respuestas.
-Bien…-prosiguió la mujer.

Después de aproximadamente media hora de preguntas insustanciales sobre la vida de Freesia, Oloffson anunció que habían terminado, y el dolor que la chica sentía se había mitigado después de ingerir aquel comprimido naranja que la enfermera le había ofrecido.
-Supongo que tendrás muchas preguntas. Adelante. Pregunta. Es tu turno.-Freesia se sintió entonces con un poco más de seguridad y le alivió saber que algunas de sus incontables dudas iban a ser medianamente resueltas, pues ya sabía que Oloffson no le contaría todo, ni mucho menos.
Decidió empezar por el principio.
-¿Por qué entraron aquellos hombres en la sala y casi nos matan?-la pregunta pilló un poco desprevenida a la enfermera, que frunció el ceño pero luego se recompuso y se irguió.
-Simple seguridad. Aquel chico te estaba revelando información que tú no debías saber. Claro, información a medias y conocimientos rudimentarios. Pero él sabía algo. Estamos investigando cómo lo sabía. De todas maneras, sabemos que pertenece a esa tal organización de gente desequilibrada emocionalmente que se dedica a sembrar el caos.-Se calló repentinamente, dándose cuenta de que quizá estaba hablando demasiado. Cambió de tema inmediatamente.-De todas maneras, fue algo muy mal organizado. Todo el mundo se volvió loco cuando te vio hablando con ese chico. Alguien dio la orden… Y doy gracias de que nada malo os pasara. Fue un gran error, lo siento muchísimo.
Freesia vio en sus ojos que así era. Decidió creerla, al menos, por el momento, y pasó a otra cosa.
-Pero esa información… Me la está contando ahora.
-Ahora, ahora sabemos que eres… Especial.-Freesia casi suelta una carcajada ante el eufemismo. “Especial”. Básicamente, ella era una bomba atómica en potencia.-Y debes saber que la energía que contienes en tu interior es muy poderosa, al menos si lo demostramos durante las pruebas de esta semana.
Freesia no preguntó sobre las pruebas, ya lo averiguaría al día siguiente.
-¿De dónde viene esa energía?
-El caso es que…-Oloffson se frotó los nudillos, que sudaban.-No lo sabemos. Ciertas personas han empezado a desarrollar habilidades especiales. Tampoco tengo yo mucha idea, sólo soy una enfermera. Sin embargo, Eluchans es una experta, se ha especializado en ello desde que empezó  a trabajar.
-¿Mis padres también tenían habilidades?
-Sí. Una de las cosas que hemos averiguado es que las habilidades se transmiten de padres a hijos. Es la única cosa en la que coinciden todos los casos que hemos tenido.
Freesia reflexionó un instante.
-¿Tiene eso algo de relación con que se fueran a la guerra?
Oloffson dudó.
-Supongo que no.-o sabía mentir muy bien, lo que no era muy probable, o tenía tanta idea como Freesia.-A decir verdad, si te soy sincera, he leído más sobre el tema de lo que he tenido oportunidad de ver. Eres la primera chica de la que me encargo.
Freesia pensó que parecía muy segura cuando hablaba con Eluchans, pero no era así cuando se trataba de hablar con ella. Sin embargo, se quedó dándole vueltas a lo que acababa de preguntar.
¿Sus padres se fueron a la guerra por aquello? Si no, ¿cómo sabían el supuesto porcentaje de energía que ellos tenían? ¿Se llevaban a los Poseedores a la guerra para usarlos como armas?
Tenía sentido. Mucho sentido. Supo que Oloffson se había quedado también pensando en el tema, pero seguramente porque le habían dicho que así lo hiciera, cambió de tema.
-Tienes mucho poder. Cada persona que tiene esta energía solo usa un porcentaje de su totalidad cuando la utiliza para su determinada habilidad. La mayoría no pasan del cincuenta, es muy raro, por lo que he leído. Sin embargo, las personas cuya energía no se ha manifestado a la edad correspondiente suelen acumularla hasta que la liberan con bastante intensidad. Luego disminuye. Freesia… Tú usaste un ciento uno por ciento de la supuesta energía que tiene cada individuo. Tú tienes más.
Freesia ya lo sabía, pero aparentó sorprenderse.
-Si… Si dice que lleva poco tiempo ocurriendo esto… ¿Cómo saben ustedes todo lo que saben? ¿Cómo les ha dado tiempo a averiguarlo?
Oloffson tomó aire.
-Normalmente, cuando una persona manifiesta sus poderes, no los esconde. Va a buscar ayuda. Nos dimos cuenta en seguida de que algo raro estaba ocurriendo. Bueno, se dieron cuenta. Se desarrollaron en seguida gran cantidad de prototipos de pruebas para saber las personas que poseían la energía sin necesidad de que ésta se manifestara. Se desarrollaron pruebas para determinar el nivel de la energía. Todo con gran rapidez. Sin embargo… Aún no hemos sido capaces de determinar la naturaleza de la energía.
Freesia asintió. Todo aquello no podía ser real. Parecía pertenecer a una novela.
-¿Las habilidades son distintas según la persona?
-Sí. Para eso sirven algunas de las pruebas a las que vas a someterte a lo largo de esta semana. Hay una variedad de habilidades abrumadoras. Hay casos de personas que son capaces de volar o de levantar grandes pesos, de lanzar fuego, incluso personas que poseen un súper intelecto.
Freesia hizo la última pregunta, la más importante de todas.
-Enfermera Oloffson… ¿qué hacen con las personas cuando se descubre que tienen la energía?
La mujer se mordió el labio inferior, y se pasó una mano por los oscuros cabellos.
-¿La verdad? No tengo ni idea. Freesia… Normalmente, ninguno vuelve.